Cuarentena

By fuckingOT

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Natalia y Alba no se conocen pero acaban pasando la cuarentena juntas. Habrá que buscar algo con lo que entre... More

Estado de alarma I
Estado de alarma II
DÍA 1: Primero de apocalipsis
DÍA 2: Maldito bicho
DÍA 3: Paticorta vs patilarga
DÍA 4: No te tires a un facha
DÍA 5: El juego del gato y el ratón
DÍA 6: Chin-chin
DÍA 7: Aclaremos una cosa
DÍA 8: No todo lo hago tierno
DÍA 9: Mi puerta está abierta
DÍA 10: Tocada y hundida
DÍA 11: Bájalo del todo
DÍA 12: No digas nada
DÍA 13: Hay que ser valiente
DÍA 14: ¿Del 1 al 10?
DÍA 15: Llorando corazones
DÍA 16: Something about you
DÍA 17: La nueva normalidad
DÍA 18: Pintura mural o grafiti ilegal
DÍA 19: Ojalá ganen los buenos
DÍA 20: Va contra las normas
DÍA 21: Primera señal
DÍA 22: Vamos a la ducha
DÍA 23: El freno de mano
DÍA 24: Misión cumplida
DÍA 25: Profe Natalia
DÍA 26: Irresistiblemente apetecible
DÍA 27: Borrar el límite
DÍA 28: No me llames amiga
DÍA 29: Cambió mi suerte
DÍA 30: El estúpido plan
DÍA 31: Entrar en calor
DÍA 32: Por un beso
DÍA 33: Yo no quería
DÍA 34: Fan número uno
DÍA 35: Bendito infierno
DÍA 36: Un beso de cita
DÍA 38: La burbuja va a explotar
DÍA 39: A través de la pared
DÍA 40: Confío en ti
DÍA 41: ¿Y ahora qué?
DÍA 44: Modo luna de miel
DÍA 52: Debe ser 50/50
DÍA 56: Cámara oculta
DÍA 65: Lucecitas de Navidad
DÍA 73: Mujer florero
DÍA 93: Comedia romántica
DÍA 100: La nube más alta
DÍA 134: Jugar en equipo
DÍA 148: No me sueltes
DÍA 173: Casilla de salida
DÍA 239: Los ojos nunca mienten
DÍA 274: Mal presentimiento
DÍA 485: Las historias de amor...
DÍA 486: ...no tienen final
DÍA 518: Mi recuerdo favorito
DÍA 2689: Hoy y siempre
DÍA 2690: Treinta mil días

DÍA 37: Kilómetro cero

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By fuckingOT

NATALIA POV

Doy otra vuelta en la cama y con esta ya van treinta y cinco. Llevo desde las nueve de la mañana con los ojos abiertos sin ser capaz de volver a conciliar el sueño, y no es para menos después de lo nerviosita que me fui ayer a dormir. Ni veinte cafés me mantienen tan en vela.

He perdido la cuenta de las veces que he sonreído al recordar la emoción de besarla de esa manera antes de irnos a dormir, la sensación de saber lo diferente que fue de cualquier otro beso que nos hayamos podido dar. A lo mejor fue porque besarnos de la nada era la última barrera que nos quedaba por derribar y ella solita se encargó de tirarla abajo.

Vuelvo a cerrar los ojos para revivir las sensaciones que se apoderaron de todo mi cuerpo al saborear sus labios y noto de nuevo cómo ella tampoco se estaba quedando indiferente. El ligero nerviosismo que se manifestaba a través del pequeño temblor de sus manos agarradas a mi nuca poco tenía que envidiar al de las mías ancladas en su cintura.

Abro los ojos otra vez y doy la vuelta número treinta y seis, escondiendo la sonrisa en la almohada. Una alegría irracional me invade de repente y una carcajada amenaza con salir con fuerza de mi garganta, pero me contengo para no parecer una loca. Alba me besó. Me besó porque quiso, me besó porque sí y no solo una vez. Joder, cómo no voy a estar por las nubes.

Con ayuda de la vuelta número treinta y siete me incorporo para sentarme contra el cabecero de la cama y me estiro alcanzando mi móvil de la mesilla. Me pongo a leer las noticias para ver si me relajo un poquito pero todas hablan de la comparecencia del presidente a las once de esta mañana, así que prefiero dejar de leer porque eso me pone más nerviosa todavía. Que diga que nos dejan salir, por favor vida, nunca te he pedido nada.

Aprovecho para entrar en instagram pero salgo rápido porque siento una tentación enorme de subir alguna de las cincuenta canciones que me han venido a la mente desde ayer por la noche. Madre mía Natalia, bájale un par de niveles a la intensidad que son las diez de la mañana.

Cojo unos auriculares del cajón y me pongo música durante un rato para calmarme, intentando pensar en lo de ayer con perspectiva. Solo fue un beso, uno especial, pero solo un beso. Con la tranquilidad que me produce la música, decido esperar a ver en qué plan se levanta Alba y poder valorar cuánta relevancia tuvo en realidad ese momento.

Al cabo de unos veinte minutos me siento más relajada y me levanto de la cama para ir a desayunar. Cuando llego al salón veo que Alba no está por aquí todavía y, aunque no me sorprende, me pregunto si seguirá dormida o estará despierta aunque no haya salido de la habitación. A lo mejor también está nerviosa por verme, pienso antes de desechar la idea para no darle más importancia de la que tiene.

Preparo el desayuno para las dos, pero una vez que lo tengo listo, los minutos pasan y Alba sigue sin aparecer. Me fijo en el reloj y, viendo que ya son menos cuarto, me planteo ir a levantarla. Con una sonrisa traviesa empiezo a andar por el pasillo, animada por la idea ser yo quien la despierte e invadida por las ganas de verle abrir los ojitos. Solo lo hago porque seguro que no se quiere perder la noticia que vaya a dar el presidente en directo, me miento a mí misma antes de plantarme delante de su puerta.

Nerviosa por si en realidad no está durmiendo y simplemente aún no le apetecía salir de la habitación, doy un par de golpecitos flojos en la puerta que no obtienen ninguna respuesta. Abro ligeramente para poder colar mi cabeza por el hueco y al verlo todo tan oscuro al menos compruebo que sigue dormida. Me he encoñado de una persona que duerme más horas que un bebé koala, qué bien, pienso mientras ruedo los ojos ante su capacidad para dormir tanto, pero en el fondo me da ternura.

– ¿Albi? – digo desde la puerta tan bajito que dudo que me oiga.

Sin darle tampoco muchas vueltas, entro del todo en la habitación con la confianza de que no se va a enfadar, y rodeo su cama para acercarme a la persiana y subirla lo justo para poder ver algo entre tanta oscuridad pero sin que llegue a molestarle la luz. Al darme la vuelta, ya hay la suficiente claridad como para distinguir su cuerpo bajo las sábanas, por lo que me acerco hasta la cama por el lado donde está abrazando a la almohada para ver su carita aplastada contra esta.

– Alba – la llamo apartando los mechones de pelo que caen sobre su rostro. – Despierta, Albi.

Con suavidad paseo mis dedos por sus mejillas, su frente y su nariz provocando que la arrugue, pero no abre los ojos. Como no me hace caso, me siento en el colchón para estar más cerca y me inclino para hacer el mismo recorrido esta vez con mis labios.

– Venga, despierta – comienzo a dejar besos por toda su cara. – Es la hora Alba, tienes que despertarte.

Empieza a murmurar cosas que no llego a entender, pero por fin parece que abandona sus sueños. Probablemente sin darse cuenta de lo que hace, sube un brazo hasta mis hombros para rodearlos y atraerme hacia su cuerpo, haciendo que tenga que poner la mano sobre el colchón a su lado para sujetarme y no caerme sobre ella.

Me río ligeramente por su reacción inconsciente al tenerme cerca, pero dejo de hacerlo cuando noto que se pone bocarriba para buscar con su cara el hueco de mi cuello, hundiéndose en él y provocando que se me erice toda la piel.

Subo la mano con la que no me sujeto en el colchón hasta su hombro y la muevo un poco para que se despierte de una vez, antes de que me dé un arrebato y me la coma a besos enterita.

– Alba – digo un poco más fuerte.

– ¿Mmmh?

Me separo para mirarla al notar que por fin va a abrir los ojos y cuando lo hace tan cerquita de mi cara, no puedo evitar pensar que me ha tocado la lotería por poder apreciar la belleza de este momento.

Retira el brazo de mis hombros permitiendo que pueda alejarme un poco más de ella y se lleva las manos a los ojos para intentar despejarse.

– ¿Nat? – frunce levemente el ceño al verme ahí, pero tampoco se preocupa por preguntarme qué pasa, como si le diera exactamente igual el motivo por el que estoy sentada en su cama despertándola. – Hola – dice sin más.

– Buenos días – sonrío. – La rueda de prensa va a empezar en unos minutos y he pensado que no te la ibas a querer perder.

– ¿Ya? ¿Qué hora es?

– Casi las once. Vamos dormilona.

Agarro sus manos y tiro con fuerza de ella para que se levante porque si no al final nos dan las mil, pero no cuento con la poca resistencia que es capaz de oponer a estas horas de la mañana y lo que consigo es que se le enreden las sábanas en las piernas y se caiga prácticamente sobre mí.

– ¡Naaat! ¡Que me matas! – dice entre risas con la voz aún un poco ronca. Por lo menos ya está despierta del todo. Se incorpora para mirarme y sube su mano hasta mi cabeza para peinar el pelo que se me ha revuelto por el movimiento. Después de quedarnos mirando unos segundos en los que no decimos nada, se inclina para darme un beso en la comisura de mi labio. – Buenos días.

Me distraigo con su enorme sonrisa cuando se separa hasta que salgo del trance y me pongo de pie con ella encima, haciendo que me tenga que rodear la cadera con las piernas y el cuello con los brazos para no caerse.

– Vamos, que al final no nos enteramos.

No sé muy bien por qué, suelta una pequeña risa mientras acomoda la cabeza en mi hombro, pero yo la ignoro para concentrarme en sujetarla por la espalda y no bajar mis manos más de lo debido, sobre todo teniendo en cuenta que no se ha puesto pantalones.

Llegamos a la cocina y la dejo en el suelo para coger el desayuno que he preparado antes y llevarlo a la mesita del salón para poder tomárnoslo al mismo tiempo que vemos la rueda de prensa en el sofá.

– Cómo me gusta el café – dice Alba dándole un trago a su taza mientras busco el mando de la televisión. – Lo necesitaba.

– Claro, porque has madrugado tanto levantándote a las once de la mañana que no aguantas el día sin café – respondo con ironía.

– ¡Oye! Joo, que ayer me tiré un montón de tiempo dando vueltas en la cama, no he dormido tanto – protesta con un puchero y sigue desayunando mientras yo me quedo pensando si esas vueltas que estaba dando son por el mismo motivo por el que yo las estaba dando esta mañana.

Para cuando terminamos de desayunar aún no han dicho nada porque la comparecencia va con retraso, por lo que empezamos a desesperarnos por saber ya lo que va a pasar. Al cabo de un rato incluso dejamos de prestar atención a la tele y nos ponemos a hacer el tonto, disfrutando del buen humor con el que parece que nos hemos levantado las dos.

Seguimos en el sofá, pero Alba se ha tumbado pasando sus piernas desnudas por encima de las mías, que sigo sentada, y ahora que nos ha envuelto el silencio de nuevo, me dedico a hacerle cosquillitas por ellas, arriba y abajo sin parar.

– Joder, podrían anunciar ya lo que sea, que yo quería ir pronto a comprar y a este ritmo al final no comemos – protesto cuando miro el reloj y veo que son casi las doce menos cuarto.

– Acuérdate de comprar más chocolate, que no queda – me recuerda, y yo la miro con una sonrisa pícara que hace que se ponga nerviosa. – Para... para los crepes digo.

– Bueno, yo lo traigo – empiezo a llevar mis caricias a lo largo del interior de sus muslos hasta toparme con el borde de la camiseta que los tapa a la mitad, y muy lentamente cuelo la mano por debajo – y luego ya vemos para qué lo usamos.

Alba sigue con la vista mi mano desapareciendo bajo la tela y, al avanzar un poco más, se pasa la lengua por el labio para luego morderlo. Al ver el cambio en su mirada, con la misma suavidad empiezo a retirar mi mano para provocarla, desesperándola con movimientos lentos, y ella al notarlo, vuelve a subir la vista hasta mis ojos con una clara advertencia de que no es hacia atrás el camino que tengo que seguir. Por si me queda alguna duda de qué es lo que quiere, separa sus piernas en un movimiento tan sutil que es casi imperceptible.

– Buenos días, gracias a todos por su paciencia y disculpen el retraso.

La voz proveniente del televisor nos hace desconectar nuestras miradas para poner toda nuestra atención en la pantalla. Yo aparto la mano de las piernas de Alba y ella se incorpora para sentarse a mi lado y centrarse en lo que van a decir. Ya habrá tiempo de seguir con eso luego.

El presidente empieza a hablar y después de una charla innecesaria y larguísima sobre cosas que no son importantes, por fin dice lo que tantos días llevamos esperando: a partir del miércoles que viene va a estar permitido salir a la calle.

Alba empieza a dar saltitos sobre el asiento del sofá mientras aplaude sola, y yo sonrío todo lo que me da de sí la cara invadida por la emoción de poder pisar la calle para algo que no sea ir a comprar. Aún embobada con la televisión, noto los brazos de Alba rodeando mi cuerpo y abrazándome tan fuerte que casi me tira de lado sobre el sofá.

– Albi, no tan fuerte, que no respiro – le pido correspondiendo el abrazo.

– ¡Que podemos salir, Nat! ¡Por fin!

Cuando se aparta y nos incorporamos, le agarro la cara y le lleno la mejilla de besos que le provocan la risa. Durante la siguiente media hora no hacemos más que entrar en bucle diciendo que vamos a poder salir, hasta que veo que se empieza a hacer tarde y decido que es mejor ir ya a comprar.



ALBA POV

Aprovecho que Natalia sale a comprar para recoger la habitación y después darme una ducha. Mientras hago la cama, al ver las sábanas desordenadas, me viene a la cabeza el despertar de esta mañana y la sonrisa se instala rápidamente en mi cara. ¿Lo bonito que es ver su carita nada más despertar? Ojalá más días así.

Invadida por la felicidad de haber empezado el día así, sumado con la buena noticia de poder salir a la calle la semana que viene, decido que hoy me apetece sentirme bien en todos los aspectos, por lo que busco en el armario algo bonito que ponerme y me voy a la ducha.

Me tomo mi tiempo para relajarme y cuando acabo, me ondulo el pelo para después vestirme con el mono negro con pequeñas florecitas blancas que he escogido. Mientras espero que Natalia vuelva, llamo a mi madre para hablar con ella un ratito, pero al final me acaba entreteniendo más de lo que había previsto porque me hace chantaje emocional diciendo que no la llamo lo suficiente.

Cuando consigo que me deje colgar, hace ya un rato que he oído a Natalia llegar y ponerse a sacar la compra después de pasar por el baño a lavarse las manos. Salgo de mi habitación para ir a ayudarla con lo que quede y así hacer la comida, porque entre unas cosas y otras ya es la hora.

Llego a la cocina y veo a Natalia de espaldas guardando cosas en el armario de arriba.

– ¿Te ayudo con lo que queda? – pregunto mirando la única bolsa que hay sobre la barra.

– Sí porfa, pero ya casi está todo.

Al hablar se gira hacia mí y, sin disimular, se toma unos segundos en los que no deja de sonreír para apreciar cómo me he vestido. ¿Me he esforzado en verme bien para ella? No. ¿Me siento orgullosa y satisfecha con el brillo de sus ojitos al repasar mi cuerpo? Pues mira, sí.

– Qué guapa, Albi.

Me ruborizo ante su forma de decirlo, con los ojos y la voz inundados de tanta sinceridad que casi me siento abrumada. Solo te ha dicho guapa, Alba, relájate.

– Es lo que tiene salir del chándal – bromeo dándome la vuelta para distraerme con la compra, pero no tardo en notar que se acerca a mi espalda y coloca sus manos en mi cintura.

– Tú estás guapa también en chándal, no sé qué dices.

Se inclina desde atrás para dejar un beso rápido en mi mejilla y se separa de nuevo, pero sin apartarse demasiado. Yo me giro y no tardo en darme cuenta de la poca resistencia que tengo si me mira como si fuera lo mejor que ha visto en su vida, así que decido que no merece la pena oponerme a las ganas que tengo de probar sus labios desde que he abierto los ojos esta mañana.

Subo las manos hasta sus mejillas y me pongo de puntillas para acercarme a su cara, saboreando esos dos segundos de anticipación de cuando sabes lo que va a pasar. Al notar sus manos subir para volver a sujetarme por la cintura, no espero más y me inclino para unir mis labios a los suyos.

El beso es lento y se acaba alargando más de lo que yo tenía previsto, pero es tan adictiva la manera en la que sus labios saborean los míos y la manera en la que su lengua busca la mía, que no soy capaz de pararlo.

Al final es ella quien le pone fin a beso, tirando con suavidad de mi labio inferior con sus dientes. No me hagas eso que no respondo de mis actos, pienso justo antes de que separe su boca de la mía definitivamente a pesar de que no se mueve y seguimos igual de pegadas.

– Cuidado con los besos Reche, que me acostumbro – susurra con los ojos aún cerrados.

Hazlo, estoy tentada de responder, pero me muerdo el labio para que no se me escape. Sonrío dando un paso hacia atrás para no dejarme llevar por el imán que supone tenerla tan cerca, y dejo que el momento se vaya como si no hubiera pasado nada.

– ¿Hacemos la comida? Tengo hambre.

Sonríe antes de que yo me dé la vuelta hacia la barra y se acerca para colocarse a mi lado y sacar las cosas de la última bolsa que quedaba.

– He traído masa para cenar esta noche pizzas caseras y celebrar que podemos salir – dice revolviendo en la bolsa para sacar los ingredientes que ha elegido para hacerlas. – Y además, como estamos de celebración, he comprado esto – añade sacando la última cosa y enseñándome una botella de vino.

– Me parece perfecto – respondo cogiendo la botella para ir a meterla en la nevera y ocultar la sonrisa que me sale al recordar el sueño de ayer de nuestra futura cita.

Después de comer, Natalia se va a su cuarto para echarse la siesta, pero como yo me he levantado bastante más tarde que ella y no tengo sueño, me quedo despierta y aprovecho para buscar el ratoncito por la casa. Por suerte no está muy escondido y acabo encontrándolo con facilidad, aunque ahora mismo no se me ocurre ninguna pregunta o reto que hacerle a la morena.

Al cabo de una hora o así, empiezo a escuchar la guitarra de Natalia sonar y sé que ya se ha despertado, así que voy a su habitación para preguntarle si quiere venir a la terraza porque Julia me ha escrito para salir a hablar sobre la noticia de esta mañana.

Cuando estoy a punto de abrir la puerta oigo la canción que está tocando y no me puedo creer que siga intentando grabarme "only". Sonrío y espero a que termine de tocarla, pero cuando oigo que al terminar vuelve a empezar, abro la puerta. La veo sentada en el borde de la cama y girada hacia la ventana, por lo que ni me ha visto ni me ha escuchado entrar de lo concentrada que está.

Me quedo apoyada en el marco de la puerta y dejo que acabe de nuevo de cantar.

– Está perfecta – digo cuando veo que para la grabación en el móvil.

– ¡Ay, Albi! Qué susto – se queja dando un saltito en la cama y yo me río.

Me separo de la puerta y me acerco a ella.

– La has cantado perfecta, esta y la anterior – repito y se pone a negar con la cabeza. – Y las de ayer también estaban perfectas.

– No sé Alba, ya que me has retado a grabarte una canción quiero que quede bien porqu...

– Mándame esa versión – interrumpo refiriéndome a la última que ha grabado.

– Qué dices, está fatal – me mira como si estuviera loca.

– Mándame esa versión – repito acercándome y sonriendo al ver cómo se pone.

– Que no, que no. Se me ha ido un acorde con la guitarra y una nota la he hecho tan mal que...

Se calla ella sola cuando llego hasta donde está sentada en el borde de la cama y le agarro las mejillas con mis manos para que se esté quieta y me mire. ¿Cómo puede ser tan bonita?, pienso con una sonrisa viendo la confusión en su mirada porque no entiende que me da exactamente igual cómo salga.

– Solo te reté a que me grabaras la canción porque me parece una preciosidad cómo cantas, y quería tener guardado un trocito de tu voz por si al final no... por si tú... – me enredo yo sola al no encontrar la manera sutil de decir que quiero tenerlo para cuando llegue el momento en el que ya no estemos juntas para poder pedirle que me cante. Tras un suspiro, vuelvo a hablar – No me importa cómo esté Nat, solo me importa que sea tu voz.

– Pero Alba, yo... – no dejo que siga hablando porque me inclino para besarla y que pare de decir tonterías.

Esta vez es un beso más corto, pero no por eso lo disfruto menos porque cada segundo que mis labios se deslizan por los suyos y siento la manera en la que me corresponde, es un segundo más que dura el recuerdo que voy a guardar en mi mente para visitarlo cuando me haga falta.

– Mándame esa versión, cabezota – pido por tercera vez al liberar sus labios, y por fin acepta lo que digo con una diminuta sonrisa.

– Vale.

Aparto las manos de su cara y me enderezo para ponerme otra vez completamente de pie delante de ella, que sigue sentada en la cama con la guitarra en su regazo. Me asusto al ver lo muchísimo que le brillan los ojos al mirarme y pensar en que, si los suyos están así, qué demonios estarán reflejando los míos.

– Julia me ha dicho que salgamos a la terraza para charlar un rato, eso es lo que venía a decirte – digo después de carraspear nerviosa por su intensa mirada.

– Vale, dame un minuto y ahora voy.

Asiento y salgo de la habitación para dirigirme hasta la terraza donde ya nos está esperando Julia.

– Venga Alba, que has tardado mil años desde que me has dicho que ya salías – protesta Julia como forma de saludo.

– Perdón Julita, que he ido a avisar a Natalia.

– Ah, claro, y ya os habéis entretenido, ¿no? – pregunta con su habitual tonito vacilón, aunque razón no le falta.

No me da tiempo a contestar porque justo sale Natalia y después de saludar nos ponemos a hablar de otra cosa. En general, la conversación gira en torno a la noticia de que por fin la semana que viene vamos a poder salir a la calle y a las fases que han explicado esta mañana y de las que tampoco nos hemos enterado del todo bien.

– ¿Entonces a partir del miércoles podemos salir pero, por ejemplo, Gonzalo y yo no podemos ir con vosotras? – pregunta Julia que es la más confusa por las medidas.

– Claro, de momento en la fase 0 solo se puede salir con tus convivientes a dar un paseo, y solo una hora al día por la mañana o por la tarde.

– Ya te digo yo que por la tarde, porque a esas horas que nos han puesto para salir por la mañana voy a estar en el quinto sueño – protesto yo ahora que me he enterado de que por la mañana tienes que estar de vuelta en casa a las diez.

– Eso dices ahora, pero seguro que luego eres la primera en estar preparada para salir en cuanto se pueda, por lo menos el primer día – dice Natalia. – Los demás días no cuento contigo para madrugar.

– Oye menos cachondeo que aquí quien se ha estado echando la siesta una hora no he sido yo.

– Sí claro, porque yo no me he levantado a las once de la mañana como una reina, lista.

– Pues haberlo hecho, que ya me dirás que otra cosa mejor que dormir vamos a hacer estando en cuarentena.

– Ya, pero...

– Bueno, ya está bien. Si vais a empezar con las peleas matrimoniales yo me voy, que bastante tengo con las mías – bromea Julia al ver que empezábamos a entrar en nuestra burbuja.

– Eres idiota Julia – protesto ruborizada queriendo tirarle algo pero sin tener nada a mano.

Seguimos en bucle con el tema de las fases hasta que Julia se marcha dentro y nosotras nos quedamos en un agradable silencio apurando los últimos rayos de sol que dan en la terraza. Cuando finalmente estos desaparecen, nos vamos también dentro.

Yo me quedo en el sofá mientras Natalia se va a la ducha, pero no tarda mucho tiempo en volver a aparecer por la puerta del salón haciendo que solo pueda pensar en una cosa. Esta chica se ha escapado de una revista de modelos, no tengo dudas. Lleva puestos unos pantalones blancos cortos que estilizan sus largas piernas y resaltan el moreno que tiene a pesar de no haber llegado aún el verano. En la parte de arriba lleva una camisa oscura remangada hasta el codo, abierta casi del todo y metida por la cinturilla del pantalón, que deja a la vista el pequeño top blanco que cubre sus pechos.

– Estás guapísima – murmuro siendo consciente de que es probable que haya empezado a babear.

– Gracias – responde tímida acercándose para sentarse en la esquina del sofá. – Ya que estamos de celebración, quería vestirme para la ocasión. ¿Ponemos algo en la tele y hacemos tiempo hasta la hora de cenar? – pregunta huyendo de mi mirada que no se separa de su cuerpo.

– Vale, pero un ratito solo, que tengo hambre – respondo sin apartar mis ojos de ella.

– Ven aquí – pide estirando el brazo para agarrar mi mano y tirar de mí hasta que me recuesto con la espalda contra su pecho,  y susurrando en mi oído. – Deja de mirarme así que me pones nerviosa.

– Eres guapísima, Nat.

– Gracias. Tú más – deja un beso en mi mejilla y rodea mi abdomen con sus brazos para pegarme contra su cuerpo todo lo posible.

Conecto el móvil a la tele y elegimos cualquier cosa para poner de fondo, porque ninguna de las dos tenemos mucha intención de prestarle atención a la pantalla.

Completamente recostada sobre su cuerpo, noto su respiración chocar contra mi cuello cuando echo la cabeza hacia atrás para apoyarme en su hombro. Ella deja un brazo rodeando mi cuerpo, al que yo me agarro con los míos, y el otro lo usa para empezar a dejar suaves caricias a lo largo de ellos, subiendo despacito hasta mi hombro y dejando cosquillitas por la base de mi cuello. Por suerte no baja demasiado por el escote del mono que llevo, porque estoy demasiado relajada como para que empiece a excitarme con sus dedos traviesos. Cierro los ojos y me dejo envolver por el calor que desprende su piel.

– ¿Qué te pasa? – pregunta en voz baja unos minutos después empezando a dejar suaves besos por mi cuello.

– Nada.

– ¿No? Pues has suspirado ya cinco veces seguidas – dice, y yo lo vuelvo a hacer. – Seis.

– Es que... estaba pensado que... Nada. Da igual.

– Albi, me lo puedes contar si quieres – ofrece bajando sus besitos hasta la curva que une mi cuello y mi hombro, siguiendo su camino con lentitud y poniéndome muy difícil concentrarme en otra cosa.

– Es que esto... estar así... no quiero que, joder Nat – balbuceo sin llegar a decir nada.

– Prueba a unir palabras que hagan frases, Albi – sonríe contra mi piel.

– Voy a echar de menos estos momentos cuando se acaben.

Sus besos se detienen y si no fuera por el ruido de la tele, nos habríamos quedado completamente en silencio. Noto su cuerpo tensarse ligeramente bajo el mío y aunque no la estoy viendo, apostaría que ya no sonríe.

– ¿Cuándo se acaben? – tantea el terreno con cuidado.

– Ahora que vamos a empezar a recuperar la normalidad, yo no sé si... yo no sé cuánto van a cambiar las cosas.

– Alba, una hora de libertad al día no cambia nada.

– Una hora de momento, ¿y luego qué?

– Luego tampoco tiene por qué cambiar nada.

– Eso no lo sabes.

– Alba, – susurra pegando sus labios a mi oreja haciendo que me estremezca – día a día, por favor – su voz suena a súplica. – ¿Tú estás contenta porque nos dejen salir?

– Sí, mucho – respondo sin dudar a pesar de lo que eso pueda implicar.

– Pues vamos a cenar pizza y a beber vino para celebrarlo, porque yo también estoy muy contenta – se inclina para besar repetidamente mi mejilla mientras me aprieta aún más contra su cuerpo hasta que me hace reír.

– Vale, vale, Nat – le digo para que no me aplaste más. Llevo una mano hacia atrás hasta ponerla en su nuca y empujo su cabeza para que vuelva a pegar sus labios a mi piel. – Sigue porfa.

– Eres muy lista tú, ¿no? – dice sonriendo y reanudando sus caricias y besos. – ¿No tenías hambre?

– Bueno, diez minutitos más aguanto sin cenar – respondo acomodándome mejor sobre ella y apoyando de nuevo la cabeza en su hombro, habiendo perdido ya toda la tensión de la breve conversación anterior. Estiro el cuello para que tenga más hueco y noto el aire chocar contra él cuando se ríe ligeramente.

Sus tiernas caricias continúan sin descanso por un cuarto de hora más en el que poco me falta para desmayarme al sentir la delicadeza con la que pasea sus labios por mi piel. Cuando por fin me convence para que vayamos a preparar las pizzas, me giro sobre mí misma antes de levantarme de su cuerpo para llenarle la cara de besos como agradecimiento por sus mimos.

Vamos a la cocina y mientras ella saca los ingredientes para hacer la cena, yo abro la botella de vino y sirvo dos copas. En ese momento, al verla tan dispuesta a hacer las mejores pizzas caseras del mundo, como ella misma ha dicho, se me ocurre una cosa. Voy a mi habitación a buscar el ratoncito y cuando vuelvo la llamo y se lo lanzo para que lo coja al aire.

– Te reto a que cocines para mí.

Cambia el gesto molesto que había puesto al ver que ha perdido otra vez, por uno mucho más juguetón.

– ¿Que cocine para ti? Ese es un reto muy tonto, Albi. ¿Seguro que no quieres otra cosa?

– No, ahora mismo no. Tú haces la cena y yo me siento aquí a mirar mientras me bebo este vino tan rico que has comprado – digo cogiendo mi copa y sentándome en uno de los taburetes frente a ella.

– Muy bien, como quieras – responde encogiéndose de hombros y poniéndose manos a la obra.

No tarda demasiado en prepararlo todo, pero yo disfruto de cada segundo que paso mirándola, de las risas que me provoca con las tonterías que dice solo porque ese es su propósito, de darme cuenta de la exagerada cantidad de ingredientes vegetarianos que ha comprado para asegurarse de que iba a poder elegir, de la tensión silenciosa que se crea cuando se acerca a mí para coger su copa de la barra y dar un sorbo sin apartar sus ojos de los míos. Y sobre todo, no voy a negarlo, disfruto mirando cómo hace todo esto vestida con esa ropa que me está quitando el aliento.

Cuando ya están listas y se están horneando, voy al salón para prepararlo. Bajo la persiana de la terraza y enciendo la luz de la pequeña lámpara que tenemos para poder apagar la luz grande y que se quede un ambiente más íntimo. Pongo las copas y la botella en la mesita y coloco en el suelo alrededor de ella todos los cojines que tenemos por ahí para poder cenar sentadas una enfrente de la otra.

Viendo cómo lo he dejado todo, me da miedo que Natalia piense que me estoy pasando con el ambiente romántico que sin querer he creado, pero cuando me giro me doy cuenta que desde detrás de la barra está viendo lo que estoy haciendo y no solo no se queja, sino que sonríe disimuladamente mientras recoge la cocina.



NATALIA POV

– Mmm, qué rica está, Nat – dice Alba probando la pizza. – Un 10.

– Me alegro de que haya superado otro reto con éxito.

– Se nota que estás acostumbrada, como siempre pierdes... – me quiere picar.

– Puede que se me dé un poquito mal este juego, sí – acepto resignada. – De hecho, creo que se me están olvidando todos los retos que tenía pensados para ti por no usarlos.

– Siempre puedes probar suerte y pedirme cosas sin usar el ratoncito – dice con fingida indiferencia. – Quizás hay otras maneras de convencerme para que los cumpla.

El tono de voz y la mirada que pone casi hacen que me atragante con la pizza, pero lo disimulo con un carraspeo y cambio mi actitud, entrando de lleno en el juego.

– No dudes que exploraré esas otras vías en profundidad – sonríe ante mi respuesta antes de beber de su copa de una manera que me resulta de lo más sensual, como todo lo que hace realmente.

Seguimos cenando entre conversaciones sutiles y dobles sentidos que no hacen más que elevar una tensión que tampoco es que necesite demasiado impulso para estar por las nubes, hasta que acabamos de cenar y ella vuelve a cambiar su actitud por una más tímida, levantándose de su lado de la mesa para venir a sentarse conmigo.

Yo me giro para ponerme de lado, apoyando el costado en el sofá y el codo en el asiento de este para poder mirarla. A pesar de la poca luz que hay en el salón, veo que tiene las mejillas sonrojadas y no sé si es el vino o lo que va a decir, pero me dan ganas de mordisquearla y llenarla de besos de arriba abajo.

– ¿Sabes? – empieza a decir sin mirarme demasiado. – Ayer soñé con algo parecido a esto.

– ¿Parecido a qué? – pregunto estirando el brazo para llevar la mano a su nuca y acariciarla, incapaz de no buscar contacto con su piel cuando está tan cerca de mí.

– A esta cena. No había pizzas, pero había vino.

– Sabía que habías estado soñando conmigo – sonrío con suficiencia al decirlo y ella se ruboriza aún más. – ¿Qué pasaba en tu sueño? ¿Me portaba bien?

– Mejor de lo que te estás portando ahora – se cruza de brazos y yo me río.

– Venga va, cuéntame qué pasaba – pido acercándome un poquito más a ella.

– Nada, solo cenábamos. Tú llevabas un traje puesto – explica como si fuera el detalle más importante. Sonriendo, coloco mi otra mano en su pierna para acariciarla, jugueteando con el borde de su mono.

– ¿Y cómo acababa ese sueño en el que solo cenábamos y yo llevaba un traje puesto?

– No sé, me desperté – nuestras voces son apenas susurros.

– ¿Cómo te hubiera gustado que acabara? – insisto moviéndome para acabar con toda la distancia, haciendo que, como seguimos sentadas en el suelo, nuestras piernas se entrelacen para poder estar más cerca.

Alba deja de mirar el recorrido que hace mi mano por sus piernas para levantar la cabeza y clavar sus ojos en los míos, atrapándome como si fueran dos soles de los que no te puedes alejar para no quedarte fría.

Sin dejar de mirarme, sube su mano rozando mi abdomen hasta que atrapa en su puño la tela de mi camisa y tira de mí por si hubiera aún algo de espacio que poder eliminar.

– Contigo a esta distancia de mí durante toda la noche – murmura a centímetros de mi boca.

– Eso puedo hacerlo, si quieres – ofrezco tragando saliva, intimidada por todos los sentimientos que se me acumulan en el pecho.

– ¿Y qué propones para conseguirlo? – sonríe desviando su vista a mis labios.

– Podríamos... no sé. Podríamos bailar.

– ¿Bailar? – vuelve a mirarme a los ojos con esa expresión divertida de quien sabe que está volviendo loca a la otra persona. Yo me limito a asentir. – Estaría bien bailar, sí.

Ahora soy yo la que sonríe al ver que no me está tomando en serio, así que muy a mi pesar, separo las manos de su nuca y su pierna respectivamente, y me pongo de pie. Extiendo las manos hacia abajo para que se agarre y se levante.

– Vamos a bailar.

Se pone de pie y sin soltarla, rodeo la mesa para colocarnos en medio del salón. Estando ya una en frente de la otra, tiro de sus manos para volver a pegar nuestros cuerpos y coloco sus manos en mis hombros mientras yo me agarro a su cintura. Sonríe cuando empiezo a balancear con suavidad nuestros cuerpos, moviéndome despacio por el salón.

– Nat – pasa sus manos de mis hombros a mi nuca para acariciarme. – Es un poco raro bailar sin música – susurra sonriendo.

– Pensaba que tenías más imaginación, Albi – digo riéndome flojito. – Pero no te preocupes, que yo lo arreglo.

Me tomo unos segundos para ponerme seria de nuevo y ella hace lo mismo al darse cuenta del cambio en mi mirada. Suspiro y apoyo mi frente en la suya cerrando los ojos, porque si no dejo de mirarlos no voy a poder concentrarme en otra cosa. Sin dejar de mover nuestros cuerpos, en voz muy bajita empiezo a cantar, tan cerca de su boca que, aunque estuviéramos rodeadas de gente, seguiría siendo solo para ella.

Me he empapado en un intento absurdo
Por no chocar contra todas tus rocas
Y me he vuelto de caer encima
De todas mis flotas

Alba lleva la mano hasta la parte de debajo de mi mentón para empujarlo y que levante la cabeza, volviendo a conectar nuestros ojos y dejándome ver el inmenso brillo que hay en los suyos. Ya no soy capaz de apartar la mirada de nuevo.

A mi ejército de agua le quedan
Apenas unas horas
Si vuelves a mirarme así
Me ahogas

Sonrío y niego con la cabeza mientras canto las siguientes frases, aceptando que me rindo ante ella porque no tengo otra opción, porque no quiero otra opción.

Y ya no puedo defenderme
Y ya no puedo defenderme

Me separo ligeramente para agarrar de nuevo sus manos y hacerle dar una vuelta sobre sí misma mientras canto lo siguiente con más volumen y dejando que la sonrisa inunde mi voz.

Cambio las armas por flores
Se paran todas las guerras
Cuando gritas mi nombre
Me ganas todas las batallas
Y conquistas el Norte

Volvemos a colocarnos frente a frente y mientras una de sus manos se enreda en mi pelo, la otra ahueca mi mejilla para acariciarla. De golpe me siento abrumada por su manera de mirarme, casi con adoración, y sé que no es ni la mitad de lo que yo estoy sintiendo en este momento en el que tengo toda mi verdad expuesta en mis ojos para ella, para que la mire y haga lo que quiera.

Y clavas tu bandera
Y aunque dices que no hay guerra
Bombardeas mis sentidos
Y mi ejército de tierra se retira del combate
Se rinde a tocarte
¿No ves que no puedo parar de nombrarte?
¿No ves que no puedo pararte?

En el momento en el que la última palabra del estribillo sale de mi boca, Alba se pone de puntillas y empuja de mi nuca hacia ella para acercarme y besarme. No me pilla por sorpresa, sé que ese beso lleva en espera casi desde el último que nos hemos dado, pero lo que sí me sorprende es la desesperación con la que me besa. No en el sentido de querer besarme hasta dejarme sin aliento, más bien como si le supusiera una tortura pasar un segundo más sin hacerlo.

Le devuelvo el beso queriendo transmitirle todo lo que me está haciendo sentir, deslizando mis labios lentamente por los suyos, dejando que ella atrape los míos a su gusto, apretando su cuerpo contra el mío porque nunca es lo suficientemente cerca.

Aguantamos unos segundos más y cuando paramos de besarlos, aún tengo la necesidad de rozar sus labios con los míos. Me da igual no besarla, solo necesito este contacto para mantener mi corazón en calma.

– Sigue – me pide hablando contra mi boca antes de apartarse de ella para apoyar su cabeza en mi pecho.

Mientras yo trato de calmar mi respiración para poder volver a entonar la canción, ella tira de mi camisa para sacarla de la cinturilla del pantalón y que quede totalmente abierta. Cuela sus manos por dentro de ella para abrazarme y dejarlas en mi espalda, por lo que yo, agradeciendo ese contacto con mi piel, rodeo sus hombros con mis brazos y vuelvo a balancearnos suavemente mientras le canto susurrando en el oído.

Y todas mis tropas se vuelven cobardes
Y me dejan sola si te ven delante 
Y caigo rendida cuando llega la noche
Y despliegas tus fuerzas, y me invades
Y ya no sé a dónde ir

Si ya no puedo defenderme
Si ya no puedo defenderme

Cambio las armas por flores
Se paran todas las guerras
Cuando gritas mi nombre
Me ganas todas las batallas
Y conquistas el Norte

Clavas tu bandera
Y aunque dices que no hay guerra
Bombardeas mis sentidos
Y mi ejército de tierra se retira del combate
Se rinde a tocarte

Aprieto nuestro abrazo ligeramente antes de hacer que se separe de mi pecho para que me mire a los ojos al mismo tiempo que subo mis manos a sus mejillas y le acaricio la cara con mis dedos.

¿No ves que no puedo parar de nombrarte? – le canto queriendo que el mensaje le cale hasta el alma. – ¿No ves que no puedo pararte?

Y como no puedo ni quiero pararla, no opongo resistencia cuando sus labios vuelven a unirse con los míos. No va a haber vuelta atrás después de esto, lo sé. Solo necesito cinco segundos de ese beso para saberlo.

Pasan unos minutos o unas horas, no lo tengo claro porque la manera de contar el tiempo ya no es la misma ahora que sé lo que es que Alba Reche te bese con esta lentitud enloquecedora. Ahora un segundo es lo que dura un beso, y una eternidad el tiempo que pasa hasta el siguiente.

Con la misma calma con la que nos disfrutamos los labios, Alba empieza a subir sus manos de mi espalda hasta mis hombros, apoyándose en ellos para elevarse de puntillas y poder profundizar un poco en mi boca.

Para darle todo el acceso posible y que haga conmigo lo que quiera, bajo mis manos de su cintura hasta su culo y empujo para que se suba a mi cadera, quedando ella por encima de mí, posición que no duda en aprovechar para abordar mi boca sin piedad. Al notar lo fina que es la tela del mono que lleva puesto, no me resisto a apretar mis manos, haciendo que Alba sonría contra mis labios y se separe ligeramente para mirarme.

Al abrir los ojos, lo guapa que está sonriéndome así de cerquita hace que me tiemblen las piernas, por lo que antes de que me desmaye, avanzo hacia el sofá para sentarme con ella a horcajadas encima de mí. Acaricia mi mejilla con una mano mientras me mira a los ojos y suspira.

– ¿Estás bien? – pregunto para comprobar que no estoy leyendo mal las señales.

– Estoy tan bien que me da miedo que vuelva a ser un sueño – confiesa en voz baja.

– ¿Quieres que te pellizque para que veas que no? – bromeo para relajarla, pero como siempre, ella solita le da la vuelta a la situación.

– Depende. ¿Puedo elegir la parte del cuerpo en la que lo haces?

– Uff... Alba Reche, eres un peligro – beso sus labios antes de dejar en ellos un mordisco. – Eres mi peligro favorito.

Retomamos los besos sorprendentemente de manera calmada, sabiendo que no hay prisa porque no se nos van a gastar. En un momento dado, Alba se separa para que podamos respirar un poco, pero se inclina por un lado y lleva su boca al lóbulo de mi oreja con el que empieza a jugar. Aprovecho lo cerca que queda su cuello de mi boca para empezar a llenarlo de besos húmedos que la hacen jadear en mi oído, provocando que de la impresión muerda su piel consiguiendo el mismo efecto.

Me inclino hacia delante para que se incorpore y me estiro para besar la base de su cuello, siguiendo la línea de su clavícula hasta llegar a su hombro y repetir el proceso hacia el otro lado. Cuando se me acaba la piel a la que llenar de roces poco inocentes, empiezo a bajar hacia sus pechos.

– Tienes la piel ardiendo – digo recorriendo la línea de su escote. – ¿Te están gustando mis besos?

– Me están gustando muchas cosas ahora mismo – responde cuando subo las manos por sus muslos hasta meterlas por debajo de su mono.

Me empuja de los hombros para que vuelva a recostarme contra el respaldo del sofá y ella se echa hacia delante, pero antes de que haga nada, se me ocurre una cosa al ver en el otro lado del sofá su móvil. Bajo su confusa mirada lo alcanzo y yo misma cojo su mano para poner un dedo en el sensor y desbloquearlo. No pone ningún impedimento cuando delante de ella empiezo a trastear en él.

Sabiendo que sigue conectado a la tele desde esta tarde, me meto en Spotify y busco entre sus playlist una muy concreta. La pongo para que empiece a sonar por los altavoces la primera canción y por cómo sonríe sé que reconoce perfectamente lo que he puesto.

– Antes también te ha costado imaginarte la música, pero ahora voy a tener mi boca ocupada y no voy a poder cantar, así que mejor dejamos que suene.

– ¿Qué playlist has puesto? – ronronea en mi cuello atacándolo suavemente con besos.

– Es tu móvil, tú sabrás.

Sube hasta rozar mi oreja con sus labios y me susurra bajito como si lo que va a decir fuera el mayor secreto del mundo.

– Nat, esta no es la lista de bailar.

– ¿No? – me hago la tonta cuando se separa a mirarme con los ojos llenos de devoción. – A lo mejor me he equivocado de lista.

– A lo mejor no.

Y ya está, no necesitamos más que una sonrisa cómplice para volver a unir nuestros labios rojos e hinchados por todo el uso que les estamos dando. Se mueven unos sobre otros sincronizados a la perfección, sintiéndose ya conocidos, pertenecientes incluso.

De nuevo nos envuelve la lentitud y la humedad, colmándolo todo de una sensualidad que no le pasa desapercibida a mi entrepierna, que empieza a reclamar cierta atención, sobre todo cuando Alba coloca sus manos sobre mi abdomen desnudo y empieza a acariciarlo sin dejar en ningún momento de besarme.

Incitada por su avance, bajo las manos de su espalda hasta su culo y la animo para que empiece a moverse sobre mí. Ella no duda y en cuanto lo nota comienza a hacer ligeras ondulaciones con su cuerpo que provocan un aumento de temperatura en toda mi piel. Con ganas de seguir, Alba desliza sus manos hacia arriba hasta que las coloca sobre mis pechos y empieza a apretarlos y masajearlos por encima de mi top.

– Espera – digo agarrando sus muñecas para que se esté quiete mientras compruebo algo que no me deja avanzar con tranquilidad.

– ¿Estás bien? – asiento rápidamente para que no se asuste, dejando un beso corto en su boca.

– ¿Cuánto vino has bebido? – pregunto mirándola a los ojos y acariciando su mejilla.

– ¿Te crees que estoy borracha? – sonríe divertida y a la vez confundida por mi pregunta, pero en cuanto se da cuenta de mi seriedad cambia el gesto para imitarla. – Nat, soy perfectamente consciente de lo que está pasando.

– Voy a hacerte el amor Alba, y no quiero que te arrepientas – confieso sin dudar.

Me reconforta profundamente no ver ningún tipo de miedo en sus ojos al escucharme, y aún más me calman sus manos acariciando mi cuello mientras ella se inclina para apoyar su frente en la mía y susurrar sobre mi boca.

– No voy a arrepentirme de eso, Natalia, ni voy a arrepentirme de cuando te lo haga yo a ti. No voy a arrepentirme de nada de lo que pase esta noche – se separa de nuevo para mirarme a los ojos con los suyos inundados en cariño. – No voy a arrepentirme de nada de lo que pase contigo.

Sus palabras hacen que me sienta la persona más afortunada del mundo y un suspiro de alivio se escapa de mis labios haciendo que Alba sonría tiernamente. Se baja de mi regazo para ponerse de pie y a mí me da la sensación de estar en el polo norte al haber perdido su calor.

– Vamos a la cama – pide estirando su mano.

Me levanto y entrelazando mi mano con la suya, avanzamos hasta su habitación en un silencio solo roto por la música que sigue sonando y que aquí llega amortiguada por la puerta cerrada. Nos paramos a los pies de la cama la una frente a la otra, pero en seguida Alba tira de mi camisa para acercarnos.

– A esta distancia de mí toda la noche, que no se te olvide.

Ella es la primera en empezar a deshacerse de la ropa, desabrochando el botón de mi pantalón y bajando la cremallera. Antes de quitarlo, mete la mano y a tientas explora por encima de mis bragas para valorar cómo me tiene.

– ¿Notas algo que te gusta? – sonaría más juguetona si no fuera por el jadeo que suelto entre medias al notar la presión que ejerce.

– Creo que a la que le gusta es a ti, morena.

No sé si es su manera de llamarme o que tiene la mano en mis bragas, pero me inclino y agarrándole del cuello me lanzo a su boca.

– No pases tanto tiempo sin besarme – pido sobre sus labios antes de dejar que siga con su tarea.

Me baja los pantalones y yo los aparto de una patada cuando llegan al suelo, mientras que Alba arrastra sus manos por mi torso por debajo de la camisa hasta que llega a mis hombros y la quita deslizándola por mis brazos. Obedientemente vuelve a besarme cuando la prenda cae al suelo y sin dejar de hacerlo, comienza a apretar mis tetas y a rozar con sus pulgares mis pezones. Un gemido se escapa de mi garganta y eso hace que se separe para ver mi reacción.

– Me pone ver cómo se te marca los pezones cuando las toco, pero son demasiado bonitas para no verlas – dice antes de quitarme el top y atacarlas con besos que empiezan siendo lentos. 

Siento la necesidad de agarrarme a algo, por lo que llevo las manos a su culo y lo aprieto. A medida que aumenta su intensidad, aumenta la fuerza de mis apretones y cuando gime con mi pezón entre los dientes no aguanto más.

– Alba – tiro de su pelo para que se separe de mi pecho. – Déjame desnudarte.

En cuanto asiente, llevo mis labios a su cuello y empiezo a deslizarlos suavemente por su piel, apartando el tirante de su mono cuando me topo con él y bajando el del otro lado a la vez. Uso mis manos para bajar la tela que se engancha en sus pezones erectos, y me inclino a besarla mientras sigo tirando hacia abajo hasta que cae al suelo.

– Eres espectacular – murmuro sobre su boca entre besos. – Me vuelve loca tu cuerpo.

– Ni siquiera me has mirado – responde sin separarse de mis labios.

– No me hace falta, tengo memorizadas cada una de tus curvas, y yo no olvido la belleza con facilidad – sigo alternando mis palabras con besos lentos y húmedos. – Esta... – paseo las manos por su cuello – esta... – las bajo ahora a su cintura – y esta.

Agarro su culo para levantarla del suelo y con cuidado la tumbo sobre el colchón, quedándome con las rodillas a ambos lados de su cadera, maravillándome con la imagen que tengo delante.

– Nat, no me mires así – dice intimidada.

– Lo siento, no lo puedo evitar. Me robas el aliento solo con existir, imagínate cuando me concedes el privilegio de verte desnuda.

Acompaño mis palabras con un roce de mi dedo desde su cuello hasta el elástico de sus bragas, y lo rebaso para bajar y tantear el terreno por su centro que se parece más a un pantano de lo mojado que está.

– Desnúdame del todo – pide con la voz ronca y los ojos negros, y yo obedezco al instante quitándole las bragas. – Y desnúdate tú – vuelva a exigir con ese tono y me quito las mías.

Una vez sin nada de tela por el medio, lo primero que hago es inclinarme sobre su tatuaje del corazón roto para besarlo con toda la ternura que soy capaz de transmitir en mis caricias, como cada vez, porque no puedo seguir si no lo hago, es como mi punto de partida.

El kilómetro cero de todas las carreteras de besos con las que pienso recorrer su cuerpo.

Después de eso todo se convierte en una vorágine de besos, lametones y pequeños mordiscos que se reparten por todos los rincones de nuestros cuerpos, dando vueltas en la cama luchando por el poder de complacer a la otra.

Pasan los minutos y no nos cansamos de disfrutarnos, de sentirnos por fin sin las barreras invisibles que antes había por el medio. No hay emociones escondidas en nuestras caricias, todas están a la vista, siendo impregnadas en nuestros cuerpos a base de tocarlos, de provocarlos, de encenderlos. Puede que aún no tengan nombre, pero los sentimientos están siendo grabados con el fuego que emana de cada punto en el que estamos en contacto, que no son pocos.

Al cabo de un largo rato en el que el ambiente se llena de jadeos, de gemidos y también de pequeñas risas que hacen que tenga el corazón constantemente a punto de explotar, consigo que Alba se esté quieta bajo mi cuerpo.

Entrelazo nuestras manos y las coloco a los lados de su cabeza, bajando los besos muy lentamente por su pecho con un destino fijo, hasta que ella suelta una de esas manos para tirar de mí de nuevo hacia arriba.

– Así no, Nat – pide cuando subo a su altura. – Quiero besarte. Y mirarte.

Con leve asentimiento, me coloco a su lado y vuelvo a unir nuestros labios que están cerca de desaparecer de todo lo que los estamos desgastando hoy, y con mi mano libre rozo su cuerpo hasta llegar a su centro.

– Abre las piernas para mí, Alba – susurro.

Ella no tarda en hacerme caso, separándolas y aumentando el volumen de sus gemidos cuando, tras un par de amagos que la desesperan, introduzco dos de mis dedos en ella. Mis penetraciones cogen velocidad rápidamente, y la rubia se convierte en un amasijo de músculos que se contraen sin voluntad ninguna.

Intento seguir besándola pero se me hace imposible porque ella no es capaz de corresponderme, así que besuqueo su mandíbula y su cuello para llevarla al límite.

– Más Nat... sigue... me corro – gime mientras tira de mi pelo para poner mi cabeza frente a ella y clavar sus ojos medio cerrados de placer en los míos.

– ¿Quieres más, Alba?

– Lo quiero todo – responde justo antes de alcanzar el clímax gritando mi nombre.

Le acaricio y lleno la carita de pequeños besos mientras recupera la respiración, pero no tarda demasiado en ponerse sobre mi cuerpo y, colocando su pierna entre las mías, se empieza a mover contra mi centro a la vez que me besa profundamente.

No pasa mucho tiempo hasta que noto el orgasmo acercarse peligrosamente, y Alba lo debe notar también, porque aparta su pierna para bajar la mano y calmar con ella mis necesidades. Deja de besarme también para separarse un poco y mirarme a la cara mientras yo solo puedo concentrarme en aguantar un poquito más, pero las dos sabemos que eso no va a ser posible cuando involuntariamente empiezo a elevar mis caderas buscando mayor profundidad en sus penetraciones para liberar ya la tensión acumulada durante toda la noche.

– Ahhh... Alba, me corro... joder... no pares.

– ¿Te corres, Nat? ¿Te corres para mí?

– Sí, joder... sí – respondo como puedo.

– Dilo.

– Para ti Alba... me corro por ti y para ti... ahhh... siiii.

Y exploto. Siento un calambrazo de placer recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies y solo soy capaz de rodear con mi brazo el cuello de Alba para sentir que está aquí conmigo. Unos segundos después, Alba retira la mano y se dedica a acariciar con sus labios toda la piel que encuentra a su paso.

Cuando noto mi respiración volver a la normalidad, tiro de su cuerpo para que se coloque de nuevo a mi lado y vuelvo a besarla despacio. Alba rompe el beso incapaz de controlar la enorme sonrisa que se le forma, y sube su mano hasta mi pelo desordenado para acariciarlo con cariño.

No decimos nada más, pero nuestros cuerpos sudorosos, las mejillas encendidas y los corazones latiendo al mismo compás, hablan lo suficientemente fuerte como para que no sean necesarias las palabras.

Abrazo su cuerpo para que se recueste sobre mi costado y empiezo a subir y bajar mis dedos por su espalda despacito, sin prisa porque pienso estar así toda la noche, lo que parece ser también su intención cuando imita mis caricias por mi abdomen.

Antes de quedarme completamente dormida, aparto con cuidado el cuerpo de Alba por si acaso ella ya lo está, y me acerco al lateral de la cama para levantarme, o al menos esa era mi intención antes de que ella me rodee con su brazo la cintura para que no me mueva.

– ¿Dónde vas? – pregunta asustada y medio dormida ya. – Duerme conmigo. Nat, porfa, quiero dormir contigo.

Me giro y no puedo resistirme besar el puchero con el que me mira.

– Yo también quiero dormir contigo, Albi. Solo voy un segundo al salón a quitar la música. Te prometo que vuelvo.

– Date prisa, tengo frío si te vas.

Libera su agarre mucho más relajada y yo voy todo lo rápido que puedo al salón para detener la música. Menos mal que la he dejado en bucle, pienso al ver la hora en el móvil y darme cuenta de todo el tiempo que ha pasado. Dejo el móvil de nuevo en el sofá y regreso a la habitación.

En cuanto me meto bajo la sábana con la que se ha tapado Alba, se da la vuelta y se abraza a mi cuerpo como un pequeño koala, lo que me hace sonreír al reconocer en su gesto la misma necesidad que siento yo por ella.

– ¿Quieres que te acerque una camiseta? – pregunto sabiendo que, aunque no se haya parado a pensarlo, la va a querer.

– No, no hace falta. Está bien así – se incorpora para dejar un suave beso en mis labios. – Buenas noches, Nat.

– Buenas noches, Alba – respondo como un autómata por la sorpresa de su inesperada respuesta.

Nos acomodamos con facilidad, como si lo hubiéramos ensayado millones de veces, y en seguida noto la respiración pausada de Alba indicando que se ha dormido. A mí me cuesta más, porque me resisto a dejar ir este momento, con ella en mis brazos y recibiendo las caricias que no quiero detener, pero tanto el cuerpo como la mente tienen su límites de aguante, y el mío llega más rápido de lo que me gustaría.

Este es el punto de no retorno para mí, ya no hay vuelta atrás.


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