Dulce destino

By Aramat_Hivi

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Tu cuerpo se vuelve frío cuando te das cuenta que tus años de matrimonio han sido casi una pérdida de tiempo... More

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Último capítulo
Epílogo

Capítulo 1

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By Aramat_Hivi


Fría soledad en aquella tarde de invierno...

Mis días grises se habían vuelto una constante en mi vida desde que él se volvió distante...

No sé cómo pasó ni en qué momento sucedió, pero nosotros ya no éramos los mismos. Aquellas tardes donde nos abrazábamos, o tan solo nos dábamos un beso, ya no existían. Se fueron al olvido. Quizás nuestro lazo se había roto y ni cuenta nos dimos, pero sabía que ya nada volvería a ser como fue, estaba segura de ello. Tal vez, solo tal vez, nuestros trabajos jugaron un papel fundamental en nuestra distancia. Sin embargo, mientras bebía mi café, sabía qué no podía culpar a eso, ya que nosotros fuimos los únicos responsables de nuestra estrepitosa debacle.

De los siete años que llevábamos juntos, tan solo uno fue suficiente para echar por la borda todo lo que fuimos. Un año donde todo se comenzó a apagar frente a mis ojos y yo, ciega, no me daba cuenta porque no quería. No me daba cuenta porque creía que tal vez nosotros saldríamos de esa crisis. No me daba cuenta porque el amor que sentía por él era tan grande que, creí que alcanzaba para los dos. Pero no podía estar más lejos de aquella fantasía inverosímil que logró hacerme ver que ya no teníamos nada en común más que...

Me daba cuenta que, nada...

Ya nada...

Sutiles cambios fueron haciéndose costumbre. Primero, dejaron de existir los besos de buenos días, después desaparecieron nuestras llamadas durante el día. Lo siguiente fue que ya no dormíamos abrazados, cada uno se daba vuelta hacia su lado. Aunque discutiésemos ya no había noches de pasión, tampoco una búsqueda para ello. Hasta aquella mierda había desaparecido. Yo intentaba hacer todo porque me daba cuenta como él se alejaba cada vez más de mí. No obstante, antes de tan siquiera querer hablar sobre ello, él ya estaba tomando sus llaves y saliendo de casa para dejarme sola, con la palabra en la boca y la desilusión latente.

Noches sola...

Noches de desvelo preguntándome que sucedió en nuestro camino...

Noches sin respuestas...

Noches de lágrimas...

Una sola noche donde supe por qué...

Pero todo quedó igual...

Hasta que lo conocí...

Habíamos quedado de vernos para comer, pero, para variar, me llamó para postergarlo ya que se le había presentado un inconveniente de último minuto. Esa era otra de las cosas que siempre lograban decepcionarme de él. Lo entendía, en serio, pero solía dejarme plantada donde hiciera la reservación. No me quedaba más que poner una sonrisa llena de vergüenza al camarero y pedirle la cuenta por un puto vaso de agua, y cuando llegaba a casa, él estaba ahí comiendo cualquier tontería y disculpándose.

Siempre disculpándose...

Ya no le creía, solo me encogía de hombros y me encerraba en nuestro baño solo a llorar. Me había vuelto en una tremenda patética por el giro que había tomado mi matrimonio y ahí sí, yo era la única culpable por no poner un alto. Yo era quien debía alzar la voz y decir: "Ya basta". Yo era la que debía poner los puntos sobre las jodidas íes. Pero, me faltaba el maldito valor para reconocer que mi matrimonio no era más que un puto fracaso sin remedio. Éramos como dos seres absolutamente desconocidos que no compartían más que unas cuantas cosas materiales.

Entonces, luego de colgar esa maldita llamada, cuando me disponía a levantar el brazo para pagar la copa de vino que ni siquiera había acabado, alguien tomó mi mano con sutileza. No me moví, no pestañeé, ni siquiera respiré porque aquel contacto fue tibio y gentil. Solo, por impulso, levanté la vista y ahí estaba él. No sabía quién era, nunca lo había visto en mi vida, pero sentí como si lo conociera desde siempre. Fue algo extraño e intimidante lo que me embargó, y quise soltarme, pero no me dejó. Al contrario, tomó asiento frente a mí al tiempo que entrelazaba nuestros dedos y así nos quedamos.

En silencio y viéndonos a los ojos...

Quería salir corriendo, me había dado cierto temor de que un tipo tuviese la osadía de hacer lo que él había hecho. Nunca, nadie había cometido tal indiscreción hacia mi persona. El último hombre que me había tocado de aquella manera, fue a mi esposo. No obstante, el ver aquel brillo en sus oscuros ojos me hizo desertar de todo lo que tal vez, solo tal vez, cruzó por mi cabeza.

Al ser una noche fría, él llevaba una bufanda negra que le cubría el rostro hasta el puente de la nariz. Su cabello gris le daba cierto toque misterioso, sobre todo porque estaba de lo más despeinado, dejando ver ciertos mechones sobresalientes. A pesar de sus ojos impasibles, y su apariencia relajada, dejaba entrever que de ello no tenía absolutamente nada. Quizás solo me equivocaba con mi silente apreciación.

Algo en mí me dijo que eso no era correcto. Que estar con aquel tipo era un terrible error. No lo conocía, nunca lo había visto en mi vida. Es más, yo era una mujer casada y seguramente Matthew me estaría esperando en nuestro hogar. Quise darme con una silla en la cabeza, seguro iba a estar esperando por mí. Lo más probable es que estuviese revolcándose con su amante.

Sabía, desde hacía varios meses, que me era infiel y la comodidad de una falsa estabilidad me hizo guardar silencio por todo ese tiempo. Pero cada vez que lo veía, en vez de sentir esa rabia insana, no sentía más que lastima por ambos. Y ese hombre, que estaba justo frente a mí, me provocó algo que hacía mucho tiempo no sentía y ni siquiera sabía que era.

Pero me gustaba...

—¿Te molesta si te hago compañía?

Su voz me gustaba...

—No —contesté sin saber por qué, se echó un poco hacia delante y su masculino perfume me abofeteó el rostro.

Su aroma también me gustaba...

—Soy Damián.

Su nombre me gustaba...

—Soy Madison.

No había necesidad de estrechar nuestras manos porque estas ya estaban tomadas. Esa audacia de venir y tocarme, y sentarse, y no decir nada, y solo verme, hasta que decidió hablar.

Me gustaba...

—Te estuve observando desde el bar —tomó mi copa y quedó mirando la mitad que dejé —. No quise acercarme antes porque creí que estabas esperando a alguien.

—Esperaba a mi esposo —y cuando eso salió de mi boca, quise maldecirme por ser tan estúpida.

Sobre todo, al ver sus ojos...

—Oh, lo siento —me soltó —, he sido un impertinente —pero lo agarré de vuelta.

—No hay problema, él no vendrá —estaba muy nerviosa, pero quería estar un tiempo más con él —. ¿Quieres cenar conmigo?

—¿Segura?

—Muy segura.

Y desde aquella velada, todo comenzó a cambiar...

Recuerdo que me dejó su tarjeta para cuando lo quisiera llamar, por supuesto que la metí en el fondo de mi cartera. Por algún motivo me sentía fugazmente culpable por haber tenido la reacción de esconder su contacto. No quería que Matthew supiera que había estado con otro hombre. Él no había tenido la decencia de decirme que estaba con otra mujer, entonces que no esperase demasiado de mí, aunque con Damián acabábamos de conocernos.

No diría nada...

Cuando llegué al departamento, antes de tan siquiera abrir la puerta, vi cómo se giraba la manilla de esta. Matthew estaba resplandeciente y ni siquiera disimulaba que esa noche saldría otra vez con su puta. Me quedó mirando a los ojos y en ellos pude vislumbrar un dejo de culpabilidad, pero lógicamente eso desapareció con la misma rapidez de un pestañeo. Se pasó la mano por el cabello mientras soltaba un suspiro, yo solo miré hacia otro lado. El aroma de su perfume era embriagador.

Una lástima que no fuese por mí que estaba tan arreglado...

—Eh... —balbuceó —. Yo...

—Sí, sí, tan solo vete.

—Lo siento, me han llamado de la oficina a última hora.

¿Podría ser menos cliché su frase?

No...

—Disfruta de tu triste noche de trabajo —le dije con ironía.

—Quizás regrese mañana.

—Matthew —llamé y lo observé directo a los ojos —, solo lárgate de una vez.

—Lo siento, cariño.

Mordí en interior de mi mejilla cuando oí ese apelativo tan tierno. Así solía llamarme, pero la diferencia es que en ese tiempo aquello era con afecto y amor. Ahora solo lo decía para salir del jodido paso para poder irse malditamente tranquilo. Mientras me decía: "Cariño", ya estaba pensándose entre las piernas de su amante. Sé que la tipa es una empleada de su oficina, sé quién es ella, la conozco. ¿Cómo no? Si cuando supe que me engañaba, fue porque lo vi follando en su despacho.

Desde ese día, no volví a ese lugar...

Estuvimos de acuerdo en que cenaríamos juntos, no quería que me dejase otra vez plantada y por eso mismo es que me adelante en la hora que habíamos quedado y partí rumbo a su oficina. Fue lo más estúpido que pude hacer. En la planta donde estaba su despacho no había absolutamente nadie, ni siquiera su secretaria. Jodida mala suerte la mía que oí gemidos provenientes desde ahí.

Mi primera reacción fue la echarme hacia atrás, inmediatamente mi corazón me dijo que huyera, pero mi jodida mente opinó todo lo contrario. Entonces mis pies comenzaron el camino hasta allá. Los jadeos se intensificaron, podía escuchar con mayor claridad el crujir de un mueble. Matthew fue tan estúpidamente descuidado que no tuvo la precaución de ponerle seguro a su puerta. Ahí estaba yo, girando el pomo, empujando con la delicadeza de una pluma hasta que esta cedió para dejarme ver todo con absoluta claridad.

Era como ver esas típicas escenas de películas en donde la mujer está sentada en el escritorio, mientras el puto está entre sus piernas, con el pantalón hasta los tobillos, meneando las caderas hasta hundir las nalgas, empujando, llenándola con su erección hasta lo más profundo. Mientras ella tenía la blusa desabotonada, el brasier debajo de sus senos y su rojizo cabello enredado gracias a las manos de mi querido esposo.

De mi boca no salió ni una sola palabra, ni siquiera se percató de que había sido pillado porque estaba tan abandonado en su propio placer que perdió el sentido de todo su entorno. Solo se enfocó en correrse en sobre su vientre, porque sí, me quedé ahí hasta ver como malditamente acababa. Era tremenda imbécil, pero si no hubiese sido por eso, tal vez seguiría nadando sola contra la corriente de nuestra funesta relación.

Estuve mucho tiempo amargada, enojada conmigo, con él, con lo que perdimos por dejarlo escapar de nuestras manos. No lo veía a los ojos cuando me hablaba, tampoco me preguntó que me pasaba. Antes no me había dado cuenta cuan tarde era lo que llegaba a casa. No me había percatado de todas las noches que salió porque, según, tenía que salir de viaje relámpago. Después de lo que vi, todo cobró sentido para mí. Todo no era más que una bizarra falacia en la que yo participé por no tener los ovarios bien puestos para mandarlo directo al carajo.

—Por cualquier eventualidad, me llamas —al decirme esas palabras me sacó de mi ensimismamiento.

—Como sea.

Y ahí, una vez más me mordí la jodida lengua para no gritarle todo lo que se merecía. Ni siquiera sabía porque no acababa con todo, que irrisorio. Solo respiré profundo, tampoco me provocaba soltar una sola lágrima por alguien a quien no le importaba un puto peso. Sobre todo, por alguien que a mí no me importaba un puto peso. Solo enderecé mi rostro con desdén cuando cerró la puerta mientras me miraba a la cara. Me quedé sola en la inmensa soledad de lo que alguna vez fue nuestro dulce hogar.

Que cursilería más barata...

Al dejar mi cartera sobre la mesa, recordé la tarjeta que me había dado el tipo de restaurante. Rebusqué hasta que di con ella, y la quedé mirando por un buen rato. Sí, tenía buen gusto incluso para una simple presentación en un fino y delgado pedazo de cartón. Sus bordes negros con una perfecta letra cursiva, me daba a conocer quién era ese hombre.

‹‹Damián Mitchell, crítico literario››

Tenía tanto la dirección de su lugar de trabajo como sus números de contacto. Mientras bebía un jugo, repasé los contornos de ella. Me quedé absorta en lo que sucedió en el restaurante. Era increíble hasta para mí. No tenía mi autoestima baja, para nada, pero me llamó muchísimo la atención que justamente alguien como él se fijase en mí. ¿El destino, talvez? ¿Una señal que me advertía lo que debía hacer? No tenía ni la menor idea de que era, pero fuese lo que fuese me ponía nerviosa como en tiempos de antaño.

No lo llamé...

Y así pasaron unas cuantas semanas. Semanas en las cuales mi vida seguía siendo una burda monotonía por mera responsabilidad mía. Solo me enfocaba en ir hasta mi trabajo, el cual consistía en revisar las ediciones de los libros que salían al mercado. Me quedé pensando en ello. Ese Damián era crítico literario y yo me dedicaba a un rubro casi parecido al de él. Esa mierda me indicó que no solo era una casualidad. ¿Sería que me conocía? ¿Sería que yo lo conocía y por eso sentí aquello cuando lo vi? No lo sabía del todo, pero eché por el desvío aquel pensamiento que cruzó por mi cabeza.

De Matthew solo sabía por la taza que había dejado sobre la mesa. De mí solo sabía por la estela de perfume que dejaba flotando en el aire. La nula interacción entre nosotros cada día era más densa. Eso ya me estaba molestando demasiado. Pero de inepta seguía guardando silencio. Ya me daba lo mismo convivir con aquel extraño que alguna vez significó tanto para mí.

Una noche, llegó temprano a casa, yo estaba preparando la tina porque me apetecía un baño de burbujas. Pero no conté con que Matthew llegaría, menos siendo un viernes. Ese día era sagrado para estar con su zorra, así que atribuí que la parejita había tenido algún inconveniente. Cuando entró a la habitación, me quedó mirando de pies a cabeza. Puse tan mala cara que de seguro se dio cuenta, y me encerré en el baño. No obstante, allá llegó.

—¿Estás bien? —me preguntó cuando estuvo dentro.

—Sí, ¿por qué?

—Quería invitarte a cenar.

—¿Y ese milagro?

—¿No puedo querer cenar con mi esposa? —sonreí.

—¿No tienes trabajo que hacer?

—No, hoy me han dado la noche libre.

—Oh, tu amante no está disponible —mascullé por lo bajó.

—¿Cómo dices?

—Que no contaba con que estarías aquí.

—¿Bueno quieres ir o no? —ya se había molestado.

—Dame quince minutos.

Honestamente, ni sabía porque rayos acepté. Solo sé qué para cuando salí, me vestí, nos subimos en su auto y ya estábamos sentados comiendo en completo silencio. Uno que era tan incómodo que deseaba huir de ahí. Sabía que entre nosotros ya no existía ni siquiera un tema de conversación. Matthew solo mirando el plato, yo solo masticando. Hasta que, de pronto, algo llamó mi atención y eso me hizo dejar suspendido el tenedor en el aire. Achiqué los párpados para ver si mis ojos no me estaban engañando. A cierta distancia, a unas cuentas mesas, estaba él comiendo solo.

Damián estaba frente a mí...

Observándome...

Sin siquiera pestañear...

Me puse rígida sobre el asiento, tuve que llevar la mano hasta el vaso para poder bajar el nudo que se me había incrustado en medio de la garganta. Pero me di cuenta que mis dedos estaban temblando. ¡Que tontería! ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué sentía como mis entrañas se comprimían? Ese tipo no era nada, no era nadie, no significaba nada en mi vida. Sin embargo, ahí me tenía, con los nervios destrozados porque sus apacibles ojos no dejaban de ver incluso mis movimientos más sutiles.

—¿Qué te pasa? —lo escuché tan lejos —. ¿Madison, estás bien? —enfoqué los ojos en el hombre que estaba conmigo.

—Lo siento, debo ir al baño —me limpié la comisura de los labios y me puse de pie.

Lo dejé solo y no me importó. Solo deseaba salir de ese sitió, respirar el mismo aire de esos dos tipos, cerró el paso del mío y creí que me ahogaría. La irracionalidad se había apoderado de mí en cuanto vi a Damián, y eso que ni siquiera había hecho algo malo. Solo, hace semanas atrás, habíamos tenido un intercambio simple de palabras, nada significativo, nada importante.

Grandes salpicaduras de agua cubrieron mi rostro y no implicó en nada que mi leve maquillaje se hubiese corrido. Suspiré con la cabeza hacia abajo y las palmas apoyadas en el mármol de aquel lavamanos. No entendía esos sentimientos que me embargaron, estaba casi histérica. Su escrutinio hacia mi persona me dejó pendiendo de un finísimo hilo. No podía quedarme encerrada ahí, debía volver a la mesa donde estaba Matthew, pero no quería.

Maldita sea...

—Ese hombre no te quiere —me giré con brusquedad al oír esas palabras, esa voz.

Damián estaba de brazos cruzados apoyado en la puerta...

La había cerrado...

Nos había encerrado...

—¿Qué sabes tú? —cuestioné a la defensiva.

Aunque sabía que era cierto lo que salió de su boca...

—Simple —caminó hasta mí —, ni siquiera te ha dirigido una sola palabra —puso los brazos a mis costados, encerrándome entre el mueble y su cuerpo —. No te ha mirado —ladeó la cabeza —. No te ha tomado la mano —me miró los labios —. Tampoco te ha dicho lo guapa que estás esta noche.

—No sé qué te propones, pero déjame ir.

No lo hizo...

—¿Ese es tu esposo?

—Sí —susurré.

—No se nota, parecen un par de desconocidos.

—Tú no sabes nada.

—Soy muy buen observador, ¿sabías?

—No sé nada de ti.

—¿Quisieras hacerlo?

—No, como viste, soy una mujer casada.

—Con un hombre que te engaña.

Mis ojos se abrieron...

—¿Qué has dicho?

—Solo es cosa de verlo, Madison —recordaba mi nombre, increíble —. Un hombre enamorado no se comportaría como lo hace él. ¿Lo quieres? —preguntó de pronto.

—Eso no es de tu incumbencia.

—Quizás sí.

—Llevamos años casados.

—Y eso no responde mi pregunta. ¿Lo quieres?

—Sí.

—Mentirosa.

—No me conoces.

—Es cierto —acercó su rostro al mío —, pero puedo decirte que tu boca y tus ojos no están conectados. Tu boca —me tocó el labio inferior —, ha dicho que sí. Pero tus ojos —me miró con intensidad —, reflejan todo lo contrario.

Ese tipo era una persona tan analítica que me llegaba a dar escalofríos. Con solo vernos a la distancia, había descubierto lo que yo ya sabía. Sin embargo, el que llegase al fondo de mi relación con Matthew me dejó en blanco. Podía parecer una persona reservada, tranquila, pero su curiosidad había visto más allá. Su frialdad se había hecho presente desde el momento que me soltó en la cara, sin pudor, que Matthew no me quería. ¿Era para reprochar? Sí, porque, aunque tuviese la razón, él no era nadie para restregármelo en la cara.

—Eso a ti no te importa.

—Puede que no, pero la vez pasada me dejaste en manifiesto por tus expresiones corporales que él te tenía muy desilusionada.

He de admitir que odié eso. Me violentó su franqueza, me incomodó la intensidad de su voz al decirme aquello. Me fastidió lo simple que sonó al soltar semejante confesión. Puse las manos sobre su pecho y me pude percatar que su corazón latía acelerado, eso me hizo retroceder en querer empujarlo lejos de mí. Y mi impresión de saber que estaba aquí fue tanta que, tampoco me di cuenta de lo bien que olía.

¿Qué rayos me pasaba?

Algo me sucedió que dejé de moverme, creo que hasta dejé de respirar cuando vi como volvía acercar su rostro, fue como si me hubiese solidificado de forma inmediata. Mi cuerpo no reaccionaba, creí que me vendría un maldito ataque de ansiedad cuando su nariz, por debajo de aquella bufanda, rozó la mía.

Sin embargo...

—Espero que nos volvamos a encontrar —susurró en mi oído —. Aunque creí que me llamarías, estuve ansioso por volver a escuchar tu voz —me dio un beso en la mejilla.

Sus labios eran tibios, estaban húmedos y eran suaves. Cerré los ojos, quería ser yo quien corriese la cara para juntar nuestras bocas, pero eso hubiese sido una locura, una insensatez colosal. Era la segunda vez que veía a ese hombre, ¿cómo podía ser posible que me pasara algo como eso? Una cosa indescifrable se arremolinó en mi vientre, algo que quería explotar al igual que el resto de mi cuerpo. Mi cabeza estaba por hacer corto circuito, pero no hice nada para remediarlo.

—Dame tu número —al pedirme eso, mi jodida mano se movió por si sola hasta encontrar mi tarjeta, hasta extendérsela y hasta que rozamos nuestros dedos en aquel intercambio —. Ya tendrás noticias de mí.

Quedé absolutamente sola y ausente en ese baño. Ese encuentro con él agitó todos mis sentidos, mis piernas temblaban como si se tratasen de hojas de papel expuestas al viento. No sabía cómo mierda saldría de ese jodido embrollo, estaba segura que Matthew ya estaría refunfuñando por mi tardanza. Pero no me podía mover de ahí, que terrible. El solo hecho de que él hablase fue suficiente para acabar con mi raciocinio. Era la segunda vez que me lo topaba, pero sin lugar a dudas que fue la más potente. Ni siquiera le había visto su maldito rostro, ya que cuando me besó y se echó hacia atrás, había cubierto nuevamente parte de él con aquella oscura prenda de lana.

—Tardaste, ¿dónde rayos te habías metido? —molesto, me preguntó.

—No me sucedió nada.

—Ya he pagado hasta la cuenta —refutó.

—Bueno ya, deja de reclamar tanto —sí, ya me había traspasado su malgenio —. Mejor vámonos de aquí.

—Vete sola al departamento, debo hacer un par de cosas.

La gota de sus palabras derramó la paciencia mi vaso...

—¡Puedes irte al mismísimo infierno, Matthew! —tomé mis cosas y comencé a caminar —. ¡Ya me hartaste con tus mierdas!

Y me largué de ese maldito lugar sin mirar atrás. Sin siquiera ver si me seguía, eso ya me daba exactamente lo mismo. Nunca debí aceptar esa pantomima de invitación. Como habíamos ido con su auto, no me quedó más remedio que esperar un taxi. Pero, de repente, un auto se paró frente a mí, era un clásico de color plateado muy bello. Tragué saliva cuando el vidrio polarizado se comenzó a bajar, pero casi me ahogo con ella cuando vi quien estaba dentro.

El mismismo Damián Mitchell estaba otra vez ahí, frente a mí...

—Sube.

—No, esperaré un taxi.

—Sube —insistió una vez más.

—Te dije que no.

—O te subes, o te subo.

Alcé una ceja...

Me sonreí con altanería...

—Súbeme —desafié.

Nunca, jamás en sus vidas hagan esa estupidez que yo hice...

Damián se bajó del auto y por sus ojos supe que estaba sonriendo. Maldita sea, yo quería ver su rostro completo, no así, no a medias, no solo sus oscuras pupilas. Aquellas mismas que me miraban con perversión. ¿Les dije que jamás hicieran lo que yo? Caminó hasta quedar frente a mí, me tomó de la nuca, juntando su frente con la mía, al tiempo que abría la puerta del copiloto. Luego me agarró de la cintura y no sé cómo diablos nos fue bajando hasta que me dejó sentada ahí, en seguida afirmó mis piernas y las puso dentro.

Solo sé qué me dejé llevar por él...

¿Qué me estaba haciendo ese hombre?

Perdí la noción de mi propio cuerpo, de mis propios movimientos y eso me estaba malditamente volviendo loca. Solo reaccioné cuando escuché como cerraba, y ahí fue que vi como rodeaba el auto y entraba junto a mí. La fragancia del interior se me asemejaba a cuero mezclado con su atrayente perfume. Me estaba metiendo en la maldita boca del lobo, pero por alguna razón quería seguir hasta que me engullera por completo.

—¿Dónde vives?

—No es cerca.

—No te he preguntado eso, ¿por qué siempre evades mis preguntas?

—Porque no sé quién diablos eres —ni siquiera lo miré cuando mencioné aquello.

—Solo soy un muy buen samaritano que está ayudando a una bella damisela que se ha quedado tirada, nada más y nada menos que por su esposo.

—Le han llamado con urgencia.

—Oh, ya —se quedó en silencio por unos segundos —. Supongo que esa urgencia usa lencería costosa.

—¡Vete al infierno! —iba a abrir para bajarme, pero la puerta estaba con seguro.

—Está bien, siento mi impertinencia.

—Tu voz dice que no sientes un carajo.

