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Kylian suspiró, añoraba esa sensación de sosiego que le brindaba Samantha cuando simplemente se dejaba llevar.

Apoyó la frente en la de ella, con los ojos cerrados. Era extraño, pero en ese punto ya no sabía cómo actuar y era consciente de que si abría la boca las cosas podían tornarse explosivas, quizá hasta dolorosas para alguno de los dos.

No, prefería sentir su aliento cálido sobre sus labios, su cintura bajo su palma, la respiración pausada. Acercó de nuevo su boca y la probó, tomándose su tiempo, despacio.

—Hay que parar —pidió de pronto la pelirroja, en susurros, entre roce y roce.

Kylian contuvo la respiración, pero obedeció. No tenía idea de qué suelo pisaba y, desde adolescente, que eso no le ocurría.

Agradable no era, menos para alguien fanático del control en cualquier sentido, su erección ya era dolorosa, no necesitaba a una mujer, necesitaba a su mujer, pero, de alguna manera, sabía que a partir de ese punto las cosas debían ser guiadas a los pasos de ella o ese matrimonio se iría a pique en segundo.

Samantha era indómita, rebelde e inquieta, si la presionaba más de la cuenta, ocurrían cosas como las últimas horas y ya estaba agotado, además de harto, esa maldita molestia en el pecho no le daba tregua.

Para ese punto comenzaba a asumir que no serían los de semanas atrás, de alguna manera para Sam, él le había fallado y quizá era verdad, solo que no se permitiría darle más entrada a esos pensamientos que, seguramente, lo arrastrarían hasta un punto en el que comprendería que se falló a sí mismo en realidad.

Se separó asintiendo, ella lucía seria, esquiva. El momento se había ido.

—Quisiera conocer los alrededores...

—¿No prefieres descansar? Podríamos comer algo más tarde, o ahora si lo deseas —sugirió estudiándola. Estaba completamente perdido, no conseguía saber qué ocurriría a continuación.

Samantha se acercó a la ventana, las cortinas se movían por el aire marítimo, el clima era cálido. Ella aspiró con fuerza y salió al balcón.

—No, quiero ir ahí —anunció señalando la playa—. Me pondré algo más cómodo e iré ahí... Sola —determinó volteándose. Sabía bien que él estaba a sus espaldas.

Pasó saliva, llevaba una polo blanca, el cabello libre y vaqueros oscuros, calzado casual. Tenía los brazos cruzados, al igual que los tobillos, estaba recargado en el marco. Su corazón se agitó, aunque eso ya no era novedad. Se acomodó un mechón suelto y aguardó. Kylian solo la observaba—. ¿Te molesta?

—No, si es lo que quieres está bien. Solo no te alejes mucho, cuando desees conocer más allá, dime y te acompaño.

Su tono pausado, tan masculino, erizó su piel, se obligó a ocultar lo que su esposo provocaba en ella. Asintió.

—Sé cuidarme, solo quiero tiempo fuera —confesó sin vergüenza.

Kylian sonrió de forma suave, luego se acercó, ella se apartó, pero él perdió su atención en el paisaje.

—Ahí, es menos profundo el mar —comenzó, Sam se giró enseguida, acomodándose a su lado, desconcertada. Kylian parecía no tener intenciones de discutir y eso lo agradecía, ella tampoco, al contrario, parecía cansado. Siguió lo que indicaba su mano, esos dedos alargados, de uñas inmaculadas.

—¿No es muy fuerte la marea? —curioseó.

—No tanto, aquí hace bahía y eso detiene el flujo del mar abierto. Del otro lado de ese cerro, sí es más fuerte. Las olas grandes.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora