Qué viaje

63 1 0
                                    

Por GhostFicker

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Por GhostFicker


Un nuevo día moría bajo la luz mortecina de los faroles que iluminaban mi camino. Como siempre, debía tomar el último autobús de la noche. Mi jefe era un monstruo irascible al que poco le preocupaban los derechos del trabajador y estaba muy segura que dedicaba horas enteras a idear nuevos métodos de humillación y tortura para sus empleados y no había día en el cual no debiéramos cumplir horas extras, las cuales, por supuesto, no pagaba. ¿Por qué no renunciaba? Fácil, necesitaba el dinero.

Di una mirada rápida a mi alrededor, pese a que la calle se encontraba vacía y que los coches andaban más a prisa de lo normal, casi como si sus conductores quisieran escapar de la oscuridad, no me sentí insegura. Había una especie de aura de sosiego a mi alrededor que apenas y podía definir.

A lo lejos pude distinguir dos rayos de luz intensa que se dirigían en mi dirección. Era mi bus, el último. Pese a mi estado de calma interior, una oleada de calidez y alivio inundó mi pecho. Con algo de suerte llegaría a casa en una hora y podría estrellarme en mi cama.

El autobús tardó un poco en frenar en mi parada, mi corazón dio un brinco. ¿No me había notado? Quedé justo frente a las puertas traseras, el conducto las abrió y nadie bajó, quizás porque no había nadie para hacerlo. Un viento helado recorrió mi espalda y una presión sobrenatural se clavó en mi nuca. Los arbustos detrás de mi crujieron. De repente, la noche parecía mucho más oscura.

Mordisqueé mis labios y subí por las puertas traseras, encogí mi cabeza entre mis hombros, quizás si no me notaba, no me regañaría por subir por donde no debía. Lo único que me faltaba para culminar este día era recibir una reprimenda pública. Por suerte el chófer solo se limitó a cerrar las puertas y arrancar.

Miré a mi alrededor y comprobé lo que ya sabía, el bus iba solo. Tomé asiento junto a la ventana de seguridad y evalué el pequeño martillo destinado a romperla. Si el chófer era alguno de esos tipos, saltaría sin dudarlo. Negué con la cabeza para sacudir aquellos pensamientos oscuros, no era justo que cada uno de mis movimientos estuvieran basados en miedos y aterradores "¿y si...?", pero había nacido mujer y era algo con lo que debía cargar.

Observé al chofer, era un hombre de unos sesenta años, con el cabello entrecano y brazos huesudos. Nunca lo había visto en mi ruta. Su aspecto me dio cierta confianza, podía defenderme de un anciano. Giré mis hombros y revisé mi mochila, extraje mis auriculares y los conecté a mi teléfono móvil, pronto el estruendoso retumbar de una batería y la letra poética de una de mis canciones de metal favoritas dominó mis oídos.

Disfruté de las líneas que dibujaba la ciudad al pasar a través del cristal, las luces dejaban caminos en mis retinas y los coches que nos adelantaban sembraban envidia en mi corazón. Si tan solo tuviera uno, no me encontraría en un bus de asientos pegajosos, pensé.

Antología: Érase una vez una estrellaWhere stories live. Discover now