Epílogo

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Antes de leer quiero aclarar (y porfa leedlo): esto es solo un libro. Parece una tontería, pero siento que hacía falta que lo recalcara porque en los comentarios últimamente he visto alguna que otra discusión bastante fea. 

Repito: es un libro. Está hecho para entretener, para pasar un rato divertido, no hace falta que recalquemos en cada párrafo 'pues yo soy team tal' o que 'Me gusta este pero ese me gusta más' o insultos varios cada vez que hable un personaje u otro. De verdad, lo que más me gusta de escribir aquí es que los comentarios sean divertidos y entretenidos, que sean para pasar un buen rato, no para crear una competición o un ambiente desagradable tanto para mí como para los demás lectores y lectoras.

Así que, porfa, recordad que es solo un libro. Nada más. Y a disfrutar de la lectura, que para eso estamos todos aquí <3


Sentada sobre el alféizar de la ventana, recorro con la mirada el jardín trasero de la casa. La nieve ha cubierto la hierba que Kent solía cortar cada pocos días, dejando un manto blanco tras de sí en el que solo se ven mis pisadas y las de Addy, que hemos bajado esta mañana para jugar con Deandre. Las huellas de sus patas —casi del tamaño de mis pies— forman un divertido recorrido tras las nuestras.

Eso de tenerlo fuera al principio no me hizo mucha gracia, pero resulta que Deandre tiene la piel tan gruesa y el pelaje tan espeso que, si le lanzas una bola de nieve, casi ni se entera. La temperatura definitivamente no es un problema para él. Sí lo es la comida, que tenemos que reponerle varias veces al día.

Como un día se nos olvide, se come a Albertito.

Esbozo una ligera sonrisa con la pequeña broma, pero desaparece enseguida. No me apetece sonreír, no con lo que tengo entre mis dedos. Es una vieja foto en blanco y negro, desgastada y con uno de los bordes ligeramente doblado. En ella, se ven un hombre y una mujer, ella sentada en un sillón con las manos en el regazo, levantando el mentón y mirando directamente a la cámara. Él, de pie junto a ella, con un brazo en el respaldo de forma algo despreocupada, una pipa en la otra mano y una mirada más jovial dirigida a la cámara.

Mis padres.

Sí, está desgastada por los años e, incluso, tiene una mancha en la parte baja. Pero me da igual. La he encontrado esta mañana, la primera vez que me he atrevido a ir a lo alto de la colina desde que todo pasó. Ni siquiera he visto la casa, solo he ido al sótano y he buscado entre mis cosas. He encontrado esta foto, el reloj de bolsillo de mi padre y unas gafas de leer de mi madre. Y ahora todo está en mi habitación menos la foto, que soy incapaz de sacarme del bolsillo de los pantalones. Voy a terminar destrozándola por testaruda, pero me da igual.

—Es una buena foto.

No levanto la mirada hacia Albert cuando entra en el salón, pero esbozo media sonrisa apagada y asiento con la cabeza.

Estamos en el comedor de la primera planta, uno que no había usado nunca aunque algunas veces ayudé a Amelia a limpiar. Las paredes están llenas de estanterías, exceptuando las zonas donde hay ventanas que dan con el exterior. Hay algunas obras de arte, cortinas de color crema muy suaves y una alfombra persa en el centro de la habitación. Sobre ella, una gran mesa rectangular con varias sillas de tonos dorados y blancos. Es una sala preciosa.

—¿Te gusta? —me preguntó Foster cuando me vio asomándome a ella, fascinada.

—Mucho. ¿Por qué nunca me había detenido a mirarla?

—Porque estabas ocupada metiéndote en líos paranormales.

Esbocé una pequeña sonrisa —la primera en lo que parecía una eternidad— y entré en el comedor con él detrás de mí. Noté que me miraba, con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada, pero no dijo nada.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora