Capítulo 04

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SILVIA


Hasta dos días después, no me tocó enfrentarme de nuevo a la clase de Marc. Aquella materia la impartía los lunes y los jueves, por fortuna, pocas horas a la semana tendría que verle en público. Además, tampoco me encontré con él por las zonas comunes de la facultad.

Todavía no podía creer que aquello estuviera pasando. ¿Qué probabilidades había, con lo grande que era el mundo, de que el chico con el que tenía un tonteo anónimo en la red resultara ser mi alumno? Lo que me llevaba a otra cuestión... ¡Era un niñato! Vale que yo tenía 29 años, y según su expediente él tenía 22, pero aun así sentía que eran años de por medio y que había estado tonteando con un crío.

La única razón por la que me dejé llevar por ese juego en internet, fue porque tenía la certeza de que jamás pasaría de ahí. Él nunca sabría más de mí que lo que yo le hubiera permitido y viceversa. Pero sobre todo, nunca jamás, bajo ningún concepto, nos veríamos en persona.

No pude sacármelo de la cabeza en esos días. Por supuesto, tampoco entré en la aplicación.

Cuando entré a su clase, lo hice con la serenidad que siempre trataba mantener. Llevaba una falda gris hasta los pies y un suéter fino color ocre. Mi cabello recogido en un moño alto. Dejé mis cosas sobre la mesa y miré en dirección a los alumnos. Hice lo posible para que no se notara lo nerviosa que estaba y por no mirar hacia Marc, pero acabé haciéndolo. La aparté rápido cuando comprobé que él me miraba a mí.

Decidí retomar la clase por donde la dejé la última vez. Todos se levantaron y se aproximaron a la zona de los corchos, donde se encontraban colgados los trabajos que fuimos comentando el otro día. Marc se aproximó a mí y me extendió una lámina.

—Tenga.

Por un momento me paralicé. Me fijé en las manos que lo sujetaban, eran grandes y bonitas a pesar de que tuviera las uñas mordidas. Varios anillos decoraban sus dedos. Sin duda eran esas manos que tantas veces había visto en fotografías.

—¿Todo bien? —preguntó y entonces volví de un golpe a la realidad.

Tomé la lámina rápidamente.

—Gracias.

Él se colocó al lado de sus compañeros y yo miré con cierto temor la actividad que le ordené que repitiera debido a su contenido explícito. Sentí un gran alivio cuando comprobé que era un mero dibujo de un gato durmiendo en una posición graciosa. Se me escapó una sonrisa que al instante disimulé.

La clase transcurrió con normalidad, terminando de conocer el aparente estilo de mis alumnos y cómo manejaban el grafito. Había cosas muy interesantes y prometedoras. Los nervios que pudiera haber tenido en un primer instante se esfumaron por completo. Para mi sorpresa, Marc estaba actuando de forma educada como el resto.

Por un momento creí que había comprendido que no quería volver a mantener ese tipo de contacto con él al no volver a responder sus mensajes.

Qué ilusa fui.

Una vez finalizada la clase, mientras caminaba por el pasillo segundos después de haber salido de aquella aula, Marc vino tras de mí.

—Espere, maestra.

Sentí un escalofrío al oír su voz tras de mí, pero no me detuve.

—Necesito hablar con usted —insistió.

—¿Es algo de la asignatura? —dije sin detenerme, mirando al frente.

—Es sobre esto.

Colocó la pantalla de su teléfono delante de mi cara. Palidecí cuando en ella se veía una foto mía semidesnuda en una posición completamente vejatoria, no se me terminaba de ver la cara. Me detuve en seco y miré a mi alrededor.

—¿Se puede saber qué haces?

—Vamos a un lugar donde podamos hablar más calmadamente.

—Ese lugar no existe. Estamos en la facultad.

—Claro que sí, sígueme.

Dudé, pero lo hice. Me llevó a la última planta y anduvo por uno de los pasillos que peor iluminados estaban. Tenía un aspecto un tanto aterrador y había una puerta al fondo que, si dejaba volar mi imaginación, me imaginaba la guarida de un asesino en serie. Para variar, era hasta aquella estancia donde quería llegar. La abrió y me dejó pasar primero.

Estaba llena de estanterías, repletas de carpetas, algunos bustos al fondo, materiales, caballetes... Apenas entraba luz de una pequeña ventana.

—Funciona como un almacén —explicó cerrando tras de sí—. A veces, cuando me quiero esconder de la gente, vengo aquí.

—Pues no deberías. Es un aula para uso del centro.

Arrugó la frente y luego se rio.

—No esperaba que tuvieras esta faceta tan repelente.

Aparté la mirada.

—Borra esas fotos —espeté.

—No va a ser tan fácil.

Su respuesta me molestó.

—¿Qué pretendes?

—Obtener algo a cambio.

De haber abierto más la boca, mi mandíbula hubiera rozado el suelo. No daba crédito a lo que oía.

—¿Me estás chantajeando?

—No, un chantaje no, mujer. Eso suena muy mal. Más bien he creído que sería divertido jugar a un juego.

—Si te pido que borres unas fotos y te niegas diciéndome que quieres algo a cambio, eso se llama chantaje —repliqué, seria.

Soltó una carcajada y me empujó contra una de las estanterías. Una figura de cerámica se tambaleó. Su mirada se había vuelto letal.

—Chantaje sería decirte que puedo imprimir las conversaciones, las fotos, compartirlas por todo el centro y hacer que te despidan.

La rabia me azotaba cada vez más fuerte, pero me negaba a exteriorizarla. Debía actuar de manera fría.

—No me das miedo. Si quieres hacer eso, adelante, pero no voy a ceder ante nada. Además, no se ve mi cara, no puedes demostrar que soy yo.

Acercó su rostro al mío y me mostró una sonrisa de suficiencia.

—¿Y si digo que podría enterarse tu novio? Estoy convencido de que él conoce ese cuerpo y tu lencería a la perfección, pero que ignora lo que te gusta que te digan y cuáles son esas fantasías sexuales que tantas veces has compartido conmigo.

Mi corazón se detuvo en seco. Nunca le hablé de mi pareja.

—No tengo novio.

—Ah, ¿no? ¿Y quién es el tipo de tu fondo de pantalla?

Maldición. Debió haberse fijado el otro día.

—No es asunto tuyo.

—Bueno, querida maestra... Te doy hasta el domingo para que pienses en ello. Si no recibo respuesta, enviaré todo a dirección.

Antes de que saliera del aula, hablé.

—Espera. —Se volteó para mirarme—. ¿Cómo supiste que era yo?

—Tu cicatriz de la frente. Me fijé en ella en los lavabos. Cuando me hablaste del accidente, me dijiste que te dieron puntos ahí. Y cuando ya dijiste que eras profesora... Até cabos.

Después de eso, se marchó. 

Mala MaestraWhere stories live. Discover now