Dulce destino

Por Aramat_Hivi

12.8K 1.2K 180

Tu cuerpo se vuelve frío cuando te das cuenta que tus años de matrimonio han sido casi una pérdida de tiempo... Más

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Último capítulo
Epílogo

Capítulo 3

1.1K 107 8
Por Aramat_Hivi


Cálida tarde de compenetración...

Fría noche de desengaños...

Álgida madrugada de confesiones...

Un funesto adiós...

Habíamos entrado entre besos y tropezones. Entre jadeos y sonrisas sobre la boca del otro. Habíamos entrado mientras nuestras manos hacían de las suyas y nos quitaban nuestras ropas. Ropas que cayeron por ahí, en algún lugar de aquella habitación de hotel. Me encantaba sentir su lengua, me cautivaba la humedad de ella. Sus dientes mordisqueando mis labios. Sus sensuales trucos me tenían excitada a niveles exacerbados.

Habíamos tenido sexo en mi oficina, no habíamos medido las consecuencias de nuestros actos. Sin embargo, me importó una mierda salir de ahí con mi rostro ruborizado y varias miradas sobre nosotros. Jamás había cometido tal locura, pero ese hombre había alborotado cada uno de mis sentidos, provocando que olvidase todo mi jodido entorno. Habíamos subido a su auto, así, como la primera noche. Solo que, en esa ocasión, había tomado mi nuca y acercado su rostro al mío para perder su lengua en mi boca. Fue una locura, todo el camino me sentí agitada por lo que hicimos.

Deseaba volver a tenerlo entre mis piernas...

—¿Dónde vamos? —preguntó de pronto.

—A un hotel.

—¿Sabes que no te dejaré nunca más en paz?

—¿Y sabes que eso es justamente lo que no quiero?

Me sonrió...

Su maldito rostro...

—Me gusta tu cara.

—Me gusta tu cuerpo.

Sonreí...

—¿Por qué siempre la llevas cubierta?

—Porque no dejo que cualquiera la vea —me observó fugazmente al tiempo que me guiñaba el ojo —. Tuviste ese privilegio.

—Eres todo un misterio, Damián Mitchell.

—Tú eres quien descubrirá todo ese misterio que me rodea —puso su mano sobre mi muslo —. Yo también seguiré descubriendo que es lo que esconde tu piel.

—¿Quieres seguir? —la ironía tiñó mi voz.

—Creo que esa pregunta está de más. Sabes que quiero hacerte, te lo he dicho. Pero si quieres que te refresque la memoria, puedes decirlo.

—Prefiero que me lo sigas demostrando.

—¿Sabes?, tengo recuerdos de que una vida pasada me llamaron: "Potro cachondo".

—Oh, puedo ver porqué.

—No, todavía no tienes una idea de lo que puedo llegar a ser capaz —subió su mano hasta dejarla en la orilla de mi braga —. Pero pronto te vas a enterar —sonrió —. Te voy a tender en esa cama. Te voy a mirar. Te quitaré la ropa con lentitud, me pedirás que lo haga rápido. No te haré caso, porque lo que menos haremos es hacerlo así. Seré lento, meticuloso. Con palabras sucias que encenderán tanto tus tímpanos como tu cuerpo entero.

Joder, ya lo estaba haciendo...

—Voy a dejarte en éxtasis, y así es como derramarás tus deseos sobre mi boca —ese hombre estaba logrando que me quemase por dentro —. Luego entraré en ti, te haré mía y no dejaré de mirarte a los ojos mientras te corres.

—¿Falta mucho?

—No sé, porque he manejado en círculos interminables. Deseo excitarte el oído hasta que me pidas que te folle.

—Hazlo, fóllame como quieras y donde quieras. Solo sé qué tengo ganas de ti.

—Después de que no querías —su dedo se coló por debajo de la tela. Yo gemí —. ¿Cerca?

—No.

—¿Sigo?

—Sí —suspiré cuando se movió —. Tienes una labia envidiable, ¿lo sabías?

—Gracias por el cumplido. Aquellos libros y mi experiencia me han ayudado a seducirte.

—Co... Solo quita ese dedo y concéntrate en manejar —susurré con los párpados entrecerrados.

—¿Segura que quieres eso?

—No, pero no queremos chocar, ¿verdad?

—Si tengo mi mano metida aquí —me hizo dar un pequeño brinco cuando me pellizcó —, me importa una mierda estrellarme donde sea.

Puse la mía, haciendo que se detuviese. No quería que hiciera eso mientras conducía, era excitante sí, pero en serio podíamos tener algún accidente por culpa de nuestra calentura. Lo vi llevarse el dedo hasta la boca y chuparlo. Yo estaba más allá que dentro de aquel auto. Damián de verdad me volvía gelatina las neuronas. ¿Por qué diablos no había aceptado acostarme antes con él? Yo y mi sentido del engaño. Eso se había ido directo al caño en cuanto jugamos en ese restaurante, solo que no quería reconocer que lo deseaba más que nunca y como a nadie.

El tipo era un experto en todo lo que decía y hacía. Era un experto en hacer aquellos lascivos gestos que me reventaban las entrañas. Me sentía muy ansiosa, porque lo de antes había sido un acto completamente impulsivo, que nació de la sensual represión que cada uno tenía por el otro. Sin embargo, en ese momento era todo distinto. Estábamos conscientes que nos dirigíamos a un hotel para seguir con lo pendiente, para acabar con aquellas ganas que seguían dentro.

Eso me tenía un tanto nerviosa...

Pero deseosa...

Miré su entrepierna, estaba absolutamente empalmado. Yo me vi en la necesidad de juntar las mías y se dio cuenta. Entonces, en un acto de completo descaro, tomó mi mano e hizo que la pusiera sobre su dureza. Se sentía firme, caliente, grueso. Tragué saliva cuando apretó sus dedos sobre los míos, y sonrió cuando hizo brincar su miembro en mi palma. Sobre ese delgado pantalón de tela, se pudo apreciar con más exactitud su latir.

—Queremos una habitación.

Pestañeé con desconcierto...

¿Cuándo malditamente habíamos llegado?

—¿Suite?

—Lo que sea.

—Aquí tiene la llave. Pasen buena tarde.

—Oh, sí, lo haremos como no tiene idea —le habló insinuante.

Yo me puse la mano sobre la boca al ver la cara de la recepcionista...

Maldito pervertido...

—Lo único malo de esto, es que vamos con más personas —susurró en mi oído cuando estuvimos dentro del elevador —. Si no, ya estarías sin braga y con esa falda en la cintura.

—Para, te van a oír.

—¿Y crees que me importa? —me puse rígida al palpar su mano en mi culo —. Puedes estar totalmente segura que esta gente me importa un carajo —subió la palma hasta mi cintura —. Ten por seguro que no los veremos nunca más en nuestras vidas.

Y en un acto de total osadía, me empujó hasta que mi espalda chocó con el espejo. Me arrinconó, bajó su rostro y me besó. Yo tenía los párpados abiertos y el corazón desbocado. Vi que una tipa rubia me miraba con cierto rubor, y algo se activó en mí. Lo rodeé con los brazos y me entregué a su petición. Nos besamos con descaro, con ganas, con sus manos jugando por mis costados hasta que sus pulgares llegaron a mis pezones. Nos besamos con insolencia frente a quienes estaban encerrados con nosotros en aquel elevador.

Sintiéndonos...

Quitándonos el aliento...

Y casi la ropa...

Damián había logrado que hiciese dos locuras en tan solo un puto día, no quería saber que nos despaparía el futuro con mis perdidas de noción y sus atrevidos actos. Solo estaba consciente de su miembro oprimiendo mi vientre, de sus dedos moviéndose en círculos sobre mis senos. Solo estaba consciente de su lengua jugueteando con la mía. El resto no existía, solo éramos él y yo. Dos amantes a punto de volver a entregarse. Éramos dos amantes engañados por quienes creíamos nos amaban. Éramos dos malditos amantes que no escatimaron en chocar con quienes estaban frente nuestro para llegar al destino que la excitación nos tenía preparada.

—Lo siento, dije que te desnudaría con lentitud —murmuró sobre mi boca cuando estuvimos sobre la cama —. Pero mis ganas por ti me han superado. Sin embargo, si continuaré con el resto.

Fue dejando besos por mi rostro y poco a poco comenzó a bajar por el medio de mi pecho. Y si pensé que se detendría ahí, estaba absolutamente equivocada porque siguió su recorrido por mi vientre. Su candente aliento golpeaba mi piel, haciendo que se erizara en el acto. Su suave lengua jugó alrededor de mi ombligo, hasta que decidió volver a bajar. Pestañeé mil veces cuando sus brazos sostuvieron mis piernas.

Estaba expuesta ante él...

Absolutamente expuesta ante él...

No obstante, casi quedo con los ojos secos cuando sus labios presionaron los míos. Fue una sensación devastadora. Me vi en la necesidad de subir los brazos y enterrar los dedos en la almohada. Por impulso arqueé la espalda, quería que siguiera haciendo aquello. Deseaba que su lengua se zambullera entre los pliegues de mi sexo. Así, así mismo como lo estaba haciendo en ese momento. Solo sé qué bajé la mano y la puse sobre su cabeza para ejercer un poco de presión hacia aquella deliciosa tortura que me estaba haciendo experimentar. Estaba segura que un par de movimientos más y llegaría hacia donde quería.

Pero no me dejó...

Se detuvo cuando estaba a punto...

Maldito...

—Muy cerca —lo vi desenfocado —, pero todavía no quiero que te corras.

Me tomó de las caderas, dejándome boca abajo. Luego las volvió a agarrar para inducirme a dejar el culo en pompa. Enderecé los brazos, apoyando las palmas en el edredón y dejando la cabeza colgando entre mis hombros. El cabello me cayó hacia el rostro, que estaba tan caliente como mi cuerpo entero. Sin embargo, pronto sentí como Damián tiraba de él, obligándome a enderezar la cabeza. Solté un jadeo cuando sentí la presión entre mis nalgas.

Jódeme...

Justo en ese momento se me vino el recuerdo de sus palabras...

"Estando tú apoyada en tus palmas y rodillas sobre una cama, yo acercándome hasta ti, poniéndome detrás".

—Pero bien te dije que no entraría —lo miré sobre el hombro. Él tenía una sonrisa —. Solo jugaré contigo un rato. Dejaré que mojes mi polla con tu humedad y mira que no está tan difícil, estás empapada —besó mi espalada —. ¿Quieres de esto?

—¡Ah! —soltó su jodido miembro, logrando que me diera de lleno.

—Oh, te gustó —tragué grueso —. Eres tan perversa como yo, solo que no lo quieres reconocer.

—¿Tú crees?

—Solo es cosa de mirarte, estás desesperada porque lo meta, ¿no es así?

—¿Desesperada?

Sí, lo estaba...

—Exacto —sus caderas se empezaron a mover —. Círculos que provocarán que solo entre la cabeza de mi polla.

Esas malditas palabras...

—¿Quieres que entré? —solo asentí —. Pues no lo haré.

La punta de su lengua fue dibujando mi columna, hasta que llegó abajo. Solo cerré los ojos cuando percibí que abría aún más mis piernas y se perdía justo allí. Mordí mi labio con fuerza. Aquel juego que estaba haciendo me tenía temblando, temía que en cualquier momento me fuese a desplomar sobre la cama. Sus dedos entraron mientras él seguía degustándome. Contracciones vibrantes comenzaron a crearse en mi interior. Contracciones que se detenían cuando Damián apretaba para hacerme despertar de aquel erótico hechizo.

—Lo..., necesito...

—¿Qué cosa?

Su respiración golpeó justo sobre mi punto sensible...

—Quier...

—¿Correrte?

—Sí...

No dijo una sola palabra más...

Lo demás fueron solo actos que me dejaron levitando...

Cerré mi mano haciendo un puño y la mordí cuando entró de golpe, sin aviso, sin cuidado. Siendo duro, brutal y provocando un sonido seco. Pero aquel contraste que utilizó luego, me alborotó cada célula. Salió lento, suave, estimulándome con una ligera fricción. Entonces puso su pulgar, puntualmente donde había estado antes y me penetró otra vez. Mientras ejercía presión con la yema, comenzó a imitar ambos movimientos. Se me había secado la garganta ante tal derroche de sensualidad.

—¿Lo sientes? —jadeé —. ¿Sientes cómo me voy introduciendo en ti?

—Imposible no hacerlo.

—Yo siento los frenéticos latidos de tu sexo dar de lleno alrededor de mi polla —empujó otra vez —. No sabes las veces que me vi en este escenario —sentí como mordía mi hombro —. Tú, así como ahora, moviendo tus caderas como si fuese posible que yo llegaré más adentro de ti.

—Ja...

—Tan deseosa y anhelante por llegar.

Su dedo había entrado por completo en mi interior. Los malditos espasmos se estaban acentuando con escándalo en cada parte de mi cuerpo. No obstante, más tupida se puso aquella sensación cuando sincronizó ambas penetraciones. Estaba segura que mis gemidos se podían escuchar a través de las gruesas paredes. El intenso orgasmo que se arremolinaba en mi vientre, estaba creciendo para atravesar mi cuerpo de manera solemne. Tales sensaciones eran tan nuevas para mí que no sabía ni como me sostenía con los brazos.

Damián era un tipo que supo cómo jugar sus seductivas cartas conmigo. Supo cómo follarme la mente antes de follar mi propio cuerpo. Supo cómo hacer que lo pensase en esa misma situación. Encerrados en una habitación, desatando los deseos que teníamos sometidos. Yo porque según no quería engañar a Matthew, y Damián porque estaba a mi espera. Supo cómo hacerme aflojar la cuerda que sostenía entre las puntas de mis dedos, para tomarla él y tensarla, enrollándola en toda su mano, jalándome hasta él y así dominar mi mente y cuerpo entero.

—No, mi sucia Madison, lo estoy disfrutando tanto que mientras eso suceda, no te correrás porque solo lo harás conmigo —me susurró al oído.

No sabía cómo intuía que yo estaba al borde...

—Porque cuando estoy un par de segundos dentro, me aprietas la polla.

—Sucio pervertido.

—Pacata —su caliente aliento me golpeó la nuca —, te haces la mojigata y te encanta que sea así de sucio pervertido —se separó de mí y me azotó una nalga mientras se hundía con fiereza —. Te gustan las palabras obscenas susurradas al oído. Murmuradas sobre tu ardiente piel. Gemidas con mi ronca voz mientras te voy penetrando. Mientras te lo meto hasta más no poder.

—Me voy a...

—No... —me agarró el cabello —, te dije que cuando yo quisiera. Además, también creo haberte mencionado que quería ver tu rostro mientras te hacia tocar las llamas del infierno, ¿no?

Damián se salió tan solo para darme vuelta y dejarme boca arriba. Se subió sobre mis costillas, sin ejercer peso, dejando su erección sobre mi rostro. Aquella pasada era un claro indicativo que deseaba ser chupado por mi boca y lamido por mi lengua. Lo vi a los ojos al tiempo que tomaba su miembro y mientras le pasaba la punta de la lengua. Lo vi a los ojos mientras literalmente me lo tragaba. Observé como ponía las manos en la madera del acolchado respaldo de nuestra hermosa cama victoriana.

Sus caderas se balanceaban en perfecta concordancia junto a los movimientos de mis succiones. Tenía su cabeza hacia abajo, los ojos abiertos con la vista clavada en mí, el labio entre sus dientes, con una fina gota de sudor corriendo por su varonil mejilla izquierda. Era la imagen más lasciva que había visto en toda mi maldita vida. Era un panorama que no podría borrar nunca más de mis recuerdos y estaba muy segura que la evocaría día tras día, tras día.

Damián...

Damián era la sexualidad hecha hombre...

La lujuria se encontraba personificada en él...

—Eso es... —masculló —, chupa con más presión.

Yo había apretado las piernas y pude apreciar como resbalaban por mis pliegues nuestros fluidos mezclados. Mientras seguía probando su sabor, lo acaricié hasta llegar a sus nalgas para inducirlo a menearse con más ímpetu. A lo que, por supuesto, Damián no escatimó en hacer. Aquella habitación se había convertido en un escenario digno de sexo, delirio, deseos desatados, calor ardiente, de expresiones excitantes y caricias frenéticas.

Me detuve...

Lo sentí casi venirse...

Damián me siguió mirando...

Pero una sonrisa se había formado en su boca...

—Tampoco te dejaré llegar.

—Lo justo.

Comenzó a bajar, rozando cada parte de mi sensible cuerpo, hasta que se posó entre mis piernas. Su antebrazo estaba al costado de mi cabeza y siempre con sus ojos clavados en los míos, se fue introduciendo poco a poco. Estaba tan receptiva que me corrí en el acto. Como lo había pensado instantes atrás, mi orgasmo fue brutal, con la fuerza de un tsunami que me arrastró hacia aquellas enormes olas para ahogarme en las oscuras profundidades de sus dilatadas pupilas. Sin embargo, sabía muy bien que no sería el único que tendría porque sus vaivenes provocaban que su miembro llegase al punto exacto para dejarme mareada otra vez.

—Joder, Madison, tan resbalosa —me besó la frente —. No sabes cómo me gusta estar así contigo, eres un sueño de hembra.

Me tomó ambas manos para entrelazar nuestros dedos, sus oscilaciones habían cesado de intensidad. Se habían vuelto, lentas, sutiles y con ese toque de exquisitez al que ya, en menos de cinco horas, me había acostumbrado. Su pelvis jugueteaba cuando chocaba con la mía. Su miembro se divertía, burlándose cuando salía y entraba con círculos deliciosos. Sus labios ironizaban cuando me besaba apenas tocando mi boca. Su pecho engatusaba al mío al hacer esos delirantes roces.

—¿Lista para sentirte colmada?

—Absolutamente.

—Tan guapa —se movió —. Tan femenina —salió —. Tan erótica —me apretó los dedos —. Tan mojigata —los soltó —. Tan suave —cerró los párpados —. Tan sensitiva —los abrió —. Tan venérea —jadeó sobre mis labios —. Tan deseable —junto su frente en mi sien —. Mía —soltó el aliento —. Mi amante...

—Oh, Dios...

Lo hicimos juntos...

Su tibio orgasmo me llenó por completo, me erizó la piel, me emocionó al jodido punto de querer llorar de puro placer. Me entregué a sus brazos, a sus besos, a sus locuras. Su sacudida fue violenta. Sus ojos reflejaban la vehemencia de su rendición a la máxima expresión de su excitación. Sus brazos temblaban, su boca soltaba enérgicamente la respiración. Tenía su precioso cabello pegado en la frente y su barbilla castañeaba. Hasta que bajó el cuerpo y se recostó sobre mí. Lo abracé con fuerza al tiempo que le daba cortos besos sobre la sien.

Me enamore como una idiota se ese hombre...

—Me gustas demasiado —murmuró sobre mi pecho.

—Y tú a mí.

Aquel día, ninguno volvió a donde pertenecía...

Pasamos la noche juntos...

La primera de muchas...

Conocí su departamento, su vida, su intimidad...

Me mostró todo de él y yo le mostré de todo de mí. Ya no había nada que ocultar. Ni su rostro, ni mis temores y desconfianza. Poco a poco fuimos acercándonos cada vez más. Adoraba sus gestos aletargados, también sus expresiones apacibles después de hacer el amor. Adoraba sus arrebatos dominantes, también su lenguaje vulgar. Adoraba nuestras duchas, también su compañía.

Podíamos estar fácilmente horas en la cama, no solo haciendo aquello, sino que también conversando cualquier tontería o solo abrazados, sintiendo la suave respiración del otro. Había olvidado lo que se experimentaba cuando se estaba enamorada. Sin embargo, estaba segura que Damián me hizo conocer un amor más maduro, de esos que perduran en el tiempo. No de esos arrebatadores que suelen sentir los adolescentes, que se van oxidando con los años.

No de esos que sientes casi con desesperación...

Pero que luego se evaporan con el viento...

Todo era muy diferente a lo que una vez viví. Eso hacía que mi corazón se sintiese rebosante, cálido, completo. Estar con Damián me hacía volverme distinta, no sabía con exactitud como expresarlo. Pero si tuviese que pensar en ello, sería que estaba más descarada de lo que alguna vez creí que fui. No, estar envuelta entre las sábanas con él me convertía en otra persona y aquello era fascinante, atrayente, cautivador.

