YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO XXXII

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By MargySilva

¡MIS SOSPECHAS ERAN CIERTAS!

Daniel Valencia se comunicaba a menudo con su hermana Marcela; Desde que ésta había partido hacia el viejo mundo, él había caído en cuenta poco a poco, por primera vez en su vida, de la realidad de su soledad. ¿Por qué resentía tanto la ausencia de su hermana, si antes invertía poco tiempo en compartir con ella, a pesar de tenerla cerca? ¡Estaba deseando que llegara agosto parar ir a visitarla, como le había prometido! ¡Si había personas en el mundo, con quienes él era afectuoso, esas eran sus hermanas! ¡Ah, tal vez aquí cabía el dicho aquel que citaba: No se valora lo suficiente lo que se tiene, hasta que se pierde o, en este caso, hasta que se aleja! Daniel amaba a sus dos hermanas, pero siempre compartió más tiempo e intereses en común con Marcela, de tal forma, que la inesperada partida de ella, le había afectado más de lo que alguna vez imaginó. Él no estaba acostumbrado a las sorpresas, mucho menos las desagradables, así que saber que su hermana, además de no casarse con Armando, se tenía que exiliar forzosamente por culpa de éste, le resultó de lo más intolerable.

Daniel escuchó a su hermana contar de forma breve los motivos de su viaje y, aunque estaba seguro de que había una historia más grave que estaba obviando, prefirió no indagar. Daniel se dio cuenta de que su hermana estaba sufriendo más de lo que decía pero que, con sus preguntas, no ayudaría más que a aumentar el desprecio que sentía por Armando Mendoza, pero sobre todo, que ese mismo sentimiento podía alcanzar a la doctora Beatriz Pinzón, a quien lejos de odiar, estaba empezando a admirar y compadecer. ¿Cómo podía admirarla y compadecerla al mismo tiempo? ¡En el fondo Daniel Valencia siempre había admirado a Beatriz! ¡Un sentimiento que muy pocas personas le inspiraban, mucho menos una con el físico que tenía Beatriz! ¡Ah, por ese físico es que nunca quiso aceptar lo que le inspiraba, mucho menos intentó ser un poco más cortés con ella! ¡Ese físico tan ridículo, tan feo, que desapareció de un día para otro, como la fea portada de un libro que no atrae ni un poco a primera vista, pero luego de leerlo un poco, te das cuenta que es más que una portada! La admiración nacida de las muchas veces que cruzaron palabras, encontronazos desafortunados, comentarios sarcásticos y provocaciones muchas veces con la intención de ver si lograba hacerla perder la compostura, si trastabillaba, si era capaz de conseguir de ella algún favor, alguna cuota de duda sobre si seguir siendo parte de los aliados de Armando o unirse a los suyos. Admirada de ella su inteligencia, su sagacidad, su madurez, pero sobre todo su lealtad, aunque al final, eso terminara casi por arruinarlos a él y toda su familia. Sin embargo, también la compadecía por haber terminado involucrada con el hombre más estúpido, inepto, odioso, que había, según él, en todo Bogotá. No podía entender cómo había caído presa de los mustios encantos de Armando Mendoza.

--No pensé que la cancelación de tu matrimonio con el cretino de Armando, iba a resultar en la ridícula decisión de exiliarte. Tú, Marcela, que siempre has amado Ecomoda más allá de ser tu fuente de trabajo, de dinero, tu seguro de vida. ¿Vas a renunciar así de fácil? –Dijo Daniel, sorprendido. —

--Las cosas no son de esa forma en que las estás planteando, es más complicado, Daniel. Te juro que mi partida no es definitiva, es solo un tiempo que necesito alejarme de todos y de todo. —Dijo Marcela, un poco más tranquila, después de haberse desahogado un rato aventando a la basura algunas cosas que habían quedado de Armando en su departamento. —

--Sabes que siempre estuve en desacuerdo con que te casaras con ese perdedor, pero ahora no sé qué pensar... Dime algo, hermana, ¿Armando te dejó o tú lo dejaste?—Dijo Daniel—

--¿Eso importa? –Dijo Marcela, poniendo cara de amigos. —

--A mí me lo puedes decir, no voy a sobarte la cabeza, mientras por dentro me estoy riendo de ti, como lo hace tu amiguita Patricia. –Dijo Daniel—

Marcela suspiró.

--El me dejó, pero a pesar de eso, yo había decidido seguir insistiendo, porque...porque soy una estúpida...--Dijo Marcela, con la voz quebrada, al recordar el episodio dramático en su departamento, donde Armando le restregaba por décima vez que amaba a Beatriz. —

--¡Así que es cierto que la doctora Pinzón, la ex asistente de presidencia, la ilustre economista te quitó esa maldición de encima! ¡Pobre de ella!—Dijo Daniel, esbozando una sonrisa sarcástica. —

--Yo se lo entregué, yo le dejé el camino libre a los dos para que se revolcaran juntos en su mismo lodo...--Musitó Marcela, como ida, pensando en cómo debían de estar celebrando en ese momento en la cama de algún hotel. —

Daniel se echó una carcajada. Marcela no pudo más que devolverle una mirada fría.

--Permíteme que me sirva un trago de coñac. —Dijo Daniel, mientras se dirigía hacia el bar de la casa de su hermana, donde reposaban los líquidos viscosos dentro de recipientes de pesado vidrio. —

--De paso, sírveme uno a mí...--Pidió Marcela, con desenfado— ¿Qué estamos celebrando, Daniel? ¿Qué gracias a mí Ecomoda se ha salvado de la ruina?—

--Piensa que solo te has adelantado a lo inevitable. Solo te has ahorrado el engorroso momento de tener que divorciarte. –Dijo Daniel—

Marcela no se sorprendía de los alcances de su amor obsesivo por Armando. Ella se había ido de cabeza en esa relación y no sabía o no quería ver que estaba enterrada en la arena movediza, que cada vez le robaba la consciencia, el espíritu de la juventud, la alegría, la capacidad de discernimiento entre lo que era el amor y lo que era la obsesión. No quería entender que tarde o temprano, fuese Beatriz u otra mujer, su relación estaba destinada a terminar, porque no existía reciprocidad en el afecto y el compromiso.

--¡Todavía no me lo creo! ¡Armando y la nueva versión de la doctora Pinzón, juntos! Podía jurar que entre ellos había una relación cortante, después que regresó tan diferente, quién sabe de dónde. ¿Cómo es que terminaron en una relación amorosa? –Dijo Daniel, convencido de que aquella relación terminaría pronto, a penas la doctora liberara a Ecomoda del embargo. —

Marcela no estaba preparada para revelarle los detalles oscuros de su intimidad con Armando. Estaba segura que narrar aquello sería como volver a revivir esos momentos tan humillantes y dolorosos.

--Puedes estar seguro que esa relación no es tan reciente como tú crees. –Dijo Marcela, en voz baja, como para sí misma. —

--¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso el repentino interés de Armando por su ex asistente no nació ahora que ella tiene embargada la empresa? ¡No me vas a decir que Armando se enamoró de la doctora Pinzón, porque entonces te diré que eres una ilusa, hermana!—Dijo Daniel--

--¿Acaso la "doctora" no volvió lo suficientemente atractiva como para llamar la atención de los hombres? Ahora no solo es bonita, también tiene dinero y un buen puesto de trabajo...--Dijo Marcela, con indiferencia, mientras tomaba un sorbo de coñac. —

--Marcela, estamos hablando de Armando Mendoza, ese tipo solo se es fiel a sí mismo. ¿Por qué va sentir amor por esa pobre mujer, mucho menos le va ser fiel?—Dijo Daniel—

Marcela le lanzó una mirada suspicaz a su hermano, a quien estaba empezando a ver medio borroso a causa de los tragos.

--Hay detalles que tú no conoces y que tampoco alcanzas a imaginar, hermano. –Musitó Marcela. —

Daniel observó la expresión de fatiga de su hermana y eso le basó para darse cuenta que los detalles por los que no preguntó al inicio resultaron ser más interesantes de lo que pensaba. "Hay una historia muy intensa y oscura entorno al fraude que se hizo en Ecomoda", pensó Daniel.

--No me vas a contar y yo tampoco me atrevo a preguntarte, pero ahora sí despertaste mi curiosidad. —Dijo Daniel—

--Algún día te contaré, hermano, o tal vez nunca lo haga. Todo depende de lo que logre en mi viaje. –Dijo Marcela—

--Espero que logres todo lo que te propongas, hermana. –Daniel se quedó de pie detrás de la silla donde Marcela se había desparramado. —

--¡Celebremos un nuevo inicio para Marcela Valencia!—Estalló Marcela, alzando su vaso medio vacío.--

--No puedo celebrar que por fin hayas abierto los ojos, si sé que por culpa de Armando te vas a ir del país. —Dijo Daniel, dándose cuenta que su hermana ya estaba embriagada. —

-- Necesito irme, es algo que necesita mi cuerpo, así como necesita del agua. Si me quedo, voy a consumirme...--Replicó Marcela. —

La mirada triste de su hermana era tan ardiente y pesada, que no pudo seguir insistiendo ni echándole en cara que se iba por los motivos equivocados.

--No pienso insistirte. Me conformo con la promesa de que vas a regresar—Dijo Daniel--

--Gracias, Daniel. Te prometo que estaré siempre en contacto contigo y antes de lo que piensas, estaré de regreso—Dijo Marcela— ¡Ah, hay algo que te quería pedir...necesito que le des trabajo a Patricia, de lo que sea...!—

Daniel puso cara de incredulidad al escuchar aquello.

--¡No me pidas eso, Marcela! Tú sabes que Patricia y yo no tenemos ni siquiera una relación cordial, no tenemos nada en común, no nos soportamos. ¿Qué la voy a poner a hacer en mi oficina? ¡Archivar papeles o servir tintos! –Dijo Daniel, muerto de risa. —

--¡Ay, por favor, Daniel, no seas tan antipático! No te estoy pidiendo que seas su amigo, su tutor o su marido. Te estoy pidiendo que le des un trabajo, algo de lo que pueda vivir, o sobrevivir...--Dijo Marcela—

--No creo que Patricia acepte un favor mío. ¿Quieres apostar? –Dijo Daniel-- Patricia preferiría suicidarse, antes que aceptar trabajar en mi oficina, y menos, si le ofrezco el puesto de camarera. —Daniel estaba atacado en risas. —

--¡Ja, ja, ja, qué chistosito! ¡Muchas gracias, por tu apoyo, Daniel! –Se quejó Marcela, pensando en cómo haría para ayudar o dejar establecida a Patricia en tan poco tiempo. —

Daniel por ningún motivo quería tener a Patricia cerca. Ella para él era como un parásito, siempre alimentándose de otros. Una mujer demasiado peligrosa que, en el pasado, le había ocasionado muchos problemas.

--Tendrás que donarle algo dinero, mientras busca otro trabajo y hace algo por su vida—Aconsejó Daniel—Pero en definitiva eso es mejor, que hacerte cargo de ella y de sus problemas. –

Marcela no tenía cabeza para pensar en una solución a ese problema, así que, decidió que a la mañana, algo se le iba a ocurrir. No podía irse sin asegurarse de que Patricia no caería en las garras de la desesperación, como estaba segura que sucedería cuando las deudas la terminaran de hundir por falta de aprovisionamiento de sus necesidades.

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

La presentación de la colección número 110 en la historia de Ecomoda no pudo llevarse a cabo después de tanto contratiempo.

Lina se disculpó tantas veces por lo sucedido, que me hizo sentir un poco mareada y preocupada de que aquellos momentos de tensión pudieran causarle algún problema a su bebé. Lo que Hugo Lombardi había hecho la había llevado al extremo, a tal punto que sus nervios parecían alterados.

--Por favor, Lina, trate de calmarse, que eso no le hace bien a su bebé. Tiene que ir a descansar. —Dije, palmeando su ancha y huesuda espalda--

--Gracias doctora Mendoza, de verdad gracias por ser tan amable, tan comprensiva—Dijo Lina, al tiempo que respiraba profundamente tres veces. —

--¡Ay, Betty, nosotros la juzgamos mal! ¡Pensamos que usted iba terminar de sepultar el prestigio de esta empresa, haciéndonos usar vestidos horribles! –Dijo una de las modelos. Otra que estaba a su lado, le dio un codazo ante el desacertado comentario confianzudo. —

--Somos mujeres y, lamentablemente, no somos perfectas, así que a cualquiera de nosotras nos puede pasar lo que a Lina. Es cierto que ella incumplió con el contrato, pero siempre hay formas de hacer saber de su irresponsabilidad, sin llegar a los insultos o al maltrato—Dijo Amada, lanzándole una mirada dura a Hugo, quien permanecía de pie junto a su escritorio, con una expresión inescrutable. —

--¡La doctora Mendoza también está embaraza! ¿No es eso maravilloso? ¡Viene el heredero de todo esto! ¡Qué emoción! ¡Ella mejor que nadie entiende lo que está pasando Lina!—Dijo Jenny, intentando fingir que se emocionaba por mi embarazo. —

Todos la ignoraron.

--No sean tan duras con don Hugo, muchachas. Ustedes, mejor que nadie, saben lo exigente que son los que se dedican a este oficio. ¡No lo estoy justificando, pero tienen que aceptar que don Hugo con ustedes es muy bueno, pero también es muy demandante y perfeccionista, como todos! – Dijo Inesita—

--No tiene que interceder por mí, Inesita, resulta que las niñas están resentidas conmigo. ¡Pues déjenme decirles, que si yo no fuera así como soy, esta empresa no sería lo es! ¡El profesionalismo, muchachas, no es algo que se enseña, es una actitud que se toma cuando se ama lo que se hace! –Dijo Hugo—

--¡Bien, Hugo, no hacen falta clases de filosofía! Como bien dijo Amada, esta situación no tenía por qué trascender a la falta de respeto, a los gritos. Tienes que disculparte—Dijo Armando—

--Armando, a mí usted no me venga a hablar de autocontrol, ni de respeto, porque usted se vuelve un energúmeno cuando se molesta, cuando alguien no cumple sus órdenes o caprichos, viene siendo lo mismo... —Dijo Hugo, esbozando una sonrisa sarcástica—

--Don Hugo, por favor, Armando solo le está pidiendo que acepte su error y que se disculpe. —Intervine. Las conversaciones no iban a parar a ningún lado cuando se empezaban a echar en cara las cosas. —

Hugo levantó el mentón y repasó con la mirada los rostros de todos los ahí presentes, que seguramente tenían la misma expresión expectante que yo. Lina ya había dejado de llorar, se notaba un poco serena.

--Bien, niña, lamento mucho haberla gritado, haberla llamado gorda. Usted no está gorda, está embarazada, que es peor...–Dijo Hugo, soltando una risa nerviosa-- ¡Es broma, usted sabe lo mucho que detesto disculparme en frente de tanto público! –

A pesar de su desacertada forma de disculparse, Hugo sonaba bastante sincero. El desmayo lo había hecho tener algo de cargo de consciencia, aun sin saber que el incidente se debía al embarazo, más que al mero hecho de que la había sometido a una gran presión y tensión psicológica.

-- Tranquilo, don Hugo, yo lo perdono. Yo sé que no fui profesional, que fui descuidada, que me merezco el despido. Sin embargo, quisiera pedirle que la próxima vez sea más certero y profesional en su respuesta ante estos improvistos. Tiene que reconocer que usted tampoco fue profesional al amenazarme con arruinar mi carrera. ¡Fue bastante antiético e infantil! –Dijo Lina—

Sabía que aquellas palabras se hubieran escuchado mal u ofensivas en la boca de otra modelo, como por ejemplo, en boca de Jenny, que tenía una voz chillona y ñaja que, cuando se lo proponía, podía ser insoportable. Sin embargo, la voz calmada de Lina logró amortiguar aquel sutil señalamiento. ¡Con lo que odiaba Hugo Lombardi los señalamientos acerca de su proceder!, pensé.

--Me disculpo con todos ustedes por haber ocasionado todo este contratiempo. Espero conservar un espacio en esta empresa, que ha sido como mi casa por muchos años, porque no pienso terminar mi carrera por causa de mi embarazo. En Ecomoda me siento como en familia y no quisiera perder eso. –Continuó Lina—

Sus palabras me conmovieron mucho, porque sentí que, a diferencia de todas las demás modelos, ella parecía contenta con los nuevos lineamientos implementados durante mi gestión.

--Lina, me alegro mucho de su decisión de seguir haciendo lo que le gusta. Ecomoda siempre va estar abierta para usted –Le dije, dedicándole una sonrisa— Ahora, por favor, olvidemos todo esto. ¡Nos vamos al lanzamiento oficial sin haber visto el preliminar! --

El resto de modelos aplaudieron, emocionadas, por el giro de los acontecimientos.

--Entonces se supone que en tres días debo encontrar una suplente de Lina. ¿Cómo voy a hacer eso, doctora Mendoza?—Inquirió Hugo, con un leve tono de ironía en la voz.--

--Hugo, tú que todo lo puedes y todo lo sabes, consíguete una modelo, la mejor, la más cara, si no queda de otra, para que ocupe el lugar de Lina—Dijo Armando, en tono sarcástico. —

--¡Disculpe que me meta, doctores! Pero les quiero recordar que yo me sé toda la coreografía del desfile, puedo hacerlo. ¡Confíen en mí! —Dijo Jenny, con los ojos brillantes de la emoción al imaginar que tenía, por fin, la oportunidad de recuperarse de aquel primer y último intento de ser una modelo profesional.--

--No, Jenny, no moleste. Prefiero que salga a modelar Sofía antes que usted. –Hugo se echó a reír con ganas. —

Jenny hizo un puchero ante ese comentario.

¡Dios mío, en este momento tenía ganas de soltar una frase muy al estilo de mi esposo, algo así como: "Qué cruz"! pero me tocaba ser la que nunca perdía la calma.

¿Qué podía hacer en estas circunstancias apremiantes? ¿Priorizar los intereses de Ecomoda, aunque me llevara por delante la tranquilidad de Sofía? ¡No podía decidirlo en ese momento! ¡Habían pasado demasiadas cosas en ese día como para pensar con claridad, mucho menos bajo la mirada de todos los presentes que, con toda seguridad, se desatarían en otra discusión, la cual quería evitar a toda costa!

--Don Hugo, lo invitamos a discutir un momento esta decisión en la sala de juntas. Por ahora lo dejaremos en "veremos". Por favor, muchachas, ustedes sigan adelante con los últimos preparativos. Lina, usted vaya a casa a descansar, se lo merece. Y usted, Inesita, también debería descansar. –Me levanté del sillón sin respaldo, donde había estado el cuerpo inconsciente de Lina hacía unos minutos, y me despedí de Inesita con un beso en la frente. --

Narrado en tercera persona

La razón por la que Daniel Valencia ahora reflexionaba sobre cuestiones triviales y "sentimentales" que nunca antes le consumieron de su preciado tiempo, se debía a que, lo acontecido con su hermana, había elevado esa añoranza, relajada al fondo de su inconsciente, por sus padres, por su familia, que parecía desintegrarse.

La muerte de sus padres le había afectado más a Daniel que a sus hermanas. Al ser los tres de diferente temperamento, no expresaban de la misma manera su dolor y su frustración. Sin embargo, no era por eso que Daniel había lamentado y sufrido más por la muerte de sus progenitores, sino, porque, dos años antes del fatal accidente aéreo, él había dejado enfriar la relación con ellos, a tal punto, que hablaba y los veía lo estrictamente necesario.

Julio Valencia tenía las más altas expectativas puestas en su único hijo varón y primogénito, Daniel. Empero, éste último tenía otros planes y otras ambiciones que no admitían discusión. A Daniel siempre le interesó la política y el poder. A Julio Valencia, poco o nada, le interesaba ese tema. De hecho, le disgustaba tanta hipocresía, ineficiencia y corrupción que existía en la política colombiana, de tal manera que prefería ni siquiera hablar de ello. ¿Qué supuso, entonces, saber que su hijo, prefería ser político, antes que trabajar para él mismo y su familia, en una empresa muy bien fundamentada como lo era Ecomoda? ¡Ciertamente, para Julio Valencia, enterarse de esto, después de comprobar el rumbo e impráctico estilo de vida que había escogido su hija María Beatriz, no supuso una alegría!

¡Todos estaban en el mejor momento de sus vidas cuando la desgracia sucedió! Daniel había entrado a ocupar un puesto importante en el gobierno, como tanto había soñado. Marcela se había graduado de la universidad, como diseñadora de modas, tomando así un cargo formal en la empresa, como parte creativa. María Beatriz había comenzado a aficionarse a las cirugías estéticas, luego de comprobar que, la primera había sido todo un éxito. Ecomoda se expandía abriendo más almacenes, alcanzando las proyecciones estimadas por los Mendoza y los Valencia. Armando regresaba de Estados Unidos, después de culminar su especialización en administración de empresas. Regresaba para tomar las riendas de la empresa porque, tanto él como Marcela, siempre se sintieron parte y responsable de la herencia de sus familias, y de cierta forma eso, les hizo pensar que, estaban destinados a casarse.

Julio Valencia, quien era el más involucrado en los negocios de su familia, estaba resignado a que dos de sus hijos habían escogido caminos diferentes a los esperados. ¡Todavía le quedaba una esperanza! Un alivio supuso confirmar que las ideas, los criterios y el entusiasmo de Marcela eran perennes, es decir, que se mantenían firmes y, en cambio, parecían cimentarse en la piedra conforme pasaban los años. Julio y su esposa observaban cómo su hija menor se preparaba para afrontar la responsabilidad que tenía de preservar el patrimonio de la familia.

Los Valencia nunca hicieron diferencia en la repartición de afecto hacia sus hijos. A los tres los educaron lo mejor que pudieron, tanto académicamente, como en costumbres, valores, y sobre todo, lealtad a la familia. El concepto de familia fue tan importante y tan remarcado en sus vidas desde muy niños, que se convirtió en la cátedra más importante de sus padres, de tal manera que, a pesar de que los tres hermanos eran tan diferentes, entre ellos siempre primó la armonía, la tolerancia y el amor unos con otros. ¡La envidia, la cizaña, las críticas destructivas y los chismes, nunca eran sentimientos que debían nacer en el corazón de hermanos!, esa fue la enseñanza más importante que les habían dejado sus padres.

Marcela se convirtió en la única alineada a las expectativas de sus padres. Sin embargo, esto nunca supuso en el nacimiento de una preferencia hacia ella de parte de sus padres. El amor de familia se mantuvo inalterable, a pesar de que el contacto o el roce en los últimos años se habían vuelto escasos.

La menor de los Valencia tenía un carácter parecido al de su madre, quien era encantadora cuando se lo proponía, pero también caprichosa, arrogante y poco dada a las exposiciones sociales. Marcela vio, entonces, el ejemplo de su madre (dedicada, comprometida y enamorada de su padre, para ella, el mejor padre y esposo del mundo) como el ideal y, más tarde, lo replicaría, de forma un tanto obsesiva y distorsionada, hacia su prometido desde la pubertad: Armando Mendoza.

Marcela lloró mucho a sus padres; tenía la suficiente edad para entender el significado de la muerte, pero no la madurez de carácter para soportar una tragedia repentina como esa. De hecho, ninguno de sus hermanos la tenía; habían tenido una vida tan privilegiada, despreocupada, ajena a los problemas cotidianos, que nunca se habían enfrentado de cerca con lo inevitable: la muerte.

La muerte es un trance más difícil y doloroso para el vivo que queda, lamentando lo que no hizo o lo que hizo por el muerto, que para el muerto, que ya no siente nada.

Este resumen sobre la crianza de los Valencia no tiene el propósito de retroceder en el tiempo porque sí, solo para llenar unas líneas en esta historia. En realidad, es el preámbulo necesario para asentar las bases que se necesitan para conocer más a fondo las motivaciones actuales de Daniel Valencia, que hasta el momento, parecían erráticas y confusas. ¿Por qué Daniel no se retiraba de Ecomoda, si por mucho tiempo había insistido en esto? ¿Por qué seguía insistiendo en ir a una empresa donde nadie lo quería, si bien podía optar por enviar un representante, como lo hacía Mario Calderón? ¿Por qué se había conformado tan fácilmente con la respuesta de Armando sobre la incapacidad de ellos de comprar su parte y la de sus hermanas? ¿Cuánto tiempo más tenía que pasar, para que, finalmente, ambos se pudieran librar de la presencia del otro?

Armando consideraba a Daniel como una enorme piedra en su zapato, con la que había aprendido a caminar, pero a la cual quería remover lo más pronto posible. Daniel sentía lo mismo. Sin embargo, su carácter metódico, frío y cínico, no le permitían perder el control, aun en las circunstancias más indeseables para él. Daniel siempre pensaba todo antes de hacerlo, a diferencia de Armando, que era impulsivo. Es por esto que ni siquiera había intentado amenazar con vender sus acciones a otros inversionistas. En el fondo, lo motivaba el morbo por ver de cerca en qué paraba la relación de Armando con su ex asistente, la cual siempre subestimó, llegando a pensar que nunca se concretaría en una boda, mucho menos en hijos y demás.

¡De alguna manera, la noticia del embarazo lo había tomado por sorpresa y hasta le había provocado resquemor, en especial porque parecía suceder todo demasiado rápido! ¡Ya no tenía modo de averiguar lo que pasaba en su empresa, ya no tenía a Patricia Fernández ni a ningún aliado, y, cada vez que llegaba, se topaba con una sorpresa más desagradable que la anterior!

Daniel estaba harto de tener su dinero invertido en una empresa en la que no tenía poder, porque aprecio y cariño, muy poco le interesaba despertar en la gente. Estaba harto de que el verdugo de su hermana siguiera con su vida, como si no hubiera hecho nada, obteniendo, en cambio, el premio de casarse con una mujer inteligente. Estaba harto de los empleados flojos, glotones, chismosos, escandalosos que había en su empresa, de los dramas de Hugo Lombardi, de la voz gangosa y estridente del gerente financiero. ¡Estaba harto de lo inapetente que se había tornado su vida, que aunque fuera terrible admitirlo, era un poco más amena cuando provocaba a Armando o cuando tenía cerca a Beatriz, aunque ni siquiera lo volteara a ver!

Daniel nunca se había interesado en serio en ninguna mujer. Había tenido muchas parejas, pero con todas ellas había sido muy claro desde el principio: "lo único que busco de usted es entretenimiento, así que no exijas más". ¿Cuáles eran los requisitos para ser la amante de Daniel Valencia? ¿Qué características buscaba en una mujer? ¿Tenía aspiraciones algún día de estabilizar su vida a través de la norma convencional de una familia? Daniel buscaba mujeres independientes, lo suficientemente creciditas y maduras, como para hacerse cargo de sus acciones. No toleraba las mujeres que no tenían ambiciones, que no aspiraban a escalar, y, sobre todo, que no pudieran ofrecer una charla interesante. Lo verdaderamente lamentable de todo esto era que, en su círculo social, las mujeres con estas características eran muy pocas, y las que se encontraba, ya estaban casadas o comprometidas. Por otra parte, se había visto suficiente en el reflejo de otros hombres como él, que terminaban viviendo un matrimonio insufrible al lado de mujeres nacidas en cuna de oro, sumamente caprichosas, de temperamento débil y emocional, que sabían llamar la atención al principio con la apariencia de tener cierta elocuencia, modales, belleza y distinción, pero que, luego de un tiempo, resultaban mostrando su verdadera naturaleza voluble, de la que un hombre como él terminaría aburrido al poco tiempo. ¡He visto el chasco que causa la convivencia y el matrimonio con una mujer rica y bonita, porque éstas, a diferencia de las mujeres de clase media, ejecutivas, empresarias, no sabían lidiar con los ¡no!, tampoco entendían lo que era desligarse de la familia, para, finalmente, ser una mujer de verdad! Las mujeres ricas seguían siendo dependientes de los padres como el apéndice al cuerpo humano, que aunque ya no cumpla ninguna función como órgano, sigue estando ahí, como una bomba de tiempo que en cualquier momento se va alimentar tanto de toxinas hasta explotar y matar hasta el más mínimo interés.

¡No, las mujeres ricas no son para aventuras, no son para divertirse!, concluyó Daniel Valencia, resignado, luego de haber escuchado a algunos conocidos contar cómo habían echado a perder su vida al casarse.

¡Las modelos, por lo general, eran la mejor opción para tener buen sexo sin compromiso, aunque, de vez en cuando, se encontrase en este gremio con agradables sorpresas que, además de ofrecer cuerpos esculturales y sensualidades desbordantes, como a él le fascinaban, también podían ofrecer el mejor y más atractivo atributo para Daniel: la inteligencia! Si este paquete de atributos había sido el caso alguna vez, entonces ¿Por qué Daniel Valencia parecía nunca haberse enamorado en su vida? ¿Siempre había sido tan frívolo en este tema? ¿En qué se diferenciaba Daniel, del antiguo Armando, que disfrutaba del sexo, de las mujeres bellas, sin involucrar nunca sentimientos, mucho menos escrúpulos? ¡Querido lector, no se diferenciaban en los instintos primarios que los movían, porque, al fin y al cabo, eran hombres apuestos, exitosos, con dinero, que tenían la vida resuelta y conseguían lo que querían con tan solo pedirlo! Sin embargo, eran abismalmente opuestos en el hecho de que, el primero siempre ha sido libre y cauteloso, y el segundo, apasionado e impulsivo, un conquistador nato, que durante tres años estuvo comprometido de palabra, aunque nunca de corazón.

¿Armando era infiel por naturaleza? ¿Disfrutaba tanto de las cosas prohibidas, como para ser incapaz de renunciar a ellas? ¿Lastimaba de forma consciente a la gente que más lo amaba? ¿Fue feliz mientras su vida era una mentira, llena de desorden, de sufrimiento y de culpabilidad? ¡No! Armando creía que era feliz siendo así; creía que el amor estaba al final de su lista de prioridades, porque era demasiado despreocupado y desprendido, como para seguir creyendo en algo que no le había sucedido en toda su vida. Tenía la vida hecha, organizada, todo parecía encajar perfectamente, pero faltaba el amor, y en el fondo, él lo sabía, y se frustraba cuando lo pensaba con detenimiento. ¿Amor? ¡Armando juraba que hacía unos años atrás estaba enamorado de Marcela, pensaba que era la mujer de su vida, aunque con ella nunca se soñó ni la mitad de lo que soñaba ahora con Beatriz! ¡Durante algún tiempo creyó que, la lucha de Marcela, su esfuerzo y empeño, la hacían merecedora de ese título! Pero, ¿qué había más allá de eso? ¡Nunca se lo preguntó hasta próximo a casarse con ella, cuando se dio cuenta que amaba a Beatriz con toda su alma! De pronto, todo estaba demasiado claro y ya no admitía ni la "costumbre, ni el compromiso" como excusa. Simplemente no podía casarse con alguien a quien ni siquiera le podía prodigar falsas caricias. El vacío que siempre había estado en su corazón se hizo notable, profundo, agobiante, porque, precisamente, ya no era un vacío, sino un espacio que estaba lleno de lo desconocido, del amor que estaba sintiendo por primera vez en su vida, pero que surgía en el momento menos esperado y hacia la persona, en ese entonces, también menos esperada.

Daniel Valenciatampoco se había enamorado en su vida, pero a diferencia de Armando, él no sedetenía a pensar en ello ni por un segundo, porque no lo consideraba algo indispensable para formalizar unarelación o, incluso, llegar al matrimonio. Él tenía claro que algún día tendríaque casarse, pero no se preocupaba si lo hacía enamorado o no. Según suapreciación, el amor estaba "sobrevalorado", y suponía un tropiezo para lasmentes evolucionadas como la suya, que consideraban el equilibro y el control de su entorno comoalgo fundamental para la consecución de sus ambiciones. Pero, ¿qué pasaba conBeatriz? ¿Por qué se esforzaba tanto en sacarle en cara que se había casado conArmando? ¿Por qué no perdía oportunidad, para recordarle la mala elección quehabía hecho? ¿Acaso él tenía pensado,después de aquella infructífera cena,seguir insistiendo con otros propósitos, ajenos a los negocios? ¿Acaso tenía lailusión de que Beatriz lo viera con otros ojos, que no fueran los del desprecioy la indiferencia? ¿Qué pensó Daniel cuando Beatriz llegó tan cambiada, no solofísicamente, sino presencialmente? Cuando la vio entrar a la sala de juntas,Daniel se sintió desubicado al principio (como todos); ¿Quién era esa mujer deanteojos y ojos grandes que irrumpía en un momento tan delicado? No la hubierareconocido ni en mil años, de no ser porque abrió la boca y dejó salir aquellavoz temblorosa, aunque menos gangosa que recordaba pertenecía a la mujer fea que esperabantodos. ¿Ella era realmente la misma mujer de la que tantose había burlado? Todo este tiempo le había dado la siguiente respuesta a esapregunta: es la misma mujer, solo que un poco más atrevida e insolente queantes, también más bonita y segura de sí misma. ¡Sin embargo, es como todas lasmujeres, ingenua y sentimental!

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

Armando y yo nos reunimos en mi oficina unos minutos antes de entrar a la sala de juntas. Quería discutir en privado con él el asunto del reemplazo de Lina, como si discutiéramos cualquier asunto personal. ¡Me gustaba hablar con él, pedirle su opinión, porque siempre me brindaba una perspectiva interesante de las cosas, así fueran trivialidades!

Este tema no debería ser complejo de decidir, mucho menos ameritar una sala de juntas, sin embargo, lo era, y no podía dejarse para mañana la solución de este. ¡Cuánto odiaba mezclar mi vida personal con mi vida profesional, pero en este caso era inevitable!

--Es una decisión muy difícil. Me siento muy mal porque, tengo que admitir, es la mejor opción que tenemos en términos de logística, pero no es la mejor éticamente, porque esto va suponer un golpe duro para Sofía. —Dije—

--Bueno, Jenny ya demostró que es bastante torpe en pasarela. No tiene rostro, ni actitudes, mucho menos presencia de modelo. Sin embargo, tal vez si se le da una segunda oportunidad, puede que resulte—Dijo Armando—

--¿Qué otra opción tenemos? ¿Es viable contratar una modelo a estas alturas? –Inquirí—

--Creo que allá a fuera hay varias modelos, de hecho, las más reconocidas, que no fueron convocadas a esta colección, pero que ya habían trabajado con Ecomoda en el pasado. ¡Alguna de ellas serían la mejor opción!—Dijo Armando—Sin embargo, éstas son tan orgullosas que no aceptarían, a menos que se le ofrezca el doble de paga, por modelar en estas circunstancias. —

--¿Adriana Arboleda? –Dije, recordando que su rostro desde hacía dos colecciones ya no se miraba por Ecomoda—

--Sí, podría ser Adriana Arboleda. —Musitó Armando—

--¡Sí, esa sería la mejor opción! ¡Ella tiene gran experiencia en pasarela y seguro no tendrá problema con aprenderse la coreografía y demás! –Dije, entusiasmada al tener una solución al problema. —

--Todavía no hay que dar por hecho que ella está disponible. ¡Por lo general, a modelos como ella le llueven los trabajos! –Dijo Armando—

--Claro, entonces hay que llamarla ahora mismo. ¿Puedes hacerlo tú, mi amor? –Dije--

--¿Quieres que la llame yo? –Inquirió Armando, como si fuera algo extraño mi solicitud. —

--Sí, ¿por qué? ¿Acaso hay algo de malo? –Dije—

--¡No, claro que no!—Dijo Armando, apoyando los codos sobre el escritorio, para alcanzar mis manos que reposaban sobre éste. —

-- Estoy muy orgullosa de ti, mi amor. Manejaste muy bien la situación con Lina, con Hugo, incluso con Daniel. Yo siempre quiero estar ahí para protegerte, pero me doy cuenta de que no me necesitas tanto como yo pienso –Dijo Armando, atravesándome con su mirada toda el alma. —

--Te necesito, Armando, te necesito demasiado. ¡No sabes cuánto! No pienses que porque a veces no te tenga al lado para resolver los problemas de la empresa, entonces no me estás ayudando a manejarlos. ¡Yo puedo estar fuera de tu vista un momento, pero sé que estás a mi lado, apoyándome, y que en cualquier momento puedo contar contigo! –Le dije, mientras le dedicaba una sonrisa—

--Lo que le pasó a Lina me hizo recordar lo que te pasó a ti hace unas semanas. ¡Lo curioso es que en ambas escenas, la molesta presencia de Daniel siempre está ahí! –Dijo Armando-- ¿Qué estaba buscando en el taller? ¡Creo que nunca en la vida entró ahí! --

--¿Hablas en serio, mi amor? ¿Ni siquiera cuando sus padres estaban vivos? –Intenté recordar si alguna vez lo había visto entrar o salir del taller, pero, efectivamente, no tenía ningún recuerdo de tal escena. —

--No, Daniel conoce cada recodo de esta empresa, menos el taller. Conoce las instalaciones, pero no conoce su interior, ni la vida que hay en estas cuatro paredes. Nunca fue parte de esto porque no tiene alma. –Dijo Armando—

Armando últimamente se expresaba de forma extraña, como usando muchas figuras literarias, como si se le hubiera despertado una gran sensibilidad. Me gustaba mucho cuando hablaba así, lo hacía ver más bello, más atractivo de lo que ya era.

--Estás pensando que entró al taller buscando algo o a alguien...--Solté, porque leí en su mirada la sombra de la sospecha. —

--Sí, Beatriz—Su boca se tensionó un poco, así como su mirada—Ese tipo te estaba buscando a ti. —

Yo no podía tomar a la ligera el comentario, como hubiera querido, primero porque yo también había pensado lo mismo cuando lo vi entrando al taller. Cuando se dispuso a levantar el cuerpo de Lina del piso, me acordé de mí misma sin consciencia, con la cabeza nublada por el golpe, tratando de ubicar a quién le pertenecía esa mano que me había rozado la mejilla adolorida. ¡Ah, no tenía lentes, estaba confundida, pero el olor del perfume era inconfundible!

El estallido de Armando ante ese atrevimiento me hizo caer en cuenta que algo muy malo me había pasado, así como algo peor estaba a punto de suceder entre ellos dos.

--Daniel se divierte provocándonos, mi amor. Sabe que conmigo nunca tiene éxito, nunca logra sacarme de mis casillas, pero que, a través de mí, él tiene más probabilidades de tener éxito contigo. –Creí que era mejor no expresar lo que yo creía, para evitar que el asunto se extendiera-- Seguramente estaba desesperado porque le estábamos haciendo perder el tiempo. ¡Ya sabes lo comprometido que tiene el tiempo ese señor! –

--Sí, por esa parte tienes razón. Él sabe que mi debilidad eres tú, Beatriz, por eso siempre me quiere provocar recordándome mi pasado, a su hermana, el fraude, para que a ti no se te olvide que yo también soy ese Armando lleno de defectos.—Dijo Armando, y sonó un poco afligido—

--Todos tenemos defectos, mi amor. Lo importante es que sepamos reconocer cuáles son los peores y luchemos por corregirlos. ¿Acaso yo no tengo miles de defectos? ¡Claro que sí! –Dije—

--¡Puff, muchísimos! ¡El más grande, es que te enamoraste de este mí! –Dijo Armando, echándose a reír. —

--No, haberme enamorado de ti fue lo que me ayudó a corregir algunos de mis defectos—Musité, al tiempo que apretaba sus manos--

--Pienso exactamente lo mismo, Señora Mendoza. –Armando besó el dorso de mis manos, se incorporó de la silla y me besó dulcemente en los labios—

Armando se marchó un momento a su oficina para comunicarse con Adriana Arboleda. Confiaba en que él podría manejar mejor la situación.

Todo estaba claro. Si Adriana aceptaba a última hora modelar para Ecomoda, entonces me libraría de tener que explicarle a Sofía y al resto del cuartel, que Jenny García subiría a la pasarela, por segunda vez.

La sala de juntas no estaba vacía como yo esperaba. Quería sentarme ahí a esperar que Armando terminara la llamada, y que, eventualmente, llegara don Hugo, pero, para mi sorpresa, me encontré con Daniel Valencia, sentado al otro extremo de la mesa, con la mirada puesta en mí.

--¡Ah, disculpe, pensé que usted no estaría presente en esta reunión! –Dije, retrocediendo de forma automática hacia la puerta que hacía unos segundos había corrido para cerrar. —

--Usted no esperaba que yo estuviera del todo aquí, porque se supone que ya me había marchado—Dijo Daniel, con voz monocorde—

--No pudo decirlo mejor, doctor Valencia. ¿Piensa quedarse a la reunión? ¡Va ser muy corta y muy aburrida! –Le advertí—

--Sí, ya sé la tontería que van a discutir. No hace falta ser adivino para saber que van a discutir si toman como suplente a esa mujercita, ¿cómo es que se llama? ¿Jenifer? ¡Bueno, me daría gusto ver cómo los vuelve a poner en ridículo! –Dijo Daniel Valencia—

--Buenos, en este caso también lo pondría en ridículo a usted, porque usted también es accionista de esta empresa—Le recordé--

--Por desgracia, sí lo soy—Musitó Daniel, poniendo su típica cara de aburrimiento. —

Nada de esto tenía sentido. ¿Daniel Valencia en la sala de juntas, solo, esperando qué? ¿Dónde estaba su prisa por marcharse? ¿Por qué ahora parecía tan dispuesto a perder el tiempo en tonterías? ¿Por qué su mirada me ponía tan incómoda?

--Bien, doctor Valencia... Esta es su empresa y usted puede quedarse a opinar, a escuchar lo que aquí se va discutir. Sin embargo, la decisión final la tendré yo, o bueno, Armando. –Dije—

--Ya veo...en estos asuntos sin relevancia Armando tiene la última palabra. Pero, dígame una cosa, doctora Beatriz, ¿En qué otros asuntos Armando tiene la última palabra? –

--No entiendo a qué se refiere, doctor. Armando es mi esposo, es accionista de esta empresa como usted, es el vicepresidente. ¡Claro que su opinión cuenta tanto como la mía! –Dije—

--Si yo pidiera un cargo, una oficina en esta empresa, ¿usted me lo daría? ¿Usted le daría valor a mi opinión, doctora Beatriz? –Inquirió Daniel, volviendo su mirada más pesada—

Nunca había considerado esa idea tan descabellada, de hecho, tan solo de imaginarme a Daniel todos los días en Ecomoda, me recorrió un escalofrío por toda la espalda.

--Usted tiene derecho a usar las instalaciones de Ecomoda, a involucrarse en la rutina diaria de esta empresa; yo no puedo negarle eso, doctor Valencia. Sin embargo, como usted bien sabe, aquí su presencia casi nunca depara en circunstancias positivas. No quiero ofenderlo con esto, pero usted no se ha ganado el afecto de los colaboradores de esta empresa, así como usted no tiene verdadero interés por ellos. —Dije—

--¿Por qué ese afán de sentimentalizar todos los temas? ¿Por qué usted se ha quedado parada al lado de esa puerta y parece que no ha respirado en más de un minuto? –Dijo Daniel, esbozando una sonrisa. —

No estaba dispuesta a responder a esa pregunta.

--Los colaboradores son importantes en toda compañía. Tal vez lo son más como conjunto, que de manera individual, pero para formar un conjunto necesitan sentirse motivados, valorados, remunerados por la cabeza que los dirige. Usted ni siquiera muestra alguna deferencia hacia los ejecutivos, entonces ¿Cómo va pretender trabajar aquí de tiempo completo? –

--Lo dice porque no pierdo oportunidad para molestar a su esposo, ¿cierto? ¡Bueno, Armandito es el único que realmente nunca voy a tolerar, por obvias razones! –Dijo Daniel—

¿Qué pasa con Armando, que no llega? Pensaba, un poco impaciente. ¿Qué pasa que no llega Hugo Lombardi?

--Entonces no hay forma de que usted se haga de una oficina y de un puesto formal en esta empresa. Si usted no está dispuesto a dejar a un lado sus resentimientos y sus diferencias con mi esposo, no puede quedarse. —Le dije—

--Bien, ya veremos qué me dice un abogado al respecto...--Musitó, bajando la mirada--

--No me va intimidar con eso, doctor Valencia. En todo caso, Armando y yo ya hemos discutido el asunto de comprarle sus acciones. –Dije, sin poder ocultar mi molestia ante su amenaza--

--¡Ah, sí! ¡Qué interesante! ¿Ya tienen la plata para comprar mi parte y la de mis hermanas? –La expresión de Daniel se tornó divertida, como si le pareciera un chiste. —

--Sí, estamos en proceso de conseguir el dinero para comprar sus acciones. —

--¡Ah, pero resulta que ya no quiero vender!—Dijo Daniel, haciendo sonar sus palmas de manera intempestiva. —

--¿Qué pasó? ¿Está deslumbrado con el crecimiento que ha tenido Ecomoda en tan poco tiempo? ¿Considera que ahora sí vale la pena conservar sus acciones? ¿Cuánto tiempo le va durar su cargo en el gobierno? ¡Este gobierno se va, y usted tal vez también tenga que irse también! —Dije, esbozando una sonrisa, para ocultar mi impaciencia. –

Por lo general no solía lanzar ese tipo de comentarios, pero esta vez no pude contenerme.

--Resulta que hay muchas cosas que me atan a esta empresa. ¿Quiere saber cuáles son esas cosas? –Dijo, como un niño que espera que los padres lo animen a contar sus aventuras en el colegio. –

Yo me encogí de hombros, demostrando indiferencia.

--No puedo vender porque tengo que consultar esta decisión con Marcela. Le prometí que la esperaría antes de tomar cualquier decisión. También está María Beatriz, que aunque no pare nunca en Colombia, no tiene otra fuente de ingresos más que lo que esta empresa le da por sus acciones. —

--Usted puede vender sus acciones mientras sus hermanas conservan las de ella. –

--Sí, no he terminado de hablar, doctora...Como le decía, por cortesía voy a esperar a reunirme con ellas para tomar una decisión al respecto. Además, como representante de las dos, que están ausentes, no puedo hacer ningún movimiento con mi patrimonio. —Dijo Daniel, al tiempo que se levantaba de su silla.--

"Marcela Valencia pensaba regresar pronto a Colombia", rápidamente mi mente logró resumir de todo aquello.

--Bien, me parece bien que tome en cuenta a sus hermanas... –Logré decir, tratando de concentrarme en otra cosa que no fuera volver a ver a la doctora Marcela. –

--¡Ah, pero no solo eso ha evitado que venda mis acciones! –Daniel se acercó a mí en dos zancadas, de tal manera que ahora lo tenía a un metro de distancia. — Me he quedado para ver su gestión, doctora Pinzón. ¡Sí, porque a pesar de que casi me deja en la quiebra, debo admitir que usted es muy buena creando conceptos! Sigue lineamientos interesantes e innovadores, que me gustaría ver de cerca cómo progresan. ¡Si no fuera por...! –Daniel se quedó pensativo en lo que iba a decir, claramente era algo desagradable. —

--Bien, iré a buscar a Armando...Si me disculpa, doctor Valencia. —Dije, dando la media vuelta para tomar los agarraderos de la puerta y correrla hacia los lados—

--¡No se vaya, doctora...! ¿Tiene miedo de escuchar que ofenda a su esposo? ¡Ah, es que es un desacierto haberse casado con él, algún día me dará la razón!—Dijo Daniel--

--Nunca tendrá la dicha de comprobar eso, se lo puedo asegurar. ¡AHORA, por favor, le pido que me suelte! —El olor de su perfume estaba de nuevo ahí, fuerte, molesto, picante. Su tacto era aún peor. –

--¿Por qué se pone nerviosa, doctora? –Se acercó tanto, que sentí su aliento en mi cara-- ¿tanto miedo lo provoco? ¿Armando la hace feliz? – Dijo, acercando su rostro al mío—

--¡Por favor, suélteme! –Dije, conteniendo el aliento y tratando de soltarme de su brazo de hierro. —

Me empecé a sentir mareada, confusa, con el estómago revuelto. No sabía por qué, pero el perfume de Daniel Valencia me provocaba eso.

 (Narrado desde la perspectiva de Armando)

No, no me gustaban los acercamientos, las miradas, los roces físicos, la insistencia de Daniel para con Beatriz. Esta no era la primera vez que se atrevía a intentar tocarla, no era la primera vez que lo descubría acosándola, molestándola, intimidándola. ¿Qué pretendía con todo esto? ¿Acaso quería que lo sacara a patadas de mi empresa? ¿Quería hacerme quedar en mal delante de todos, como el energúmeno que no quería volver a ser cuando me dejaba llevar por los celos, por la furia? ¿Quería que empeñara mi alma al diablo para pagarle la mitad de sus acciones y, finalmente, liberarnos de su molesta presencia?

La conversación con Adriana se había extendido más de lo pensado. No había sido fácil pedirle aquello, luego de que, de manera espontánea, me había comunicado que se iba de vacaciones a Cancún. Yo siempre tenía el acto de deferencia de preguntarle cómo estaba ella y su familia, hacer una que otra pregunta de rigor, antes de entrar al motivo de la llamada.

Ella sabía que mi llamada no podía ser motivada por la cortesía, así que, cuando decidí cortarla sin exponer la propuesta, ella me exigió que le revelara lo que quería decirle.

--Ay, Armando, de verdad están en aprietos ¿no? ¡Jum! ¡Qué mal la debe estar pasando Huguito! –Replicó ella—

--No te imaginas cuánto. Pero bueno, pensé en ti porque, ya sabes, nadie mejor que tú para cumplir con una misión un tanto complicada. Sin embargo, claro que tenía en cuenta que podías estar ocupada en otros proyectos, como, efectivamente, lo estás—Dije—

--¡Jum! Estas vacaciones surgieron de un momento a otro. ¡A mi esposo de pronto le da por salir de viaje y no hay quien lo pare! Sin embargo, déjame hablar con él. Me dices que la colección es el sábado que viene ¿cierto? ¡Bueno, justo mi vuelo sale la madrugada del sábado, así que alcanzo a apoyarte con el lanzamiento y luego me voy volando para el aeropuerto! –Dijo Adriana, animada, como si fuera toda una aventura. –

-- ¿Estás seguro de que no hay problema con tu esposo? ¡No quisiera meterte en problemas con él! –Le dije, un poco apenado. —

--No, ya me ha tocado hacer ese tipo de cosas. Cumplir con un compromiso en un lugar y después amanecer en otro, a miles de kilómetros ¡Estoy acostumbrada! –Dijo Adriana—

La conversación con Adriana había durado el tiempo suficiente como para que Daniel osase respirarle en la cara a Beatriz. ¡Mis sospechas se confirmaron! ¡Daniel estaba encaprichado con Beatriz, estaba encaprichado con hacerme la vida imposible! ¡Quería que yo lo agarrara a golpes, como hacía muchos años tenía ganas de hacer!

Cuando entré a la sala de juntas y vi esa escena de Daniel teniendo asida de los dos brazos a Beatriz, con su ridícula y aburrida cara hablándole al oído, juro que sentí que me volvía una bomba a punto de explotar.

Beatriz parecía estar a punto de decir algo, parecía que la estaba pasando muy mal, porque su rostro lucía pálido, como si sufriera de algún dolor. Me vio y lo primero que hizo fue llevarse la mano a la boca, como si quisiera evitar que de ella saliera algo.

--¡Suéltela, estúpido! ¡Suelte a mi mujer, imbécil! –Vociferé, corriendo hacia Beatriz, que parecía no apta para luchar por liberarse. —

Beatriz se impulsó hacia adelante, dio dos arcadas como si fuera a vomitar y después, salió corriendo despavorida, sin decir una palabra. 

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