Capítulo 13

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SILVIA


Tan solo quedaban tres días para que Fran llegara de visita. Iba a venir en el puente de noviembre, por el día de Todos los Santos, pero a causa de un compromiso decidió adelantar la visita una semana. Cuanto más cerca estaba la fecha, más ganas tenía de verle. Mi corazón latía como el de una colegiala que iba a enfrentarse a su primera cita. Hacía tiempo que no sentía esa emoción con mi prometido.

No había dado pie a que se produjera ni un solo acercamiento más entre Marc y yo. Ni un mensaje, ni una palabra en clase... Evitaba a toda costa cualquier situación de tensión que se pudiera producir entre nosotros. Él tampoco me insistió mucho, por lo que fue fácil. Me sorprendió que no amenazara de nuevo con esas fotografías que tenía mías por ser una completa incauta.

Lavé aquel vibrador del demonio y lo guardé en su caja, al fondo de mi cajón de la mesita de noche. Sin mando, no lo iba a usar más. Pensé en devolvérselo a aquel descarado, pero temía que usara aquello como excusa para molestarme de nuevo.

Creía que aquella semana también acabaría sin ningún percance y que podía dar la bienvenida a un fin de semana lleno de amor, sin preocupaciones, pero, para mi desdicha, tuve que toparme de bruces con Marc a la salida de la universidad.

—¡Ay! —me quejé, frotándome la nariz.

—Disculpa.

Su perfume se filtró al instante. No me hizo falta apartar la mano de mi cara para saber que se trataba de él.

—No es nada —dije mirando a un lado, evitando que mis ojos se posaran en su cara.

—Me he dejado unas cosas en clase —comentó y, cuando pasó por mi lado, añadió—: Que tengas buen fin de semana.

Yo me quedé parada allí unos segundos. No entendía bien la sensación que recorría mi cuerpo, pero tenía un sabor similar a la decepción.


*

Fui a buscar a Fran esa misma tarde a la estación de tren. Mis pulsaciones estaban tan alteradas que cuando lo vi saliendo del edificio tuve que correr hacia él para abrazarle. Sus firmes brazos agarrando mi cuerpo, mi cara contra su cuello... Era esa la sensación que tanto añoraba. Su cariño y su calor.

Y pensar que estuve a punto de perder algo tan simple y maravilloso como esto.

No iba a permitirlo. Aquello no iba a ir a más.

—Hola, pequeña.

—¡Hola! —exclamé eufórica, antes de que mis piernas comenzaran a temblar y mis ojos estuvieran a punto de humedecerse.

Llevaba puesta una camiseta negra, de esas básicas de algodón que tan bien se le ajustaban al cuerpo. Se había perfilado la barba y sus ojos avellana me transmitían seguridad.

—¿Estás llorando? ¡Venga, mujer! Que he venido a verte. Se supone que deberías estar contenta.

Esbocé una sonrisa, frotándome los ojos con los nudillos.

—Y lo estoy, pero te echaba mucho de menos.

Dejó descansar un suave beso en mi frente.

—Yo también te he echado de menos.

Fuimos en metro hasta mi barrio y dejamos las maletas en el apartamento. Decidimos pedir algo y ver una película en casa. Él estaba cansado por el viaje y teníamos tantas ganas de estar pegados el uno al otro que no queríamos salir de casa.

Mala MaestraOù les histoires vivent. Découvrez maintenant