Capítulo 7

868 101 10
                                    


Damián.


Levántate temprano...

Debes ir por tu presa...

A seguir con la imitación de un amante perfecto...

Sí, sí, la noche anterior había dicho un montón de cosas de las cuales me arrepentía ya que ese idiota calentón de ayer, no era yo. Soy frío, a veces. Calculador, otras más. Y debía seguir con la cabeza puesta sobre los hombros, lo bastante firme como para no flaquear ante el encanto de Madison. Que imbécil, solo yo podía dejarme envolver por algo que no existía. Quizás ella expulsaba sensualidad sin darse cuenta. Quizás yo estaba lo suficientemente necesitado como para ver mierdas insinuantes donde no las había. Tal vez mi mano ya estaba pidiendo clemencia, que la dejase en paz y por ese motivo estaba dejándome arrastrar más de lo necesario.

Fuere como fuese, me había levantado con otro panorama frente a mí, sobre todo, me replanteé cosas en las cuales antes no había pensado. También la resaca que tenía me estaba matando. Otra cosa que tenía que dejar de hacer, beber no me estaba llevando hacía ningún lado. Solo me estaba jodiendo el puto hígado, con posible riesgo de convertirme en alcohólico cirroso. Tampoco echaría por la borda mi vida, aunque no sabía de cual vida hablaba si casi era un muerto listo para alimentar a los gusanos.

Sin embargo, bastó para ver el sulfuro en la cara de Madison para olvidarme de gusanos, lombrices, y mierdas asquerosas que hasta escalofríos me provocaron. Estaba realmente ofuscada. Con rabia se quitó el cabello de la boca. Con enojo daba esos firmes pasos, a punto de partir el asfalto bajo sus pies. Parecía ser que, una vez más, su queridísimo marido la había cagado. No era de extrañar, yo sabía que había pasado, para variar. Él no se quedó con Alba en la clínica, pero si llegó a altas horas de la madrugada. Ya, díganme psicópata, no podría discutir lo contrario. Pero maldita sea, ya no tenía nada que perder.

De algún modo, su malgenio me atravesó la piel. Su boca fruncida y rígido andar, me pateó entre las piernas con una fuerza descomunal. Que ganas de poder subir piso tras piso hasta dar con él y hacerlo darse cuenta de cuan infeliz tenía a Madison. No me había dado cuenta que tenía los dedos enterrados en mis brazos cruzados, hasta que sentí como la camisa me raspaba el cuero de los bíceps. Necesité calmarme, quizás hasta ser benevolente para que aquel traspasado enojo de ella hacía mí, se esfumase para cuando me viese.

—Tardaste.

Su rostro era un poema...

—¿Qué haces aquí?

No, nada...

Aquí super casual...

Solo vine a tantear al pájaro que cazaré...

O sea, tú...

—Parece que no estás de buenas.

—Absolutamente no.

Sí, estaba mucho más que furiosa...

—¿Tienes apetito?

—¿Ah?

—Algunas mujeres se ponen de malas cuando no han comido, ¿lo hiciste?

Bueno, eso lo sabía por Alba...

—Algo —respondió cortante.

—Ahí está. Vamos a tomar desayuno.

—No puedo, voy tarde al trabajo.

—Tonterías —objeté —. Debes alimentarte.

—Carezco del tiempo que gozas tú.

Justamente por ella era que había sacado tiempo de donde no tenía. No estaba con ganas para niñerías. Madison me iba a obedecer, aunque fuese refunfuñando insultos por doquier. Ya había ido por ella, y no estaba dispuesto a que me dejase plantado como un estúpido. No solía ser un tipo con paciencia, y por mucho que ella estuviese en mi punto de objetivo, no iba a cambiar de opinión. Mucho menos estaba por permitir el desplante que se avecinaba.

Dulce destinoWhere stories live. Discover now