Cuando Las Circunstancias Se...

By Jlvelascco

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Liv no ha tenido más que desgracias en su vida. Maltratada desde pequeña, nunca conoció el amor. Viviendo en... More

CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPÍTULO 6
CAPITULO 7

CAPITULO 5

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By Jlvelascco

Liv

Me levanté de la cama. La cabeza no me daba vueltas, solo sentía un ligero malestar. Nada a lo que no estuviera acostumbrada. Sorprendente teniendo en cuenta como acabé la noche...

Ayer volví a casa en el coche de Maddie con una copa encima. Recordaba haber dejado el coche aparcado de cualquier manera en la puerta, entrar en casa, lanzar las llaves de mala manera y encontrar el lugar donde Raph guardaba el suministro de cervezas para las fiestas. A partir de ahí no recordaba nada más...

Con la incapacidad de pensar en algo coherente más allá de yo cagándola anoche, salí de mi habitación, cerrando la puerta y bajé las escaleras, pero el panorama que me encontré abajo fue aún peor de lo que me esperaba. Siete botellines de cerveza yacían vacíos y desparramados por la cocina. Por suerte, nadie había presenciado el desastre todavía, nadie se había enterado y nadie haría preguntas que no quería responder. Cogí la única botella que había quedado intacta y me dispuse a ponerla de vuelta al lugar de donde la había sacado la noche anterior, pero cuando abrí el armario me di cuenta de que no había tomado solo cerveza. La botella que sostenía en la mano era lo único que quedaba en toda la casa de alcohol. Parecía ser que ayer también había arrasado con lo que quedaba de ron. Flashbacks de la noche anterior, conmigo bebiéndome todo lo que pillaba, inundaron mi mente. Me apunté mentalmente que tenía que reponer toda la cerveza que había tomado y quizás también comprar algo un poco más fuerte. Para la próxima.

Ya habían bajado todos a desayunar, Stella también... por desgracia.

–Y entonces se fue ¡y no me dejó ninguna propina! ¿te lo puedes creer? –la voz irritante de Stella resonaba por toda la cocina, haciendo que mi enfado y estrés creciese gradualmente. Estaba contando una historia de esas que se inventaba porque era surrealista todo lo que supuestamente le ocurría en el restaurante pijo en el que trabaja de camarera. Ese al que iban los mismos cuatro viejos forrados todas las noches y no apuestos y sexis jóvenes como contaba, delante de su novio. A este ni siquiera parecía importarle. Demasiada fe tenía en la zorra.

Mientras Stella contaba su graaan historia (nótese la ironía), sonó el timbre de la entrada y yo aproveché la oportunidad para escapar de la cocina dada la excusa. Al abrir la puerta, supongo que esperaba ver a algún amigo de Nick o a Rodrick apoyado en el marco de la puerta de esa manera estúpida que él considera sexy, pero la realidad era completamente opuesta porque cuando abrí lo único que vieron mis ojos fue a un repartidor que me pidió distraído que firmara una cosa para después tenderme dos paquetes y subirse en su furgoneta de nuevo. Me quedé ahí plantada un rato preguntándome por qué tenía dos cajas en la mano, pero no tardé en recordar que era por la misma razón por la cual me emborraché ayer. Y un par de días antes.

Cerré la puerta de mi habitación y tiré las dos cajas a un lado sin importarme lo más mínimo lo que contenían. Si se rompían, seguro que a mis padres adinerados no les faltaba tiempo para reponerlo. Me tumbé bocabajo en la cama, aislándome del mundo por unos instantes. Puse la música de mi móvil en aleatorio y dejé que los primeros acordes de Stressed out, una de mis canciones favoritas, inundasen la habitación. A lo largo de los años había descubierto que, a parte del alcohol, la música también era una de mis vías de escape. Esta canción en especial hablaba de como se pasa de ser niños a ser adultos en dos segundos. Cómo el mundo te obliga a madurar abruptamente. La inseguridad te come por dentro porque no sabes qué hacer. Solo eres un crío ¿Qué esperan de ti? Mi vino a la mente mi época adolescente. En especial cuando tenía quince años. Mis muros no se habían erguido todavía, aun dejaba que las personas se metieran en mi vida y en mi corazón.

Solo para ver cómo se acababan marchando, dejando detrás de ellos un desastre.

La canción terminó, una nueva comenzaba.

Unas cuantas canciones más tarde, recibí una llamada de un número oculto. Lo cogí y esperé a que, quien fuera que llamaba, hablase.

–Hola, ya tengo la información que me pediste– era Asher. Dejé que hablara mientras me tumbaba bocarriba con el móvil pegado a la oreja – Se trata del primogénito de los Chantler, Ashwin. Tiene veinticinco años, rubio, alto, ojos azules y un ego muy subido. –<<Un gilipollas como cualquier otro>> me gustaría haber añadido –Le gusta montar a caballo y todos los sábados va a jugar con su padre al golf. ¿Qué más? ...Ah, sí, Aquí viene lo más interesante, está metido en unos cuantos asuntos que se alejan de lo legal. Cada sábado, después de jugar al golf con su padre, va a un lugar donde se celebran fiestas en las que no faltan el alcohol y las drogas. Me han informado de que también hay menores de por medio. Dudo que su padre sepa de esto.

–¿Ya está? – pregunté sorprendida de lo poco que hacía el chaval con todo el dinero que poseía y su reputación de macho alfa.

–Hay algo más, pero no te va a gustar...–dijo Asher con recelo.

–¿El qué? – curioseé, frunciendo el ceño e incorporándome un poco en la cama, mientras me reía de las palabras de Asher. Dudaba mucho que algo de lo que hiciese Chantler junior me fuera a gustar.

–Participa en carreritas... parecidas a esas en las que tú corriste hace tiempo– Noté como me tensaba involuntariamente. Se me cayó el móvil de la mano y me incorporé del todo. Esperaba cualquier cosa menos eso. Volví a coger el móvil y contesté un rápido <<gracias>> antes de colgar.

Un coche. No. Nunca más. La habitación parecía volverse más oscura por momentos. Me volví a tumbar bocarriba con la esperanza de que al cerrar los ojos y volver a abrirlos me pudiera reír del estúpido sueño que había tenido, pero no fue así. ¿Acaso mi padre no podía escoger a otro idiota? ¿Tenía que ser alguien que hiciera lo mismo que había hecho yo en el pasado, algo con lo que me había reído, algo con lo que había llorado, algo de lo que me había enamorado, algo con lo que me había enamorado, algo que detestaba en estos momentos?

La puerta se abrió y Maddie irrumpió en mi cuarto. <<Se puede llamar a la puerta>> pensé. Levanté la cabeza de la almohada de mala gana para mirarla.

–Eh tía, te venía a preguntar si querías venirte a...– se calló a mitad de frase y miró las cajas que había tiradas a un lado de la habitación –¿Qué es eso? –me encogí de hombros para evitar una respuesta real. Pero Maddie tomó la caja y la examinó cuidadosamente – Un conjunto de Carolina Herrera – susurró como si se tratara de algo prohibido.

Me levanté de la cama y me acerqué a ella. Abrí una de las cajas, la más grande, y de esta salió un vestido. Largo, tela fina, caro, horrendo.

–¿Por qué te envían un vestido de Carolina Herrera? –No hacía falta que preguntase "quién" me lo había enviado. Ella sabía que mis padres eran los típicos ricachones que quieren que aparentes que tu vida es un cuento de hadas.

–Tengo un "encuentro formal" con el hijo de un ricachón –contesté transmitiendo el desprecio que sentía hacía aquello por cada poro de mi piel.

–O sea, una cita –dijo Maddie divertida. Sacudí la cabeza, molesta. No me agradaba nada la idea de tener que guardar las formas delante de un amigo de mis padres y tener que crear una versión de mí misma completamente falsa. Miré el vestido que supuestamente era de marca, pero que perfectamente podría haber salido del mercadillo de los domingos en la plaza del pueblo. Unas flores amarillas destacaban contrastando con el fondo verde oscuro del resto del vestido. El cuello acababa en pico y en la espalda tenía un corte más alto dejando al descubierto solo la mitad. No era casualidad esto último, como tampoco fue casualidad las dos pulseras anchas de oro que divisé en el fondo de la caja. Maddie también las vio y no pude evitar desviar a mirada hacia mis muñequeras negras, esas que siempre llevaba. Vi en su mirada como se entristecía y supe que se sentía obligada a reconfortarme, por eso la eché de mi cuarto antes de que pudiera decir nada.

-Me voy a cambiar, Maddie – dije tajante

Media hora más tarde, estaba en la cocina con el vestido de las narices y los tacones de diez centímetros que, como no, iban a juego con él. En cualquier momento llegaría esa persona a la que para nada... iba a hacer la vida imposible. Ya le repudiaba y eso que jamás le había visto, pero si se llevaba con mi padre, automáticamente iba a estar excluido de mi vida.

–¿Ya te has arreglado para lo de esta noche? – dijo Raph al tiempo que entraba en la cocina con una botella de agua en la mano. << ¿Qué de esta noche?>>–¿Y qué te has puesto...? – dejó de hablar a media frase, seguramente pensando en algún comentario mordaz que soltarme sobre lo fea que estaba.

–¿Qué quieres decir con lo de esta noche? –dije. Raph pareció aturdido durante unos segundos. Seguíamos un poco molestos el uno con el otro, tras la pelea en su coche. Se quedó mirándome de una manera extraña. El ambiente en la cocina se estaba volviendo muy intenso, sus ojos negros continuaban clavados en mi cuerpo. Me faltó el aire unos instantes, quizás porque se me olvidó respirar, quizás por la presión que notaba en la garganta.

–Iremos a una fiesta. Con una hoguera, nubes y buena música ¿no te lo había contado Stella? – volvió de su estado de atolondramiento y sus ojos volvieron a posase sobre los míos. Unas simples palabras, pero unas que consiguieron que el ambiente se destensara. Me acordé de meter oxígeno a mis pulmones esta vez y oí ligeramente el timbre de la entrada.

–Ya voy –gritó Maddie desde el salón.

–No –respondí a la pregunta de Raph. Fui al salón, con él pisándome los talones. Dentro Stella, sentada en uno de los sofás que ella no había contribuido a comprar, me lanzó una mirada rápida para volver a posarla en su móvil. Parecía ser que mi presencia no merecías más de unos segundos de su intención. ¿Cómo se le ocurría a Raph encargarle a ella que me informara de que había una fiesta? No me extrañaba lo más mínimo que no lo hubiera hecho. Si fuera por Stella, no habría asistido a una sola fiesta en los últimos 30 años. Y eso que tenía 20.

–Menuda zorra –susurró una voz en mi interior... esa voz que había nacido en mi unos años atrás. Yo le llamaba K. Cuando ya no tuve a mi lado esa persona importante para mí, empecé a oírle en mi cabeza. Quizás me había vuelto loca, quizás necesitaba estar internada en un manicomio. A veces pensaba eso, sin embargo, no quería. K me ayudaba de una manera extraña, pero entretenida. Era mi único confidente, porque solo él veía todo lo que me pasaba. Sentía lo que yo sentía.

–Hacía tiempo que no te escuchaba –le dije en un susurro. Nadie sabía de su existencia.

-No te preocupes que no me había ido. Jamás lo haré – dijo riendo de esa forma perversa, tan característica de él.

La voz nítida de K se volvió un murmullo calmado, desapareció. Mis ojos volvieron a enfocarse. Un muchacho de ojos azules y pelo rubio se inclinaba hacia mí. Me besaba la mano que en algún momento me había cogido, elegantemente. <<Ashwin Chantler>> Me dieron ganas de apartar la mano y partirle la cara después, pero tenía que guardar las apariencias. Estaba obligada a hacerlo. Obligada por mis padres. Debía aparentar que ellos habían criado a una chica completamente cuerda y civilizada. Maddie estaba a su lado. Stella tenía los ojos muy abiertos y ni rastro de su móvil. Raph estaba en un extremo apartado de la habitación, pero sus ojos observaban atentos. Ligeramente aburridos.

–Al fin nos conocemos, mademoiselle –soltó Ashwin. Sus palabras sonaban llenas de promesas y abandonadas a la vez. Un discurso ya entrenado. Mi desprecio hacia ese hombre incrementó. Deseé no haberme puesto los estúpidos tacones de marca que me impedían salir corriendo. Aunque también podían servir de arma si él intentaba abalanzarse sobre mí.

Salimos de la casa, él enfrascado en presentarse formalmente y yo viendo por el rabillo del ojo a Maddie que me sonreía burlonamente y se despedía. Yo sin compañía ninguna, pero ferozmente armada con mis tacones de aguja y él con su ego. No me sorprendió en absoluto ver un coche deportivo de alta gama estacionado justo en frente. Un Nissan Skyline GTR de color azul, antiguo. Una reliquia nombrada como el coche más rápido de su época. No era muy bonito a la vista, no obstante, Ashwin tenía buen ojo para esto de las carreras. Me abrió la puerta del coche en un intento de gesto caballeroso. Él no sabía que ya tenía la batalla perdida conmigo. Nunca amaría a alguien como él. Nunca amaría de nuevo. Y ningún gesto caballeroso cambiaría eso.

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