Capítulo 06

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MARC


Llevaba un tiempo en que todo me aburría más de lo habitual. Por eso trataba de buscar divertimento en distintos lugares. En bares, discotecas y pubs; con una cerveza, un combinado o un vermut. En ocasiones, intoxicando mi cuerpo con tabaco, marihuana o, las noches más locas, cristal. Otras veces, entre las piernas de alguna compañera de clase, facultad o, simplemente, alguien que había conocido en una noche. Todas esas cosas, algunas más cuestionables que otras, eran divertidas, sí, pero cada vez se volvían más repetitivas y sin sabor.

Sin embargo, llevaba una semana de lo más interesante y la cosa iba en aumento. El primer encuentro con mi nueva profesora ya fue divertido. Ella tenía siempre una expresión seria, pero resultaba algo tierna y eso me parecía gracioso. Por eso no pude evitar hacerle ese dibujo, cada vez que su seriedad se veía amenazada por mis insolencias, mejor me lo pasaba. Y cuando ya estaba convencido de que iba a ser un gran año... Resultaba que aún tenía otro secreto guardado para mí. Me di cuenta hablando con ella, empecé a pensar en las casualidades y en las probabilidades. No tardó en aparecer en mi mente esos siete puntos que tuvo que darse en la frente por un accidente que tuvo.

Volví a experimentar la emoción. Había obtenido una nueva vocación, y esa era sacar su otro yo a relucir. Porque yo no había estado hablando durante un año con Silvia, profesora en la Facultad de Bellas Artes, no. Yo había estado hablando con RomanticKiller, una usuaria que compartía sus pinturas más íntimas, alguien que me había dejado claro que era una auténtica pervertida. ¿Pero se las daba de mujer seria e inquebrantable? ¡Venga ya! Aquello era demasiado bueno.

Probaría a ver hasta donde llega para desinhibirse, mientras se convencía de que aquello era parte de un juego y no lo hacía porque realmente quería... Pero yo sabría que no era así, porque ella misma me lo acabaría confesando. Iba a sacar a la masoquista que llevaba dentro.

Todo volvía a ser divertido.

Pasé a buscarla en coche, ella me esperaba bajo la luz de una farola, con un atuendo recatado. No era feo ni le quedaba mal, pero no solía quedar con chicas que vistieran así. En mi grupo llevaban camisetas de grupos de música, pantalones rotos y algún pendiente de más. Salvo Elisa, ella era el otro extremo del arcoíris. Silvia se reprimía hasta en la ropa, hasta los colores eran neutros.

No obstante, cuando montó en mi coche, pude percibir un olor a vainilla muy agradable. La miré de reojo y pude apreciar su perfil, tenía el ceño tenso y mantenía la mirada lejos de mí, aunque la tenía más estilizada. El ligero flequillo tapaba su cicatriz. Estaba molesta y quería que me enterara... Y lo sentía por ella, de verdad, pero simplemente necesitaba molestarla. Quería ver hasta donde aguantaba con esa imagen.

En aquellos momentos estaba sentada frente a mí, con una expresión curiosa.

—Dime en qué consistiría y qué gano yo.

—Ya te lo he dicho. Un juego.

—Pero, ¿a qué jugaría?

—Es sorpresa, si no no sería divertido. Ya estarías preparada.

—¿Y cómo pretendes que acepte algo así?

Me encantaba su cara enfadada.

—Creía que ya habías aceptado. Además, si ganas tú, no solo borraré las fotos, sino que además podrás pedirme lo que quiera.

—¿Lo que quiera?

—Sí.

Vi como la dirección de su mirada se perdía en alguna parte. No sabía qué debía estar pensando, pero me moría de ganas de saberlo.

—Acepto.

Extendió su mano para que cerráramos el trato de manera formal.

—Pareces mucho más receptiva que el otro día —comenté apretando su mano y sin poder borrar aquella sonrisa de satisfacción.

—Así es, porque no me intimidas.

Fue a liberarse de mi mano, pero yo hice más fuerte mi agarre. En seguida pude notar como su cuerpo se tensaba y miraba a todas las direcciones nerviosa.

—Suéltame.

—Tienes unas manos muy suaves.

—Suéltame —repitió.

—Estás en el primer reto.

Su cara cambió de golpe. No mejoró.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Quiero que me vuelvas a explicar lo que querías que hicieramos para el próximo día. Y mientras lo haces, puedo tocarte —acaricié su dorsco con mi pulgar—. Y tú no tienes que parar.

Me acordaba de sobra. Era buscar dos tonterías en internet, pero me apetecía escuchárselo decir.

—Es extraño —dijo.

—Sí, pero es muy fácil. Apenas tienes que decir demasiado.

Parecía convencida. Ya no se quejaba de mi mano sosteniendo la suya.

Entonces, cuando comenzó a hacer un breve repaso de la clase anterior, levanté mi pierna y la colé entre su falda. Se había descruzado las piernas y fue fácil acceder. Ella notó ese acercamiento y le cambió la expresión de la cara, pero continuó hablando. Con cuidado, acerqué la punta de mi zapato a su entrepierna y supe que había acertado cuando dio un brinco y comenzó a sonrojarse.

Mi roce con su intimidad era muy superficial, movía ligeramente mi extremidad para que notara una torpe y ciega caricia que se repetía una y otra vez. Su semblante estaba cohibido y sus dedos se aferraron a mi mano.

—¿Qué haces...? —preguntó con torpeza.

—Termina de explicarme —dije, sin detenerme en el movimiento.

Ella temblaba ligeramente. Era sorprendente como reaccionaba a mi acercamiento, estaba seguro de que no era para tanto, pero a ella no le excitaba mi técnica, que desde luego era muy poca de esta manera, le gustaba el estar allí en medio de un bar. Su mirada cambiaba constantemente en dirección a los pocos presentes que había.

—Deberías intentar disimular, la gente podría ver esa expresión tan indecente que estás haciendo.

En aquellos momentos, escuché la puerta tras de mí abrirse y el rostro de Silvia se desencajó del susto. 



***

Tengo calores. 

Mala MaestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora