2 - 'El unicornio rosa'

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El unicornio rosa

Foster no es el tipo de persona que intenta llenar constantemente el silencio que le rodea. Prefiere disfrutarlo. Y, de alguna forma, termina contagiándome ese sentimiento.

Durante la primera hora de nuestro viaje, apenas comenta nada más allá de lo que le pregunto. Y es que me explica absolutamente todo lo que le pido sin protestar, pero sé que no tiene ganas de hablar. De hecho, lo he observado varias veces —detenidamente— y en todas ellas lo he encontrado con el ceño ligeramente fruncido y la mirada clavada en el frente.

Opto por dejarlo tranquilo aunque sea solo por un ratito y girarme hacia la ventanilla.

Me gusta mucho ver el paisaje nevado. El bosque parece muy distinto, casi mágico. Los toques blancos brillan a la luz del sol, y los árboles se mecen harmoniosamente de lado a lado. Incluso los pocos animales que vemos, mayormente ovejas, pasean con copos de nieve pegados al lomo.

Cuando el bosque se termina, empiezan las montañas. Y no son de esas gigantes que sueles ver en los documentales, sino pequeños montes de tonos verdes y marrones coronados por ruinas de viejas fortalezas que han visto mejores tiempos. De algunas tan solo queda una torre, mientras que de unas pocas otras todavía podríamos ser capaces de atisbar su estructura original.

Apoyo el mentón en los brazos y lo miro, fascinada. Quiero preguntar, pero me he propuesto dejarlo tranquilo.

Vale, ¿a quién quiero engañar?

Hora de molestar.

—¿Eso eran castillos?

Él parpadea como si volviera a la realidad y sigue la dirección que le indico con un dedo pegado a la ventanilla. Vuelve a girarse hacia delante rápidamente, pero veo que las comisuras de sus labios luchan para no curvarse hacia arriba. Supongo que me he equivocado bastante.

Al parecer, antes yo era la sabelotodo que le incordiaba cuando no sabía algo, así que poder vengarse le causa grandes dosis de satisfacción.

Como debe ser.

—La mayoría eran torres de paso, posadas... Esta no es una zona de castillos.

—¿Por qué no?

—Es demasiado plana. Podrían organizar una emboscada desde cualquier punto. Por no hablar de lo vigilado que estaría... Braemar, en cambio, habría sido un buen sitio. Lo suficientemente oculto como para que nadie molestara, pero lo suficientemente alto como para controlar al enemigo. Toda esta zona era tan solo para caminos entre ciudades y los edificios sin mucho valor.

—Déjame adivinar... eso te lo ha contado Albert.

—Pues sí. Vivió esa época, así que me fio bastante de su opinión —añade con una sonrisa de medio lado—. A ver cuántos historiadores humanos pueden decir lo mismo.

Vuelvo a acomodarme en el asiento calentito y observo la carretera ante nosotros. Todavía nos espera un buen trecho de montañas, pero lo prefiero mil veces antes que la zona de ciudad. Hace tanto tiempo que no piso ninguna que no sé cómo voy a comportarme.

Después de todo lo que ha pasado, estar en una zona tan... humana... parece demasiado surrealista.

—Estoy nerviosa —admito en voz baja.

Foster me echa una ojeada curiosa.

—¿El contacto de Albert te pone nerviosa?

—No, salir de Braemar. Estar una zona donde solo haya humanos. Me siento como si ya no fuera a encajar.

El rey de las sombras #2Where stories live. Discover now