La reina de las espinas

By JoanaMarcus

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Vampiros. Esa palabra tan conocida... con un significado tan misterioso. Vee odia a los vampiros. Los odia. T... More

INTRODUCCIÓN
1 - 'Braemar'
2 - 'El alcalde'
3 - 'Las leyendas de Braemar'
4 - 'La protegida'
5 - 'Las murallas grises'
7 - 'Los papelitos voladores'
8 - 'El misterio de Addy'
9 - 'El pasillo secreto'
10 - 'El crío de Vee'
11 - 'Las noches son muy largas'
12 - 'Deseos ocultos'
13 - 'Las alianzas'
14 - 'Las descendientes de Magi'
15 - 'Las tres investigadoras'
16 - 'Reencuentros del pasado'
17 - 'Los dos justicieros'
18 - 'El deseo prohibido'
19 - 'La puerta final' (Parte uno)
19 - 'La puerta final' (Parte dos)
Epílogo

6 - 'El mirabragas'

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By JoanaMarcus

6 - EL MIRABRAGAS

Estoy recorriendo un pasillo oscuro. Estoy temblando. Hace frío. Mucho frío. Huele a humedad y a sitio cerrado. Sé que tengo que caminar sin ver, porque la oscuridad detrás de mí es todavía peor que la de delante. Y sé que hay alguien más allá de toda esa oscuridad. Alargo la mano hacia ese alguien, pero no lo encuentro. Miro atrás, asustada, y veo una figura arrastrando los pies hacia mí. Lleva un vestido blanco y sucio y tiene el pelo oscuro delante de la cara. Acelero el paso, pero cada vez está más cerca. Quiero llorar, desesperada, y empiezo a correr, pero las piernas me pesan, como si me estuviera hundiendo en el suelo. Cada vez puedo moverlas menos. Intento gritar, pero no tengo voz. Y la figura se acerca cada vez más. Miro atrás, desesperada, y veo que está justo detrás de mí. Solo puedo ver dos ojos oscuros clavados sobre mí entre las hebras de pelo y una sonrisa macabra formándose en unos labios pálidos que...

Abro los ojos de golpe y me incorporo tan rápido que la cabeza empieza a darme vueltas. Me llevo una mano a la frente. Tengo una capa de sudor frío en ella. Y una venda. Oh... una herida. Me duele nada más pensar en ella. Mierda...

—¿Una pesadilla?

Levanto la cabeza al instante, paralizada, y peor me quedo cuando me doy cuenta de que estoy en mi habitación, en casa de Foster. Pero no estoy sola. Ramson está sentado en el alféizar de la ventana, mirando el jardín trasero con gesto distraído.

Ahí abajo, Kent juega con Addy felizmente. Puedo escucharlos incluso desde aquí. Creo que es por la mañana. Pero eso no es lo que más me llama la atención, no. Lo que más me llama la atención es lo que Ramson tiene en la mano. Un collar. Está jugueteando con él distraídamente.

Espera, ¡mi collar! Me llevo la mano al cuello y, efectivamente, no hay nada. Lo tiene él.

—Te lo quité cuando te traje —me dice, de nuevo sin mirarme.

¿Cómo demonios sabe lo que estoy haciendo sin mirarme? Perturbador.

—¿Qué...? —empiezo, pero me detengo cuando noto que tengo la garganta seca. Muy seca. De hecho, tengo que carraspear para poder hablar y aún así mi voz suena algo forzada—. ¿Qué haces en mi habitación?

—Obviamente, he venido a ver cómo estás.

—¿Para qué?

Él suspira y se gira hacia mí. Me revisa con los ojos de arriba a abajo un momento, como si nada, y finalmente se encoge de hombros.

—Para comprobar si sigues viva.

—Pues siento decepcionarte, pero todavía no he muerto.

Él no responde, me lanza el collar, que no sé cómo demonios consigo atrapar al aire, y se aparta de la ventana en dirección a la puerta.

—Avisaré a Foster de que...

—¡Espera!

Ramson se detiene con la mano en la puerta y veo que aprieta un poco los dientes antes de girarse hacia mí con su típico gesto indiferente.

—¿Qué quieres?

—Yo... —me paso otra vez una mano por la frente—. No... no recuerdo muy bien...

—Fuimos al castillo —me dice, mirándome—. Lograste entrar en él, no me hiciste caso cuando te dije que te quedaras quieta y te encontré con una herida en la frente y otra en la muñeca.

Bajo la mirada y veo que, efectivamente, tengo uno de los brazos vendados. De hecho, lo mantengo en un cabestrillo que tengo sujeto al cuello para sostener la mano en alto. La cabeza me zumba un poco cuando vuelvo a mirarlo. Me duele todo.

—Te han dado medicamentos por las heridas —añade al ver mi cara, y parece algo crispado—. Muy en contra de mis recomendaciones.

—Me... me duele mucho la cabeza.

—No me extraña. El golpe era bastante grande.

—¿Cuánto tiempo hace que estoy en mi cama?

Me sorprende ver que él parece ponerse un poco nervioso con una pregunta tan simple como esa.

—Dos días —me dice en voz baja.

Lo miro un momento, analizándolo, y veo que aprieta un poco los puños. Mhm... está nervioso. Y no es por cualquier cosa. Vuelvo a mirarlo a la cara, entrecerrando los ojos.

—¿Y cuánto hace que estoy inconsciente, Ramson?

Él pone mala cara, como si eso fuera precisamente lo que no quería oír.

—Cinco días.

—¿Cin...? ¿Y dónde demonios estuve hasta hace dos días?

Pero, solo con su cara, ya sé dónde estuve. Mi cuerpo se paraliza al instante.

—¿Me... me llevaste a tu casa...?

—No me quedó más remedio.

—¿Me estás diciendo...? —me pongo de pie lentamente, acercándome a él, que se va encogiendo a medida que doy cada paso— ¿...que te aprovechaste de mi inconsciencia para llevarme a tu casa?

—Eh... mhm... no fue exactamente...

—¿Qué demonios me hiciste? ¡¿Me miraste las bragas?!

—¡No! —para mi estupefacción, sus mejillas se han enrojecido un poco.

—¡¿Y qué querías hacerme?! ¡¿Eh?!

—No quería hacerte nada más que curarte y...

Lo miro, confusa, cuando veo que se queda mortalmente callado. Y, entonces, me doy cuenta de que está mirando abajo con los labios entreabiertos.

Yo también lo hago, confusa, y me quedo completamente paralizada cuando me doy cuenta de que voy solo vestida con una camiseta vieja... y unas bragas... por las que prácticamente se ve todo.

Oh, no.

Levanto la mirada de golpe, furiosa, y más furiosa me pongo cuando veo que me sigue mirando. Y está claro que solo se me ocurre hacer una cosa.

Levanto la mano y le doy tal bofetada que mi cuerpo entero casi rebota por el impacto.

Y, ¡sorpresa! Ramson ni siquiera parpadea. De hecho, levanta la mirada hacia mi cara, casi confuso.

—¿A qué ha venido eso?

—¡Deja de mirarme!

—Tú eres la que se pasea así —frunce el ceño.

—¡Y TÚ ESTÁS EN MI HABITACIÓN SIN MI PERMISO! ¡FUERA DE AQUÍ AHORA MISMO!

—Pero...

Se corta de golpe cuando me doy la vuelta y agarro lo primero que encuentro, que resulta ser una zapatilla. Sin siquiera titubear, se la lanzo a la cabeza con el brazo bueno. El desgraciado la esquiva con un movimiento casi natural, sin siquiera despeinarse, todavía mirándome con un perrito que no entiende una orden.

—¿Por qué me lanzas cosas? —pregunta, perdidísimo.

—¡PORQUE QUIERO QUE TE VAYAS!

—¿Y no puedes decírmelo como una persona civilizada...?

—¡NO!

Me doy la vuelta, furiosa, y agarro el secador de pelo. Ramson abre mucho los ojos cuando me acerco a él empuñándolo como si fuera un cuchillo sagrado.

—¡FUERA O TE DOY!

—Pero...

—¡QUE... TE... VAYAS... —lo golpeo con el secador con cada palabra— PERVERTIDO... ASQUEROSO... MIRA... BRAGAS... SECUESTRA... CHICAS... INCONSCIENTES!

El pobre intenta cubrirse la cabeza con un brazo mientras retrocede como puede hacia la puerta.

—P-pero...

—¡COMO... VUELVAS... A... DECIR... PERO... TE... ENCIENDO... EL... AIRE... CALIENTE... POR... EL... CULO!

Ramson consigue abrir la puerta milagrosamente mientras yo lo sigo golpeando con el secador con todas mis fuerzas. Estoy a punto de seguir gritándole, pero ambos nos detenemos de golpe cuando nos giramos hacia el pasillo y vemos a Albert ahí de pie, mirándonos con la los ojos muy abiertos.

Hay un breve momento de silencio bastante incómodo, sí.

—Eh... —Albert analiza la escena antes de parpadear, volviendo a la realidad—. Veo que ya estás despierta, Genevieve. Muy despierta.

—¡ESTE PERVERTIDO SE HA COLADO PARA VERME LAS BRAGAS!

—¡No es verdad! —Ramson, de nuevo, parece enrojecer un poco.

—¡SÍ LO ES, ALBERT!

De hecho, ambos lo estamos mirando como si fuera el mediador de la pelea.

—Eh... —repite, rascándose la nuca con gesto confuso—. Ramson, ¿por qué no sales de su habitación de una vez para que pueda... vestirse o lo que sea que quiera hacer?

—¡Buena idea! —mascullo, empujándolo fuera.

Ramson trastrabilla un poco al llegar el pasillo. Se da la vuelta, enfadado por el empujón, pero le cierro la puerta en la cara antes de que pueda decirme nada.

—Idiota —mascullo.

—¡Lo he oído!

—¡PERFECTO!

Lanzo el secador a la cama, furiosa, y escucho la risita de Albert al otro lado de la puerta.

—Te gustan con carácter fuerte, ¿eh?

—Déjame en paz —masculla Ramson, irritado.

El silencio que sigue a eso último me indica que por fin estoy sola. Suelto un suspiro de alivio y me las apaño para quitarme la ropa y meterme en la ducha. Necesito quitarme la capa de sudor que me ha provocado la pesadilla. Y la verdad es que estoy un poco ridícula intentando ducharme sin mojarme ni la frente ni el brazo malo, que tengo estirado a un lado como si fuera idiota.

Pero, un buen rato más tarde, consigo vestirme de nuevo con lo más ancho que encuentro en mi armario, que resulta ser una sudadera y unos vaqueros. No, no soy muy fan de la ropa ancha. Abro la puerta del pasillo, colocándome de nuevo el cabestrillo y, tras comprobar que no hay nadie, bajo las escaleras.

Pero ahí sí que hay alguien. En las escaleras del vestíbulo, veo que Kent y Addy hablan entre ellos. Addy da saltitos, nerviosa, y de pronto se gira hacia mí y esboza una sonrisa gigante de felicidad absoluta.

—¡VEEEEEEE! ¡Estás despierta! ¡POR FIN!

Antes de que pueda pedirle que no se lance sobre mí por las heridas, me da un abrazo de oso que casi me deja sin respiración. No puedo evitar sonreír cuando se lo devuelvo con el brazo bueno.

—Sí, yo también me alegro de verte.

—¡Te he echado de menos! —me asegura, separándose un poco pero sin dejar de abrazarme, solo para verme mejor—. ¡Y los demás también!

—Me alegra vez que estás bien —Kent me sonríe, con las manos en los bolsillos.

—Bueno, estoy casi bien —levanto el brazo malo, bromeando—. Necesito urgentemente ir a la cocina. Tengo un hambre...

—¡Siiií! —Addy tira de mi brazo bueno, entusiasmada—. ¡Amelia ayer hizo un pastel de chocolate y le dije que te guardara un poco por si despertabas, sabía que lo harías!

Amelia, efectivamente, está en la cocina canturreando una canción mientras cocina. Siempre parece completamente feliz cocinando. Y su sonrisa se ensancha cuando me ve aparecer.

—¡Vee, estás despierta! ¡Oh, querida, no sabes cuánto me alegro! —se acerca para apretujarme la mejilla—. Nos tenías a todos muy preocupados, ¡no vuelvas a darnos esos sustos!

Vaya, ahora me siento como si mi madre me estuviera riñendo.

—Yo... eh... bueno...

—Siéntate. Debes estar hambrienta. ¿Qué te apetece...?

—En realidad —interviene Albert, que acaba de entrar a la cocina tan elegante como de costumbre—, yo me ocuparé, Amelia, si no te importa.

Ellos dos intercambian una mirada rápida que no entiendo, pero que hace que Amelia sonría y rápidamente se vaya de la cocina con Kent y Addy, que parecen tan confusos como yo. Bueno, Addy también parece enfadada porque no puede quedarse conmigo, pero se marcha de todas formas.

En cuanto estamos a solas, espero que Albert se siente conmigo en la mesa, pero espera unos segundos con la puerta abierta... y ahí están.

Foster y Ramson entran hablando en voz baja. No sé cuál de los dos parece más irritado. Ramson lo sabe disimular más eso, seguro.

Foster se detiene de golpe al verme y esboza una sonrisa amistosa.

—Oh, Vee. Qué alegría verte. ¿Cómo estás?

—Eh... bien, supongo. Un poco mareada.

—Es por los medicamentos —me dice Foster, sonriendo y acercándose a mí—. Si necesitas más, avisa a Amelia, tiene la llave del botiquín. Tuvimos que empezar a cerrarlo cuando descubrimos que Addy iba a robar cosas para curar a sus muñecas cuando las rompía.

Se forma un silencio un poco tenso cuando Foster hace un ademán de sentarse a mi lado. Ramson clava la mirada en su nuca justo al instante —casi como si quisiera calvarle un tenedor— y Foster, como si lo notara, da un respingo y rodea la mesa para sentarse al otro lado con Albert.

Al final, es Ramson quien se sienta a mi lado, sin mirarme.

Qué bien todo. Muy cómodo.

—¿Tienes hambre? —me pregunta Albert, rompiendo el silencio.

Asiento, incómoda. Hace un momento me rugia el estómago. Nadie dice nada cuando él estira un brazo y me acerca un plato con un pastelito igual al que me dio el otro día.

—Le he dado la receta a Amelia, por si algún día los necesitas.

—Oh, gracias, Albert. Tengo tanta hambre que podría comerme cinco pastelitos seguidos.

Lo recojo y empiezo a comérmelo, pero no se me pasa por alto que Ramson tiene la mirada clavada en Albert. Y no parece gustarle lo que ve. Cuando se da cuenta de que lo he visto, carraspea y me mira con su gesto indiferente de siempre.

—¿Qué recuerdas? —pregunta directamente.

—Podrías preguntarlo con un poco de educación, ¿no?

—No. ¿Qué recuerdas?

Suspiro, dejando el pastelito por un momento para rememorar. Lo que más recuerdo ahora mismo son pesadillas. Muchas. Pero intento centrarme en lo que pasó en ese sitio.

—Recuerdo que fuimos juntos al castillo —empiezo, intentando recordar, que cada vez es más fácil—. Me caí... por una trampilla que había en la fuente, creo. Y aterricé dentro. Estaba... todo muy oscuro. Y grité por si me oías.

—Sí, me acuerdo de esa parte.

—Rompí no sé qué...

—...de eso también me acuerdo.

—Y luego me dijiste que siguiera hablando hasta encontrarte. Que encenderías una luz y...

—Espera, ¿qué?

Lo miro, confusa, y veo que su expresión es de cautela absoluta. Foster y Albert parecen escucharme también con mucha atención.

—Que me dijiste que siguiera hablando —repito, mirando a Ramson—. Que encenderías una luz para que pudiera encontrarte...

—Genevieve...

—...e incluso me pareciste simpático por un momento, eso sí que es difícil de cre...

—Genevieve —me corta, muy serio—. Yo no te dije nada de seguir ninguna luz. Ni de que siguieras hablando.

La frase cuelga entre nosotros por unos instantes en los que espero que me diga que es broma. Esbozo una sonrisa, un poco nerviosa.

—¿Cómo que no?

—No dije nada de eso —repite, mortalmente serio.

—P-pero... yo te escuché y...

—Yo no lo dije, Genevieve.

Hay un instante de silencio en el que me dedico a mirarlo fijamente, cada vez más aterrada.

—¿Q-qué fue lo último... que me dijiste?

—Que me hicieras caso —murmura—. Y me dijiste que no te gusta seguir órdenes.

Eso fue justo después de apoyarme en ese mueble.

—Entonces... estuve... estuve hablando con...

—Con el fantasma.

La voz desconocida hace que me ponga en alerta al instante, aunque por algún extraño motivo mi cuerpo permanece tranquilo al ver que Ramson no se ha alterado en absoluto.

Levanto la mirada, confusa, y entonces me doy cuenta de que hay otra persona en la habitación que no había visto hasta ahora. Es una mujer. Debe tener la edad de Foster y Ramson, pero hay algo en ella que da la sensación de ser muy viejo. Y no es su ropa, un sencillo atuendo oscuro con guantes y botas que contrastan mucho con su piel palidísima. Tiene el pelo completamente rapado y los labios y los ojos pintados de negro. Incluso tiene dos tatuajes negros y extraños en las sienes con forma de serpiente que le bajan por detrás de las orejas y desaparecen en el cuello alto de su prenda superior. Y sus ojos... también son negros. Casi me siento como si estuviera mirando directamente a la oscuridad de ese castillo otra vez. Da... miedo.

No puedo evitar echarme un poco hacia atrás cuando ella se sienta al otro lado de la mesa, justo delante de mí, y me mira. Se mueve de forma muy lenta, deliberada, y no ha parpadeado ni una sola vez. Solo me mira fijamente.

—Los fantasmas pueden meterse en tu cabeza, Genevieve —me dice. Tiene la voz suave, casi harmoniosa, pero hay algo verdaderamente terrorífico en ella—. Encuentran tus fortalezas y tus debilidades y juegan con ellas para conseguir abrirte y poder explotarlas a su propio gusto y disfrute personal.

Tardo unos segundos en responder. O, más bien, en no hacerlo. Me siento demasiado intimidada por ella.

Por suerte, Ramson interviene al notarlo.

—Ella es Vienna —me presenta—. Es... una amiga.

—Vienna... como el nombre de la ciudad —murmuro como una idiota.

Para suerte o desgracia, sus labios se curvan en una sonrisa que no llega a sus ojos.

—Me temo que mi nombre no surgió por la ciudad, Genevieve. Tampoco se escribe igual.

—Oh... yo...

—El fantasma que habló contigo —su voz sigue siendo suave, pero apremiante— te hizo tener una visión, ¿no es así?

—No sé si fue una...

—Usó la voz de nuestro querido Ramson para obtener tu confianza y atraerte hacia sí, es evidente. Y, si te atrajo, es que quería enseñarte algo.

—Algo que te haga pasar lo mismo que pasó ella —añade Foster, que parece enrojecer un poco cuando todo lo miramos—. Es... es lo que pone la leyenda.

Y a quienes la visitaran les esperaría el mismo triste destino —murmura Albert, asintiendo—. Eso dice la leyenda, sí.

—Pero eso puede tener muchas lecturas distintas —opina Foster.

—No tantas. La chica perdió a quien amaba, por ende, quien la visite perderá a alguien amado.

—...o se sentirá como si lo hubiera hecho.

Mientras ellos siguen hablando, no puedo evitarlo y miro a Ramson. El collar se me calienta un poco cuando nuestras miradas se conectan y, por algún motivo, no puedo apartarla. De hecho, es él quien carraspea y se gira hacia Vienna, que de pronto toma sus manos entre las mías. La seda de los guantes hacia que reaccione y la mire, sobresaltada.

—Lo viste a él, ¿verdad? —me pregunta, mirándome fijamente con una intensidad que me deja en blanco.

—Eh...

De pronto, todos me miran en silencio.

Incómodo.

—Viste a Ramson en tu visión —me dice ella, y ni siquiera es una pregunta—. Necesito más detalles.

De pronto, me pongo un poco nerviosa. Y quizá es porque lo recuerdo todo muy claramente. Y porque el principal participante está sentado justo a mi lado, mirándome con atención.

—Había un gran salón —murmuro—. Un... baile, creo. Había mucha gente vestida de forma... extraña.

—¿Extraña? —repite Albert.

—Como... no sé... como si salieran de otro siglo.

Hay un momento de silencio. Me distraigo cuando Vienna me aprieta las manos con los dedos.

—¿Qué más?

—Un... un tipo se me acercó y me dijo algo. Y apareció... eh... mhm...

—Apareció Ramson —termina Vienna por mí.

—Sí —confirmo en un hilo de voz, enrojeciendo.

Dios, no quiero ni mirarlo. Qué vergüenza.

—¿Qué te dijo? —pregunta Vienna.

—Me... habló del vestido que... yo llevaba puesto y... —no, no pienso entrar en detalles. Es demasiado vergonzoso—. Había un chico... Rowan. Estaba también el baile. Y nos habló.

—¿Rowan? —repite Foster, pasmado.

—Sí, ¿lo conoces?

—Es uno de los protectores de la ciudad. De hecho, es el dueño del bar y el jefe de Jana.

—¿A quién más viste? —insiste Vienna, mirándome.

—A... ti, Foster. Con una mujer de pelo castaño, pero no... no le vi la cara.

Foster me mira un momento antes de parpadear y apartar la mirada, incómodo.

—Mhm... —Vienna cierra los ojos un momento y casi juraría que los tatuajes le brillan, pero entonces vuelve a abrirlos—. Gracias por tu sinceridad, Genevieve.

Y vuelve a soltar mis manos. Ramson la mira con urgencia.

—Dímelo ya.

—Se pondrá bien —dice ella, sonriéndome de la misma extraña forma que antes—. Es una mujer muy fuerte, Ramson. Incluso a mí me costaría atravesar esa coraza.

Miro a Ramson, confusa, y veo que él aprieta un poco los labios.

—Espero que tengas algo más que decir.

—Normalmente, si alguien con sangre humana llegara a estar tan cerca de un fantasma, te diría que está perdido. La mayoría sucumben en la desesperación. Pero... me temo que nuestro fantasmita no le hizo ni la mitad del daño que podría haberle hecho.

—¿Por qué no? —pregunto sin pensarlo.

Veo que todo el mundo contiene la respiración. Vienna, por su parte, esboza una lenta sonrisa que me parece lo más terrorífico que ha hecho hasta ahora.

—¿Tienes preguntas, querida?

—No —Ramson es tan tajante que incluso me asusta a mí cuando se inclina sobre la mesa, acercándose a mí—. No tiene ninguna pregunta, déjala en paz.

—No es a ti a quien hablo, alcalde, sino a ella.

Miro a los demás. Foster parece precavido, Albert me mira como si no supiera qué voy a hacer y Ramson no despega los ojos de Vienna, como si estuviera preparándose por si se acerca un centímetro más a mí.

—No le hagas ninguna pregunta —me advierte Ramson en voz baja.

—¿Ninguna...?

—Nunca hagas preguntas a un mago —me dice Albert.

Abro mucho los ojos al instante, cosa que parece divertir mucho a Vienna.

—Sí, has oído bien —sonríe ella—. Hay muchas formas de definir mi naturaleza, la más simple y aburrida se puede considerar la de la magia.

Me aseguro de mirar a Albert justo antes de formular la pregunta.

—P-pero... ¿no se supone que los magos desaparecieron?

—No todos —me dice, observando a Vienna, que le dedica una mirada casi divertida, cosa que Albert ignora completamente—. Hay que tener cuidado con ellos.

—Pero no le hagas preguntas —añade Foster—. Si te las responde, te reclamará algo a cambio.

Estoy a punto de preguntarle, pero me contengo justo a tiempo. Vienna me sonríe.

—¿Quieres saber cuál es el precio, Genevieve?

Dudo un momento antes de asentir. Noto que Ramson me mira mal, pero paso de él.

—Mi precio... —Vienna extiende una mano hacia mí—. Es probar tu sangre.

Doy un respingo, sobresaltada.

—¿Mi...?

—No le hagas preguntas —repite Ramson, malhumorado.

—No entiendo por qué quieres mi sangre —reformulo.

—Me ayuda —se encoge de hombros con elegancia—. Todos los magos nacemos con un don, ¿lo sabes, Genevieve? Supongo que no. Vamos desarrollándolo con el paso de los años. Dicen que los fantasmas también adquieren un don parecido al morir, pero su alma humana no puede soportarlo y por eso se pierden... se deshumanizan... por eso viste a ese fantasma y por eso influyó en tu mente.

—No quiero que influyas en mi mente —mascullo.

—Oh, no lo haré. Me temo que ese no es mi don. Mi don... es ver ciertas cosas —sonríe, volviendo a extender su mano hacia mí—. Una vez pruebe tu sangre, tendrás tres preguntas. Y yo tendré tres respuestas para ellas.

—Los magos nunca dan respuestas directas —masculla Foster.

—Las respuestas son directas —lo contradice Vienna, muy tranquila, mirándome a mí—. Solo hay que saber buscar su significado.

Hay un momento de silencio en el que yo claramente dudo. Su sonrisa se amplía mientras que la tensión de Ramson aumenta.

—No le hagas preguntas —me advierte.

—No eres mi padre, Ramson, déjame en paz —la miro a ella—. Si te hago esas preguntas... supongo que tendrás respuestas para todas.

—Las tendré.

—Aunque... sean cosas que yo misma no sé.

—Hagas la pregunta que hagas, podré responderla para clarificarte el camino.

—Y no hay otro precio que sangre... eso es sospechoso.

—Oh, solo estoy siendo amable porque le debo un favor a un viejo amigo —ella sonríe, pero no despega los ojos de mí—. ¿No es así, Albert?

Él ni siquiera la mira.

—Solo sangre —repito—. Solo una gota. Dame tu palabra. Promételo.

Ella hace exactamente lo que hizo Albert. Una promesa. No puede romperla. Bien.

Le ofrezco una mano y Ramson se aparta de mí, claramente cabreado, pero lo ignoro completamente mientras Vienna esboza una gran sonrisa tenebrosa y se inclina hacia delante. De pronto, saca una aguja y doy un pequeño respingo cuando me pincha la punta de un dedo. Una solitaria gota de sangre se forma en la pequeña herida y, antes de que pueda reaccionar, veo que se ha quitado los guantes y me quita la gota con la yema de su pulgar, llevándosela a la boca.

Ramson, por cierto, se ha apartado de mí y tiene cara de estar oliendo algo muy desagradable. Estoy a punto de hablarle, pero me callo cuando Vienna, de pronto, me sujeta ambas manos con las suyas y me gira las palmas hacia arriba, apoyando las suyas sobre las mías. No ha abierto los ojos, pero las serpientes de su tatuaje parecen brillar más que nunca.

—Tienes tres preguntas —me dice que los ojos cerrados.

Noto un hormigueo extraño en las zonas donde nuestra piel está en contacto, como si pudiera percibir que hay algo no-humano en ella. Pero Vienna no se mueve ni un poco. De hecho, creo que ni siquiera respira.

Y hago la primera pregunta:

—¿Dónde está Amanda Díaz?

Vienna esboza media sonrisa y sacude la cabeza.

—Deberías cuidar más tus preguntas, Genevieve. No me preguntes algo que tú misma descubrirás dentro de poco.

¿Que lo descubriré dentro de poco? ¿Qué...?

—La chica aguarda en un lugar de esta ciudad —dice ella en voz baja, muy quieta—. Frío y oscuro. Silencioso y triste. Él la aguarda, pero la chica se niega. La confianza fue su traición y será su perdición. Su destino se selló en las frías lunas. Y será donde la podrás encontrar. Pero tienes que darte prisa, Genevieve, para encontrar la forma de salvarla.

Intento analizar cada palabra qué ha dicho, pero solo consigo memorizarlas. Albert, Foster y Ramson siguen mirándome cuando me inclino hacia delante.

—Necesito respuestas más claras. Tiene que haber algo más que puedas decirme.

—Has tenido tu respuesta —me dice ella.

—Te dije que los magos nunca dan respuestas directas —murmura Foster.

Suelto un suspiro, frustrada, y me giro hacia ella.

—Me quedan dos preguntas —le recuerdo.

—¿Cuál es tu segunda pregunta, Genevieve?

—¿Cómo... cómo puedo salvar a Amanda Díaz?

Ella lo considera un momento, las serpientes vuelven a brillar.

—Lo que el fuego quemó... el fuego devolverá... lo que... las paredes vieron... las paredes recordarán. El nombre se dijo en voz alta y las palabras se pronunciaron. Y solo el amor puede romper lo que el amor unió.

—Necesito que seas más clara, no...

—Tercera y última pregunta, Genevieve.

Aprieto los labios, intentando pensar. No se me ocurre nada para obtener una respuesta directa por mucho que lo hago, pero ella no me mete prisa. Simplemente espera, con los ojos cerrados.

Y, en medio de mi caos mental, suelto la primera tontería que se me viene a la cabeza:

—¿Por qué no me atacó el fantasma?

Para mi sorpresa, Vienna se queda paralizada por un momento y las serpientes brillan cuando aprieta los dedos en mis manos. Pone una mueca pequeña, removiéndose, y veo que Albert la mira atentamente, pero no dice nada. Nadie dice nada.

Y, entonces, Vienna abre los ojos y me dedica una mirada casi de compasión.

—¿Qué puedes quitarle a alguien que ya ha perdido todo?

Tardo unos segundos en responder, completamente confusa.

—Yo no he perdido nada.

Echo una ojeada a los demás en busca de ayuda. Nadie dice nada. Y, justo cuando intento volver a hablar con Vienna, ella se pone de pie y vuelve a colocarse los guantes.

—Tres preguntas, tres respuestas —hace una leve inclinación—. Un placer volver a verte, Genevieve. Espero que pueda visitarte muy pronto.

***

No me vuelvo a tomar la medicación para el dolor hasta la hora de comer, cuando me empiezan a dar retortijones de dolor en la muñeca y la frente. Addy me mira con los muy abiertos, asustada, cuando le digo que me encuentro un poco mal. Casi al instante, sale corriendo y vuelve con una bolsa de agua caliente. No me alivia nada, pero no puedo evitar una sonrisa agradecida.

Está claro que finjo que me alivia un montón.

Foster se encierra en su despacho después de comer y no vuelvo a hablar con él en todo el día. Con quien sí hablo es con Kent, que hoy se ha quedado conmigo mientras Addy atendía su clase con el señor Durham. Como siempre, han terminado cada uno más irritado que el otro.

Kent y Addy, por la tarde, se empeñan en ir fuera a ver cómo están las rosas que plantamos poco después de que llegara y, como está lloviznando, yo prefiero no arriesgarme a salir y resbalarme. Bastantes golpes tengo ya. En su lugar, opto por dejarlos solos y subir las escaleras. Creo que dejé el libro de Amanda en el estudio de Albert. Debería seguir mirándolo.

Pero, cuando abro la puerta del estudio, no me encuentro a Albert solo. Doy un respingo cuando veo que Ramson está sentado en el sofá con los brazos por encima del respaldo. Albert está tomando un té con una taza carísima mientras que el gato del otro día intenta acercarse contoneándose a Ramson, que lo aleja solo con una mala cara.

Aunque, claro, los tres se giran hacia mí cuando me oyen entrar. Me aclaro la garganta, incómoda.

—Eh... solo venía a por un libro. No quería interrumpir.

—No interrumpes nada —me asegura Albert enseguida—. ¿Qué tal el dolor? ¿Te has tomado la medicación?

—Sí, Amelia tenía las quinientas pastillas preparadas.

Cruzo la habitación muy digna a pesar de saber que los tres me están mirando y me detengo junto al único escritorio que hay. Efectivamente, el libro de Amanda sigue aquí. Lo recojo y vuelvo a darme la vuelta para marcharme, pero me detengo cuando veo que el gato se ha sentado en mi camino y me mira con cierta suspicacia.

—Eh... hola, gato.

Miau

—Oh —Albert se asoma—, perdona, no le gustan mucho los desconocidos.

—Es... ¿tu mascota? Pensé que tenías un perro. Y que vivía en el jardín trasero.

—Tengo varias criaturas a mi cargo —Albert da una palmadita a su regazo y el gato va corriendo hacia él para tumbarse encima—. Pero no son mis mascotas.

Dudo un momento, mirando a Ramson, que mira al gato con mala cara cuando él le ronronea como si le intentara decir cosas bonitas.

—¿Y qué son? —pregunto finalmente a Albert.

—Son mis pequeños informadores.

—¿Informadores? ¿De qué?

—Bueno, soy uno de los protectores de la ciudad —me comenta, haciendo un gesto para que me siente en el sofá junto a Ramson, cosa que hago tras dudarlo un segundo—. Mi función es la de proteger la información.

—¿Qué información? ¿La de la ciudad?

—Tiene informadores en cada punto conflictivo de la ciudad o del exterior —me dice Ramson ignorando al gato, que sigue contoneándose para él sin muy buenos resultados—. Las criaturas se infiltran en esos puntos conflictivos y los vigilan de cerca. Si creen que puede haber algún problema, nos avisan y nosotros nos encargamos.

—Ah —lo más normal del mundo, sí—. Y... ejem... ¿de qué se encarga este gato?

—¿Lambert? —él señala al gato que tiene en su regazo—. Oh, él se encarga de vigilar a una chica. Un trabajo sencillo.

—A una chica —repito, extrañada.

—Es una mestiza —me explica Ramson con su habitual tono frívolo—. Llamamos así a la mezcla de sangre de mago y vampiro.

—¿Esa mezcla... es posible?

—Si un mago y un vampiro se sienten predispuestos a hacerla posible —enarca una ceja—, sí.

—No hace falta ser tan sarcástico, imbécil.

—Perdona, no quería hacerte llorar.

—Ya quisieras tú poder hacerme llorar.

—Por el amor de Dios —suspira Albert—, dejad ya de discutir. Sois agotadores.

—¿Qué tiene de especial un mestizo? —pregunto directamente.

—Bueno, para empezar, la mayoría ni siquiera saben que lo son —me explica Ramson, esta vez sin sarcasmo, cosa que se agradece—. Su mezcla se sangre se remonta a unas cuantas generaciones atrás. Tienen una o dos habilidades especiales que los hacen destacar, aunque difícilmente las sacan alguna vez. Normalmente, se creen que son un poco especiales y ya está. Pero nunca sospecharían que no son humanos.

—¿Y esa chica ha sacado su habilidad?

—Sí —comenta Albert, acariciando la espalda de Lambert—. De hecho, hay unos cuantos mestizos con ella. Por eso preferimos mantenerlos vigilados.

Miro al gato, que me devuelve la mirada casi como si estuviera entendiendo toda la conversación.

—¿Cómo sabes cuál es el momento de intervenir? —pregunto finalmente—. Es decir... no es como si el gato pudiera decírtelo directamente, ¿no?

—Oh, tiene su forma de comunicarse —me asegura Albert con aire divertido—. Pero... mejor te lo explico otro día. Hoy ya has tenido suficiente drama, creo yo.

No estoy muy de acuerdo, pero me da la sensación de que quieren seguir hablando a solas, así que me pongo de pie y salgo de la habitación sintiendo los ojos de Ramson en la nuca, cosa que ignoro categóricamente porque estoy centrada en el libro. Y porque no me cae bien, claro.

—¿Qué es eso?

Levanto la mirada de golpe, sobresaltada, cuando Addy se planta delante de mí en medio del pasillo.

—Me has dado un susto —protesto, señalando el libro—. Es el libro de las leyendas.

—Oh, ¡no tenías que comprarte uno! Yo te habría regalado el mío.

—Bueno, así tenemos uno cada una —sonrío. Prefiero que no sepa mucho de lo de Amanda, así que me ahorro el detalle de decirle que es suyo—. ¿Qué tal están las rosas?

—¡Perfectas! Kent dice que en una semana ya florecerán.

—Podríamos dibujarlas cuando florezcan.

Addy y yo terminamos en el salón. Ella dibuja felizmente, tumbada sobre la alfombra gigante que hay en el suelo, mientras yo leo y releo la leyenda del fantasma del castillo. Especialmente las notas de Amanda. Algunas están escritas de forma tan apresurada que apenas puedo entenderlo. Es muy frustrante, pero no dejo de intentarlo mientras Addy canturrea una canción.

Permanecemos en ese relativo silencio tranquilo durante casi media hora, hasta que ella, de pronto, se gira hacia mí y me mira con curiosidad. En cuanto lo noto, le dedico una sonrisa divertida.

—¿Necesitas algo, Addy?

—No sabía que tío Ramson te había devuelto el collar.

Toco el collar con la mano buena inconscientemente.

—¿Cómo sabes que me lo quitó?

—Porque ha estado mucho por aquí estos días y vi que lo llevaba en la mano —murmura distraídamente mientras sigue pintando.

—¿Aquí? ¿En casa?

—Sí. Y ha discutido mucho con papá.

—Dime que escuchaste alguna conversación.

—Eh... si papá te pregunta, yo no escuché nada.

—¡Eres la mejor, Addy! —sonrío ampliamente y me giro hacia ella—. ¿Qué escuchaste?

—Bueno... —ella lo considera un momento, dejando de pintar y sentándose—. La peor discusión fue el día en que tío Ramson te trajo de su casa. Papá le dijo que no debería haberte llevado ahí por no sé qué y tío Ramson se enfadó mucho.

Mi mente funciona a toda velocidad mientras intento quedarme con cualquier detalle que Addy mencione. Sé que esos dos me ocultan algo y esto es como un puzzle horrible. Tengo que encontrar cada pieza, por pequeña e insignificante que parezca.

—¿Por qué se enfadó? —pregunto, confusa.

—Le dijo a papá que no se atreviera a decirle cómo cuidar a su no sé qué.

—¿Y no dijeron nada más?

—No. Bueno... supongo que sí, pero estuvieron a punto de pilarme y me marché. Pero tío Ramson ha estado mucho en tu habitación estos días. Albert ha ido a hacerle compañía muchas veces.

—En mi habitación —repito, casi extrañada—. Nada de esto explica por qué me quitó el collar.

—Oh, sí lo hace. Se lo dijo a Albert una noche. Pegué la oreja a la pared para escucharlos.

No puedo evitar una sonrisa orgullosa. Es mi pequeña aprendiz de investigadora.

—¿Y por qué me quitó el collar?

—Tío Ramson dijo que era insoportable sentir tu dolor y no poder hacer nada para remediarlo.

Me quedo mirándola un momento, congelada, y Addy aprovecha para ponerse de pie y dedicarme una mirada extraña.

—Hay... algo más.

Sigo tan perpleja por lo de antes que no puedo responderle inmediatamente. De hecho, tengo que parpadear para volver a la realidad.

—¿Qué más?

Ella duda, jugando con sus manos.

—Es... no es importante. Da igual. Voy a mi habitación, ¿vale?

La sigo con la mirada, confusa, cuando me deja sola en el salón. Aunque, en realidad, solo paso unos pocos segundos sola antes de que vuelva a escuchar la puerta.

—No quiere que la busques —murmura Addy de repente.

—¿Quién?

—Amanda no quiere que la busques.

Durante unos instantes, la miro como si no la hubiera entendido. Ella parece nerviosa.

—Me ha dicho que si la sigues buscando... te hará daño.

Abro la boca, pasmada, pero Addy sale corriendo antes de que pueda hacer nada para impedirlo. Y, a la hora de la cena, que es cuando vuelvo a verla, finge que no ha pasado nada. No puedo evitar mirarla de reojo durante toda la cena, distrayéndome solo cuando Amelia rellena dos copas de un líquido rojo sospechoso y me comenta que son para Albert y Ramson, que siguen reunidos.

Más tarde esa noche, no puedo dormirme.

No sé cuántas veces he leído el dichoso poema y las notas, pero sigo sin entender nada. Me paso la mano buena por la cara, frustrada, y alcanzo el móvil en la mesita de noche. Necesito hablar con alguien de confianza. Y el primero que se me ocurre es Trev.

—Hola, bombón —me responde enseguida, y suena como si estuviera comiendo.

—¿Qué comes?

—Una hamburguesa asquerosa del restaurante de abajo.

—¿A estas horas? Trev...

—Oye, no empieces a ponerte en modo madre —advirtió todavía con la boca llena—. Bueno, hazlo. La verdad es que me pone un poco cachondo.

—Qué romántico eres.

—Meh —por fin parece tragarse la dichosa hamburguesa—. ¿Qué haces despierta? ¿Quieres un polvo telefónico?

—Solo quiero hablar.

—Vaya.

—¡Trev! —sonrío.

—Era broma. Cuéntamelo todo. No te dejes los detalles jugosos.

—Bueno, me he dado cuenta de que mi jefe es muy manipulable, cosa que puedo usar en su contra.

—¿En serio?

—Sí. Unos cuantos parpadeos, una sonrisita inocente y una miradita ligona y ya lo tenía controlado.

—Así se hace. Aprovecha y pídele un aumento.

—No hace falta, ya me paga bien.

—Pero siempre te puede pagar mejor.

—Espera, hay otro. El alcalde. Esta mañana lo he pillado mirándome las bragas.

—Oh, pobre hombre. Dime que no lo has asesinado.

—Casi. Le he dado con un secador.

Trev empieza a reírse a carcajadas al instante.

Me paso un rato hablando con él, que me cuenta todos los cotilleos de nuestros vecinos. Al parece, la de abajo ha pillado a su marido con otra y la de arriba ha adoptado a otro gato. Ya tiene once. No sé cómo sobrevive con tantos gatos, la verdad. Seguro que la devorarán una noche mientras duerma.

Ya es casi media noche cuando me despido de Trev, bostezando. Lo que más me gusta de él es que ambos podemos contarnos todo —menos las partes de magia y todo eso, claro— sabiendo que ninguno de los dos se enfadará. Es un verdadero alivio hablar con él. Me siento siempre como si me hubiera desahogado.

Vuelvo a poner el móvil en la mesita y me tumbo en la cama para intentar dormirme de una vez, pero algo hace que abra los ojos de nuevo. O más bien alguien.

Frunzo el ceño, confusa, cuando escucho una voz bajita al otro lado de la pared. Está claro que me pongo de pie enseguida y me acerco a ella para pegar la oreja a la pared. Es Addy. Su habitación. Y está diciendo algo, pero no la entiendo. ¿Está hablando sola?

Me llevo automáticamente una mano al collar y me lo acerco a los labios.

—Oye, gilipollas, si puedes oírme, baja corriendo. Estoy en peligro de muerte.

Suelto el collar de nuevo y casi me da un infarto cuando, apenas unos segundos más tarde, la puerta de mi habitación se abre de golpe. Frunzo el ceño a Ramson, que me mira de arriba a abajo antes de poner mala cara.

—¿Dónde está el peligro de muerte?

—Solo te lo he dicho para que fueras más rápido, ¡deja de hacer ruido y ven aquí!

Él cierra la puerta, claramente crispado, antes de acercarse a la pared.

—No tiene gracia —masculla.

—Pues no te rías.

Señalo la pared y vuelvo a pegar la oreja sobre ella. Ramson me pone mala cara, como si fuera idiota, pero me imita. Ambos nos quedamos mirando el uno al otro con una oreja pegada a la pared que separa mi habitación de la de Addy.

—¿Con quién habla? —pregunta él en voz baja.

—No lo sé. Esperaba que tú lo oyeras mejor.

—¿Qué demonios te hace pensar que podría oírlo mejor que...?

Le hago un gesto para que se calle al instante en que la voz de Addy se hace más clara.

—Ya se lo he dicho —murmura, y parece cansada—. No me ha hecho caso.

Sigo mirando a Ramson, que también lo ha oído y ahora tiene el ceño fruncido.

—Creo que... —empieza Addy, pero se detiene—. No, no le hagas daño, por favor.

—Están hablando de mí —murmuro.

Ramson me mira al instante.

—¿Quién demonios quiere hacerte daño?

—Según Addy, Amanda.

—¿La desaparecida?

—Dijo que se lo había dicho.

Ramson no parece muy convencido, y menos cuando, al otro lado de la pared, ya no se escucha nada. Vuelvo a ponerme de pie, suspirando, y él hace lo mismo.

—¿Me has llamado porque una niña te ha dicho que ha hablado con una chica desaparecida? ¿Por qué te lo has creído?

—¿Y por qué no iba a creérmelo? Aquí estáis todos locos. Mírate a ti, que eres un mirabragas.

Él aprieta los labios al mismo tiempo que enrojece un poco.

—Yo no te he mirado nada.

—Seguro —murmuro, intentando escuchar algo más al otro lado de la pared.

Sin embargo, vuelvo a centrarme en él cuando noto que me sigue mirando.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Por qué demonios tienes bragas transparentes? ¿De qué sirven?

—Sirven para que me sienta sexy conmigo misma.

—Ah —no parece entenderlo mucho.

—¿Qué pasa? ¿Quieres ver más o qué?

—¿Eh?

—Como te pille husmeando en mi ropa interior, los golpes de esta mañana te parecerán un juego.

—Eres muy agresiva —comenta, enarcando una ceja.

—Y tú muy pesado. Ya puedes irte.

Pero no se mueve. Le pongo mala cara.

—¡Que te vayas!

—¡Acabas de llamarme! —protesta.

—Pero ya no se oye nada, ¿de qué me sirves?

Ramson me pone mala cara y se encamina a la puerta, farfullando algo de muy mal humor. No puedo evitar una sonrisita divertida que se borra cuando alcanza la puerta y recuerdo que tengo que decirle algo.

—Solo dos cosas más —murmuro.

Él suspira y me mira sin mucho interés, esperando a que continúe.

—Eh... gracias por.. entrar a ese castillo y ayudarme —murmuro torpemente.

Ugh, odio dar las gracias, aunque vale la pena solo para ver la ligera sorpresa de su expresión.

—¿Qué es lo otro? —pregunta al final.

—¿Lo otro?

—Has dicho que eran dos cosas, ¿cuál es la otra?

—Oh, eso...

Dudo un momento antes de dar un paso en su dirección, cosa que parece hacer sonar todas las alarmas de Ramson, que se tensa de pies a cabeza.

—Recuerdo lo que me dijiste cuando me sacaste del castillo —murmuro, observando su reacción—. Me llamaste Vee. Y dijiste que ambos volveríamos a casa.

—Y lo hicimos. Tú estás en tu casa. Y yo ahora iré a la mía.

—No, a mí no intentes tomarme por idiota, no te referías a eso.

Ramson aprieta los labios un momento antes de dar un paso hacia mí. Eso me ha pillado desprevenida y me deja un momento sin saber qué decir. Por suerte, él se adelanta.

—¿Y a qué crees me refería, Genevieve?

Hay unos instantes de silencio en los que su cercanía me distrae tanto que no me veo a mí misma capaz de hablar, solo de mirarlo fijamente. Ramson esboza media sonrisa un poco extraña y asiente una vez con la cabeza, separándose de mí.

—Buenas noches, Genevieve. Espero que esta vez no tengas pesadillas.

—Espera —lo detengo inconscientemente de la muñeca.

Él se tensa como si quisiera apartarse, pero no lo hace. Solo me mira con cierta tensión.

—¿Qué? —pregunta directamente.

Trago saliva, nerviosa, y veo que aprieta el puño cuando aumento la presión de mis dedos en su muñeca.

—Quiero visitar tu casa —suelto de repente, sin pensar.

Y, para mi sorpresa, él no parece sorprendido en absoluto. De hecho, solo esboza una sonrisa algo triste.

—Ahí siempre serás bienvenida, Vee.

Él suelta su mano, me mira un momento y noto que el collar se calienta ligeramente sobre mi piel, pero antes de que pueda decir nada, Ramson da media vuelta y se marcha sin volver a mirarme.


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