P2: Capítulo 26

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Tardé horas en acabar de lavar la ropa. Había pasado tanto rato bajo el sol que mi ropa se había secado por completo. Tenía las manos resentidas de tanto fregar, y ni siquiera había logrado que las manchas de barro desaparecieran. Con ayuda de Castiel, llevamos toda la ropa mojada —que ahora pesaba el triple— hasta la casa de Dakoda. Sin embargo, cuando me abrieron la puerta, el abuelo me recibió echando humos:

—¡Ah, con qué eres tú! ¡¿Tienes idea de la hora que es, chamaca?!

—¿Pasado el mediodía? —pregunté avergonzada.

—Se suponía que estarías antes del mediodía para cubrir nuestra ausencia y ayudar con la comida de Dakoda.

Tragué saliva. Había olvidado por completo la petición de Viridiana y estaba claro que los señores acababan de llegar, notando mi ausencia, a la vez que la ausencia del plato de comida que había prometido. A pesar de mi esfuerzo, había salido todo mal.

—¡Y no vas a decir nada!

—¿Dakoda ya se fue?

—No, no se ha ido —suspiró el viejo, mostrándose menos altivo—. Mira, es probable que mi esposa hubiera cubierto la situación, de haber podido venir conmigo, pero tuvo que quedarse y yo soy un inútil con la cocina, ¿podrías ayudarme?

Quise decirle que seguro su inutilidad culinaria era inferior a la mía, pero no me atreví a decepcionar a mi hospedador, que por primera vez mostró una buena actitud.

—No se preocupe, cumpliré mi palabra.

Di un paso hacia adelante para poder entrar. Sin embargo el abuelo no se movió, impidiéndome el paso.

—¿Adónde crees que vas? —Me abordó—. Primero, tienes que colgar esa ropa en el tendedero que está detrás de la casa. ¿Pensabas dejarla en bolsas?

Me sentí estúpida. Había sido una tonta por creer que ese hombre podía ser amable.

—No, por supuesto que no —rechacé, fingiendo una sonrisa—. Ahora lo hago, señor.

Avergonzada, me dirigí a la parte posterior de la casa, seguida de cerca por Castiel. Cuatro troncos enterrados en la tierra, unidos por una gruesa soga, constituían un improvisado colgador para la ropa.

—¿Estás bien? —preguntó Castiel, tomando algunas prendas para ayudarme.

Pude haberme mostrado sorprendida por su solidaridad, pero estaba cansada incluso para bromear.

—Estoy exhausta.

La verdad es que, más que exhausta, estaba frustrada. Tenía la sensación de estar atrapada en una situación incoherente en la que cualquiera de mis avances era disminuido.

Para empeorar, luego de todo mi esfuerzo lavando, tendría que cocinar. Lo que era desafortunado para quien tuviera que comer.

En la Tierra, era mi madre la que solía cocinar para nosotros. A veces la ayudaba con platos sencillos o acciones simples como pelar papas, fijarme en que la leche no se subiera al hervir y voltear una carne. Sin embargo, más allá de eso, mi nivel culinario era mínimo.

Cuando llegaba tarde del hospital, solía prepararme un sándwich y, en casos extremos, huevos revueltos, que jamás me quedaban tan buenos como me gustaría. Dudaba que esos alimentos fueran de agrado para Dakoda y, por otra parte, no tenía ni la menor idea de en qué consistía la dieta de los lobos. Aunque, por lo visto en la fogata, de seguro eran carnívoros.

Sobraba decir que nunca había hecho una carne desde cero en mi vida, claro. No obstante, me dije que no podría ser tan complejo.

Terminé de colgar la ropa con Castiel, quién, después de mi admisión, se mantuvo callado. Pero tuvimos que separarnos a mi retorno a la casa, porque no era una opción que lo admitieran conmigo.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Where stories live. Discover now