10. Aracnozombifobia (2)

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—Podríamos apuntar a traer más de dos... quizás un camión lleno de arañitas zombi. Suena un buen plan.

—¿Crees que sean pequeños?

Zeta echó una breve risa.

—Nah... lo dudo muchísimo.

*****

Por la mañana, el Edificio Centinela era un eco de absoluto caos y bullicio.

Aunque la fachada interior conservaba los vestigios de su antigua gloria arquitectónica como instituto escolar, el patio central era otro cantar, conformándose como el corazón y punto de encuentro para gestionar todos los operativos y trabajos a realizar para la nación.

El sitio estaba atestado de carpas y mesas colocadas estratégicamente. El rugido de las conversaciones y el trajín de los Centinelas resonaba en el ambiente como una balada sin final.

Las carpas, en su mayoría confeccionadas con lonas y materiales reciclados, ofrecían refugio a los soldados que trabajaban arduamente en distintas tareas para mantener al refugio operativo.

A lo largo del patio, se desplegaban diversas carpas especializadas en distintas áreas: una sección para el registro de misiones y trabajos, otra para la reparación y mantenimiento de armas improvisadas, y una más dedicada al procesamiento de recursos y provisiones. Centinelas de todas las edades y procedencias se agrupaban en pequeños equipos, compartiendo información y estrategias para hacer frente a los peligros del mundo que se desplegaba más allá de sus murallas escarlatas.

Con una bandeja en las manos, Cristian atravesó un pequeño sendero entre las mesas. El aroma del café recién hecho ululaba por el aire, mezclándose con el olor del metal y el aceite que provenía de la estación de reparación de armas cercana.

Cristian, portando la armadura característica de los centinelas, avanzó con decisión hacia una carpa más apartada, donde se encontraba uno de sus compañeros de batalla.

Leonardo mantenía una expresión de total seriedad mientras se ocupaba de revisar algunos mapas estratégicos de la ciudad en su mesa. Sus manos estaban manchadas de tinta, por los constantes trazos y anotaciones que realizaba para planificar las próximas incursiones contra los zombis.

Cristian se acercó a su compañero, sonriendo con amabilidad mientras depositaba la bandeja sobre la mesa. El café caliente reposaba en un sencillo vaso de tergopol, emanando un reconfortante aroma que captó todo el interés de Leonardo.

—Leo, te veo tenso. ¿Qué tal un poco de combustible para cambiar esa cara larga? —dijo Cristian con un tono jovial.

—Gracias, no sabes cuánto me hacía falta —dijo tomando el vaso y bebiendo un sorbo con cuidado.

—Hoy está que explota, ¿eh?

—Sí, ni me lo digas. —Leonardo le dio otro sorbo—. Esto es interminable. Desde ese «retumbar» hay más monstruos de mierda apareciendo a cada día.

Cristian agachó la cabeza y negó con decepción.

—Todavía me queda la duda. ¿Sabes? ¿Cómo es que a alguien como a Santini se le ocurre hacer estallar un obelisco? No tiene el menor sentido.

—No lo sé. Falco me comentó que una vez él le habló sobre su sueño más grande. Al parecer quería salvar a la humanidad. Yo qué sé, quizás pensaba que haciendo eso debilitaría a los monstruos.

—Nada más alejado de la realidad... —espetó Cristian mientras observaba a algunos nuevos reclutas llegar a la mesa—. Sigue con lo tuyo, Leo. Hablamos más tarde.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora