14 - 'Las descendientes de Magi'

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14 - LAS DESCENDIENTES DE MAGI

—¡Vee! ¡Espera!

Finjo que no oigo nada. Ahora mismo, solo puedo andar y andar. Tengo un objetivo fijo. Y me sigue temblando el cuerpo entero por la mezcla de rabia, impotencia y miedo que tengo dentro.

—¡Vee! —Trev por fin me alcanza y se planta delante de mí para detenerme, jadeando—. ¡Llevó llamándote media hora! ¿Se puede saber dónde vas?

—Apártate, Trev.

Debe notar que algo va muy mal solo por la forma en que lo digo, porque veo que se queda muy quieto durante un momento con una seriedad que no suele tener.

—¿Dónde vas?

—Tengo que ir a comprobar una cosa.

—Muy bien —me dice, en tono conciliador, poniéndome las manos en los hombros—. Sea lo que sea, seguro que nos irá mejor si te acompaño.

—No... no puedes ir conmigo.

—Y tú no puedes pretender hacerlo todo siempre sola, Vee. Me conoces. Formamos un buen equipo. Déjame ayudarte y ya está.

Por un instante, estoy a punto de derrumbarme y pedirle que me lleve a casa, lejos de esta maldita ciudad y de todo lo que hay aquí. Solo quiero hacerme pequeñita, que alguien me cuide, fingir que tengo una vida normal y corriente y que nadie está en peligro.

Pero... luego me vienen a la cabeza las caras de Addy, Amanda y Greg. Y no puedo hacerlo, simplemente no puedo.

—Ven si quieres, pero mantente al margen —le advierto.

Trev traga saliva y asiente, y los dos emprendemos el camino por el bosque.

Tengo que fiarme de mi memoria para seguir la dirección correcta, y más ahora que es de noche. La única iluminación que tenemos son las linternas de nuestros móviles, y aún así está todo muy oscuro. Estoy a punto de caerme varias veces, pero al final siempre seguimos adelante.

Y, unos minutos más tarde, por fin lo veo. El castillo. Los muros claros rodeándolo, el lago que hay al lado. Las murallas grises.

Un escalofrío de advertencia me recorre el cuerpo entero al recordar lo que pasó la última vez que estuve aquí. Al recordar la sonrisa macabra de aquella figura vestida de blanco. No quiero volver a entrar, pero a la vez es la única pista que tengo. Y no estoy en posición de desperdiciar nada.

—Vee... este sitio no me da buen rollo —murmura Trev detrás de mí.

—Tú no vas a tener que entrar.

—¿Y tú sí?

No le respondo. De hecho, ambos nos quedamos muy quietos cuando por fin llegamos a la entrada tapiada y encadenada del castillo y nos encontramos de frente con tres personas intentando cortar las cadenas con unas tenazas ridículamente pequeña.

Espera, ¿qué hacen Jana, Sylvia y Kent aquí?

Jana suelta un chillido cuando la herramienta se le resbala y va a parar al pie de Kent, que le estaba sujetando la cadena. Él se queda pálido del dolor e intenta fingir que no es nada. Sylvia, mientras tanto, está sacudiendo la cabeza y encendiéndose un cigarrillo, sentada en las raíces de un árbol tranquilamente.

—¡Noooo! —chilla Jana, asomando la cabeza entre los barrotes para ver el patio principal del castillo—. ¡VEE, AGUANTA, VAMOS A SALVARTE!

—Como no lo hagáis rápido —murmura Sylvia tranquilamente—, no habrá mucho que salvar.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora