19 - 'Las tres maldiciones'

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Penúltimo capítulo, QUE CUNDA EL PÁNICO

19

Las tres maldiciones

Al abrir los ojos, lo primero que noto es una sequedad muy incómoda en la garganta. Una de apenas poder respirar y tener que carraspear varias veces. Me incorporo, incómoda, y me paso una mano por el cuello. Tengo que parpadear para adaptarme a la luz de la habitación, que siento mucho más intensa que la del día anterior.

No sé qué está pasando, pero mis brazos se mueven solos y me ayudan a lanzarme al suelo. De esta manera, el sol no me da en la cara y puedo respirar mejor. El calor que antes sentía ahogándome empieza a desaparecer, y tomo una bocanada muy profunda de aire. Mis pulmones lo agradecen.

Y, entonces, el olor.

Es algo que nunca he sentido en mi vida. Algo que me atraviesa el cuerpo entero y hace que gire la cabeza de forma involuntaria. Es un aroma dulce y metálico a la vez, y de alguna forma puedo oírlo moviéndose. Es como si alguien lo estuviera transportando. Diría que el estómago me ruge por la anticipación, pero lo que de verdad aguarda es mi boca. Me duelen los dientes, se me ha secado todavía más la garganta y mis extremidades se sienten flácidas, sin vida.

Aun así, consigo arrastrarme hasta alcanzar la cama. Me agarro a ella como puedo, con la mirada fija en la puerta. Cuando logro ponerme de pie, arrastro los pies descalzos y emito un sonido parecido a un gruñido. De alguna forma mi mano roza el pomo, y ahí me quedo parada, porque el ruido del líquido fluyendo emite otro sonido. Una risa de niño. Se me acelera la respiración por la necesidad, y me relamo los labios sin darme cuenta. Giro el pomo de la puerta.

Mis ojos mal adaptados a la luz sufren las consecuencias de exponerme al sol, pero no puede importarme menos. Suelto un gemido de dolor. La piel me arde. Alcanzo la barandilla que tengo delante. Mis nudillos se ponen rojos y el hierro cruje bajo mis dedos cuando me inclino hacia delante y miro abajo. Apenas veo la silueta de los niños porque solo puedo detectar el olor que emiten. Eso, y que son dos. Aprieto con más ganas todavía y calculo la distancia al suelo. Podría saltar. Sería más rápida que ellos. Podría atraparlos.

Justo cuando estoy empezando a pasar una pierna por encima de la barandilla noto un movimiento junto a mí. Mi cuerpo lo interpreta como peligro de forma automática, y otro latigazo de dolor me recorre los dientes y el cráneo entero. Lanzo un golpe hacia atrás, pero mi enemigo es mucho más rápido y lo esquiva a tiempo. Intento aprovechar su distracción para lanzarme hacia abajo, pero me atrapa de la muñeca y tira hacia atrás. Caigo de espaldas al suelo y, al darme el sol en la cara, no me queda otra que rodar sobre mí misma para darle la espalda. Duele, pero no tanto.

Intento arrastrarme con desesperación. Todavía puedo olerlo. Todavía está ahí. Pero me ponen peso sobre la espalda. Intento lanzar golpes, aunque mis brazos se pegan al suelo. Me están agarrando con fuerza y, aunque oigo ruido, soy incapaz de distinguirlo por encima del sonido de la sangre. La necesito. La neceist...

De pronto, un sabor dulce invade mis labios. Uno mucho mejor que el que he notado hasta ahora. Libero mis muñecas con desesperación y lo sujeto para que no se aleje de mí. Y entonces, justo cuando la tibia sensación de su piel toca mis labios, un último estallido de dolor me invade de arriba a abajo.

Lo siguiente que sé es que le clavo los colmillos en busca de más sangre.

—Eso es... —La voz agotada por fin empieza a cobrar forma en mi cabeza, aunque apenas puedo notarla por encima de mis propias sensaciones.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero de pronto abro de nuevo los ojos y estoy dentro de la habitación. Levanto la cabeza y veo a Foster cerrando la puerta. Tiene una muñeca apoyada contra su pecho y una mueca de dolor que nunca había visto en él.

El rey de las sombras #2Where stories live. Discover now