CAPÍTULO 26 (reescrito)

55.6K 5.1K 1.5K
                                    


Mierda

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mierda.

¿Qué narices estaba haciendo?

Tenía que volver allí y afrontar la situación. ¿Acaso no llevaba molesta un tiempo porque me hubiesen ocultado la verdad? ¿Acaso no quería saberlo todo?

¿No quería...?

Apreté los puños y aceleré el paso hacia casa.

Había tomado la decisión de huir y eso haría.

Huiría de mis problemas, por muy mal que eso estuviese.

Mierda.

Era demasiado para soportar.

En realidad, sí sabía que no era para tanto. Había gente con problemas peores, ¿verdad? Y a juzgar por la expresión de mi profesor, él tampoco...

Él tampoco sabía...

Entonces, ¿por qué huía?

Porque nunca fui una persona capaz de enfrenar los problemas.

Cuando descubrí la verdad no pude enfrentar a mi madre, y ahora tampoco era capaz.

Huía, como una cobarde, siempre.

Como si dejarlo para mi yo futura fuese a hacer las cosas más fáciles, cuando sabía perfectamente que no era así.

Sin embargo, cuando tomé el metro para regresar a casa y buscar a Keith, como había pensado en un principio, me encontré a mí misma, o más bien a mis pies, siguiendo una dirección completamente distinta.

Ignoré mi teléfono móvil, con llamadas entrantes de mi madre cada pocos segundos. Solamente lo tomé un momento para mandarle un mensaje diciéndole que necesitaba tiempo, para que no se preocupase o pensase que estaba cometiendo alguna idiotez, y seguí la trayectoria que mi intuición me estaba marcando.

Iría donde sentía que necesitaba ir.

Y cuando llegué a la facultad, con el imponente edificio de piedra de principios del siglo veinte, me quedé parada como una estatua ante él.

Los cientos de estudiantes que salían de sus clases en aquel momento inundaban los jardines y las inmediaciones, ajenos a cómo yo, una chica de apenas casi diecisiete años, veía con ojos vidriosos la fachada.

¿Cuándo mi vida había tomado un giro como ese? Hacía nada era una estudiante de instituto normal, con un futuro normal y una vida más normal todavía.

Ahora, veía chicos invisibles. Mi padre no era mi verdadero padre. Y resultaba que el profesor de arte sí.

¿Y si quizás necesitaba estar encerrada?

—¡Lauren!

El grito de una voz conocida llamándome captó mi atención. Cuando alcé los ojos, a lo lejos encontré a mi padre corriendo hacia mí.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora