Percepciones

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Por TaliMau

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Por TaliMau

La señora Ofelia poseía algo que muchos le envidiaban: buen olfato, buen gusto y, sobre todo, paciencia. Estas cualidades le habían permitido convertirse en una muy buena cocinera. Llevaba más de veinte años manteniendo aquella reputación impecable y hubiera sido parte de un buen negocio si su esposo se lo hubiera permitido. No obstante, a él le gustaba jactarse de ser el único proveedor de la familia.

La mujer acababa de terminar de preparar el desayuno, por lo que corrió a preparar la mesa. Eran una familia numerosa, sus cinco hijos despertarían en cualquier minuto y su esposo llegaría con el diario. A ella le gustaba tener la mesa lista y servida, ya que era la única hora del día en donde podían verse las caras. Luego cada miembro de la familia salía de casa, dejándola sola e inmersa en el sopor de la rutina.

El primero que apareció por el comedor no fue su esposo ni sus hijos, sino el cocker spaniel, que estaba con la familia desde que sus niños nacieron. Este se echó a sus pies cuando, cansada de estar parada, se sentó a esperar. Su familia no tardaría en aparecer, siempre lo hacía más o menos a la misma hora.

El perro parecía dormido, sin embargo, estaba atento a cualquier sonido proveniente de la mesa que componía su techo. Esperaba su propio desayuno. De vez en cuando estiraba su lengua para alcanzar cualquier pedacito de pan que cayera desde el delantal de su dueña, pero era en vano, ya que esta seguía esperando.

El desayuno olía muy bien y pronto despertaría a los niños hambrientos. Aguzó el oído, no obstante en el piso de arriba aún no se oía ningún sonido. De pronto, oyó uno más cerca, era la puerta al abrirse y cerrarse con fuerza. Su esposo había llegado a casa, luego de ir a comprar el diario. Entró en el comedor y largó el diario en la mesa. Por un momento, la mujer pensó que iba a volcar el florero, pero pasó de largo y fue a aterrizar en el plato de su hija mayor.

El hombre era alto y huesudo, con poco cabello en la coronilla. Miró a su mujer y gruñó un saludo. Como de costumbre, hizo el mismo comentario:

—¿Por qué hay tantos platos en la mesa? ¿Vienen visitas?

—No, estoy esperando a que se levanten los niños.

El viejo largó un suspiro y se sentó en su lugar, sus ojos se dirigieron a su esposa.

—Huele bien...

—Gracias —replicó con una sonrisa.

Hubo un breve silencio.

—¿Y bien?

—¿Qué?

—¿No vas a servirme?

—No, hay que esperar a los niños. ¿No puedes esperar ni cinco minutos? Mejor dicho, dos minutos... ya casi los oigo.

El hombre largó otro suspiro, esta vez de fastidio. Siempre tenían la misma discusión, día tras día, tras día. Miró por la ventana a un pájaro que se había posado sobre la rama del naranjo. Estaba cansado y hambriento. Casi no recordaba cuándo el desayuno se había convertido en una espera perpetua. Los niños se habían transformado en la pequeña obsesión de su mujer. No comprendía el por qué, ni siquiera la consulta a un conocido doctor le había ayudado a entender.

Antología: Érase una vez una estrellaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon