Esa nota aún sigue retumbándome en la cabeza. Durante estos días me he dedicado a ejercer mi trabajo. La distancia entre él y yo ha sido notable. Al fin ha entendido que lo quiero lejos y no ha hecho nada por acercarse. Pero no pensé que fuera a doler tanto. Agnessa no se le separa y yo solo puedo observar desde lejos. La trata tan distinto a como me trata a mí que solo puedo confirmar que nunca ha sentido más que deseo sexual por mí. Entra una llamada a mi móvil y desmotivada atiendo.
— Hola...
—¡Hola Megan!
Me sonrío, me alegra escucharla.
—Melanie, ¿cómo estás?
—Pues extrañándote mucho. Llevas dos semanas por allí y quiero que regreses.
—Créeme, lo deseo más que tú.
—¿Por qué lo dices? Debes estar rebosante. Estas con el hombre que te trae como idiota.
Suspiro y tratando de no pensar en ello le respondo:
—Soy solo su asistente Mel. Lo que paso entre ese hombre y yo se ha acabado... es que joder, nunca hubo nada. Solo noches de sexo. Más nada que sexo, solo fui yo la que se hizo una fantasía loca y absurda. Mire muy alto.
—Ay Megan, tengo que decirte que pensé mejor lo que te dije la última vez sobre el ruso. Se nota que estas enamorada de él y aunque no sea el prototipo de hombre ideal sé que mueres por él. ¿Por qué no intentas algo con él? Es que no sé aunque no es santo de mi devoción, siento que él se resiste a querer, está en ti hacer que eso cambie.
Me rio histérica.
—Mel, Mikhail no es del tipo de hombre de cosas lindas y estar agarraditos de las manos. Apenas logro comprender su absurda actitud. No podría estar con alguien que ahora está bien y después está mal.
—Intenta comprenderlo, tal vez solo sea así al principio.
Suelto un suspiro cansada.
—He decidido dejar las cosas como están. Sera lo mejor. Me dedicaré a la música y olvidaré que ese hombre me hizo sentir lo que ninguno había logrado. Pronto dejaré de trabajar para él y me dedicaré solo a tocar.
La mujercita esta insiste, como se nota que es mi hermana.
—¿Y crees que te será fácil?
—Haré hasta lo imposible —Me quedo en silencio y los sentimientos me invaden. Me desplomo en lágrimas y llena de frustraciones añado—. Lo necesito como el aire que respiro y eso me asusta. Me fastidia sentir algo por un ser que no siente nada por nadie, ni por él mismo. Me fastidia tenerlo cerca y no poder repelerlo, caigo rendida ante él. Estoy harta de ver cómo me hace a un lado y me toma solo cuando le place. Estoy cansada de sentir todo esto. Quiero que desaparezca, que regrese a Rusia y no vuelva jamás.
—Ay Meg, que puedo decirte. Lo quieres, pero para ganar hay que perder. Esas lágrimas tal vez luego se conviertan en risas. Quizá para ser feliz primero necesitas pasar por esto. Nadie dijo que amar es una tarea fácil.
—Melanie, es fácil soñar, sé que en verdad el amor al final siempre duele pero soy yo, no aprendo y terminaré pagando con creces el enamorarme. Primero Julián, ahora Mikhail. Nadie se enamora de mí, es algo que debo aceptar.
—Meg, prométeme algo, tratarás aunque sea de cambiar el humor. Odio verte y oírte así.
—Vale, lo haré —recuerdo el arreglo de flores y ceñuda le pregunto a Mel— Melanie, ¿tú le dijiste a Mikhail cuales eran mis flores favoritas?
—Eh, más bien el preguntó. Vino una vez a casa, tu no estabas y vio tulipanes lila en un jarrón de vidrio. Preguntó y yo le dije.
—¡Es que serás tonta!
—¿Ay que tiene de malo?
—Nada, nada tengo que colgar.
—¡Espera! Casi se me olvida. Tal vez para tu regreso no estoy en casa, viajaré con el grupo de la universidad a Quebec.
—Mel, sabes que tienes que tomar precaución con tu...
—Sí lo sé. Tengo las neuronas fritas y tengo que cuidarme. Tranquila estaré bien
—Vale, pero llámame siempre que puedas.
Cuelgo el móvil. Estoy en el ojo del huracán. Quiero parecer profesional, quiero pasar por alto que el ruso cada vez que puede, trata de sacarme el demonio. Estoy en un puñetero mostrador donde la puerta del despacho del ruso da directa hacia mí. Megan, agárrale todo el odio posible al idiota ese.
—Hola Megan, ¿qué tal tu día?
Levanto la mirada y al ver de quien se trata sonrío.
—Hola Manuel, ¿estoy bien y tú?
—Bien —Arquea una ceja, mira el reloj— te toca el descanso.
Miro el reloj, es verdad pero ¿a dónde coño voy con media hora? Me sonrío y respondo:
—Lo sé pero tengo mucho que hacer.
—Deja eso a un lado y tomate un café conmigo en la cafetería.
—Pero...
—Es aquí cerca, lo sabes.
Manuel se ha ganado mi amistad en estas semanas que he estado en Madrid y el único que he conocido que habla inglés. Es un buen tipo y de vez en cuando vamos a la cafetería. Bajamos a la cafetería y al pedir los cafés nos sentamos en la misma mesa de siempre. Hablamos de muchos temas hasta que sale a relucir el ruso.
—¿Que sabes de Mikhail Ivanov?
—Pues no mucho, que heredo todo de su padre al morir, nada más.
Tomo un sorbo de café y me quedo pensativa.
—¿Nada más?
—No sabemos mucho de los jefes aquí.
—Lo normal, y la verdad no me importa mucho saber de él.
—¿De dónde eres? No tienes cara de ser estadounidense.
Esbozo una sonrisa y respondo:
—Soy italiana. Nací en Venecia. Mi madre es italiana y mi padre era estadounidense.
Veo entrar a la cafetería al hombre que tiene mis pensamientos al revés. Al verme sentada con Manuel su mirada se solidifica. No le gusta verme con él. Intento no parecer nerviosa. Pide un café y se sienta en una mesa al fondo. No me quita los ojos de encima. Me mira con seriedad. Intento no mirarle pero es casi imposible. Más que deseo siento miedo, bastante.
—Megan, ¿estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—Estas roja, no sé cómo inquieta.
—¿Qué? Para nada —Miro el reloj—. Ya se me ha acabado el descanso. Voy al tocador y me regreso a mi puesto.
—Vale, te acompaño.
Veo como el ruso me sigue con la mirada. Trago saliva. ¿Por qué su sola mirada me hace flaquear? Me espera en la salida del tocador. Cuando salgo le pido el favor de que me acomode las tiritas del sostén, quiero hacerlo quemarse del enojo por imbécil. Manuel lo hace sin chistar y Mikhail nos observa. Su mirada se torna enojada. Se levanta de la mesa y sale de la cafetería en zancadas. Manuel me acompaña hasta mi puesto y tras despedirnos vuelvo a mi odiosa rutina. Me siento en mi escritorio y veinte minutos después mi teléfono interno suena.
—La quiero en mi despacho ahora.
Trago saliva, su voz grave e intimidante me llenan de temor.
—En un momento estoy en su oficina señor Ivanov —Cojo el trabajo que he hecho hasta el momento y entro con él en manos. Pongo las carpetas sobre su escritorio y me quedo algo distante—. Aquí están los informes que me ha solicitado. Están todos en orden. Si no necesita nada más me retiro.
—No le he dicho que se pueda ir.
Maldito ruso presumido, se me sale, ¡se me sale!
—Dígame que necesita señor.
—¿Qué hacía con ese hombre en la cafetería?
—Estaba en mi descanso y decidí tomar un café con él. Cosa que a usted no le incumbe señor.
—¿Qué hay entre ese español y usted?
Respondo fresca harta de sus cuestionamientos:
—Algo que a usted no le importa —Se levanta de su ejecutiva y camina hacia mí—. Da un paso más y juro que lo denuncio por acoso. Ya basta, déjeme en paz.
Se recuesta de su escritorio y me mira de pies a cabeza.
—Acércate.
—No.
Arquea una ceja.
—Acércate por favor.
Resoplo y cabreada doy un paso hacia él aun guardando distancia.
—Ya está, ¿Qué quiere?
—Un poco más.
—Aquí me quedaré, no daré ni un paso más. Se acerca a mí y le juro que grito.
Avanza hasta la puerta y pone el seguro. Antes de que pueda reaccionar me toma de la cintura y asalta mi boca. Mete su lengua en mi boca examinado cada centímetro de ella. Trato de zafarme de su embrujo pero su fuerza es superior a la mía. Caemos en un lindo diván al lado de la puerta del archivo. Me inmoviliza las piernas y besa mi cuerpo con avidez.
—¿Qué hiciste en tu suite con ese español?
No para de manosear mi cuerpo. Su cercanía bloquea mi macarra interna.
—Eso... eso no es asunto suyo ¿Usted ha ido a un psicólogo? Jamás he visto a alguien tan bipolar como usted. No se cansa de hacerme la vida imposible.
—Es mejor que me digas tú, no quiero enterarme por otro lado.
—¿Por qué no me deja en paz? ¿Me ha ignorado estas dos semanas y ahora me toca besa? ¿Qué clase de loco es usted?
Muerde mi labio inferior.
—Megan, trato pero estar lejos de ti, pero ya no me es posible. Muero del enojo de solo pensar lo que has hecho con ese hombre.
—No existe tal español, a diferencia mía yo mentí pero usted... usted sí estuvo con otra.
—Si supieras porque estuve con ella, no todo es lo que parece Megan. Me mentiste y eso no lo perdono.
—Si me acuesto o dejo de acostar con un español, chino, alemán, francés o lo que sea no es tu puñetero problema grábatelo ya. Al igual que tú te acuestas con la que te sale de las pelotas pues yo puedo hacer lo mismo. Ya deja de ser tan intenso.
Me calla con otro beso y ya me lie nuevamente con este hombre. Susurra en mi oído casi sin poder escuchar.
—La espero en mi suite a las ocho de la noche.
—Pero...
—La estaré esperando, no quiero subterfugios.
Bajo la mirada y justo cuando voy a salir del despacho su ronca voz me detiene nuevamente.
—¿Quieres comer conmigo?
Me giro sarcásticamente sorprendida.
— ¿Quiere comer con su asistente?
—Quiero comer con la mujer que deseo.
—Siempre es lo mismo con usted, ya parece disco rayado con el mismo cuento. Hoy me desea a mí, mañana a Agnessa, pasado mañana a la que se le tope en frente.
—Acepta por favor.
Siempre es lo mismo, la mujer que desea, la mujer que quiere coger, nada diferente a eso. A otro le hubiera estampado un guantazo que se iba a enterar pero con este soy prácticamente una tonta italiana muerta por un ruso que quizá sabe lo que quiere en los negocios pero no tiene ni idea de lo que quiere en la vida.
***
Me siento inferior a él, su sola actitud hace sentir así a cualquiera. Camino tras de él y con la mirada me incita a caminar a la par. Entramos a un restaurante exclusivo, vamos finolis. Al sentarnos en la mesa veo que hay tres servicios. ¿La rusa número dos comerá con nosotros?
—¿Pasa algo?
—¿Quién comerá con nosotros?
Me mira y arqueando una ceja responde:
—¿Te preocupa quien nos acompañe a comer?
Me cruzo de brazos chistando.
—¿Agnessa?
Curva la comisura y mirando hacia afuera replica.
—No, no es Agnessa.
Media hora más tarde un hombre alto, de cabello claro escandalosamente guapo y atractivo se acerca a nuestra mesa. Me quedo en una pieza ¿Y este quién es?
—Megan, él es Sergey Kozlov, abogado de Ivanov Pharmaceuticals, acaba de llegar a España
—¿Otro ruso?
El hombre se sonríe y me estrecha la mano.
—Un placer Megan, y sí, soy ruso —responde.
Se sienta en el lugar que falta y aun no entiendo que hace aquí el ruso número dos, ya tanto ruso me está volviendo loca. Dios pero no puedo dejar de verlo, esta guapísimo. No como mi ruso número uno pero está de buen ver. Pedimos la carta y pido una paella, nunca he probado una, realmente hay mucho que no he probado en mi vida. Poco a poco me voy soltando con el amigo de Mikhail. Es algo frío igual que su amigo pero poco a poco sonríe más. Típico de los rusos, es un Mikhail a menor escala.
—Señor Kozlov, ¿y desde cuándo conoce a mi jefe?
—No hay necesidad de formalidades, llámame Sergey.
—Vale lo intentaré.
Se reclina en la silla y responde mi pregunta.
—Conozco a Mikhail desde hace muchos años. Compartimos muchas cosas desde entonces —Aclara la garganta—. ¿Y qué haces con Mikhail además del trabajo?
—Pues nada más, es mi jefe, yo su asistente.
Fue una cena un tanto extraña. No hablamos de nada en concreto. Todo eran temas superficiales. Cae la noche y estoy en mi suite pensando si voy o no voy a la cita con el bipolar de Mikhail. La verdad es que muero por ir con él. Miro el reloj y falta diez minutos para las ocho de la noche. ¿Voy o no voy? Camino de lado a lado y los nervios me ganan. Como es de esperarse termino golpeando la puerta de la suite de Mikhail. Oh Dios como tengo el corazón, voy a infartar. Abre la puerta y al verlo me derrito. Tiene puesto uno chándal negro y una camisa grisácea. Me quedo unos diez segundos como idiota viéndolo de pies a cabeza.
—¿No piensas entrar?
Su voz ronca me hace despertar del encanto de su cuerpo y respondo en décimas de segundos.
—¿Para qué quieres que entre?
—¿Para qué viniste entonces?
—No sé, loca que estoy y ya no sé lo que hago.
Me agarra de un brazo y me mete a la suite con ímpetu. Al cerrar la puerta me reposa sobre ella oprimiendo su cuerpo contra el mío. Oh Dios, esto no va a terminar en una linda charla ni nada por el estilo. Quiero abrirme a sentir, a extasiarme en placer pero mi orgullo me mantiene al margen. ¿Cómo mando al inferno el orgullo? Se agacha para estar a solo centímetros de mi boca.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente.
Siento su respiración sobre mi rostro y mi macarra comienza a desaparecer.
—¿Cómo de qué o que tendría que hablar contigo?
Me oprime aún más contra él. Siento su erección endurecerse causando estragos en mi entrepierna. Besa mi cuello con avidez mientras va descubriéndome la espalda con sus manos.
—¿No se acuerda?
—¿Qué solo piensa en sexo? ¿Usted no es capaz de solo hablar sin tener que cogerme? No pienso irme a la cama con usted si eso es lo que tiene planeado.
—¿Y por qué no? Lo deseas tanto como yo.
—Me ha estado ignorando por dos semanas. Es un descarado el solo pensar tener sexo conmigo después de cómo me ha tratado.
—¿Entonces a que has venido si no quieres estar conmigo?
—Increíble que me haya llamado solo para sexo, que te den.
Pienso irme pero como siempre me detiene y sin saber muy bien que proponerme pregunta.
—¿Qué quieres hacer?
—Podemos charlar, ver películas, hay muchas cosas por hacer aparte de sexo.
—Pero yo quiero sexo.
—Yo no, ¿Cómo la ves?
Con cara de enojo accede hacer otra cosa y busco y busco qué coño podemos hacer en la habitación. Realmente no se me antoja para nada ver una película. Mucho menos quedarme aquí mirándonos las caras. Me siento en el diván y soltando un suspiro comento
—Charlemos, que mejor que charlar.
—¿Estás en serio? Antes no ponías pretextos para ello.
—Precisamente ese era el problema, que no te ponía límites pero las piernas abiertas para ti se acabaron. He dicho que charlemos.
—¿De qué quieres hablar?
Encojo los hombros.
—De lo que quieras.
—De sexo.
— ¡Mikhail! Basta ya me estoy enojando —Se recuesta en la cama sin muchos temas para los cuales hablar. Se queda mirando el techo y yo si tengo mucho para hablar, solo que no me atrevo a hacerlo. Bajo la mirada y algo desanimada pregunto—. ¿No piensa volver a enamorarse nunca?
—No quiero hablar de eso Megan.
Insisto.
—Siempre hablamos lo que tú quieres y no pongo excusa para no hacerlo.
—Bien, ¿Quieres saber? Pues la respuesta es clara y sencilla Megan. No, no pienso enamorarme de nadie.
Aprieto los dientes y ya creo que todo está dicho, Megan baja ya de la jodida fantasía. Aterriza estúpida. Este hombre jamás vera más que un jodido cuerpo en ti y en cualquier otra mujer. Tragándome las lágrimas y el dolor asiento con la cabeza fingiendo una sonrisa.
—Debí suponerlo, la pregunta fue estúpida.
— ¿Por qué lo dices?
Agarro mi bolso abriendo la puerta:
—Es un poco tonto preguntar eso cuando todo lo que demuestras es que no quieres a nadie, no te interesa nadie. No te importa dañar a otros para obtener lo que quieres. Que tengas buenas noches Mikhail, tengo cosas que hacer.
Salgo de su habitación y cerrando la puerta un mar de lágrimas me arropa sin poder evitarlo. Me ha dolido escucharlo de sus labios, en el fondo tenía esa estúpida ilusión de que llegara a sentir algo por mí. Megan, la única que se hizo ilusiones fuiste tú, solo tú. Camino hacia mi habitación y tras encerrarme en ella cierro los ojos y me pregunto para mis adentros, ¿Algún día podre ser realmente feliz?