Entre libros y café

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Por: matiaszitterkopf

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Por: matiaszitterkopf

Soy Matías, tengo 35 años, escribo libros con seres paranormales, amo los libros, Harry Potter y el idioma inglés.

*

Esa tarde, como tantas otras durante casi un año, Alex se sentó junto al gran ventanal de su cafetería favorita. Era un pintoresco edificio pequeño con una fachada de ladrillos a la vista y una puerta roja. Observó su reflejo en el cristal y sonrió ante la imagen que le devolvía. Amaba su gorrito gris de lana con un pompón encima. Se lo había tejido su abuela hacía tiempo y le tenía mucho cariño, incluso cuando algunas puntas de la lana se estaban saliendo de su lugar. Un poco de cabello castaño aparecía sobre su frente. Era otoño y él amaba esa estación. No solo por las grandes hojas amarillas que caían sobre la acera como estrellas para formar mullidas alfombras, sino también por esos días más frescos cuando podía usar bufandas y algún saco calentito.

El muchacho abrió su laptop negra sobre la mesa de madera y se dispuso a escribir una escena para su nuevo libro. Venía trabajando en la idea hacía varios días y le estaba costando un poco. Tenía que escribir el encuentro entre los dos personajes principales que terminarían siendo pareja, pero no sabía cómo hacerlo. ¿Cuál era el mejor lugar para conocer a alguien? ¿Qué experiencia tenía él en eso si su relación anterior había fracasado? Y también había sido la única en su vida. Era un chico de veinticinco años que siempre escribía en la misma cafetería de la ciudad. Tal vez era por el delicioso café que allí vendían o por lo acogedor que le resultaba el sitio. En las paredes había estanterías con plantitas verdes y libros que no se había atrevido a curiosear. Además, una guirnalda de lámparas blancas colgaba desde el techo creando un ambiente mágico. Aunque había una mejor razón para visitar el lugar si debía ser honesto consigo mismo. Y la razón se hizo presente, materializándose junto a él como un fantasma hecho de humo y olor a pastel. Él estaba vistiendo un delantal rojo. Era alto, llevaba su cabello negro revuelto y usaba unos anteojos cuadrados de marco negro y grueso. Tenía un lunar en su mejilla derecha y a Alex siempre le había parecido adorable. Pero no conocía nada más acerca de él y tampoco sabía si le gustaban los chicos. Aunque él había quedado tan roto con su experiencia anterior que ya no tenía en claro cómo se debía coquetear o entender señales.

—Por aquí ya sabemos lo que vas a pedir, así que cuando te vi entrar, decidí arriesgarme y prepararlo —dijo Manu. Eso era lo único que sabía sobre él porque llevaba su nombre escrito en hilo blanco en el área del pecho del delantal. Otra cosa que sí sabía era que siempre sonreía. Si afuera había sol o llovía torrencialmente, el chico siempre estaba sonriendo. Bueno, sabía dos cosas en verdad.

—Gracias. Soy bastante estructurado por lo visto —atinó a decir Alex y lo miró al rostro solo un segundo. Sus ojos eran tan negros como el café que iba a beber esa tarde.

—Bueno, has pedido lo mismo en mucho tiempo. El resto es un regalo de la casa por ser tan buen cliente y venir todos los días —comentó el moreno y le dejó una bandeja con una enorme taza azul que desprendía vapor y un platito delicado con una gran porción de torta de chocolate. Todo olía y se veía delicioso.

—Muchas gracias...

Eso fue lo único que logró decir. ¿Cómo se suponía que debía entender eso? Si bien era el único cliente a esa hora y podían darle una atención a cualquiera, ¿por qué luego de un año Manu se mostraba tan amable? Sacudió su cabeza y le dio un buen sorbo al café. Estaba delicioso, pero la torta mucho más. Movió sus dedos sobre el teclado sin éxito, solo para hacer ruido. No sabía cómo hacer para que los personajes se conocieran y entablaran una conversación espontánea. Así que se la pasó bebiendo y comiendo sin poder lograr su objetivo. Se dio cuenta de que la taza estaba vacía, pero de todas maneras la sujetaba entre las manos porque estaba tibia y eso sentía bien al tacto. Era una sensación muy agradable. Algo llamó su atención de repente. Había un papel cuadrado de color amarillo pegado bajo la taza y decía: "Oye, hermoso, ¿vas a esperar otro año o me vas a invitar a salir?"

—¿Qué demonios? —susurró, leyendo mil veces el mensaje sin poder entenderlo. Levemente, torció su rostro hacia la barra y notó que el barista le sonreía.

—¿Sucede algo? —cuestionó él, mirándolo fijamente a los ojos, dejando un libro a medio leer sobre el mostrador.

—No es nada... —respondió Alex acomodando el poco cabello que aparecía bajo su gorra de lana.

—El mensaje es para ti... —comentó Manu soltando una carcajada—. O pensaste que le doy torta de chocolate gratis a cualquiera.

—Yo... No sé qué decir... —dijo el otro tragando fuerte. ¿Era aquello parte de su imaginación que por fin había decidido despertarse?

—Entonces solo di que sí, que me invitarás a salir o mejor, que aceptarás mi invitación a salir.

—Sí... acepto —sonrió, tomando coraje y cerró la laptop para guardarla en su bolso. Decían que vida había solo una—. Te espero afuera.

En la acera y con hojas secas cayendo sobre su cabeza, vcómoomo Manu colgaba su delantal en la pared, tras el mostrador y tomaba una llave. La misma que usó para cerrar la puerta del local. Alex lo miró sorprendido.

—Sí, soy el dueño de la cafetería y yo mismo horneo esos pasteles.

—¡No puede ser! ¿Y además te gusta leer?

—Así es. Soy el hombre perfecto —bromeó Manu soltando una carcajada estridente y se animó a acomodar el gorro de Alex—. Ahora vamos. Están dando una buena peli en el cine y yo invito la cena.

—Lo que usted diga, caballero.

Fue allí que Alex lo supo y su bloqueo de escritor desapareció como si estuviera hecho de niebla. Era como un fogonazo de iluminación. Así se conocía a la gente, de forma sorpresiva, sin buscarlo ni forzarlo en una tarde dorada de otoño. Las personas se encontraban en pequeñas cafeterías y dejándose notitas de colores. Esas cosas sucedían cuando usabas gorros de lana mientras las hojas de los árboles caían sobre las calles. Los encuentros se daban cuando el cielo se pintaba de un atardecer hermoso en tonos rosas y naranjas. De esa forma se conocía a otros y al posible amor de tu vida, entre aroma a café y libros. Era momento de escribir su propia historia. Estaba seguro de que iba a ser muy entretenida. 

Antología: Érase una vez una estrellaWhere stories live. Discover now