3. Parca (1)

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Capítulo 3

Parca


Junior volvió a quedarse solo, pero en su rostro apareció una sonrisa empapada en determinación. Impulsado por el fuego abrasador de una nueva esperanza que se cultivaba en su ser, volvió a su vehículo a toda velocidad.

El cansancio se había esfumado por completo, y por fin, luego de tantos tropiezos en un viaje extenuante, largo, solitario, angustiante y tortuoso, lo había conseguido. Ya sabía dónde estaba la nación Áurea.

Finalmente, iba a ser capaz de cumplir con aquella promesa.

Arrancó el mapa de la pared, lo dejó encima de la guantera, encendió el motor, luego las luces, quitó el freno de mano, y cuando llevó la mirada al frente...

El último tropiezo estaba allí.

Hacia el final de la calle, había una silueta.

Tenía un porte esquelético, era bastante alto, un poco encorvado y caminaba sin rumbo, con la mirada absorta y arrastrando los pies al trasladarse. A pesar de las penumbras de la noche, y la distancia que los separaba, los reflectores del vehículo eran más que suficiente para que pudiese alcanzar a verle el rostro...

El rostro de la misma muerte.

Tenía la mandíbula desproporcionada, más grande que lo habitual y con las hileras de sus filosas dentaduras torciéndose hacia afuera. Llevaba la boca semiabierta y parecía ir rechinando los dientes de vez en cuando, emitiendo un sonidito gutural tétrico y estirado a partes iguales.

Su piel era de tonalidad grisácea, corroída, pútrida... y en ciertas zonas se dejaba entrever los filamentos de los músculos. Por otro lado, su contextura en la zona de sus extremidades también era desproporcionada; mientras que su caja torácica era más grande y su abdomen tendía a ser más estrecho; sus brazos y piernas habían adquirido una mayor extensión.

Eso daba como resultado que tuviese feroces garras en vez de manos; y en cuanto a sus patas, con el hueso del talón agigantado tal como los depredadores, le permitía una mayor tracción y velocidad a la hora de perseguir a sus presas.

Por último: sus ojos. Con una mirada mortífera, que llevaba una sombra oscura teñida bajo sus hundidos párpados, al verlo de frente daba la impresión de contemplar la boca de dos abismos hacia el fin de los tiempos.

A Junior se le cortó la respiración.

Esa criatura era inconfundible para él. Era como si fuesen viejos amigos. Cada vez que le veía, sin importar cuanto pasara, el mismo torrente de temor se traducía en su pecho y viajaba por todo su organismo como un relámpago.

Algunos zombis eran distintos. Algunos presentaban peculiaridades que los volvían más peligrosos y letales. En su antiguo grupo llegó a conocer a un buen puñado de esta clase de zombis. Incluso hasta los nombraron. Como Junior había sido uno de los primeros en toparse con el que tenía en frente, le permitieron que fuese él quien le colocase un «nombre».

Él no tuvo mejor idea que ponerle «Parca»... y la verdad, no estaba tan mal. Su parecido era notable. No tenía guadaña, pero tampoco le hacía falta, ya que el nombre no lo había elegido por su similitud física. Si no que por algo incluso peor...

Su inmortalidad.

Puesto que Junior jamás había visto morir a algún zombi Parca. Incluso si le disparaban a su «punto letal», o a su «corazón negro», por alguna razón, este siempre volvía a colocarse de pie.

Por suerte, si es que se le podía llamar de esa forma, este tipo de criaturas no eran muy abundantes en el distrito, y lo único que se podía hacer al encontrarte con uno, era evitar todo tipo posible de ruido, y escapar...

Pero ya no podía hacer eso.

Tenía que ser más rápido y atacar primero. Tragó saliva, y no lo dudó ni siquiera un segundo: pateó el pedal del acelerador y soltó el embrague. La caravana derrapó las ruedas traseras, y al instante siguiente, avanzó con celeridad.

En el trayecto no cambió de marcha. Quería hacerlo todo en la primera. Necesitaba toda la aceleración posible en este corto tramo. El vehículo se impulsó a una velocidad que le llevó a fundirse con el asiento, por consiguiente, el motor elevó las revoluciones al máximo, provocando un escándalo brutal en su avance.

La criatura detuvo su avance, torció su cuello y entonces, mientras su esquelético semblante resplandeció con la luz de los faros, su mirada, una que de momento llevaba desprovista de emociones, desconectada del entorno y totalmente alienada, se embadurnó de ira en un instante.

El monstruo recibió la embestida de lleno y su cuerpo salió disparado, rodó calle abajo y se detuvo luego de incontables y estrepitosas volteretas. Junior clavó los frenos, pero la caravana sufrió un daño severo que terminó por agregar una abolladura extra —y esta vez muy prominente— en el capó del vehículo.

Entonces sucedió algo que no se esperaba: el motor colapsó a causa del siniestro y del esfuerzo desmedido que había tenido que tolerar y se apagó de repente, aunque las luces, por fortuna, permanecieron encendidas.

De no haber sido de esa manera, Junior no hubiese notado que el zombi que había acabado de arrollar, volvía a una velocidad descomunal, impulsándose con la fuerza de sus patas y piernas cuál depredador siniestro, dispuesto a cobrar su venganza.

—¡Me cago en...! —No tuvo ni tiempo de terminar la frase.

El monstruo ya había acortado las distancias lo suficiente como para el asalto final. Tensó los músculos de sus patas y dio un salto ágil, estirando sus garras hacia el frente.

Junior no supo que más hacer.

En el último suspiro de instante, pudo presenciar que la puerta de su caravana todavía seguía abierta, por lo que, acelerado por la urgencia de seguir viviendo unos segundos más, abandonó el asiento del conductor con prisa y se abalanzó hacia afuera...

Mientras su hombro recibía el impacto del asfalto y su cuerpo rodaba sin control, escuchó el vidrio del parabrisas reventando en cientos de fragmentos. Con una fuerza alentada por la adrenalina se incorporó y echó a correr. Había tomado una decisión muy apresurada al embestir a aquel monstruo y ahora tenía que pagar con las consecuencias.

Sus nerviosas pisadas lo trasladaron con urgencia en dirección contraria a la del vehículo, dispuesto incluso a abandonarlo para siempre, pero tuvo que prescindir de esa idea al ver a un quinteto de criaturas deambulando hacia su dirección.

Antes de ser percibido, se volvió en búsqueda de cobertura junto a la rueda trasera de su caravana.

Los gritos y gruñidos exacerbados, furiosos y coléricos del zombi Parca inundaron sus oídos, recordándole que no iba a deshacerse de él así nada más. El monstruo cruzó la puerta de salida con celeridad y echó un vistazo hacia la zona trasera de la caravana, como si hubiese sabido todo el tiempo dónde se encontraba Junior.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Where stories live. Discover now