Dulce destino

By Aramat_Hivi

12.8K 1.2K 180

Tu cuerpo se vuelve frío cuando te das cuenta que tus años de matrimonio han sido casi una pérdida de tiempo... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Último capítulo
Epílogo

Capítulo 2

1K 106 16
By Aramat_Hivi


Matthew estaba a mi lado...

Durmiendo boca abajo...

Desnudo...

Ni siquiera sabía a qué hora había llegado, solo sabía qué estaba ahí. Si bien estábamos en la misma cama, estaba casi en la orilla, un solo empujón que yo le diese y se iría directo al piso. Ganas no me faltaron, pero preferí levantarme antes de que mis instintos asesinos salieran a flote. Miré el reloj y me di cuenta que se me habían pegado las sábanas, eran las siete de la mañana y debía estar a las ocho en la oficina. Así que me apuré en darme una ducha, medio comí cualquier cosa y salí del departamento. Cuando estaba cerrando la puerta, vi que Matthew se dirigía solo en bóxer hasta el comedor.

—¿No te vas a despedir de mí? —hice una mueca.

—Chao —y cerré de un portazo.

¿Qué esperaba? ¿Qué me lanzara a sus brazos y le besara la boca? Que se joda, no estaba para eso. Antes hubiese aguantado hasta su aliento matutino, pero para ese punto ni a un metro estaba. Además, ¿desde cuándo me preguntaba aquello, si él tampoco tenía la decencia de hacer lo mismo? Ni un puto: "Nos vemos", me decía. Chaqueé la lengua y preferí olvidar que me había cagado la mañana con su burdo cuestionamiento.

El elevador se estaba demorando más de lo habitual, pero no estaba dispuesta a bajar seis pisos por la escalera. Así que solo me armé de paciencia para esperar. No, ese día había comenzado con el maldito pie izquierdo. Solté una grosería al recordar que había dejado una importante carpeta sobre la mesa. Me vi obligada a devolverme, entonces al abrir, puse los ojos en blanco al ver a Matthew tomándose una foto con su erecto miembro en la mano.

Cuando se dio cuenta que estaba viendo su deplorable espectáculo, el color de su rostro desapareció por completo. Estaba pálido y se quedó tan quieto como pudo. Ni siquiera atinó a subirse el bóxer, que lo tenía hasta las malditas rodillas. Yo solo caminé dignamente hasta la mesa, donde reposaban los documentos que necesitaba. Lamentablemente estaban esparcidos, así que tuve que ordenarlos y armarme de paciencia para aguantar su estupidez.

—Te iba a enviar una sorpresa.

¿Cuán cínica podía llegar a ser una persona?

—No la necesito, pero gracias por el esfuerzo —le miré la entrepierna —. He de suponer que no te ha costado endurecerte, ya que no estuve ni unos putos cinco minutos afuera.

—El recuerdo de nosotros me ayudó.

Sí, el segundo nombre de Matthew era: hipócrita.

—Curioso que hace casi un año no pasa nada entre nosotros, y de la nada me sales con que me quieres enviar una foto de tu polla —grosera, pensé —. Mejor guárdala, ya me refrescaste la memoria con esta penosa representación.

No me contestó absolutamente nada...

Pasé por su lado y el empujón que le di en el hombro, provocó que se le cayese el celular al piso. Cerré con un portazo que casi desarma la pared. Tremendo imbécil, por último, si estaba tan ansioso por mostrarle las partes íntimas a su amante, debió esperar unos largos minutos más. No era anormal que yo me devolviese porque, a veces, tenía la cabeza en otros lugares haciendo que las cosas se me quedaran. Pero no, ni eso era capaz de aguantar. Esa nefasta necesidad por fotografiarse cuando la noche anterior ya había estado con ella.

En fin...

Bien podía irse a la mierda...

Estaba segurísima que mi rostro reflejaba todo mi enojo, podía sentir como mis facciones se habían endurecido. Como mis labios llegaban a incomodarme de lo fruncidos que los tenía. Es más, algunas de las personas que subían al elevador junto a mí, rehuían de mirarme a la cara. Ese Matthew había terminado por joderme la mañana. Solo tenía que olvidarme de él, como lo venía haciendo cada vez que veía una actitud indecorosa de su parte.

Las puertas se deslizaron y salí a paso veloz de ahí, lo mismo al cruzar el lobby. No tenía otro objetivo más que llegar pronto a la calle para tomar algo de aire, estaba ahogada. Los aromas se mezclaban, el bullicio haciendo eco me molestaba en los tímpanos. No, no era mi jodido día. Para el remate final, las llaves de mi auto se habían quedado, pero no estaba dispuesta a devolverme otra vez. Quizás con que me encontraría si lo hacía. Solo preferí soltar todo el aire y disipar mi enfado.

—Tardaste.

Me paré en seco en cuanto lo vi...

Se me había olvidado que Damián dijo que vendría por mí...

—¿Qué haces aquí? —pregunte seria.

—Parece que no estás de buenas.

—Absolutamente no.

­—¿Tienes apetito?

—¿Ah?

—Algunas mujeres se ponen de malas cuando no han comido, ¿lo hiciste?

—Algo.

—Ahí está. Vamos a tomar desayuno.

—No puedo, voy tarde al trabajo.

—Tonterías —refutó —. Debes alimentarte.

—Carezco del tiempo que gozas tú.

—El maldito desayuno es el alimento más importante del día —caminó hasta mí, inconscientemente, di un paso atrás —. Si no subes ahora mismo, lo haremos como anoche.

Sí, por favor, tómame de la nuca y hazme tuya...

Pestañeé desconcertada...

—Está bien —sonreí.

—Así me gusta, con una sonrisa.

—No te acostumbres, no me gustan estas cosas.

—¿Qué?

—Que venga un extraño por mí.

—Creí que ya nos conocíamos.

—Créeme que no nos conocemos ni un carajo.

Nos subimos a su auto e inmediatamente los recuerdos de la noche anterior llegaron a mi mente. Por un motivo que desconocí, sentí una ligera vergüenza. Solía hacer mi trabajo e ir al departamento y viceversa. No era del tipo social, me gustaba estar sola, quizás leyendo un buen libro, tal vez solo viendo televisión. Y que ese tipo viniese a desordenar, de cierto modo, eso, me hacía sentir demasiado extraña.

Además, manejó todo el camino en silencio. No sabía si no me hablaba por mi falta de cortesía hacia él, porque en serio que fui bastante pesada y no tenía culpa de nada. Solo estuvo ahí para mi desquite. Pero su mutismo no era desagradable, sino que cuando lo veía de reojo, notaba que también me estaba mirando. Aquello me ponía ansiosa.

Pero una vez más...

Me gustaba...

—Bien, ¿me dirás que te tiene así? —quiso saber cuándo estábamos sentados en la mesa de la cafetería.

—Nada, solo se me quedaron unos importantes papeles y tuve que devolverme.

—Pero eso no es todo, ¿verdad? —apoyó el codo en la mesa y su barbilla en la palma —. ¿Qué te hizo tu esposo?

—¿Por qué asumes que algo sucedió con él?

—Mera intuición.

—Lo pillé sacándose una foto desnudo para su amante —musité tan bajo que ni yo me oí.

—No te escuché nada.

—Estaba con sus bolas al aire, tomándose una foto para la amante que tiene.

—Vaya —se quedó callado unos segundos —. ¿Por qué sigues con él? —lo miré inmediato —. Lo siento, es un tema que no me incumbe.

Su pregunta es la misma que yo me hacía día tras día. Tenía todo al alcance de mi mano para enviarlo al infierno, pero no lo hacía. No movía un puto dedo por contactar un abogado para empezar los trámites del divorcio. El cuestionamiento de Damián me pilló desprevenida, de cierto modo, porque si bien pensaba en ello, nadie me lo había preguntado tan abiertamente, jamás. Era el primero al que le decía esas cosas. Mis dramas de matrimonio creo que solo yo los sabía, pensaba que ni el idiota de Matthew se había percatado de lo jodidos que estábamos.

Matthew estaba mucho más cómodo que yo, ya que tenía una amante y una esposa que no le reprochaba su conducta. Que no le armaba escándalos o que lo echaba del departamento por estar con otra mujer. Estaba segura que Matthew creía que yo no sabía nada de lo que hacía a mis espaldas. Quizás pensaba que sus repentinas salidas estaban con la coartada perfecta de sus deplorables mentiras. Segura como el infierno que me creía una mujer estúpida, cuando el estúpido era él.

No, sí, sí, era una estúpida por no hacer nada al respecto...

—No lo sé —confesé con los ojos clavados en los suyos —. No sabría que responderte.

—¿Lo quieres? —la misma duda de la noche anterior.

—No, ya no siento nada por él —y era cierto —. Hace mucho tiempo que ya no tengo sentimientos de amor hacía él.

—Entonces debería ser fácil tomar la decisión, ¿no?

—Sí, debería.

—Algo más hay ahí —comentó —. Pero eso solo debes saberlo tú.

—Honestamente no sé qué pueda ser.

—Quizás es el tiempo, a lo mejor todavía le guardas cierto aprecio.

—Puede ser.

—Pienso que deberías ser sincera contigo misma. No es bueno vivir en un engaño y no me refiero a la infidelidad, eso hasta pasa a un segundo plano. Hablo del engaño hacia ti y tus convicciones. El engaño hacia tus sentimientos y pensamientos. Si ya no lo quieres, deberías divorciarte.

—Lo sé.

—Pero no quieres.

—No es que no quiera.

Juro que esa conversación me estaba avinagrando el estómago. Y el café me caía como a una herida. Sabía que tenía razón, pero también sabía que era una cobarde. El tipo no me amaba, ni yo a él. Es más, ni siquiera éramos amigos porque simplemente no nos hablábamos y cuando cruzábamos palabras, eran solo monosílabos provenientes de sus gestos desganados hacia mí. Ya no estábamos en sintonía, tampoco estábamos en la misma página de aquel libro. No convertimos en seres carentes de emoción hacia el otro.

Él era el aceite y yo el agua...

Nada nos juntaría...

—¿No te han dado ganas de estar con otro hombre?

—Detesto la traición, creo que ya te lo había dicho.

—¿Se puede considerar traición cuando ya no hay nada que salvar? —interpeló —. ¿Se puede considerar infidelidad cuando ya no hay amor por parte de ninguno?

—Bu...

—¿Se puede considerar adulterio cuando solo los une un simple papel? —me interrumpió —. Si la respuesta es un sí, déjame decirte que estoy en completo desacuerdo.

—Seguro que piensas eso porque nunca has estado casado.

—Te equivocas, si lo estuve —sonrió —. Tengo treinta y cinco años, también cometí el error de unirme a alguien que no me supo valorar.

—¿También te engañaron?

—Peor, me hizo creer que el hijo de su amante era mío.

—Oh, Dios.

—Si, bueno, eso es un tema que pasó hace muchos años —se encogió de hombros como si no le importase, mientras yo estaba estupefacta —. No alcanzamos a durar más de tres años juntos. Después de que supe su secretillo, siempre creí que me engañaba desde que éramos novios.

—Lo siento —no sabía que más decirle.

—No lo hagas, eso es agua estancada que se pudrió en mi pasado.

—No puedo ni siquiera pensar en cómo estabas cuando lo supiste.

—O sea, sí, quedé muy mal. Pero luego pensé que era bueno haberlo sabido antes de que ese bebé naciera —me miró a los ojos —. Por eso te digo que hagas lo que corresponde. No vale la pena seguir con quien no te valora, pierdes años de tu vida. Lo peor de todo, es que te pierdes a ti.

No dije nada, solo me quedé en silencio incluso cuando me fue a dejar al trabajo. Sus palabras retumbaban cada rincón de mi cabeza. Si encontraba que Matthew era una porquería de persona por no decirme que estaba con otra, esa mujer que tuvo Damián no era más que una auténtica bazofia.

No podía ni pensar en cómo debió sentirse él cuando descubrió la verdad. Amar a quien no te merece es jodido, pero más jodido es que no hagas nada por dar el paso al costado, sabiendo que no ya no hay más que hacer. En mi caso, mi comportamiento dejaba mucho que desear y lo sabía tan bien que me daba rabia.

Con Damián quedamos en seguirnos viendo en plan de amigos, aunque de eso no había absolutamente nada. Sabía que yo le gustaba, y no podía hacerme la estúpida porque él a mí también me gustaba, incluso más de lo que pensaba. Solo que me daba terror reconocerlo, ya que no lo conocía lo suficiente como para dejar salir de mi boca, y con mis gestos, que me atraía más de lo que alguna vez me atrajo un tipo al que había visto solo tres veces en mi vida.

Aquel día debía hacer la presentación de un nuevo libro que saldría a la venta, pero estaba tan desconcentrada que una compañera tuvo la amabilidad de ofrecerse a hacerlo por mí. Nunca me había sucedió algo similar, siempre fui una profesional que no se dejaba llevar por las emociones contenidas. Eso se quedaba en la puerta de mi lugar de trabajo, no arrastraba mis dramas conmigo, hacía cambio absoluto de pensamiento. Sin embargo, no pude porque la conversación con Damián, si bien fue corta, fue muy profunda.

Él podía decir misa, si así lo quería, pero para mí no pasó desapercibida su voz con aquel tinte de amargura. Se veía un tipo genial, culto, sensual, directo y eso mismo es lo que me había llamado muchísimo la atención. En mi vida me codeaba con gente como él, pero nadie era como él. Era misterioso, eso me hacía querer descubrir y conocerlo todavía más. También seguía sin conocer la totalidad de su rostro, moría por bajarle aquella bufanda y saber cómo eran sus labios, su nariz. Damián era un completo enigma para mí, por eso no me opuse a salir a cenar con él, cuando me invitó. No habíamos quedado en un día especifico, pero me dijo que me llamaría.

Y yo esperaría por ello...

—Madison —la voz de Matthew fue lo primero que oí cuando entré al departamento.

—¿Qué? —pregunté de mala gana.

—Lo que pasó esta maña...

—No sé qué pasó ­—caminé hasta la habitación.

—Vamos —me siguió —, no finjas.

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—Lamento que me hayas visto así.

—Bueno, a mí me dio vergüenza ajena.

—Solo quería prender un poco de fuego para nosotros.

Puse mis manos en la cintura al oír aquel cinismo. Me giré para verlo, su mentira ni siquiera lo hizo arrugarse un poco. Estaba tan acostumbrado a ello que ya no se le movía ni una puta ceja. Su rostro estaba tan serio como el mío, como si me dijese que era cierto la tontería que me había soltado. Di un paso hasta él, luego otro y después el siguiente hasta quedar a unos cuantos centímetros. Matthew era mucho más alto que yo, era guapo y los años le habían sentado de maravilla. No obstante, cuando levanté la mano para tocarle la mejilla, me di cuenta que ya no sentía nada.

No estaban las mariposas del pasado...

No estaba esa emoción por sentir su piel...

No estaban esas cosquillas en mi vientre...

Me besó la palma de la mano y aquel gesto se me antojo baboso, desagradable, asquiento, todo lo lindo que alguna vez ese tipo, que estaba observándome fijamente, me provocó, se evaporó como lo hace el vaho que sale de la boca en un día fríamente invernal. Ladeé la cabeza cuando me quiso dar un beso, y ahí se quedó, con su rostro en la curvatura de mi cuello y hasta su tibia respiración me causaba repulsión. Jamás podrías llegar a pensar que a quien amaste tanto, te originase todo ese popurrí de malas sensaciones.

—Iré a la cama —comenté alejándome, pero no me dejó.

—Quiero hacer el amor contigo.

—No —tragué saliva —, estoy cansada. Así que iré a la habitación de huéspedes.

—¿Por qué?

—Porque no quiero que me molestes.

—¿Lo hago? —se separó de mí y me miró con desdén.

—Desde hace mucho tiempo.

—No sabía que mi esposa pensaba eso de mí.

—Hay muchas cosas que tú ya no sabes de mí.

—¿Quieres hablarlo?

—Ya no quiero nada de ti.

Y salí de ese lugar dejándolo con la palabra en la punta de la lengua. Me empezó a seguir, pero no lo tomé en cuenta. Entonces cuando llegué a la puerta y la abrí, Matthew me cerró el paso con el brazo, quedando a mi costado. Me mordí el interior del labio, no sabía porque justo en ese momento quería conversar. Eso debió proponérmelo mucho antes de que este absurdo barco se empezase a hundir, ya era tarde y aunque no le pedí el divorcio, ya no valía la pena una conversación.

—Déjame pasar.

—Quiero hablar.

—Parece que no comprendiste lo que te dije —murmuré en un suspiro —. No deseo hablar contigo, quizás mañana. Tal vez otro día, pero ahora no.

—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así?

—No sé cómo es que tienes la desfachatez de preguntarme eso.

—¿Hice algo que te molestara?

—Solo lárgate de una vez.

Le pegué un codazo tan fuerte que quedó doblado en dos, ahí aproveché de entrar a la habitación y de cerrarle la puerta en la puta cara. Mi corazón latía furioso, ¡¿por qué maldita sea no le pedía el jodido divorcio?! No, sino lo hacía en ese momento, no sería nunca. Abrí, pero Matthew ya no estaba. Ahí fue que escuché, a la distancia, su móvil y el murmullo de su voz, seguido de un sonoro portazo, me sonreí. Había salido a toda velocidad porque seguramente su amante era quien lo había llamado.

Que sencillo salió de su boca esa mierda de querer hacer el amor conmigo, ¿qué habría pasado si lo hubiese dejado, y justo le suena el móvil? Solté una carcajada, lo más probable es que yo me quedase de piernas abiertas viendo como él se medio subía la ropa a toda velocidad y corría al llamado de su dulce puta. Aunque no me apetecía volver a tocarlo, quise ponerme en ese escenario, porque lamentablemente Matthew se había vuelto un hombre muy predecible.

Bien, no sería en ese instante. No sería esa noche, pero absolutamente que cuando llegase, lo mandaría al diablo de una vez por todas. Había llegado al punto en que ya no soportaba su voz, su olor, su sola presencia me exasperaba. Pondría un punto final a lo que debimos dejar hace mucho tiempo. Así yo podría seguir con mi vida, con mis proyectos, con mi tranquilidad mental. Matthew podría seguir con lo que tuviese pendiente. De igual manera, aquella noche me quedé hasta altas horas de la madrugada, no me importaba parecer un mapache o una muerta andante en mi trabajo.

No pospondría más la patada en el culo que tenía preparada para Matthew...

Pero nunca llegó...

Pasó una semana...

Y no sabía nada de él...

Tampoco hice el intento por saber, de momento, me enfoqué en la editorial, a llegar al departamento y a disfrutar de aquella soledad que mi cuerpo y mente pidieron a gritos durante tanto tiempo. Los días siguieron pasando, y tampoco había sabido nada de Damián. No mentiré cuando digo que sí pensé en llamarlo, y así lo hice. Sin embargo, cuando sonaba el primer tono, rápidamente cortaba. Ese tipo, por alguna razón, no quería salir de mis pensamientos y he de confesar algo, más de una vez me toqué pensando en él. Sabía que eso era una locura aberrante, no era que necesitase un hombre a mí lado, pero Damián provocaba que mis deseos perversos saliesen a flote.

Una mañana, me sonreí como una auténtica imbécil al ver un mensaje de él en mi celular. Me estaba esperando para que fuésemos a desayunar juntos, más bien, a verme comer. Mis dedos temblaban sin control cuando me quise poner un poco de labial, al final, deseché esa mierda porque mi pulso me dejaría como una verdadera payasa. No quise correr aquel riesgo. Solo me pasé los dedos por el cabello, ya que tampoco era de esas mujeres pretenciosas que se la pasaban viéndose en el espejo cada vez que pasaban por él. Yo solía ser de lo más natural, no descuidada, pero si menos preocupada que el resto.

En el elevador, fui capaz de sentir como mis latidos iban en aumento. Respiré mil veces y creí que cada una me dejaba en un estado peor. Me sacudí las manos porque hasta las palpaba entumecidas. Que insensatez, solo era un mero desayuno, uno en donde seguramente me saldría con algún sarcasmo, de esos que, cuando los pensé mejor, me terminaron gustando. Caminé hacia la salida con el labio entre los malditos dientes, pensé que fue bueno no pintármelos, sino me habría terminado comiendo el rojo carmesí que sostuve entre mis dedos.

Y ahí estaba, tan guapo como siempre, con aquella mirada impasible. Con las manos metidas en los bolsillos de su oscuro pantalón. Con esa pose despreocupada e indiferente hacia el resto de los mortales. Cualquiera que lo viese, creería que era un tipo apagado y hasta solitario. Pero yo pensaba que era todo lo contrario. Sobre todo, porque mientras me acercaba hasta él, más intenso ponía su escrutinio hacia mí. Deseaba alzar el brazo y arrancarle esa prenda que todavía no me mostraba la totalidad de su rostro.

—Hola —no, no se me había olvidado el tono relajado de su voz.

—Hola.

—¿Nos vamos?

—Sí.

Y ahí sí, desde aquel día nos seguimos frecuentando...

Según yo, no había una doble intención, todo era tranquilo. Solía invitarme a almorzar, aunque él no comiese un carajo, y cuando yo no podía, llegaba de sorpresa hasta mi trabajo y sentaba en el sofá de mi oficina a leer algún libro mientras yo comía el sándwich que él me había comprado. A pesar del silencio que nos invadía, me gustaba su presencia, hasta me había acostumbrado. También me iba a buscar, a dejar y me llamaba los fines de semana. Su personalidad altruista me fascinaba. Podíamos tener largas charlas sobre cualquier cosa y yo jamás me aburriría porque el tipo era demasiado culto.

—Estás preciosa esta noche.

—Gracias, tú no estás nada mal.

—Oh, me gustó tu halago.

—Cuando gustes te digo otro.

—¿Cómo van las cosas con tu esposo?

—Todo sigue igual —hice una mueca —. Es más, ni siquiera lo he visto.

—Oh, o sea que hasta la nula convivencia que tenían desapareció —aseveró.

—Exactamente. Se ha ido, sin irse en realidad.

—Quizás él sea quien te sorprenda con una carta de divorcio.

—¿Eso esperas?

—¿Para qué?

—Para hacerme caer ante ti.

—No, podría hacerte caer sin necesidad de que estés divorciada —mi corazón se saltó un latido al escucharlo —. Tengo el encanto suficiente para me desees antes de tan siquiera darte cuenta.

Mordí el interior de mi mejilla...

—¿Tan seguro estás?

—Mucho más de lo que crees.

—¿Cuándo me vas a mostrar tu rostro?

—Cuándo tú me dejes ver tu cuerpo desnudo —tragué saliva.

—Sabes que eso no sucederá.

—Yo que tú, no estaría tan segura.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Estás nerviosa, puedo sentirlo —jódanme —. Estás moviendo sutilmente el pie debajo de la mesa —acercó un poco su cuerpo —. Estás respirando levemente intenso —miró hacia el lado por breves segundos —. Estás excitada —susurró cuando su vista se clavó en la mía.

—No sé de dónde sacaste semejantes conjeturas.

—Tu aroma, tu cuerpo expulsa la etérea fragancia de la excitación.

—Tu olfato te está fallando.

—A puesto que estás apretando tus piernas.

¿Cómo lo supo?

—Lo supe porque estás demasiado rígida —maldita sea, me había escuchado —. ¿Te sientes húmeda?

—Claramente no voy a responder eso.

—Porque es un sí rotundo.

—Detente.

—¿Por qué?

—Porque no me siento cómoda con esta conversación.

—¿Temes correrte solo con mis palabras?

Sí, eso temía...

—¿Tienes miedo de que tu humedad traspase la tela de tu braga? —podía ver que él también respiraba denso —. ¿O te da susto reconocer que me deseas como yo a ti?

—No temo a nada —mi garganta estaba seca —. No te deseo en lo absoluto.

—No te acostumbres a mentirme, puedo leerte sin necesidad de poner mis manos sobre ti.

—No te miento.

—Sí que lo haces, ¿sabías que tus pezones están erectos? —sí lo sabía, los sentía —. Eso es un claro indicativo de tu mentira.

—¿Por qué haces esto?

—Porque me gusta ver el fervor de tus gestos con mis palabras. ¿Qué palpas en ti?

—¿En serio que quieres saberlo?

—Por supuesto.

—Me has puesto caliente, ¿contento?

—No —dijo tajante.

—¿No?

—No, porque no puedo tenerte para mí. No me dejas, no me lo permites. Te juro por el infierno que cuando pase esa fina línea que nos separa, te voy a follar tan duro que no desearás que salga de ti nunca más.

—¿Tan seguro estás de ti? ¿No crees que te estás equivocando?

—Uno, estoy muy seguro de mí. Dos, no me equivoco porque veo, estoy siendo testigo de cómo reprimes tus ganas de tomar mi mano y ponerla entre tus piernas.

—Estás demente —murmuré casi ahogada.

—¿Lo estoy?

—Sí.

—Aunque así fuese, eso no quita que me tienes totalmente duro.

Oh, Dios...

—¿Te has fijado que tu cuerpo se está moviendo con suavidad?

—Por favor, deja eso.

—¿Quieres sentir el roce de la silla en tu punto exacto?

—Basta...

—¿No te gustaría mejor sentir el roce de mi miembro? —no respondí —. Has cruzado las piernas, quieres palpar tus intensos latidos, lo sé —mi mano, mi maldita mano había bajado —. Ya veo —yo tenía la cabeza apoyada en el respaldo de la silla, y a pesar de mi vista parcialmente nublada, vi como él hacía lo mismo —. Supongo que no te molesta que yo también me toque.

—Estamos en un jodido restaurante.

—Pero tuve la precaución de pedir una mesa apartada.

—¿Estabas planeando esto?

—No, solo quería estar más tranquilo contigo. Pero está siendo una muy grata sorpresa todo esto —abrí la boca cuando oí el cierre de su pantalón bajarse.

—Déjame ver tu rostro entero —supliqué.

—Déjame ver tu completa desnudez.

—No...

—Tan hermosamente necia. No importa, me lo imagino —cerró los ojos —. Tu piel ha de ser tan blanca como tu rostro. Tus piernas firmes, seguro que se sostendrían bien de mis caderas —gemí —. Tus pezones rosados y erectos pidiendo una lengua que los acaricie —mi dedo se movía con lentitud —. Y tu sexo... —se pasó la mano por el cabello al tiempo que su muñeca intensificaba el movimiento —, debe estar tan mojado. También debe estar latiendo con cada pequeña contracción. Seguro que, si tuviese boca, estaría pidiéndome a gritos que lo llenase, que calmase aquel deseo que tiene en este mismo y jodido instante.

Nunca me había pasado algo como eso. Jamás había tenido la osadía de tocarme tan íntimamente en un restaurante, donde los murmullos de la gente desaparecían cada ciertos momentos. Nunca me había sentido así de excitada, con el temor de ser pillada. Damián había logrado, con sus palabras y su ronca voz, que yo me entregase al placer de palparme tan húmeda como él decía. Era una completa locura lo que estábamos haciendo, pero sin duda alguna que me encantó vivir eso con él.

—Seguro que ahora sientes que estás a punto de correrte, lo veo en tus expresiones —abrí levemente los párpados y me percaté que me estaba observando con un hambre voraz —. ¿Sabes que me gustaría hacerte? —negué en silencio —. Meter mi cabeza entre tus piernas y lamerte de principio a fin —oh, mierda santa —. Recorrerte y conocer cada parte de tu cuerpo. ¿Cuándo me dejarás follarte?

—No..., lo sé.

—Sé qué un día de estos no podrás soportarlo más, así mismo como no lo soportas ahora —susurró —. Estás por correrte, ¿quieres hacerlo?

—Deten..., te

—Mueve más tus dedos —no tomó en cuenta mi petición, pero yo si la de él. Aumenté la fricción —. Eso es, ¿seguro que no deseas correrte?

—Sí... —gemí —, lo quiero.

—Yo también. ¿Será conveniente que te acompañe en ello?

—Te mancharás.

—¿Entonces que hacemos?

—Yo solo quiero... —tragué saliva —, solo quiero acabar.

—Abre tus piernas —lo hice —, mete un dedo por debajo de tu braga.

—Hace rato que hice eso.

—Oh, no pierdes el tiempo —sonreí con un suspiro —. Entonces te sugiero que, si quieres acabar, metas dos dedos.

—Jódeme...

—Cuando quieras —maldito perverso —. ¿Lo sientes venir? —asentí con lágrimas en las orillas de mis ojos —. Piensa que es mi polla la que está ahí.

—Grosero.

—¿Por decir polla? Oh, entiendo. Te haces la pacata, pero te gusta que te hable sucio.

—No me gusta —murmuré.

—Probemos —desafió, como si esa mierda de hablar así, fuese a producir algo en mí —. Mi polla, dura, caliente, con la punta mojada, quiere entrar en tu coño. Quiere sentir como lo tragas hasta que juntemos nuestras pelvis, para después salirse, dejar solo la cabeza palpitante entre tus suaves labios hasta entrar de golpe otra vez.

—Tus lecturas eróticas te han hecho mal —no, joder, me tenía peor que antes en cuanto a mi excitación.

—No, al contrario, el vocablo es tan amplio que he aprendido que a muchas mujeres les gusta ello —su brazo estaba moviéndose más intenso que antes —. Y tú, mi sucia Madison, estás que explotas por el solo hecho de decir como pretendo follarte. Imagina la siguiente situación, estando tú apoyada en tus palmas y rodillas sobre una cama, yo acercándome hasta ti, poniéndome detrás. Sin embargo, sin entrar, solo deslizando mi polla entre tus pliegues, esos mismos que expulsan con ímpetu aquel transparente líquido que nos va a indicar cuanto quieres que yo te llene con esto que ahora sostengo en mi mano —mis dedos estaban así, tal cual —. Entonces, en vez de penetrarte, bajo mi rostro y te lamo.

Mis dedos fueron testigos del intenso latido que me provocó una contracción en el bajo vientre. No dejé de mirarlo mientras me corría como una demente. Él, achicó los párpados con notorio signo de satisfacción por lo que había logrado en mí. Mis hombros se iban hacia adelante por los profundos espasmos que sentía en cada parte de mí ser. Mi cabeza cayó hacia adelante, y el frío de la mesa en mi frente, me hizo sonreír al comprender la locura que había hecho. Me sentí descarada, y esa sensación me fascinó. Pude palpar como mi respiración poco a poco se fue volviendo normal. Sin embargo, experimenté un suave temblor, debido a la sensibilidad que me quedó, al quitar mis dedos.

—Necesito que me alcances la servilleta que tienes en tus piernas —levanté la cabeza y lo vi desenfocado porque no me había quitado las lágrimas que se acumularon en mis ojos —. Lo siento, tampoco pude reprimirme.

Se la extendí y pude darme cuenta que, al tomarla, sus dedos temblaban. Sin dejar de verme, llevó la tela debajo de la mesa. Hizo una leve arruga con la frente, seguramente también había quedado sensible. Solo supe que sus oscuros ojos indicaban que se estaba sonriendo. Lo había conseguido, me había seducido a un límite insospechado y jódanme, fue la mejor sensación sentida hacía muchísimo tiempo. Llegué a sentirme relajada, con el cuerpo casi adormecido por aquella fantástica descarga de endorfinas.

Él era increíble...

Desde aquella velada...

Todo cambió...

He de reconocer que me comenzó a conquistar. He de reconocer que me comenzó a gustar cada vez más. He de reconocer que deseaba verlo todos los malditos días. He de reconocer que cuando no lo hacía, lo echaba de mucho de menos. He de reconocer que, desde lo que sucedió en el restaurante, ya imaginaba su cuerpo bajo el mío. He de reconocer que con tan solo unos cuantos detalles logró hacerme enamorar.

Porque sí, me enamoré de él y eso me daba terror...

Sabía que con Matthew ya no teníamos vuelta atrás. Es más, después de un mes y medio volvió al departamento, pero ni él me dijo porque tardó tanto tiempo en regresar, ni yo se lo pregunté. Sin embargo, cada vez era más esporádica su aparición en él. De los siete días que tiene la semana, él solo llegaba dos y a veces tres. Cuando lo hacía, me sentía incomoda durmiendo en la misma cama que él. Era una total insensatez, por eso es que también lo comencé a hacer en la habitación de invitados.

Entre nosotros desde hacía muchísimo tiempo que ya no había intimidad, todo era más frío y alejado que antes. Que nunca, en realidad. Hasta nos hablábamos cada vez menos. Una vez fuimos uno solo, pero eso se había acabado definitivamente desde que me enamoré como una estúpida de Damián. Ni siquiera fue cuando Matthew comenzó a engañarme. Sin embargo, no sabía porque no tenía el valor de mandar al diablo al hombre que fue mi primer amor. Exacto, una vez más, no le pedí el divorcio, a pesar de que lo tuviese al alcance de la mano.

—Hoy estás más callada que de costumbre —me dijo Damián un día.

—Tengo algo que decirte —lo miré a los ojos.

—Soy todo oídos.

Y la atención que le puso a lo que tenía para decirle, me puso los pelos de punta. Hasta nauseas sentí, lo juro. Chupé mis mejillas, de pasó las mordí, lo mismo con los labios. Respiré hondo porque no creí volver a confesar algo de esa índole. Damián solo me miraba en silencio e interesado a lo que saliera de mi maldita boca suelta. Estaba a punto de arrepentirme, pero al ver sus ojos, supe que no podía y no debía echarme para atrás. Por una vez en mi vida, sería consecuente con lo que mis sentimientos dictaban.

—Me gustas.

—No sabes cuánto esperé por esas palabras.

Entonces cuando se bajó aquella prenda que solía tapar la parte inferior de su cara, quedé totalmente desconcertada. Por fin estaba dejándome verlo, aquel misterioso rostro que venía escondiendo durante todo el tiempo que salimos juntos. Su cara parecía ser más relajada de lo que me dejaron ver sus apacibles ojos. Dios, era el hombre más apuesto que alguna vez pude conocer. Un lunar, en el lado izquierdo, debajo de su boca, me mató.

Mi estómago casi estalla cuando vi su sonrisa, seguro lo hacía al ver la expresión que hice cuando lo vi, por primera vez, como hacía tiempo lo deseaba. No sabía qué diablos me sucedía, pero me quedé absolutamente quieta. Sí, lo sabía, ese hombre que estaba frente a mí, observándome con unos enigmáticos gestos, derribó todas y cada una de mis barreras. Sobre todo, cuando se acercó hasta mí, puso una rodilla en el piso, tomó mi rostro entre sus manos y ladeó su cabeza para mirarme.

Entonces, me besó...

Y fue de esos besos tiernos, pero salvajes. De esos que te quitan el aliento y te hacen palpar que, después de todo, si tienes un corazón que late con fuerza. De esos que te remueven las entrañas y partes de ti que creías dormidas. Porque eso me provocó el sentir su boca sobre la mía. Eso me provocó el sentir su lengua jugando con la mía. Eso provocó el sentir como sus dedos se enredaban entre mis cabellos al tiempo que me ponía de pie, me hacía caminar hacia atrás, me empujaba sobre la pared, para luego dejarme notar su erección y mi humedad.

—No sabes cómo me has tenido todo este tiempo, Madison —empujó su pelvis contra mí —. Me has hecho esperar demasiado, ¿no crees?

—Entonces aprovecha esto, porque lo quiero todo de ti.

Ni siquiera con Matthew experimenté lo que con Damián sí. Me tomó en sus brazos e hizo de mí lo que se le antojó y lo dejé, y lo deseé, y me dejé llevar como nunca antes lo había hecho. Sus besos eran una completa adicción para mi anhelante boca. Sus caricias, esas que se deslizaban de un lado a otro por todo mi cuerpo, eran una provocación constante para mi palpitante intimidad en busca de más. Lo sabía y aprovechó mi deseo hacia él para jugar conmigo como quiso.

Me daba lo mismo que nos pudiesen oír. Me daba lo mismo que mi oficina quedase hecha un desastre. Me daba lo mismo que el teléfono sonase como lo hacía. Nada me importaba más que él y yo. Más que sentir su miembro invadirme hasta provocarme escalofríos. Más que palpar su lengua recorrer mi cuello hasta llegar a mi mentón para chuparlo y morderlo. Y así, con sus dientes incrustados ahí, me penetraba sin dejar de verme a los ojos.

Estábamos embriagados de placer...

Damián era un tipo con unos años más que yo, y eso me volvió loca a la hora de mostrarme su experiencia en el arte de sexo. Como cuando, de pronto y sin darme cuenta, me encontré boca abajo sobre mi escritorio, sintiendo mis muñecas fijas atrás de mi espalda, mientras él entraba con fuerza en mi interior. El suspiro que salió de mi boca, empañó la brillante madera. ¿Cuánto tiempo sin sentir aquella intensidad que estaba experimentando?

Mucho, muchísimo tiempo...

Llegué a creer que perdería la cordura, cuando salió de mi interior y solo dejó la cabeza de su miembro entre mis pliegues. Cuando comenzó a mover sus caderas en círculos, dejándome apreciar como nuestra humedad se mezclaba para crear el más perfecto lubricante natural. Ese mismo que desbordaban todas mis ganas porque pronto se hundiese completamente en mí. No obstante, pude vislumbrar una sonrisa burlesca en su rostro.

Amaba su jodido rostro...

Lo amaba a él...

—¿Lista? —sonaba agitado y eso alteró mis sentidos.

—No sabes cuánto.

Y me penetró con rudeza...

Tomó mi cabello e hizo un puño de él. Sus embestidas eran fuertes, continuas, hasta el punto de la desincronización. Pero no me importaba, porque el tenerlo dentro de mí, hizo que me olvidase hasta de mi nombre. Me agarró de la cintura e hizo que despegase mi pecho del escritorio. Con una experticia única, desabotonó mi blusa con una sola mano, bajó mi brasier sin importarle el haberme raspado con sus cortas uñas, pero eso me dio lo mismo. Es más, fue aún más estimulante. Más primitivo y carnal se puso cuando pellizcó mi pezón, logrando que yo soltase un jadeo que me salió del alma.

Y se produjo...

Una sensación eléctrica comenzó a recorrer mi columna, el medio de mi pecho, las puntas de mis pezones, hasta que viajó velozmente por mi vientre, atravesando y abarcando todo mi interior. Solo pude buscar su boca para que me diera un beso, y de paso, ahogar aquel gemido que deseaba salir como si de una bestia enjaulada se tratase. Damián, mientras se seguía moviendo, hundió su lengua hasta encontrar la mía y nos unimos en una caricia arrolladora.

Un orgasmo, tan solo un orgasmo que Damián me regaló, fue suficiente para darme cuenta que ni siquiera yo, conocía mi propio cuerpo.

Me hizo emerger de las profundidades de una feminidad que creí perdida, para hacerme apreciar la magnitud de una sensualidad desbordante y desafiante. De esas que te hacen temblar por la anticipación. Que te hacen lograr imaginar durante el día lo que harías cuando lo tuvieses frente a ti. Que, de seguro, logrará sacarme una sonrisa pervertida en la soledad de mi oficina. Que logran hacer que vislumbres, rememores, palpes y huelas su cuerpo entero mientras haces el amor con él. Que hasta logran hacerte olvidar cuantos meses te juntas clandestinamente con él porque el tiempo se ha ido en un suspiro.

Era una locura...

Damián, finalmente, era mi amante...

Y me importaba un carajo...


******

¿Les gustó?

Espero que sí.

Mil gracias a quienes leen.

Un beso.

Continue Reading

You'll Also Like

140K 4.7K 22
Hola soy Ashley Blackwell Tengo 22 años Tengo pelo castaño Soy de piel Blanca Y mis ojos son de color marrón. Vivo en Estados Unidos y pero soy de...
747 74 16
Agapē es el término griego para describir un tipo de amor incondicional y reflexivo, en el que el amante tiene en cuenta sólo el bien del ser amado. ...
7.7K 528 15
En la aldea de konoha hay una leyenda de un demonio que está escondido en una montaña asegurada por los mejores ninjas de la aldea. Se cuenta que el...
810K 41.5K 35
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...