Habían pasado siete meses desde la primera vez que tuve sexo con Damián. Siete meses en los cuales no veíamos a escondidas, a puertas cerradas. A veces en mi oficina, otras en un hotel, hasta que me invitó a pasar la noche con él en su departamento y desde ahí que ese lugar se había vuelto el refugio para nuestros clandestinos encuentros. De hecho, a veces era yo la que no llegaba a donde seguía conviviendo con el inepto de Matthew, hasta que me harté.

Me harté de Matthew...

Aquello era increíble incluso para mí...

No se había aparecido por aquel iglú hacía algunos días, y mi determinación por acabar con tal circo, se había vuelto una imperiosa necesidad. Ya no deseaba seguir compartiendo mi vida con un tipo que no tenía nada. Que no nos veíamos. Que no nos hablábamos, porque, definitivamente, con Matthew ya ni siquiera cruzábamos palabra alguna. Ya no quería seguir compartiendo esas cuatro paredes con un tipo al que ya no quería.

Entonces fui, después de muchísimo tiempo, a su oficina...

No sabía si en aquel jodido lugar trabajaba alguien, puesto que la pocas veces que fui, siempre el piso se encontraba absolutamente vacío. Solo suspiré sin ganas cuando llegué al despacho de Matthew. Me pasé la lengua por los labios, recordé el rostro de Damián y mordí mi labio con una sonrisa al evocar la noche anterior. Habíamos hecho el amor hasta altas horas de la madrugada, es más, me estaba presentando en el trabajo de Matthew porque el mismísimo Damián me había llevado ya que habíamos pasado la noche juntos. Me importaba una mierda que mi ropa tuviese su aroma, o que mi piel aun sintiese sus caricias.

Empujé la puerta...

La cerré de forma inmediata...

Una vez más, nunca debí hacerlo...

No debí ir hasta ese maldito lugar...

Alcé mi cabeza, me di media vuelta, caminé a paso digno, saludé a quien pasó por mi lado y salí de ese puto lugar. Estaba segurísima que no volvería jamás a pisar aquel edificio. ¿Qué más podía esperar? Nada. ¿Estaba todo podrido? Lo estaba. ¿Matthew se podía terminar de ir a la mierda? Sí, absolutamente que podía. ¿Por qué no hice nada? Claramente no jugaría el papel de esposa indignada, tampoco me apetecía entrar e interrumpir aquel grotesco acto. ¿Grotesco? Bueno, yo igual lo había hecho mil veces con Damián, solo que no había mencionado tan nefastas palabras que mis oídos alcanzaron, desgraciadamente, a escuchar.

—¿Estás bien? —me preguntó Damián en cuanto abrió la puerta.

—No, ¿me puedo quedar aquí unos días?

—Esa pregunta está de más. Por supuesto que sí.

—Gracias.

Y así fue, Damián me acompañó hasta aquel funesto lugar donde solía dormir, porque ya no lo consideraba mi hogar, a recoger un par de cosas. Miré todo con desprecio y tristeza. El tremendo giro que tomó nuestras vidas fue algo inverosímil que nunca creía pasaría. Nos amamos tanto, y al final terminamos como un par de desconocidos que ni siquiera eran capaces de darse la cara. Ni una llamada, ni un puto mensaje para finalizar todo. Nada. Sin embargo, ya nada más había que rescatar ahí y, de todos modos, ya no me importaba. Sin mirar atrás salí de ese sitio que alguna vez me hizo tan feliz. Damián tomó el pequeño bolso de mi mano y me abrazó, así me mantuvo hasta que llegamos a su auto.

Los días continuaron pasando...

Nuestra relación se fue afianzando aún más...

Me gustaba verlo dormir a mi lado, o beber el café que dejaba a medias. Me gustaba verlo preparar la cena para ambos, así como también me gustaba verlo menear las caderas en un lento baile, sin percatarse que yo lo estaba observando. Me gustaba escuchar su música mientras cada uno leía un libro, con él apoyando su cabeza sobre mis piernas. Me gustaba pasar los dedos por su cabello, hasta que cerraba los párpados y se dormía dando leves ronquidos. Me gustaba beber una copa de vino, sentados en la terraza del balcón, mientras sentíamos la fría brisa que me provocaba escalofríos.

Me gustaban nuestros silencios...

Me gustaban nuestros desenfrenos...

Una tarde, no fui a la editorial ya que había pedido el día libre debido a que me quedé tres noches en vela porque estábamos muy sobrecargados de trabajo. Damián se había ido a juntar con un socio, por lo que me quedé sola en su departamento. Hacía mucho tiempo que no tenía un tiempo libre y de introspección. Si un año y medio atrás me hubiesen dicho que estaría casi viviendo con mi amante, no le habría creído. Si me hubiesen dicho que con Matthew nos iríamos al carajo así, como lo hicimos, tampoco habría tomado en cuenta esas palabras.

Recordé el día que anunciamos nuestra boda, nadie estuvo de acuerdo. Nosotros hicimos caso omiso a todas las críticas de quienes nos conocían mejor que nosotros mismos. Nos conocimos apenas un año y nos comprometimos porque estábamos enamorados. Fue y pasó todo muy rápido con Matthew. Dulce miel y caricias por doquier, así eran nuestros primeros días de recién casados. Lenta distancia y fría agonía, así nos terminamos volviendo. Fue algo lento, pero sin previo aviso y aquello lo hizo aún más desastroso de lo que pudo ser.

Si nosotros hubiésemos sido más sinceros con el otro, quizás habríamos terminado de una forma diplomáticamente cordial. Sin embargo, él rompió su palabra de decirme si se metía con otra mujer y dejó que yo me hundiese en la mierda que él había lanzado literalmente con un ventilador. Yo por mi parte, cometí el terrible error de callar su infidelidad. Debí ser honesta conmigo, pero durante los primeros meses de haber descubierto su affaire, pensé que eso era algo pasajero. Estúpidamente creí que Matthew volvería a mí, cuando la distorsionada realidad que había creado mi mente, era otra.

Matthew no volvió a mí...

Y yo tampoco volví a él...

Estando sentada en el sillón, decidí que quería una ducha. Ya mucho había pensado en lo que no fue y no sería, como para seguirle dando vueltas a un asunto tan obsoleto como lo era Matthew para mí. Mientras iba al baño, creí que debería preparar yo la cena, deseaba sorprender a Damián. Él bastante me había sorprendido a mí, así que era mi turno de dejarlo con la boca abierta. Entonces, cuando estaba a punto de meterme a la ducha, mi celular sonó. Achiqué los ojos, creí que podía ser Damián y solo por eso salí desnuda a ver el mensaje.

No obstante, no era quien yo creía...

Ni que lo hubiese llamado con el puto pensamiento...

No respondí...

No tenía sentido hacerlo...

No sabía que tenía entre manos como para haberme enviado semejante mensaje. ¿Cuándo fue la última vez que me escribió? Ya ni de eso me acordaba. ¿Y si era para pedirme el divorcio? Era mi turno de ignorarlo. Esa noche era solo mía y de Damián, no pretendía dejar que nada la jodiese. Así que Matthew bien podía irse al diablo con aquellas inefables líneas.

Saliendo del baño, abrí las puertas del closet, ya que Damián me había hecho un espacio para poner mis pertenencias junto a las suyas. El tipo era un encanto, solo eran unos días lo que se suponía me quedaría con él, pero esos mismos días se convirtieron en tres semanas más. Nunca tan siquiera pensé en terminar una relación y empezar otra con tanta rapidez. Aunque, en primera, Damián no me había pedido ser su novia. Y, en segunda, tampoco me había dicho que me amaba, era ahí que por eso mis labios estaban cosidos para pronunciar mis sentimientos con la libertad que yo deseaba.

—¡Llegué! —sonreí cuando escuché, a lo lejos, su voz —. ¡¿Dónde estás?!

—¡En la habitación!

De pronto, vi el filo de un brillo que llamó mi atención. Ojo, no soy cotilla ni nada parecido, solo que se me hizo la punta de un cuadro que pintaba para ser una belleza. Por eso mismo es que lo agarré con las yemas de los dedos y lo fui deslizando desde el fondo del closet, donde estaba la ropa de Damián. ¿Si te digo que jamás seas curiosa, me harías caso? Nunca debí tomarlo, no era como pensé ni lo que pensé. Mordí mi labio con rabia. Apreté mis párpados con desconcierto. Los abrí con confusión, creyendo que la vista me estaba jugando una mala pasada.

Pero no era así...

—¿Cómo te fue en tu día sin mí?

Tragué saliva con pesar...

Lo escuché caminar hasta donde estaba...

—¿Te encuentras bien?

No respondí...

Solo me giré...

Con su foto en mi mano...

—¿Me podrías decir que tienes que ver con esta persona?

Hubiese preferido que, en esa oportunidad, su rostro hubiese estado cubierto por aquella bufanda que solía llevar cuando lo conocí, así me habría perdido de la expresión de su cara. Con solo ver sus gestos, lo comprendí absolutamente todo. Pasé por su lado y le estampé el maldito cuadro en medio del pecho, juro por Dios que me dio lo mismo haber escuchado como se fracturaba el vidrio con el impacto. Solo supe que tomé mis cosas y me encerré de vuelta en el baño. No quería estar un segundo más en ese lugar. Mi pecho ardía porque el dolor que sentía era tan grande que pensé me ahogaría.

Mi barbilla temblaba, mis malditas manos también. Los ojos se me llenaron de lágrimas, esas mismas que no creí volver a derramar jamás por un hombre. Jodido revés volvió a dar mi destino. Me vestí como pude, tomé un par de respiraciones entrecortadas mientras sostenía la manilla de la puerta en la mano. La giré y lo vi. Estaba apoyado con ambos brazos en el dintel de la puerta, obstaculizándome el paso. Lo empujé, pero no se movió. Me observaba con intensidad, con los ojos rojos, pero no estaba interesada en oírlo. El impacto de ver esa foto fue devastador para mí y más pesó mi orgullo aplastado que, las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

—Sal de mi camino.

—Vamos a conversar...

—No, yo no tengo nada que hablar contigo.

—Tienes que saber muchas cosas.

—Mira —alcé el rostro —, eso de ahí —apunte al cuadro reventado en el piso —, ya habló por ti.

­—De aquí no te vas hasta que me escuches.

—Vete al diablo, Damián. Quizás cuanto tiempo es el que has estado jugando conmigo.

—¿Quieres que sea honesto?

—Acabas de perder toda credibilidad.

—Sí, jugué contigo.

—¡Te detesto! —le di una bofetada que le dio vuelta el rostro —. ¡Hijo de puta calculador!

Aproveché la debilidad de su postura para volver a empujarlo y salir corriendo de ese lugar. No quería respirar su mismo aire, me estaba ahogando tanto en la desilusión como en el resentimiento que estaba atacando todo mi cuerpo. Fui una pobre idiota que se dejó llevar por un hombre bien parecido. Por un tipo que tenía una elocuencia magnifica. Me enamoré de un imbécil que no hizo más que verme la cara de estúpida. Como se habrá reído de mí. Como se habrá burlado de haber logrado su propósito.

El cuerpo me daba pequeños saltos debido al descontrolado llanto que me invadió. El taxista me miraba por el espejo retrovisor, pobre tipo, tenía más cara de lástima que yo. Quizás pensaba que estaba montando un burdo espectáculo, pero lo cierto era que no tenía cabeza para tan siquiera devolverle una sonrisa. No quería nada. No deseaba nada. Solo quería ir a recoger el resto de mierdas que tenía en el departamento de Matthew e irme al infierno para siempre.

Salté cuando el bolsillo de mi chaqueta vibró, suspiré porque tampoco me acordaba que andaba con el móvil. Lo saqué, estúpidamente esperando que fuese una explicación concisa de Damián. Sin embargo, no era nada de eso. Apreté mi mandíbula cuando vi el contenido. No obstante, era como si se hubiesen puesto de acuerdo para escribirme. Ese segundo mensaje me dejó todavía peor. Di un grito tan fuerte que el tipo del taxi frenó con brusquedad. Con los dedos torpes, abrí como pude la maldita puerta y reventé el celular en el suelo, al tiempo que lo escupía con ira.

Todo eso era una jodida broma, ese maldito día se había convertido en una parodia de mi vida entera. Esa sensación de dolor cuando descubres algo que no querías saber, es terriblemente lacerante. Todo mi entorno se había convertido en una fatal utopía de la cual quería desaparecer. Volver el tiempo atrás y no haberme cruzado con ninguno de esos dos malditos hombres que tanto daño me habían hecho.

—¡¿Se encuentra bien?! —no respondí —. ¿Señorita?

—Sí, disculpe mi indiscreción —hablé perturbada —. Por favor, lléveme a la dirección que le di.

No tenía llaves, así que se la pedí al conserje. El silencio ambiguo que había en ese sitio me tenía con una colera enfermiza. Quería romper todo, y sin previo aviso agarré el cuadro que había colgado. Era una enorme foto del día de mi boda. Matthew tan sonriente me tenía abrazada, yo con un brillo en los ojos que estaba segura se había opacado. Lo hice mierda en la pared y ahí fue que escuché unos pasos acelerados acercarse a mí. Al girarme, vi a Matthew. Su cara era de completa perplejidad por lo que estaba viendo. Podía estar segura que sentía como la respiración me quemaba las vías respiratorias.

Para mi absoluto desconcierto, Matthew se metió las manos a los bolsillos y me dijo.

—: Llegas tarde —levanté la ceja al tiempo que sonreía con ironía.

Ese, ese era mi esposo...

El que acababa de darle un palo a mi avispero...

—Sí, ¿algún problema? —contesté con recelo.

—Que esta noche quedamos de cenar.

—No recuerdo haberte respondido el mensaje —pasé por su lado, iba a la habitación y no alcancé porque Matthew me había tomado el brazo.

—Ya no pasas en casa —me zafé de su infausto agarre.

—Tú tampoco, ¿pasa algo con eso?

—Que te echo de menos.

—¡¿Qué?! —me detuve en seco.

—Todos estos meses te he echado de menos.

—¿Te dejó tu amante? —cuestioné mordaz y seguí mi camino.

—No sé de qué hablas —jodido hipócrita.

—No me creas estúpida, Matthew —saqué una maleta del closet —, desde hace mucho tiempo sé qué te has estado revolcando con Alba Ferguson —comenté con la mandíbula apretada y al borde del llanto —. ¡La maldita ex esposa de puto mi amante! —le grité en la cara.

—Per...

—¡¿Pero qué?! —lo interrumpí dándole un empujón —. La muy estúpida tuvo la delicadeza de enviarme un video mientras hoy la follabas sobre una mesa —comenté con asco —. No era ni siquiera necesario porque justo los vi.

—¡¿Tienes un amante?!

—¡Eres un maldito cínico, Matthew! —mi barbilla temblaba —. ¡Te acabo de decir que te vi follando con esa mujer!

—¡Tú me obligaste!

—¡¿Qué yo te obligue?! —no lo podía creer —. ¡¿Cuándo, dime cuando hice eso?! ¡Siempre te di lo mejor de mí porque te quería!

—¡Buscabas peleas donde no las había! —gritó —. ¡Me sentía solo porque tú me echaste a un lado! —me apuntó.

—Ah, claro, ahora la culpa la tengo yo. No te preocupes que ahora te echo directo a la basura —sonreí con descaro —. Pero, hey, tranquilo, así puedes seguir disfrutando de sus mamadas. Seguro como el infierno que nunca te habían hecho una tan espectacular como la de ella, ¿no?

—¿Qué diablos estás diciendo?

"Alba, mi amor, ni Madison me lo chupa como lo haces tú. Eres única" —sin previo aviso, le tomé la entrepierna y se la apreté —. Me sales con mierdas que te eché a un lado —Matthew me tomó del cabello con fuerza, podía sentir su densa respiración dándome de lleno en el rostro —. ¿Es por eso que formaste una familia con ella? —me soltó en cuanto mencioné aquello, pero yo no —. ¡Fuiste tan hijo de puta! ¡Te importó tan poco lo que teníamos que te convertiste padre de dos niños mientras estabas casado conmigo!

—¿Cóm...?

—Te dije que su ex esposo es mi amante, ¿no me escuchaste? —apreté con más fuerza —. La mujer esa le hizo creer que su primer hijo era de él, ¡cuando era malditamente tuyo, Matthew! —me puse a llorar porque no lo soporté más —. ¿Hace cuánto tiempo me has estado viendo la cara de imbécil? ¿Tan poco signifiqué para ti que fuiste a meterte en un matrimonio? ¿Acaso yo no era suficiente para ti? —negué en silencio —. No, por eso es que comenzaste a vivir una doble vida —lo solté y me pasé ambas manos por el rostro —. Te importó una soberana mierda la supuesta sinceridad que nos habíamos prometido.

—¿Hace cuánto tiempo estás con Damián? —me preguntó con frialdad.

—Hasta sabes su nombre, esto es increíble —le di la espalda —. Muchos meses, pero eso no viene al caso. Esa antojadiza actitud tuya de querer desviar el tema, me hace reafirmar mi decisión.

—Madison —susurró —, podemos recuperar lo que teníamos.

—¡Estás enfermo! —vociferé con furor —. ¡Tienes dos hijos!

—Pero sigo enamorado de ti.

—Maldito asqueroso... —solté junto con el aliento —. Aquella última noche, cuando me pediste hacer el amor conmigo —enfaticé —, ¡te fuiste cuando me negué porque la tipa esa estaba pariendo a tu bebé! ¡Por eso desapareciste por tanto tiempo! —mi boca se había llenado de saliva —. Te estabas convirtiendo en padre por segunda vez y estabas aquí, pidiéndome mierdas cuando más encima, horas antes, te estabas sacando fotos justamente para ella. Caíste tan bajo, eres tan desgraciado.

—Solo dame una oportunidad.

Sí, sí, manotazos de ahogado...

¡Era increíble!

—¡Estás demente si crees que tan siquiera consideraré esa posibilidad! Te fuiste de mi vida, ya no significas nada para mí. Mejor hazte cargo de los hijos que has tenido junto a la ex esposa de mi amante.

—Madison, no es tarde para comenzar. Yo te amo.

—Pero yo no te amo —cuando estaba en la puerta de salida, miré la llave en mi mano y me giré —. Desde hace mucho tiempo dejé de amarte. Tú te encargaste de tirar todo lo nuestro directo a la basura. Quizás, solo quizás te habría perdonado si tan solo hubiese sido el desliz de una noche —la apreté con fuerza hasta sentir como se enterraba en mi palma —. Sin embargo, no se le puede llamar desliz cuando me jodiste durante casi cuatro putos años. Cuando tuviste la desfachatez de venir después de revolcarte con ella, a follarme a mí. Cuando, malditamente, no tuviste los pantalones bien puestos para decirme que habías formado una familia a costa de un matrimonio en el cual te metiste y destruiste —me limpié con rabia la lágrima que corría por mi mejilla —. Cuando por tu culpa, salí salpicada yo.

Porque para Damián no fui más que una absurda venganza...

—Madison, yo...

—No la culpo a ella —interrumpí —, porque quien me debía fidelidad, eras tú. Alba debía ser honesta con Damián e incluso fue tan maldita como lo fuiste tú conmigo, Matthew —mordí mi mejilla —. Mañana tendrás noticias de mi abogado —me detuve antes de salir —. Oh, y Matthew...

—Perdóname... —susurró con la voz ronca.

—Por nuestros amantes.

Y le lancé la llave directo a la cara...

Y me fui de ese lugar para siempre...

Tanto tiempo tuve para terminar con eso...

Y todo terminó como lo pensé...

Una fría discusión...

Una discusión sin lógica ni argumentos...

Seis años botados al piso...

Seis años que pisé sin mirar atrás...


*******

Espero que les haya gustado.

Besos y mil gracias por leer.

Seguir leyendo

También te gustarán

20.4K 600 12
La historia de cómo mi novio (ahora ex) rompió mi corazón.
14K 1K 23
-Elizabeth te encontré al fin ¿por que me has evadido? -dije justo tomándola de la mano, ella de inmediato se zafó de mi agarre. Era ella, la había...
3.3K 252 38
Kat Jones, un mujer muy talentosa de 25 años, es fotógrafa y modelo he incluso tiene su propia empresa. Bella y encantadora persona de ojos azules co...
977K 43.7K 51
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...