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El dolor de cabeza la hizo gemir, se dio la vuelta en la cama, gruñendo y entonces lo ocurrido la noche anterior apareció en su memoria casi con letreros luminosos. Se llevó la mano a la boca. Mierda. Agobiada se incorporó llenando su cabeza de cada detalle. Furiosa le dio un golpe al colchón, luego se llevó las manos al cabello y hundió el rostro entre sus rodillas flexionadas.

Había sido una estúpida. Mira que decirle que lo había visto desde aquella fiesta. Mierda. Luego ese beso. Mierda al cuadrado. Se irguió respirando rápido, se llevó los dedos a los labios, trémula. Con poco esfuerzo podía sentir su lengua recorrerla, perderse en su aroma, en su respiración.

Dios. Negó cubriéndose el rostro avergonzada. Debía repelerlo, no caer a sus pies como una estúpida, no bajo las condiciones en las que se encontraban. Recordó también como le había estado enseñando algunas palabras sencillas en japonés, sonrió sonrojada. La plática fue agradable, nada forzada en realidad.

Hizo a un lado las cobijas, debía ir a entrenar, luego a la universidad. Era viernes y entonces recordó que le había dicho que se haría cargo de la cita de ese día. Se dio un golpe en la frente, furiosa.

—Si serás tonta, mierda ya no te alcanza, Sam —se reprendió resoplando sentada en la orilla del colchón. ¿Qué podía idear? Lo menos que quería era verlo después del día anterior. Miró sus piernas desnudas, con pecas desperdigadas, claro que no era impresionante, ni impactante, menos sin delinear sus cejas o poner color en sus pestañas, pero jamás eso le había importado, se consideraba una mujer segura y ese hombre estaba logrando que dudara de sí misma—. Vete a la mierda, Hades —gruñó recordando el plan que tenía Keira para ese viernes.

Sonrió para sí, no dejaría de hacer sus cosas por él, se recordó.

A las siete ya estaba vestida con un vaquero suelto, roído de algunos lugares, la melena con ondas y un top negro sin tirantes. Se sombreó los ojos, labial y sonrió a su reflejo con malicia. Estaba segura de que el rey del infierno no le agradaría para nada su plan y no es que fuera algo excéntrico, sino común, quizá demasiado: un bar, un par de centenares de universitarios, música a todo volumen, tragos, justo lo que hacía cada vez que podía, pero que de alguna manera sabía que al estirado de Kylian eso no le agradaría en lo absoluto.

Bajó con su prisa y desgarbo habitual. Él ya estaba ahí, notó deteniéndose en los últimos peldaños de las escaleras, parecía que acababa de llegar. Sus padres acudieron a una cena, tampoco había podido hablar con ellos desde el día anterior, sus horarios estaban saturados en general, pero el ama de llaves, Laura, lo había recibido y le ofrecía algo de tomar, ella les diría que había salido con Hades.

—Buenas noches, Samantha —dijo con aquella voz que odiaba como erizaba su piel. Iba vestido con jeans negros que cubrían sus largas piernas, camiseta del mismo color y un saco informal que llegaba a sus muslos. Sexy, muy sexy. Pasó saliva, acercándose pues esa mirada color plomo no la soltaba.

Ella solo atinó a asentir.

—¿Nos vamos? —preguntó deteniéndose frente a él, con las palmas sudorosas.

No habían mantenido comunicación salvo para acordar la hora, así que ahí estaba. Lo cierto es que a Kylian le daba igual a donde fueran, ese día había sido complicado en el trabajo, pues uno de los proyectos había sido modificado fuera de tiempo, en una obra hubo un accidente que pudo haber costado la vida de uno de sus trabajadores y la compra de un hotel en Grecia se estaba complicando.

Lucía sensual, sin embargo, provocativa pero no de una manera vulgar, en realidad apetecible. Después del estrés que sostuvo durante horas, debía aceptar que verla revitalizaba sus sentidos, mas con aquella manera atropellada de ser y luego de la noche anterior en la que no volvió a hablar, escuchar su voz, fue bueno.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora