Capítulo 18 : Solo quiero decirle lo siento.

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Quise entretenerme rellenado algunos datos en las historias de tres pacientes nuevos frente a mi ordenador.

Necesitaba no pensar, no quería saber que estaría pasando en ese despacho entre Sonia y Julia. Dios... ¿Por qué habría sido tan cobarde? ¿por qué mentí desde el principio?

El sonido de unos nudillos contra la puerta me alejaron de mis pensamientos. Que fuera Julia, que fuera Julia...
Sonia abrió la puerta y no pude disimilar una mueca de desilusión.

− ¿Estás ocupado?- dijo mientras se acercaba a la mesa haciendo sonar sus tacones contra las baldosas.
− No, no, dime.
− Ya tengo usuario. Así que si quieres puedo encargarme de revisar esas historias que me decías.
− Ah si claro - estaba nervioso y me costaba hasta tragar, tendría que aprender a controlar la nueva situación - Toma - le dije tendiéndole una carpeta que contenía un montón de documentación y pruebas diagnósticas.
− Gracias, lo miro ahora y te digo - y se fue caminando hacia la puerta abrazada la carpeta, con una sonrisa infantil que hacía mucho tiempo no le veía, o nunca le había visto, no sé.
− Sonia - le dije antes de que cerrara mi puerta - ¿Puedes decirle a Julia que venga?
− Ah, es verdad, perdona. Ya se me olvidaba. Me hizo el usuario y se fue. Dijo que se encontraba mal, que me disculpara contigo de su parte. La verdad es que no tenía buena cara la pobre. - y se fue cerrando la puerta con suavidad.

¿Se encontraba mal? ¿tenía mala cara? No... si de verdad le hubiera pasado eso, no habría mandado a Sonia a decírmelo, ella hubiera venido a hablar conmigo. Un nudo muy grande me encogió todo el estomago. Algo había pasado, conocía a Julia lo bastante para saber que esa reacción no era normal en ella.

Pensé en hablar con Sonia, pero dudé que me dijera nada en concreto, y solo quería verla, hablar con ella. No podía perderla, ahora no, ahora que ya sabía que era lo que sentía, ahora que deseaba decirle que me había enamorado como un loco de ella. No, necesito que me diga que todo esta bien.

Colgué mi bata en la percha y cogí la cartera y el móvil, tenía que ir a buscarla. Sonia dijo que se había ido a casa. Necesitaba explicárselo todo.

Caminé por las calles con prisa, con una angustia que me apretaba el pecho y sobre todo con miedo. Miedo a perderlo todo, miedo a perderla a ella.

No noté que había ido casi corriendo hasta que, delante de su portal, con la respiración agitada, miré mi reloj y comprobé que hacía menos de diez minutos que había salido la clínica (normalmente tardaba más del doble en llegar a su casa a mi paso normal).

Una de sus vecinas salía con su hija justo en ese momento y aproveche para entrar, quería verla ya. La ansiedad me mataba. Llame el ascensor pero, no sé si sería por el estado en el que me encontraba, me pareció que tardaba demasiado y opté por las escaleras.

Casi quemo el timbre, llamé una, dos... y así hasta más de diez veces, pero no estaba en casa, o peor todavía no me quería abrir la puerta.
La llamé como un acosador un montón de veces, pero solo conseguía escuchar a su contestador automático. Y los whatsapp tampoco obtenían contestación.

Después de más de veinte minutos plantado delante de la puerta de su apartamento, bajé a la calle, necesitaba que me diera el aire y pensar que haría para hablar con ella. Esta vez si que esperé por el ascensor, y tras las puertas apareció una señora muy mayor con su perro, un pequinés que me miraba con cara de pocos amigos.

− ¿Un mal día?- me preguntó al mujer con una sonrisa, que me recordó a mi abuela (que en paz descanse).
− Bueno, creo que todavía se puede poner peor.
− Dios aprieta pero no ahoga hijo, hazle caso a esta vieja que sabe de lo que habla.- le respondí con una sonrisa cómplice. Sin conocerla de nada emanaba una amabilidad que hacía que la situación me resultara un poco más cómoda.

Cuando el ascensor llegó al bajo, deje pasar a la señora y a su mascota primero y antes de despedirme de ella, se me encendió la bombilla. Julia era muy sociable y la señora parecía muy amable, así que era probable que tuviera una buena relación con su vecina, y esta me pusiera ayudar a saber si Julia no estaba en casa, o el problema era que no me quería abrir la puerta.

− Perdone, no quiero molestarla, pero sabría decirme si ¿Julia, la chica del tercero A, habrá llegado a casa ya?- me sonrío y dejando a su perro tras ella se acercó a mi lentamente.
− ¿No vienes ahora de su piso?
− Sí pero... he llamado un montón de veces y parece que no hay nadie.
− Entonces es que no estará en casa, si estuviera no creo que tuviera muchos motivos para no abrirle a un mozo como tú.
− Bueno... - meti mis amnos en los bolsillos del pantalón y baje la mirada al suelo, me sentía un adolescente perdido.
− Ya veo. Mira muchacho, no puedo asegurartelo, pero es bastante probable que aún no haya llegado. Julia es una niña entrañable. Yo hace más de cuatro años que estoy viuda y sufro de vértigo. La conozco desde que era un bebé de cochecito, y en cuanto enviude, Julia cogió al costumbre de venir a verme todas las mañanas, de la que sale de trabajar, y si hoy por el motivo que fuera, hubiera venido primero, estoy segura de que pasaría por mi casa, y yo aún no la he visto.

Me quedé embobado mirando a la anciana que me observaba con una mirada dulce pero llena de curiosidad.
− Muchas gracias, y perdone por molestarla. La esperaré aquí frente al portal. Tarde o temprano tendrá que volver a casa.
− No es molestia chiquillo, y me parece una idea excelente. Y si por cualquier cosa, cuando venga de mi compra, Julia no hubiera llegado te invito a un café con bizcocho. No soy ella pero puedo hacerte la espera más amena. - no lo pude evitar y me reí con ganas, esta mujer era única. No me extraña que Julia le tuviera cariño.
− Por cierto- le dije antes de que se fuera - Me llamo Aitor.
− Encantada Aitor, yo soy Aurora.

Aurora se fue, y yo me acomode en el escalón de la entrada del portal, el sol me daba en la cara, pero estaba tan preocupado que ni me molestaba. Solo quería que llegara, solo quería decirle, lo siento.

Todo pero NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora