Capítulo 16

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—Como te des la vuelta, te mato

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—Como te des la vuelta, te mato.

Escuché a Keith riéndose, pero aún así se mantuvo con el cuerpo completamente girado mientras yo salía de detrás de la cortina de la ducha y agarraba una toalla para secarme.

Mis padres todavía seguían en casa y yo tenía una cita para la que necesitaba prepararme. Y Keith, aunque solamente iba a acompañarme de forma invisible, también tenía que ducharse. Cabía la posibilidad de que mis padres no se percatasen de que el agua del baño corría aunque ninguno de nosotros estuviese dentro... y también la posibilidad de que sí.

Mejor no arriesgarse.

Alguna vez estuvieron a punto de atrapar a Keith porque había ido al baño solo (no pensaba acompañarle a ver cómo hacía sus necesidades). Pensaban que era yo, pero luego me veían en la sala y se preguntaban por qué la puerta estaba atascada, o por qué la cisterna no dejaba de sonar.

—Keith, va en serio.

Para él era fácil. Se había duchado el primero y yo había cumplido a rajatabla y mi promesa de no mirar. Sin embargo pude ver su cabeza girarse unos centímetros mientas me metía tras la cortina cuando fue mi turno, y eso no me dio seguridad.

—Lo sé —replicó.

Gruñí, más para mí que para él. En realidad, no tenía razones para desconfiar. ¡Era mi amigo!

Sin embargo, tampoco las tenía para confiar.

Después de aquel beso me quedó muy claro que era un ligón. Y tras la forma en que me abrazaba por las noches, que era de ese tipo de ligones que ni siquiera se daba cuenta de que lo eran. El tipo más peligroso de todos.

El que te hacía soñar y desearlos por las noches, pero que luego actuaban como si no se diesen cuenta.

—Más te vale —añadí.

Me sequé bien detrás de la cortina con la toalla y el grifo apagado, y después me envolví en ella, sin más remedio que salir de la ducha fría. Quería darme un poco al pelo con el secador, echar aceite de almendras a las piernas y luego perderme dentro del armario de la habitación mientras decidía que vestido me quedaba mejor y a la par era cómodo para una cita en el cine.

Keith estaba mirándose al espejo para colocarse el pelo que caía sobre su frente de forma asimétrica, y aproveché para agarrar el bote de aceite. Nuestra cadera se rozó, pero él solamente sonrió mientras me alejaba y empezaba a embadurnarme las manos para después pasarlas por mi piel.

—Si necesitas ayuda, solo dime —escuché después de un rato, cuando había llegado a la altura del muslo.

Al girarme, me encontré con sus ojos mirándome de refilón.

—¡Te dije que no te dieses la vuelta! —Exclamé.

Acto seguido me arrepentí, por si mi madre me había escuchado, pero por suerte parecía que no había sido así.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora