Vi su vieja furgoneta desgastada des de la ventana. Bajé las escaleras sin hacer mucho ruido para no despertar a mi padre, iba a estar castigada por el resto de mi vida. Me puse mi bufanda morada y abrí la puerta. La nieve crujía bajo mis pies mientras me acercaba al coche. Subí a la furgoneta. Me dedicó una de sus sonrisas que tanto me gustaban, sus increíbles ojos verdes brillaban bajo la luz de la luna. Llevaba el gorro que le regalaron por Navidades, y tenía la nariz rojiza a causa del frío. Me cogió la mano. - ¿Estás segura de esto? - dijo. - Siempre lo he estado.