—Me pillaste —de soslayo vi como alzaba las manos.

—Debes ir derecho hasta dar con la autopista —corté aquel dime y diretes —. Luego te voy indicando por donde debes seguir.

—Muy bien.

Me llegaba a sentir agarrotada de lo tiesa que iba en ese jodido asiento. Por un largo trayecto, me fui mirando por la ventana. Me daba igual que todo estuviese absolutamente oscuro, solo no quería ponerme más ansiosa de lo que ya estaba. Sin embargo, cuando Damián tocaba mi mano, yo más me tensaba. Según él, se había equivocado pensando que era el cambio, ¡a otro perro con ese hueso! Pero he de reconocer que, me sonreí por la tontería que usó como excusa para tener contacto conmigo.

—Así que... —quise acabar con ese silencio —, eres crítico literario.

—Así es.

—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?

—Bueno, perdí mi virginidad a los diecisiete —mi quijada casi me toca las piernas al oír eso. Lo miré de forma inmediata —, y según mi edad, llevó haciéndolo dieciocho años.

—¡Oh por Dios, yo no te he preguntado sobre tu actividad sexual! —soltó una carcajada —. Joder, eres un pervertido.

—Debes especificar a que te refieres cuando hablas de haciéndolo —enfatizó con una sonrisa en su voz.

—Claramente era sobre tu trabajo.

—Lo sé, solo quería acabar con el incómodo silencio —me vio de forma fugaz y luego siguió concentrado en el camino —. Parece que lo logré, estás sonriendo.

¿Lo hacía? ¿En serio estaba sonriendo? Sí, él había logrado sacarme una sincera sonrisa. Hacía mucho tiempo que se me había olvidado como hacerlo, hasta llegué a pensar que se me habían muerto los músculos faciales. Solía pasar con el ceño fruncido, con los labios en una sola línea, con cara de pocos amigos. Con rostro de amargada. Sin embargo, ese hombre, que estaba a mi lado, había logrado lo que inconscientemente había abandonado.

—Llevo varios años haciendo críticas, pero me especializo en las novelas eróticas.

—Interesante.

—No sabes cuánto.

—¿Por qué te has enfocado en ese tipo de literatura?

—Porque me gusta romper con los estereotipos de que la literatura erótica es un porno explicito —dijo con seriedad —. Muchos lo ven así, en un principio yo también lo hice, e incluso me llegué a negar cuando me pedían que leyese tal o cual libro de esa índole. He de decir que eso fue cuando recién comencé, pero un día me animé a hacerlo y es fascinante saber cómo puede existir una imaginación tan extensa como para crear algo con tanta pasión.

—¿Te gusta entonces?

—Por supuesto que sí. Hay temas que se tocan en ellos, y que siguen siendo un tabú para muchos, para otros es escandalizante tan siquiera leer: "Penetró". Se les hace rudo, vulgar y hasta obsceno —comentó —. Lamentablemente los libros eróticos están estigmatizados, ya que todo lo degradan al porno.

—Tienes razón, trabajo en una editorial y he oído compañeros que se quejan de que tal libro sea un éxito siendo que es un morbo bien redactado.

—Ese es el error. El erotismo obviamente apunta a lo sexual, en eso no hay discusión alguna. Sin embargo, lo erótico alude aquello como un acto puro, con altura de mira y que es propio del ser humano. En cambio, lo pornográfico es animal e inverosímil, donde queda desechado ese valor racional y extraordinario del que sí está dotado el erotismo.

Cada palabra que salió de su boca fue con tanta pasión que me dejó fascinada. Una seriedad profesional y personal. Una mirada hacia el frente llena de concentración y veracidad que terminaban de confirmar su certera experticia en lo que hacía. Su trabajo no era sencillo, para nada, era más bien algo complejo de analizar. Ya que cada libro de esa índole abría un mundo en el cual te envolvías dejándote llevar o de plano lo desechabas para no querer saber de eso.

—Hay muchos más puntos que indican que la literatura pornográfica no es igual a la erótica —se quedó en silencio —. ¿Te gustaría saber más?

—Sí claro.

—Entonces tendré que llamarte para acordar una cita.

Okey, eso no me lo esperaba...

Me quedé callada porque no supe que responderle. Suspiré en cuanto salimos de la autopista y ahí le fui señalando por donde debía continuar. La verdad era que no deseaba salir de ese maldito auto. Quería seguir escuchándolo porque el tipo, en lo poco que habló sobre su conocimiento, me dejó entrever que era realmente un maldito genio. En ese momento cobró mucho más sentido para mí, su premeditado análisis de mi matrimonio con Matthew. Él estaba acostumbrado a ahondar en lo que observaba.

Esa noche, los observados fuimos Matthew y yo...

—¿Aquí es donde vives? —quiso saber en cuanto estacionó.

—Sí.

—¿Y cuál es tu piso? —achiqué los párpados.

—¿Para qué quieres saber?

—Pura curiosidad.

—Aunque no te creo nada, mi piso es el sexto.

—Oh, que coincidencia, también vivo en ese mismo piso.

—Bueno, debo irme.

—¿Por qué la prisa, si tu esposo no llegará esta noche?

Ahí estaba otra vez...

—¿Podrías dejar de ser tan insolente?

—¿Soy insolente por decir la verdad?

—No, lo eres porque no tienes ni un poco de tino para decir las cosas.

—La realidad, es la realidad.

—Como sea —la puerta todavía estaba con seguro —. Hazme el favor de abrir.

—Madison... —no lo miré, pero me tomó de la mejilla —, no te pongas tensa —hizo fuerza para hacerme girar el rostro —. Mañana vendré por ti.

Juro que casi me desnuqué cuando soltó eso...

—No harás eso.

—Si que lo haré.

—No.

—Mira, es solo para llevarte, no pienses nada malo.

—No es eso, solo que no quiero que mi esposo te vea.

—Y dale con lo mismo.

—Ya, sí, tienes toda la jodida razón. El tipo me engaña hace un tiempo, mi matrimonio es una parodia, ¿contento?

—No —miró mi boca —. Ese hombre es tremendo imbécil, no sabe a la mujer que dejó ir.

—No sé qué estás buscando de mí, es la segunda vez que nos vemos —suspiré —. Pero que te quede claro que yo no soy como él, no voy a ser infiel bajo ninguna circunstancia.

—¿Te pedí ser mi amante? —murmuró —. ¿Te pedí que le fueses infiel conmigo y no me di cuenta de ello?

Oh, Dios mío, su sarcasmo me mataba...

—No, pero tus intenciones son implícitas.

—Bueno, me has pillado. Eres una mujer preciosa que acaparó toda mi atención desde que te vi, no me pidas que no quiera intentarlo.

—Siento no pensar como tú. Por mucho que mi esposo me esté engañando, yo no podría hacer lo mismo porque eso no va conmigo.

Alguna vez con Matthew estuvimos tan compenetrados que hablamos sobre posibles infidelidades. Recuerdo que habíamos quedado en ser sinceros con el otro, en caso de que uno la cagase metiéndose con otra persona. Lamentablemente él cometió aquella falta y guardó silencio. No siendo capaz de decírmelo en la cara. No siendo capaz de verme a los ojos y confesarme que estaba metiéndose entre las piernas de otra mujer. Por eso yo le había tomado recelo a la traición. Si bien seguía callando, no estaba dispuesta a ser como el desleal de Matthew.

—Entonces seamos amigos —lo miré con recelo —. Oh, vamos, no te comeré, aunque muero por hacerlo.

—Eres un desvergonzado —sonreí.

—¿Amigos?

—Está bien, amigos.

Nos dimos la mano, como la primera vez, su toque era gentil y eso me daba terror. Por algún motivo no me solté de forma inmediata, involuntariamente deseaba seguir así por unos momentos más. Había salido a cenar con Matthew, pero había vuelto con otro hombre. Uno que me tenía con el estómago apretado hasta lo imposible. Era raro sentir esas cosas, más cuando medio sabía a qué se dedicaba. Una sola mirada que me dedicó, me terminó de enviar al infierno. Lo solté como si me quemase y, en cuanto quitó el seguro, abrí la puerta con brusquedad para salir rauda de ese auto.

Dejé atrás mis ganas de bajarle la bufanda y besarlo...

Dejé atrás la invitación que quiso salir de mi boca...

Dejé atrás esas malditas ganas de sentirlo desnudo sobre mí...


*****

Mil gracias por leer.

Espero que les haya gustado  :)

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