Capítulo 08

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SILVIA


El trayecto a casa fue en absoluto silencio, igual que la ida. No tenía ganas de hablar, tampoco podía. No dejaba de pensar en como había tenido la osadía de meter su pie entre mi falda, pero sobre todo en cómo yo había sido tan estúpida de no pararle los pies rápido, literalmente.

—¿Cuál es tu casa? —preguntó cuando estábamos cerca del lugar donde me recogió.

—Déjame aquí en el parque.

—Es tarde, prefiero asegurarme de que llegas bien a casa.

Por primera vez en el camino, le miré.

—No tengo quince años —repliqué enfadada.

—Pero eres una mujer. El peligro existe igual.

Su preocupación hizo que me conmoviera, aunque no tardó en difuminarse. Era un chantajista que adoraba molestarme y, sin embargo, se preocupaba de que alguien me hiciera algo. Muy poco creíble.

—Gira por aquí —indiqué—. Vivo en la paralela a la avenida.

Paró en un vado al lado de mi portal.

Fui a salir, pero bloqueó las puertas del coche.

—No tan deprisa.

—¿Eras tú el peligro del que me tenía que preocupar? —hablé con sarcasmo.

Esbozó una sonrisa. Odiaba que sus sonrisas fueran tan bonitas, sabiendo que era tan malo por dentro. Extendió su mano hacia mí y yo retrocedí en mi asiento de forma instintiva.

Soltó una risa, como si disfrutara de mi recelo.

—De mí no te tienes que preocupar. Yo no he venido a molestarte, he venido a liberarte.

En aquella ocasión, era yo quien se reía. Sonaba absurdo.

—Liberarme de qué.

—De las cadenas que te obligan a fingir que eres alguien que no eres.

Su mano terminó alcanzando la goma que retenía mi peinado, tiró de ella y después introdujo los dedos entre los huecos de mis mechones trenzados, deshaciéndolos. El cabello fue liberándose, quedando ondulado por haber tenido ese peinado tantas horas. Después, sus dedos se pasearon sobre él acariciándolo.

—Tienes un cabello muy suave —susurró.

Sus ojos me miraban fijamente. Cuando su mirada me analizaba de aquella manera, sentía intimidación y un misterio que me acababa atrayendo.

—Gracias.

Después fue a agarrar mis gafas, pero mis reflejos fueron rápidos y agarré su muñeca con fuerza para detenerle.

—Ni se te ocurra.

Las gafas eran sagradas.

Se liberó del agarre del cinturón y se inclinó hacia mí, colocando así su mano sobre mi rodilla. Ese tacto, tan mundano, hizo que mi piel se erizara.

—Me tengo que ir—dije.

Su rostro se acercaba a mí con lentitud.

—Quédate un poco.

—¿Para qué?

En aquel momento, enterró su nariz en mi cuello cubierto de cabello e inhaló fuerte. Otro escalofrío me recorrió, el cual se acentuó cuando su mano ascendió con sosiego por mi muslo, por el interior de mi falda.

Una parte de mí quería que parara, sabía que estaba mal por muchas razones. Pero la otra... La otra quería dejarse llevar, olvidarse de todo. Los mensajes que me estuvo enviando, provocativos, descarados y pasionales, aparecieron en mi mente como una ráfaga de viento, efímera, pero lo suficientemente intensa como para notarla.

—Para ver si eres cómo la chica con la que he estado hablando tanto tiempo.

Hablaba de RomanticKiller, mi álterego.

Sus dedos llegaron hasta mi ingle, sobre mis medias.

—Detente.

No esperaba que me hiciera caso, pero lo hizo.

—Está bien.

Me sentí decepcionada.

No obstante, de repente y sin esperarlo, volvió a introducir sus manos y con su dedo corazón palpó el centro de mi intimidad.

—¡Marc!

—¿Quieres que sigamos con mi juego? —En su tono de voz se podía distinguir lo que le divertía aquello.

Di que no, Silvia, di que no.

—Sí...

Notaba la cara tan caliente que no era capaz de pensar. No sabía si culpar al alcohol o a mi mal juicio.

Marc rompió mis medias, haciendo un agujero enorme en aquella zona. Después metió su dedo por dentro de mi ropa interior.

—Ya se nota, ya... Menuda guarra —declaró tocando mi clítoris.

Cerré los ojos con fuerza. Mi excitación iba en aumento y que me insultara no hacía más que gustarme más.

—No es verdad... —Ya había entrado en su juego.

—Claro que sí. Te mojas porque tu alumno te mete mano en su coche, en mitad de un bar... No tienes vergüenza.

Era verdad, no tenía vergüenza, pero me gustaba tanto que me lo dijera, que me dejara en evidencia. Lubricaba cada vez más y más mientras su dedo jugaba al ritmo perfecto con ese estímulo tan grande. Entonces lo bajó ligeramente para introducirse en mi vagina, mientras el pulgar continuaba estimulando esa zona. Para ese momento, yo ya había liberado mis jadeos, disfrutando de aquella inmoralidad.

Él parecía saber perfectamente lo que hacía, cómo tocar, qué ritmo llevar... También mi propia humillación y el hecho de estar en un auto aumentaba el placer que sentía.

No tardaría en llegar...

Sin embargo, apartó su mano de golpe, como si supiera que estaba a punto de alcanzar el clímax, y, acto seguido, quitó el seguro del coche.

—Ya te puedes ir.

Me quedé sin palabras.

—¿Qué?

Estaba tan cachonda que aquel corte de rollo me estaba molestando mucho.

—Estás jugando a mi juego... Y en mi juego yo mando. Yo decido cuando te puedes correr. Y no va a ser ahora en mi coche, o me vas a dejar el asiento hecho una porquería —se burló enarcando las cejas, esbozando esa sonrisa torcida tan despiadada que ponía.

Mi cara intensificó su rojez, pero más por la vergüenza que por otra cosa.

—Eres idiota.

—Esa boca —me regañó metiendo su dedo en ella para que lo lamiera.

¿Por qué cada cosa patética que me hacía me gustaba?

—Si te portas bien, te compensaré —añadió.

Traté de agarrar la poca dignidad que tenía serena y salí dando un portazo.

Mala MaestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora