Las desigualdades sociales al principio del siglo XX son una brecha muy difícil de obviar. Si naces en un estrato social es casi imposible salir de él hacia otro mejor. Incluso la Burguesía creciente, siente el muro que hay entre su estatus y la llamada nobleza o aristocracia. Ni que decir tiene que el obrero, el pueblo llano siente aún más si cabe la enorme distancia que les separa de los demás escalones en las que se divide la ciudadanía en los albores del nuevo siglo. Anne Sarah Ninmenh ha tenido la suerte de nacer en una familia burguesa, su familia posee negocios en el norte de Inglaterra de minería, tanto de carbón como de hierro, que le han permitido siempre llevar una existencia protegida, recibiendo una impecable educación, y su futuro se antoja brillante. Si tiene suerte, y con belleza e inteligencia a raudales, podría incluso llamar la atención de cualquier aristócrata en busca de esposa con dinero para sacar brillo a su título, quizás mermado por cuestiones financieras. Hugo fue entregado con horas de vida a una institución benéfica, donde pasó penurias como cualquier niño en sus duras circunstancias. Con apenas diez huye de la ambigua seguridad que puede brindar un orfanato para convertirse en un vulgar raterillo. Recogido del arroyo donde malvivió durante meses como ladronzuelo, sin tener un techo sobre su cabeza. Un viejo pintor al que roba su maletin y de pinturas, lo toma como aprendiz. Ambos jóvenes se conocen, a la vez que el anciano artista retrata a la familia al óleo.. Durante las sesiones de posado los jóvenes se conocen, prendándose uno del otro, sabiendo que jamás podrían tener un futuro juntos. La Primera Guerra Mundial llega para separarlos definitivamente, quizás. Años después, vuelven a reencontrarse en París. Los secretos guardados durante años, las cartas escondidas en una caja de caramelos de violeta que nunca llegaron a ser enviadas,¿ la vida les dará , esa segunda oportunidad?