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Esas dos semanas no habían sido para nada las mejores. Londo, su padre, gracias al cielo, había librado un ataque al corazón. Su madre lucía mayor, todos en casa se encontraban alterados. Camile estaba tenso, sus demás hermanos iban y venían casi todo el día con malas caras y ella, ella se sentía triste pero no era de las que montaba un drama.

Se había dedicado a estar cerca de su papá, a cuidarlo y a todas las demás obligaciones que tenía. Estaba agobiada. Camile y su mamá habían estado discutiendo sobre si él debía asumir control total o no. Al final su papá no lo permitió y desde casa se hacía cargo de mucho.

Era una locura.

¿Lo peor? Sabía bien que las cosas con ese tal Craig no debían ir bien y su padre, gracias a eso, no había podido tener cabeza para darle una solución.

Nunca esos temas la atormentaban, pero algo le decía que en ese momento era lo lógico, las cosas no iban bien en lo absoluto y aunque a ella le daría lo mismo vivir en cualquier otro lugar, no imaginaba a sus padres volviendo a empezar, menos si él enfrentaba algo penal, por lo que escuchó a Camile, algo de un... fraude.

No, su padre era incapaz de algo semejante.

Le dio duro al costal de boxeo el viernes por la mañana, tanto que su entrenador la tuvo que frenar.

—A casa, Sam, suficiente —ordenó. La joven, que sabía que no tenía sentido chistar, aceptó resignada. El hombre colocó una mano sobre su hombro para que lo mirara—. Está bien descargar la frustración, pero no hacerte daño para acomodar las emociones. Te veo el lunes.

Se duchó en aquel lugar un tanto viejo, pero en buenas condiciones, un poco más tranquila. Al salir vio que tenía una llamada perdida. Podía ser el padre de uno de los niños a los que entrenaba en fut. Solía no responder, sino esperar a que colgaran y luego llamar.

Ya en su auto el timbre sonó cuando el teléfono se conectó a su auto, recargó la cabeza en el respaldo.

Tenía tres cuentas que atender, revisar las redes que BranLand, la agencia con la que colaboraba de forma libre, le había dado, para que estuvieran al día y tarea del curso de titulación. Luego ir al entrenamiento, verse con Cash para ir a cenar a uno de esos lugares veganos.

Torció el gesto. No le gustaba esa comida, pero él era tan quisquilloso.

—¿Señorita Streoss? —escuchó del otro lado a una eficiente voz femenina cuando respondió.

Arqueó una ceja. Qué formalidad, se dijo sonriendo sin arrancar obligándose a dar una pausa en su desbordada ingesta de agua.

—Tengo una llamada perdida de ese número —dijo intrigada.

Porque sí, era el mismo número verificó con rapidez.

—Deme un momento, la comunico.

Un segundo después otra voz reemplazó la de la educada mujer, una que... reconoció. Se irguió de una. Enseguida sus vellos se erizaron y su corazón le dio un tirón. ¿En serio era él?

—Buenos días, Samantha —aquella fue la primera vez que le escucharía decir su nombre y qué manera tenía de hacerlo. Sus palmas sudaron mientras clavaba su atención en la pantalla del auto donde tenía conectado su dispositivo.

—Buenos días... —murmuró dudosa.

¿Cómo sabía su teléfono? ¿Por qué le llamaba? Sentía sus mejillas escaldadas y su corazón latir de forma discorde.

—Espero no interrumpir algo importante.

—No, ¿Kylian?

—Sí, me alegra que también me recuerdes —expresó el hombre, pausado, pero elegantemente. Ella se recargó de nuevo en el asiento, perdiendo su atención en el cielo del auto.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora