La reina de las espinas

By JoanaMarcus

5.7M 699K 3.3M

Vampiros. Esa palabra tan conocida... con un significado tan misterioso. Vee odia a los vampiros. Los odia. T... More

INTRODUCCIÓN
1 - 'Braemar'
3 - 'Las leyendas de Braemar'
4 - 'La protegida'
5 - 'Las murallas grises'
6 - 'El mirabragas'
7 - 'Los papelitos voladores'
8 - 'El misterio de Addy'
9 - 'El pasillo secreto'
10 - 'El crío de Vee'
11 - 'Las noches son muy largas'
12 - 'Deseos ocultos'
13 - 'Las alianzas'
14 - 'Las descendientes de Magi'
15 - 'Las tres investigadoras'
16 - 'Reencuentros del pasado'
17 - 'Los dos justicieros'
18 - 'El deseo prohibido'
19 - 'La puerta final' (Parte uno)
19 - 'La puerta final' (Parte dos)
Epílogo

2 - 'El alcalde'

313K 33.1K 171K
By JoanaMarcus

Mini-maratón 1/2

CAPÍTULO 2 - EL ALCALDE

—¿Todo esto es para mí?

Addy asiente felizmente y se sube a mi cama, quedándose ahí sentada para mirarme mejor.

La habitación en sí es... espaciosa. Sí, esa es la primera palabra que me viene a la mente. Es rectangular, con una pared en la que hay un ventanal bastante grande con cortinas de color crema, bajo la cual está la cama doble y blanca, al lado hay un armario —también blanco—, en la otra pared hay un escritorio de madera clara con su respectiva silla, una lamparita... y al lado una estantería con libros de todo tipo. Ah, y una plantita junto a la puerta. Supongo que la puerta del otro lado será para ir al cuarto de baño.

Pero lo primero que veo es lo que señala Addy, entusiasmada.

—¡He decorado la habitación esta mañana! —me dice felizmente.

En la pared que hay encima del escritorio hay un montón de dibujos hechos por ella en los que hay una niña y una chica jugando juntas a un montón de cosas distintas. En todos ellos hay al menos un ¡bienvenida! escrito a mano con diferentes colores y decorado de diferentes formas.

Madre mía, no me esperaba este recibimiento tan... cariñoso. Ni siquiera sé cómo reaccionar.

—Es precioso, Addy —le aseguro con toda mi sinceridad, acercándome para verlos de cerca—. Me encantan, los dejaré aquí colgados.

Addy deja de intentar rebotar sobre mi cama y me mira, pasmada.

—¿En serio? ¿Los dejarás?

—Pues claro que sí. ¿Por qué no iba a hacerlo?

—A la última chica le hice uno y lo quitó.

Al ver su cara de de desilusión, no puedo evitar apretar los labios.

—Bueno, yo no soy esa chica —concluyo, colocando las manos en las caderas—. ¿Te apetece ayudarme a colocar todo esto?

—¡Siiiiiií!

Un rato más tarde, Addy me pasa ropa de la maleta para que yo la meta en el armario. Está claro que, a cada cosa que saca, le hace una revisión y me pregunta mil cosas al respecto. Especialmente con las pocas fotos que traigo, que son dos con mis padres, una con mis abuelos y otra con mi novio.

—Tu madre es muy guapa —me dice, señalando el marco de fotos.

Sonrío y me agacho a su lado para mirar la foto. Es de hace dos años, cuando me gradué del instituto. Voy con el atuendo de graduada oficial. Mi madre sonríe, emocionada. Y mi padre tiene un brazo a mi alrededor, muy orgulloso. Es mi foto favorita.

—Fui la mejor calificada de mi clase —le digo a Addy, sonriendo—. Y eso que filosofía no me gustaba mucho, pensé que suspendería por esa asignatura.

—A mí me gustaría ser lista —me asegura.

—Tú eres lista, Addy.

—Apenas me conoces. Además... nunca saco buenas notas.

—Tú eres muy lista, eso es obvio, pero ser lista no lo es todo. También tienes que esforzarte. Así es como se sacan buenas notas.

Addy asiente y deja el marco otra vez sobre la mesa. Su interés aumenta dramáticamente cuando recoge la foto que tengo con Trev.

Cuando se gira hacia mí, lo hace con una sonrisita perversa.

—¿Es tu noviooooo?

—Sí —le digo, divertida—. Trevor. Es guapo, ¿eh?

—Mhm... no sé. Es un poco viejo.

Bueno, me imagino que un chico de veinticuatro años para una niña de nueve es un poco viejo, sí.

Trev y yo quedamos bastante bien en esa foto. Es de hace un año, poco después de que empezáramos a salir juntos. Estamos en casa de unos amigos, en el sofá. Yo tengo una copa de alcohol en la mano y estoy sentada sobre su regazo, riendo a carcajadas. Trev me rodea con un brazo y tiene el otro apoyado en el respaldo del sofá. Le saca la lengua a la cámara.

Trevor es bastante guapo, sí. Aunque tengo que admitir al principio no me gustó. Era, de alguna forma, demasiado desgarbado. Camisetas viejas, pantalones desgastados, pelo castaño clarito más largo de lo que me gustaría y barba corta, de esas que te dan un aura de perezoso que pasa de afeitársela.

No, al principio no me gustó. Me gustó después, cuando empezamos a conocernos, que supongo que es lo importante.

—Llevamos un año juntos —le explico a Addy, ya que ese tema parece interesarle mucho.

—¿Cómo lo conociste? ¿Fue como en las películas románticas?

—Mhm... no fue muy romántico. Fue en una fiesta. Él iba borrach... eh... contento y se tropezó conmigo. Me tiró encima una copa entera. Luego me ayudó a limpiarla y... bueno, empezamos a conocernos. Y hasta hoy.

—No es muy romántico —confirma con una mueca.

—La vida no siempre es romántica.

—¡Pero a mí me encantan los cuentos de romance! Son taaaaan bonitos. Me encanta escucharlos antes de irme a dormir.

—¿Sí? Quizá tenga que contarte alguno, entonces.

—¡Siiií! Eso sería genial.

Y así me paso lo que queda de día con Addy, que me enseña toda la casa, cosa que... bueno, nos lleva un buen rato.

Para empezar, hay mil habitaciones. Bueno, seguramente hay menos, pero parecen mil. Cada vez que creo que conozco el camino hacia una de ellas, Addy me lleva por el contrario. Y no dejamos de cruzarnos con Albert, que nos dedica miradas desdeñosas, murmura un hmmm... muy indignado y se va de cualquier sitio en el que esté con tal de no tener que vernos. Por otro lado, no he vuelto a ver a Foster, aunque sí que lo he escuchado varias veces hablando por teléfono en su despacho.

A quien sí he conocido es a Amelia, el ama de llaves, una mujer bastante bajita, robusta, con aspecto de bondad absoluta, que me ha regalado un pastelito recién hecho para darme la bienvenida a casa.

No sé en qué momento se ha hecho de noche, pero de pronto me doy cuenta de que pronto será hora de cenar, y de que mi jefe tiene esa cena importante a la que nosotras no deberíamos asistir. Miro a Addy, que está a mi lado dibujando con sus rotuladores, y al final opto por ir a darle un baño. Es decir, ella puede hacerlo sola perfectamente, pero quiere que la acompañe para seguir parloteando. Tardamos más de lo previsto, pero quizá es porque ella se ha pasado el rato jugando con la espuma y con un patito de goma que tiene junto a la bañera.

Justo cuando la ayudo a ponerse el pijama, escuchamos el timbre y Addy da un respingo.

—Son los amigos de papá —me dice—. No quiere que vaya con ellos.

—No te preocupes, nosotras cenaremos en la cocina.

—¡Sí, juntas! —y se abraza a mi cintura, entusiasmada.

Me da la sensación de que esta niña ha estado mucho más sola de lo que debería estarlo cualquier niño.

Como Amelia está muy ocupada con la otra cena, nos ha dejado la nuestra preparada, que nos comemos rápidamente. Addy ya bosteza. Friego los platos yo misma, viendo lo ocupada que está la pobre Amelia, y subo las escaleras con Addy teniendo cuidado de evitar el comedor, donde se oyen voces mezclándose.

Suenan a discusión. Prefiero no saber nada.

La habitación de Addy está junto a la mía para que, si necesita algo, pueda venir a buscarme enseguida. Es la habitación soñada por cualquier niña: blanca, con decoración de estrellas, unicornios y demás, con estanterías llenas de cuentos, un rincón para dibujar, otro para una caja enorme llena de muñecas y juguetes... sí, está muy bien.

Ella se sube a su cama y deja que le coloque el edredón por encima. Tiene una pequeña sonrisita satisfecha cuando me siento a su lado.

—Bueno... me has dicho que querías un cuento, ¿no es así?

Asiente y saca un brazo de debajo del edredón para señalar la estantería.

—Ahí hay un montón.

—¿Cuál es tu favorito?

—No sé, hay tantos... mhm...

Lo piensa unos instantes antes de que su mirada se ilumine.

—¡El de La reina de las espinas!

Me pongo de pie y me acerco a la estantería, buscando con la mirada, pero no hay ninguno con ese título.

—Está en el libro viejo del rincón —añade Addy.

Recojo el que me dice. Leyendas de Braemar. Enarco una ceja hacia Addy.

—Esto no son cuentos.

—¿Y qué? Son historias.

—Bueno... como quieras.

Me siento a su lado, a la luz de la lamparita rosa, y abro el libro de leyendas de Braemar. Hay unas veinte, en total. La que quiere Addy es la tercera.

El lugar perdido, Hijos de la oscuridad, La cacería del ocaso, Una ciudad marcada... esto no suena muy infantil, Addy.

—¡Pero a mí me gusta! El que te digo es el número diez.

—Vamos a ver... —empiezo, aclarándome la garganta—. Ven, lector, siéntate a mi lado, voy a contarte una historia de un no muy lejano pasado. Más allá de las rosas y las dalias, de los cerezos y las encinas... más allá de todo ello... nació la reina de las espinas.

Hago una pausa, mirando de reojo a Addy. Ella gesticula cada palabra con los labios. Se lo sabe de memoria.

Hubo una vez una chica que amaba cantar, bailar y pasear —sigo leyendo— y a la que su madre adoraba acompañar y coronas de flores colocar. Podríamos intentar hacer una corona de flores algún día, ¿no crees?

—¡Siiií! ¡Eso sería perfecto!

Su padre viajaba mucho, pero ella sentada en su ventana lo esperaba y, al llegar, él siempre una rosa le regalaba.

—Una vez le pedí a papá que me regalara una rosa y se le olvidó —ella puso una mueca.

La chica amaba las rosas, las atesoraba todas. En sus ropas las bordaba, rojas, hermosas. Sus amigos empezaron a bromear llamándola Reina de las flores y ella les sonreía, alegre, sintiendo que la llenaban de cumplidos y honores. ¿Por eso te gustan tanto las flores?

Addy asiente fervientemente. Casi toda la ropa que he visto en ella, tenía alguna flor bordada.

—Lo que sigue es un poco triste —añade, torciendo el gesto.

—Entonces, lo dejaremos para otro día.

—¡Pero ella todavía no ha conocido al amor de su vida, ni al malvado brujo!

—Addy, el cuento seguirá aquí mañana, y hace media hora que no dejas de bostezar. Mañana lo terminaremos, ¿vale?

—Vaaaale... —suspira—. Pero que conste que es real, no una leyenda. Yo lo sé.

—¿Y cómo lo sabes?

Enrojece al instante en que se da cuenta de que no tiene respuesta.

—No sé, pero yo me lo creo. Todos los cuentos y leyendas tienen algo de realidad, ¿no? Al menos, eso dice papá.

Sonrío y le coloco la manta de nuevo antes de apagar la luz. Finalmente, le deseo las buenas noches antes de salir de su habitación y cerrar la puerta.

Por un momento, la opción de irme a la cama parece muy tentadora, pero después me acuerdo de la pobre Amelia, que está lidiando sola con todos esos señores, y me apresuro a bajar las escaleras para ir a ayudarla. Las voces del comedor se oyen ahora más fuertes.

Efectivamente, me la encuentro en la cocina. Está apresurándose a sacar una gran bandeja del horno. La deja en la encimera y suelta una palabrota cuando, sin querer, roza su brazo con ella, quemándose un poco.

—¿Necesitas ayuda? —pregunto, acercándome.

—Oh, eres un encanto —me da la sensación de que está a punto de echarse a llorar por ver un poco de colaboración—. ¿Te importaría llevarles esto? Todavía tengo que terminar el postre.

—Sin problemas.

Recojo dos trapos para sujetar la bandeja y salgo de la cocina empujando la puerta con la espalda. Pesa más de lo que parece, y la bandeja está a punto de resbalárseme de las manos varias veces, pero por suerte consigue llegar con vida a la puerta del comedor, donde me doy cuenta de un pequeño detalle.

¿Cómo demonios abro una puerta de pomo redondo sin manos disponibles?

Hago un torpe intento con el codo, pero no sirve de nada. Cuando estoy a punto de volver a hacerlo, la puerta se abre y la cara de Foster aparece como si de un milagro se tratara.

—Oh, Vee, me había parecido oír algo —me dice, algo sorprendido—. Pasa, deja eso ahí, por favor.

Asiento y, en cuanto pongo un pie en la sala, me doy cuenta de un escalofriante detalle:

Todo el mundo se ha callado.

En serio, todo el mundo.

Incomodidad aumentando.

Echo una mirada a mi alrededor, algo nerviosa, y veo que hay cuatro hombres y dos mujeres, todos con aspecto similar al del señor Foster, sentados en la alargada mesa de madera y cristal del comedor. Y todos me miran fijamente, como si de una aparición fantasmal se tratara.

Foster es el único que reacciona y aparta unas cuantas cosas de la mesa para que pueda dejar la bandeja en ella.

—Gracias, Vee —me sonríe—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres quedarte y comer algo?

Prefiero la muerte.

Como todo el mundo sigue mirándome fijamente, me apresuro a negar con la cabeza.

—No, gracias.

Dejo la bandeja ahí, con las manos algo temblorosas por la presión social a la que estoy siendo sometida, y es en ese momento que lo siento.

Es difícil de explicar, pero es como si mi cuerpo entero activara todas las alertas al mismo tiempo... de una forma que no termino de entender.

Giro la cabeza automáticamente hacia el final de la mesa, donde mi mirada se clava irremediablemente en la silla vacía que hay. La única silla vacía a parte de la de Foster. Se me ha secado la garganta, así que trago saliva dificultosamente y vuelvo a centrarme en lo que hago.

Sin embargo, apenas han pasado dos segundos cuando Foster pregunta:

—¿Dónde está Ramson?

El silencio se extiende otra vez por la mesa mientras sus integrantes intercambian miradas.

—Habría sido raro que se quedara todo el rato con nosotros —comenta una de las mujeres con cierta sorna, a lo que algunas pocas risas la acompañan.

—Estará hablando con tu tío-abuelo, Foster. Solo se entienden entre ellos.

—Bueno... ya volverá —Foster vuelve a mirarme—. ¿Estás segura de que no quieres nada, Vee?

—No, gracias. Me iré a dormir, si no te importa.

Él asiente con la cabeza y me acompaña a la puerta. Los demás por fin han reanudado su conversación, olvidándose de mi presencia. Foster me abre la puerta y me la mantiene así para que pase, a lo que le dedico una pequeña sonrisa educada antes de dejarlo solo con sus amigos, o compañeros, o lo que demonios sean.

Madre mía, hacía tiempo que no me sentía tan tensa.

Pienso en ir a la cama, pero el móvil me suena dentro del bolsillo y suelto un suspiro de alivio. Ya sé quién es y ni siquiera he mirado.

—Hola —le digo a Trev nada más descolgar, yendo a la puerta del jardín trasero.

Lo último que necesito es un vampiro chismoso escuchando mis conversaciones.

—¿Cómo estás? —me pregunta él directamente, y suelta un suspiro—. Apenas llevas unos días fuera y ya te echo de menos.

—Y yo a ti —le aseguro.

Aunque... bueno, no es del todo cierto. Más que nada porque Trevor y yo no tenemos una relación de esas de estar todo el día pegados el uno al otro, ¿sabes? Somos más de... cada uno va a lo suyo y luego nos vemos en casa, vemos una película juntos, pedimos una pizza, bebemos una cerveza... y luego, si no estamos muy cansados, echamos un polvo. Depende del día.

Muy romántico todo.

No era así al principio, claro. Al principio, éramos bastante más cariñosos el uno con el otro. Tampoco es que nos pasáramos el día haciéndolo como conejos en celo, pero sí que es verdad que siempre buscábamos tiempo para pasarlo juntos. A veces no puedo evitar preguntarme cuánto tiempo pasaríamos los dos solos si no viviéramos juntos. Probablemente muy poco.

Pero sí, lo echo de menos. Trev es de esas personas a las que, si les dices que has matado a alguien, te ayudan a enterrar el cadáver sin preguntas. Me gustaría que estuviera aquí o que, al menos, pudiera contarle la verdad de qué hago en esta ciudad, pero... no creo que me creyera. Ni siquiera yo me lo creería si no fuera porque lo he sabido durante mucho tiempo, de alguna forma.

Salgo al jardín trasero y cierro a mi espalda, bajando unos peldaños del porche para sentarme en los escalones. Hace frío, pero no pasa nada. Solo será un momento.

—¿Cómo es la niña que cuidarás? —pregunta Trev al otro lado de la línea—. ¿Simpática, repelente...?

—Es un encanto, te lo aseguro. Me ha hecho unos dibujos para darme la bienvenida. La pobre parecía muy entusiasmada, creo que ha pasado mucho tiempo sola.

—Bueno, tú siempre has tenido debilidad por la gente desamparada y solitaria.

—Eso no es verdad —frunzo el ceño.

—Vee, hace un año que estamos juntos y te conozco bastante —me recuerda—, sabes que es verdad.

—Bueno, pero no hace falta que lo digas así.

—Déjalo —me dice, divertido—. ¿Y tú jefe? ¿Cómo es?

Como una galletita que quiero mojar en leche y comerme.

Por Dios, conciencia.

Perdón.

—Es muy simpático, también —digo, sin querer entrar en muchos detalles—. Y la casa es enorme, Trev. Deberías verla. Cada habitación es del tamaño de nuestro piso entero.

—Róbales algún cuadro o algo para cuando vuelvas.

—¡Trev!

—¡Seguro que podremos pagar el alquiler de un año!

—No soy una ladrona.

—Vaaaale, aburrida —pero por su tono sé que está sonriendo—. ¿Ya has visitado la ciudad?

—Solo con el coche. Es... un poco extraña. Sombría, incluso. Pero de alguna forma... no lo sé. Me siento bien aquí.

—Eso es genial. Así los dos meses no se te antojarán tan largos.

—Ojalá pudieras venir a verme. Te encantaría esto.

—Mi jefe no me deja cogerme días libres, ya se lo pregunté. Quería darte una sorpresa, pero... bueno, supongo que no podrá ser.

—No pasa nada. Son solo dos meses.

—Siempre podemos hacer videollamadas guarras. Tú me preguntas qué llevo puesto, yo me pongo mis bóxers de Superman para parecerte aún más sexy... ¿qué me dices?

—Te digo que debería haber quemado esos boxers en cuanto nos mudamos juntos.

—Mala suerte, ahí siguen. Y pienso usarlos para cuando vuelvas.

—Trev, los odio.

—Pues tendrás que quitármelos. Qué pena, ¿eh?

Sonrío y sacudo la cabeza.

—Oye, tengo que colgar. Estoy agotada y quiero estrenar mi nueva cama.

—Vale, Vee. Descansa bien. Te llamaré mañana.

—Buenas noches.

Cuelgo el teléfono y me quedo mirando el gigantesco jardín trasero de los Ainsworth, pensativa. A veces, me da la sensación de que Trevor y yo nos gustamos más cuando nos echamos de menos que cuando nos tenemos el uno al otro. No lo entiendo.

Y entonces, durante un instante, me quedo en blanco porque me ha parecido ver un movimiento extraño por la zona de los arbustos del jardín, pero ha desaparecido tan rápido que es imposible que fuera real.

Pero mi instinto suicida ataca de nuevo, haciendo que me ponga de pie y me acerque a los arbustos, curiosa y aterrada a partes iguales.

Igual es el perro de Albert, ¿no? Puede que tenga sed, o hambre, o algo así. Alguien debería ocuparse de él, y parece que soy la única por aquí.

Sigilosa y temerosa, me acerco al arbusto y, con la punta de la zapatilla, lo aparto un poco para mirar detrás, pero... no hay nada. Absolutamente nada. Miro a mi alrededor, confusa. Nada. Bueno... creo que eso de ahí es barro, así que puede que el perro sí haya venido. Quizá lo he espantado porque no me conoce.

Así me doy la vuelta para entrar en la casa otra vez.

Y es ahí cuando tengo que pararme en seco para no chocar de lleno con algo. O con alguien, más bien.

—Vaya, perdón, yo...

Ojalá pudiera decir que he sido capaz de terminar la frase, pero... no, queridos míos, no.

Solo le he visto el pecho, que es lo que queda a la altura de mi cabeza, y ya siento que todas las alertas de mi cuerpo se disparan a la vez, no sé si para bien o para mal.

Yo diría que para bien.

Yo diría que para mal.

Levanto la cabeza automáticamente, como de una sacudida, y me arrepiento casi al instante en que, lo único que puedo ver, son dos ojos grises tan claros que, de serlo solo un poco más, podrían confundirse con el blanco de los ojos. Pero eso no es lo que intimida, no. Lo que me intimida es la forma en que me está mirando fijamente, sin siquiera parpadear.

Doy dos pasos atrás automáticamente y casi me mato al chocar mi pierna contra el arbusto y estar a punto de caerme de culo. Por suerte, consigo mantenerme de pie y mirarlo.

Hora de recuperar la compostura.

Me pongo firme, casi como si fuera a encarar a un soldado, y miro fijamente al chico que tengo delante, intentando pasar por alto el hecho de que sus ojos sigan clavados sobre mí como dos dagas gélidas. Porque sí, lo juro, puedo sentir qué punto está mirando fijamente, casi como si me presionara la piel.

Como te mire el cuello, sal corriendo.

—Perdona, no te había visto —murmuro, y me doy cuenta de que ya me he disculpado dos veces en una triste conversación de dos frases.

Pero, claro, él no me responde.

Solo me sigue mirando fijamente, y no entiendo su expresión. No sé si está cabreado, la verdad. Quizá sí. ¿Le he pisado sin querer? Puede ser.

Me fijo mejor en él, aprovechando el breve momento. Es de complexión esbelta, tirando a delgado, con la piel un poco más bronceada que yo —aunque no es muy difícil, seamos sinceros— y va vestido de forma bastante casual, con un jersey oscuro, unos pantalones negros y unos zapatos del mismo color.

Aún así, de alguna forma, en él parece sumamente formal y elegante. Y eso que soy consciente de que, en cualquier otra persona, me parecería una elección de ropa cualquiera. Pero no en él.

Vale, toca mirarle la cara, que es lo que no me he atrevido a hacer hasta ahora.

Trago saliva de una forma vergonzosamente ruidosa y levanto la cabeza para mirarlo a la cara. Ni siquiera me molesto en fingir que me siento segura de mí misma, dudo que nadie se lo creyera, la verdad. Ni siquiera yo.

Y... ahí están esos dos ojos gélidos clavados sobre mí. Tiene el pelo oscuro, corto. El resto de su cara es... difícil de definir. Es obvio que es atractivo, tiene los rasgos duros, marcados, la mandíbula dura y la nariz recta, pero, aunque sea atractivo... intimida. Siento que el instinto natural de cualquier persona no sería acercarse, sería salir corriendo.

Quizá es... por la falta de humanidad en sus gestos, en su forma de moverse. Con otros vampiros es difícil saberlo, pero está claro que él lo es. Es como si hubiera estado apartado de los humanos demasiado tiempo y ya no supiera fingir ser uno. O, más bien, como si ya no quisiera molestarse en hacerlo.

Y, a pesar de todo, siento que lo primero que quiere mi cuerpo es dar un paso hacia él y alargar la mano hasta tocarlo.

Me sujeto la muñeca, casi como para contenerme a mí misma, y su mirada se clava en ella. Vale, no pierde detalle.

El corazón se me ha acelerado y de repente siento que me falta el aire, aunque no en el mal sentido. Es... extraño. Todo esto es extraño. Siento con él lo mismo que he sentido esta mañana, al ver la ciudad por primera vez. Miedo, incertidumbre... y, de alguna extraña forma, magnetismo.

Vale, necesito llenar este silencio como sea.

—Soy la nueva niñera de Addy —digo con voz tan atropellada que siento vergüenza por mí misma—. Me llamo...

—Se quién eres.

Dios, su voz va perfecta con su cuerpo. Me evoca exactamente el mismo tipo de sentimientos que el resto de él.

Para mi sorpresa, me mira fijamente durante unos segundos, casi... ¿enfadado, quizá? Y acto seguido pasa por mi lado, se mete los pulgares en los bolsillos y se queda mirando el jardín trasero con una mirada mucho menos intensa. Tiene los labios apretados.

Y también tiene un muy buen culo.

Levanto la mirada cuando me doy cuenta de en qué estoy centrando la atención —menos mal que no se ha dado cuenta o me habría muerto— y la clavo en su nuca. Él ni siquiera se inmuta pero, de alguna forma, sé que la puede sentir. Solo está fingiendo que la ignora, como he hecho yo antes.

El silencio se extiende y, aunque sé que con otra persona ya me habría marchado, ahora mismo soy incapaz de moverme. Es como si un imán enorme me estuviera atrayendo hacia él cada vez que me despisto un poco. Soy incapaz de volver a dar un paso en dirección contraria.

Parece que ha pasado una eternidad cuando él rebaja el tono hasta casi un susurro y, por fin, vuelve a hablar.

—¿Qué haces aquí?

La pregunta me pilla un poco desprevenida.

—Yo... te lo he dicho, he venido a por...

—No, no has venido a cuidar a una niña.

Me sorprende el tono brusco con lo que lo dice. Se da la vuelta hacia mí y me mira fijamente otra vez, lo que hace que mi capacidad para pensar se reduzca dramáticamente.

—No soy Foster —añade, y su tono vuelve a ser gélido, al igual que su mirada—. No intentes mentirme, porque no te voy a creer.

De alguna forma, en medio del caos que es mi cuerpo ahora mismo, consigo sacar un poco de mal humor.

—¿Estás sordo o qué? Te lo estoy diciendo.

—Y te he oído a la primera.

—Entonces, ¿qué problema tienes?

—Que no me lo creo, ese es el problema.

Tiene un acento extraño, como si marcara mucho ciertas letras al hablar. Me pregunto de dónde será realmente.

Y, muy a mi pesar, un escalofrío me recorre la espina dorsal de arriba a abajo cuando me lo imagino pronunciando mi nombre.

Vuelvo a centrarme cuando me doy cuenta de que su expresión iracunda ha aumentado con mi silencio, como si le molestara.

—¿Por qué no? —consigo preguntar.

—¿Una chica que no ha venido nunca, que aparece de la nada sin haber tenido ningún pariente aquí, que conoce la ciudad y que mágicamente sabe que alguien busca a una niñera para su hija? Apostaría lo que fuera a que ni siquiera tu currículum es verdadero. Así que te lo repito: yo no soy Foster, no me voy a tragar una mentira cualquiera. Y estás en mi ciudad, así que no vuelvas a intentar engañarme.

¿En su ciudad? Espera, ¿este es Ramson, el alcalde, el dueño de la casa que he estado mirando todo el día sin saber muy bien por qué?

Me aclaro la garganta, incómoda, y bajo la mirada a su pecho. No puedo concentrarme si lo miro a la cara.

—No puedo decírtelo —confieso por fin.

—Entonces, no puedo dejar que te quedes.

—Si quisieras echarme, ya lo habrías hecho.

—Sigo pudiendo hacerlo.

—Y sigues sin hacerlo.

Por primera vez desde que ha aparecido, me da la sensación de que soy yo quien está al mando de la conversación. Una satisfacción extraña me inunda el pecho cuando veo que él entrecierra un poco los ojos, desconcertado.

—¿Cómo descubriste que existíamos?

De alguna forma, sé que es inútil mentir, así que ni siquiera lo intento.

—Siempre lo he sabido.

De nuevo, esa expresión extraña. Ramson baja la mirada un momento y me doy cuenta de que es la primera vez que la ha apartado él y no yo.

Durante un breve y precioso momento, me hace creer que soy yo quien tiene el control de la conversación, pero cuando levanta la mirada y vuelve a clavarla en mí, me doy cuenta de que en ningún momento será así.

—¿Quién te pidió que vinieras?

—Yo... no lo sé.

—No me mientas.

—¡No te estoy mintiendo! Fue una carta anónima.

—Dámela.

—La quemé. Era lo que ponía.

Ramson cierra los ojos un momento, impacientándose, antes de volver a mirarme.

—¿Qué quería quien te envió la carta?

Ah, no. Eso no.

—No te lo puedo decir.

—Sí que puedes —da un paso hacia mí—. Y lo harás.

Mierda, ¿dónde ha quedado mi voz?

Creo que en el subsuelo.

Cuando ha dado un paso hacia mí he sentido que me volvía pequeñita al instante, pero ahora que lo tengo plantado justo delante y tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo, me da la sensación de que soy yo quien se caerá al subsuelo del desmayo.

Y, de alguna forma, me encuentro a mí misma diciéndole la verdad sin poder evitarlo.

—Es por la chica —murmuro.

Él enarca ligeramente una ceja.

—¿Qué chica?

—La chica desaparecida.

Casi al instante en que oye esas palabras, veo que su expresión se vuelve muchísimo más tensa de lo que lo ha estado hasta ahora, cosa que hace que me quiera ir corriendo, aunque sigo sin moverme de mi lugar.

—Aléjate de todo eso —me advierte.

—¿De... todo eso?

—De esa chica. No es problema tuyo. Ni la ciudad, ni la chica, ni nadie. Ocúpate de cuidar de Addy, que es por lo que te dejaremos quedarte estos meses, y olvídate de todo lo demás.

—No puedo simplemente olvidarme de eso —frunzo el ceño—. Me pagaron para que...

—Así que es eso, ¿no? ¿Por el dinero?

—No es por el dinero —eso me ha ofendido muchísimo más de lo que debería—. Es por la chica.

—Ni siquiera sabes quién es.

—¿Y qué? ¿Es que a ti no te importa que haya una chica desaparecida en tu ciudad? ¿Y si muere? ¿Y si pasa lo mismo con otras? ¿No puedes pensar un momento en sus padres, en sus familias, en sus amigos...? ¿Y si fuera tu hija, o tu esposa? ¿No te gustaría que alguien intentara encontrarla si desapareciera?

Hay un instante de silencio en el que me doy cuenta de que esta vez he sido yo quien me he acercado a él mientras hablaba y ni siquiera me he dado cuenta. Las puntas de nuestros zapatos casi se están tocando, pero él no se ha movido. Solo me mira fijamente con una expresión que no sé muy bien cómo interpretar.

Igual me estoy arriesgando demasiado. Después de todo, no hay que olvidar que puede echarme de aquí si le apetece.

—No molestaré a nadie —añado en un tono más conciliador—. Solo quiero encontrarla.

—¿Y qué pasará si en estos meses no consigues encontrarla? ¿De qué te habrá servido?

—De nada, pero al menos lo habré intentado.

—Haberlo intentado no sirve de nada. Solo para perder el tiempo.

—Sirve para saber que no me rendí sin siquiera intentarlo —aprieto un poco los labios antes de seguir, molesta—. Es lo mínimo que puedo hacer.

Ramson sigue mirándome fijamente aunque, de nuevo, no sé decir qué le pasa por la cabeza. Es difícil de saber. Quizá si fuera un poco más expresivo... pero sus cambios de expresión son casi imperceptibles. Es demasiado... inhumano, de alguna forma.

Y, mientras lo pienso, me doy cuenta de que ninguno ha dicho nada por unos cuantos segundos, y de que ambos seguimos mirándonos fijamente. No estoy segura de si debería estar incómoda, pero... no lo estoy. Estoy más bien acalorada.

Y eso que estamos fuera, en la intemperie, a menos de cinco grados. Pero aún así siento la necesidad de abanicarme con una mano. Quizá lo haría si pudiera moverme, porque ahora mismo todos mis músculos están tensos, paralizados, como si mi cuerpo entero esperara a que alguno de los dos hiciera un movimiento.

Justo cuando pienso que él lo hará, Ramson aparta la mirada y la clava en un punto cualquiera por encima de mi cabeza.

—Entra en casa, Genevieve —me ordena sin mirarme.

Pero ahora mismo no puedo moverme. Dios, mi nombre suena perfecto en sus labios. No lo pronuncia bien, o al menos no todo lo bien que debería. Lo pronuncia marcando mucho más de lo necesario las vocales, pero aún así me parece muchísimo más perfecto que las otras veces que he escuchado mi propio nombre y me encuentro a mí misma con ganas de que vuelva a...

—Ahora —espeta.

Doy un respingo y me apresuro a entrar en casa de nuevo, dejándolo solo en el jardín trasero. Me doy a vuelta en el último momento para mirarlo, pero él me da la espalda, así que no puedo ver la expresión que tiene.

Subo las escaleras casi como si todo el cuerpo me pesara el triple que hace unos minutos. De hecho, es como si hubiera tensado todos los músculos durante mucho tiempo y ahora mismo los hubiera relajado todos a la vez, así que estoy agotada. Entro en mi habitación tras asegurarme de que Addy sigue durmiendo, me pongo el pijama, que es una camisa y unos pantalones grises, y me meto en la enorme cama, sintiéndome muy extraña conmigo misma.

Tardo casi una hora en conseguir dormirme. Y no lo consigo hasta que escucho que los invitados se marchan. No sé por qué, pero una leve sensación de decepción se instala en mi pecho.

***

Addy me despierta a la mañana siguiente tirándose sobre mi cama, entusiasmada. Si fuera otra persona, ya la habría asesinado a sangre fría.

Pero como es ella se lo perdonamos.

—¡Podemos hacer tortitas para desayunar! —me dice felizmente, sentada sobre mí por encima de las mantas. Tiene el pelo totalmente despeinado—. Me sé una receta, la de plátano. ¡Y podemos hacer también para Kent y Amelia!

—Está bien —me froto los ojos, me siento agotada—. ¿Por qué no vas a empezarlas con Amelia? Tengo que darme una ducha.

—¡Vale!

Casi me duermo de pie en la ducha, pero por suerte consigo sostenerme de pie y vestirme con lo primero que encuentro, que resulta ser un jersey de lana grueso y unos vaqueros. Bajo las escaleras frotándome los ojos y, efectivamente, me encuentro a los demás en la cocina. Ya han terminado las tortitas y Kent está dejando los platos en la mesa.

—Buenos días —me saluda felizmente—. ¿Cómo fue tu primer día?

—Interesante —le aseguro, y me siento en mi lugar junto a Addy, que empieza a ponerle cuarenta litros de sirope de chocolate a sus tortitas. Tengo que quitarle el bote para que no haya más sirope que tortitas.

—Conoció al señor Albert —le explica Amelia.

—Ah, claro —Kent pone una mueca—. Yo el primer día también le llamé niño. Me dijo que su perro me arrancaría la cabeza si volvía a referirme a él de esa forma tan poco respetuosa.

—¿Y él y el señor Ainsworth no desayunan con nosotros?

Por sus caras, sé que lo que acabo de preguntar es una tontería.

—Tienen una dieta especial —me dice Amelia de forma significativa.

—Ah, claro —murmuro, sintiéndome estúpida, antes de mirar a Kent—. Oye, ¿hoy tienes que bajar a la ciudad?

—Iba a hacerlo mañana, ¿necesitas algo?

—En realidad, preferiría ir contigo, si no te importa. Necesito comprar unas... mhm... botas.

—Como quieras.

Me sorprende que Addy no se ofrezca a acompañarnos, aunque supongo que será, en parte, porque está muy ocupada centrándose completamente en lo que está comiendo.

No hablo mucho durante el resto del desayuno, pero me sorprende notar lo hambrienta que estoy. Nada más terminarme mis tortitas, se oye el rugir de mi estómago y Addy empieza a reírse, divertida. Amelia me tiende un plato en el que hay más y, aunque me las como todas, sigo teniendo hambre.

Vale, necesito calmarme un poco.

Por suerte, Addy se encarga de mantenerme ocupada durante el resto de la mañana, hasta que llega su profesor particular, el señor Durham, y no le queda más remedio que ir con él a su sala de estudio. Me dedica varias miradas de cachorrito para que me apiade de ella y la salve, pero finalmente se marcha con él.

Como alternativa y como no puedo hacer gran cosa más, decido mirar los libros de la estantería del salón y decantarme por uno de fantasía que no he leído en mi vida. Sin embargo, cuando voy a la zona de los sofás y la chimenea a leerlo, veo que el sillón que iba a usar ya está ocupado por el señorito Albert, que lee un libro más grande que su cabeza con unas gafas de medialuna puestas y una ceja enarcada con concentración.

—Ugh —murmura cuando nota que me he acercado—. Y yo pensando que por una vez podría estar tranquilo...

—En realidad, quería hablar contigo, Albert, tú...

—Usted —me corrige.

Me quedo mirándolo un momento.

—¿Cómo?

—Como corresponde a mi edad, me tratarás de usted —replica, atravesándome con la mirada.

—Muy bien —accedo, y me siento en el sofá que tiene al lado—. Pues quería hablar con usted sobre ayer. No empezamos con buen pie...

—El mayor eufemismo de la historia.

—...pero solo quería decirle que no era mi intención ofenderlo. Es decir... eh... como comprenderá, parece bastante más joven de lo que es. Quería disculparme de todas formas, por si le ofendí. No era mi intención.

Me mira, casi analizándome, y deja el libro a un lado para prestarme toda su atención. Es raro mirarle a los ojos porque, a pesar de que parecen los de un niño de doce años, es obvio que hay algo en ellos de persona mayor. No sé cuántos años tendrá, pero deben ser muchos.

—Lo entiendo —dice finalmente, quitándose las gafas de medialuna y entrelazando sus dedos—. Dice mucho de ti que hayas venido a disculparte, jovencita.

Me relajo un poco. Bueno, parece que quizá podremos llevarnos bien, después de todo.

—Acepto las disculpas —concluye, mirándome—. La verdad es que me gustas más que las otras dos inútiles que vinieron. Una de ellas desordenó mis libros. ¡Mis libros! ¿Acaso eso es algo que haría alguien con un poco de conciencia? Y la otra me preguntó cómo podía ser el tío-abuelo de Foster si me habían transformado a los doce años, ¡me preguntó cómo había podido embarazar a una mujer! Por el amor de Dios, ¿es que no tiene un poco de cultura? ¿No sabe la diferencia entre abuelo y tío-abuelo? Le habría dado con un diccionario en la cara. Pero no parece que tú vayas a hacerlo, así que eso me calma bastante. ¿Cómo te va con la pequeña Adela?

Es extraño que la llame pequeña cuando, aparentemente, solo se llevan tres años. Pero me apresuro a hablar.

—Bien. Addy es una niña encantadora —le aseguro, repiqueteando los dedos en mis rodillas—. Es obvio que se alegra mucho de que esté aquí. Me facilita mucho el trabajo.

—No te dejes engañar tan fácilmente, Genevieve. Es una niña encantadora, sí, pero cuando quiere, puede ser un verdadero demonio. Las otras dos chicas no le gustaron y se encargó de que huyeran espantadas.

—¿Eh? —no, eso no encaja con Addy—. ¿Qué les hizo?

—Una tenía un miedo acérrimo a los insectos, así que le metió una cucaracha en la cama.

Pongo una mueca de horror casi al instante.

—¿Y a la otra?

—Oh, con esa fue más... evasiva. No hacerle caso cuando le daba órdenes, hacerle el vacío, ponerle malas caras cada vez que hablaba con ella... sí, Adela no es muy sutil cuando no quiere a alguien en su casa.

—Pero... conmigo no ha sido así.

—Porque tú le caes bien —Albert se encoge de hombros—. Desde que supimos que llegarías ha estado dando vueltas por la casa, decorando tu habitación, aprendiendo recetas para cocinarte dulces... sí, yo diría que se siente a gusto contigo. Seguramente influye el hecho de que seas de un sitio distinto al suyo. Después de todo, Adela nunca ha salido de Braemar.

—Cuando sea mayor quizá lo haga.

—Lo dudo mucho —Albert vuelve a ponerse las gafas—. Ahora, silencio. Estaba leyendo.

Addy termina su clase en tiempo récord y termina convenciéndome de que nos pasemos la tarde en el patio trasero plantando flores, por lo que Kent, que entre otras cosas se dedica a la jardinería de la casa, ha tenido que quedarse con nosotras. Él, muy disimuladamente, se encarga de colocar mejor lo que hemos hecho Addy y yo torpemente.

—Oh, las rosas —sonrío cuando las alcanzo—. Como la niña del cuento.

—La del cuento no es una niña.

—¿Eh?

—Que no es una niña. Papá me dijo que el cuento hababla de su vida entera, y que cuando conoció a su amor ya era mayor, como tú —Addy puso una mueca al verlas—. Las rosas son mis favoritas.

—Entonces, quizá deberíamos plantarlas en el patio delantero, para que se vean más.

—¡Oh, me encanta esa idea!

El pobre Kent tiene que volver a arreglar el desastre que armamos con las pobres rosas, claro.

Cuando llega la hora del baño, Addy dice que se siente una mujercita y quiere hacerlo sola, así que la espero en la puerta del cuarto de baño y ella emerge poco después con una toalla más grande que ella rodeándola. Cenamos las dos con Amelia y Kent, que se ha quedado con nosotras, y él se marcha justo antes de que suba a Addy a dormir. La pobre está tan cansada que ni siquiera me pide un cuento.

Pero, claro, es incapaz de irse a dormir sin hablar ni un poquito.

—¿Puedo preguntarte algo, Vee?

Le coloco mejor la sábana por encima y me siento a su lado, mirándola.

—Sí, claro. Dime.

—Tú... ¿crees que la magia da miedo?

Bueno, no es la pregunta que esperaba, te lo aseguro.

—¿La magia? ¿Tipo... Harry Potter, El señor de los anillos...?

—No, no ese tipo de magia, la de verdad.

—¿Hay magia de verdad?

Addy asiente, muy seria, y como no dice nada, supongo que espera mi respuesta.

—La magia no da miedo —aclaro, aunque no termino de creerme que exista—. Si la usas bien, puedes hacer cosas maravillosas.

—¿Y qué pasa si la usas mal?

Abro la boca y vuelvo a cerrarla, dubitativa, antes de hablar.

—Entonces, puedes hacer cosas malas, supongo. Aunque quiero pensar que, si esa magia existe, la tienen solo las buenas personas.

—Papá dice que la magia es mala —Addy aparta la mirada, perdida en su mente—. Todos lo dicen.

—Bueno, no sabemos si existe.

Ella me dedica una mirada extraña antes de, repentinamente, sonreírme como si nada hubiera pasado.

—¡Buenas noches!

—Descansa bien, mañana ya leeremos algún cuento.

Ella asiente, aunque me da la sensación de que tiene la mente muy lejos de aquí.

Como la noche anterior, bajo las escaleras y ayudo a Amelia a terminar de lavar los platos. Y, cuando ella se va a dormir, yo aprovecho que sigo en la cocina para robar un poco más de comida. Sigo hambrienta. Lo he estado todo el día. No lo entiendo.

De todas formas, cuando prácticamente me he terminado un tarro de galletas yo sola, salgo de la cocina y estoy a punto de ir a mi habitación, pero me detengo cuando veo que la puerta del salón está abierta por una rendija. Todavía hay luz dentro.

Me acerco para apagarla, segura de que no habrá nadie, pero no. Sí que hay alguien. Foster está sentado en uno de los sofás, dándome la espalda, y veo que se está llenando un vaso pequeño de una botella de whisky que tiene sobre le mesa de cristal.

Estoy a punto de dar un paso atrás y marcharme, pero él ladea un poco la cabeza, como si pudiera oírme.

—¿Quieres emborracharte conmigo, Vee? —sugiere casualmente.

Vale, ahora ya no puedo fingir que no he estado aquí. Doy un paso dentro de la habitación y miro mejor. Está un poco más despeinado, tiene la camisa por los codos otra vez y sospecho que ese no es el primer vaso que se toma.

Y, aún así, no parece ir demasiado borracho. De hecho, cuando da dos palmaditas en el sofá para que me siente a su lado, parece bastante sereno.

Hago lo que me dice y me siento a su lado, un poco tensa, aceptando el vaso que me ofrece. No soy mucho de beber alcohol sin nada mezclado, así que lo olisqueo y pongo una mueca disimuladamente antes de darle un sorbito.

Y... uf... qué asco. Me arde la garganta al instante y me entran ganas de toser, pero me las aguanto.

Sin embargo, Foster ya está sonriendo, divertido, al ver mi expresión.

—¿Demasiado fuerte para ti?

—Un poco —admito.

—Ojalá lo fuera para mí —murmura, mirando su vaso—. Mi sistema no absorbe el alcohol como lo haría el de un humano. Dicho de otra forma, es casi imposible que me emborrache. Tendría que beberme litros y litros de alcohol solo para sentir algún cambio.

—¿Y cómo ahogáis las penas los vampiros? —bromeo en voz baja.

—No lo hacemos. Las rememoramos una y otra vez durante el resto de la eternidad. Desventajas de tener todo el tiempo del mundo —choca su copa con la mía antes de terminarse la suya de un solo trago, cosa que me deja boquiabierta—. ¿Qué haces despierta?

Estoy a punto de soltarle un ¿y tú? pero me contengo.

No olvidemos que es el jefe.

—Tenía hambre —confieso, algo avergonzada, dando otro sorbito a mi vaso prácticamente lleno.

—¿Hambre?

—Sí. Hoy he estado... muy hambrienta todo el día. No sé cómo explicarlo.

Me mira durante unos instantes, como si estuviera analizando algo, pero finalmente se limita a esbozar una pequeña sonrisa amigable.

—Los nervios, quizá.

—Sí, seguramente sea eso.

El silencio después de esa frase no se extiende demasiado. Foster vuelve a llenarse la copa. Ya está a punto de terminarse la botella.

—Hoy hace dos años que murió la madre de Addy —me dice de pronto en voz baja.

Oh, no. No sé qué decirle, o si debería hacer algo. Eso me pone mucho más nerviosa de lo que debería. Justo cuando estoy a punto de alargar la mano hacia él, Foster sigue hablando.

—No es que estuviera perdidamente enamorado de ella, ni ella de mí. Lo nuestro siempre fue de conveniencia, pero... aún así la echo de menos. Addy no se merece tener que criarse sin una madre. Nadie se lo merece.

Solo llevo dos días aquí, pero me siento como si ya los conociera de siempre, y ver a Foster con esa expresión triste me parte el corazón. No puedo resistirme y, antes de pensar en lo que hago, alargo una mano hacia su brazo y le doy un pequeño apretón.

Está durito, ¿eh? Apriétale un poco más.

No es el momento, conciencia.

—Lo siento —murmuro.

—Yo no —dice, para mi sorpresa—. Era la madre de Addy, pero todos sabíamos cuál sería su final. Casi prefiero que llegara antes de que Addy fuera lo suficientemente mayor como para entenderlo.

Vale, eso no da pie a ninguna pregunta al respecto. No sé cómo estoy tan segura de ello, pero lo estoy. Pero yo sí que tengo otra pregunta. Una que lleva rondándome la cabeza desde que llegué a esta casa.

—¿La madre de Addy era...? —carraspeo, incómoda—. ¿Era... una...?

—¿Vampiro? —sugiere con media sonrisa arrebatadora, mirándome—. Sí, lo era. Nos casaron precisamente porque ambos pertenecíamos a dos linajes de sangre pura.

—¿De qué?

—Sangre de vampiro que nunca ha sido mezclada con la humana.

—Espera, entonces... ¿Addy también lo es?

—Todavía no —murmura, pensativo—. Cuando nace un niño de padres vampiros, vive sus primeros años como un humano. El cambio no se produce hasta que uno de sus padres le saca los colmillos.

—¿Le... qué?

—La única forma de hacer que pasen la transformación, es que uno de sus padres le muerda —sonríe al ver mi cara de horror—. La mordedura de un vampiro no es dolorosa, Vee. De hecho, probablemente ni siquiera te darías cuenta de que te está mordiendo a no ser que el vampiro quisiera hacértelo notar. Y en casos de niños, se suele hacer cuando cumplen los veinticinco. Uno de los padres les muerde la muñeca y ya pueden hacer su vida.

—Entonces, cuando Addy cumpla los veinticinco...

—La convertiré, sí. Si es lo que ella quiere.

—¿Y si ella no quiere?

—Entonces, pasará el resto de su vida como humana. Pero siempre tendrá instintos vampiros que nadie podrá quitarle. Aunque no creo que sea el caso.

—¿Y... qué pasaría si la mordiera otro vampiro?

—No pasaría nada. Quizá notaría que no es humana, pero eso es todo. La única persona que puede trasformarte del todo es la persona que te creó.

Hay un momento de silencio cuando intento imaginarme a la pequeña Addy volviéndose una adulta. O volviéndose una vampiro. Es... difícil de imaginar.

Y, justo cuando empiezo a hacerme una imagen mental, Foster interrumpe de golpe cualquier pensamiento coherente.

—Vee... voy a hacerte una pregunta y necesito que seas sincera conmigo.

Oh, oh. Me pongo un poco tensa, pero si él se da cuenta, finge que no lo hace.

—¿Qué pregunta? —murmuro, apretando el vaso con los dedos.

—Anoche, en la cena... viste con Ramson, ¿verdad?

Solo con su nombre se me acelera el pulso, cosa que creo que me delata bastante, porque Foster sacude la cabeza.

—Me lo imaginaba —concluye.

—¿Por qué?

—No sé si quieres saberlo.

—Sí que quiero.

—Puedo notar tu sangre calentándose solo con oír su nombre.

Vale, esto va a entrar en el top 5 de cosas más perturbadoras que me han dicho en mi vida.

—¿Eh? —pregunto como una idiota.

—Sinceramente, pensé que te evitaría —murmura, poniéndose de pie y recogiendo la botella. Me mira con curiosidad—. Y pensé que tú... bueno, no importa. Buenas noches, Vee.


Continue Reading

You'll Also Like

481 38 6
Cuento cosas de mi y otras cosas que me pasan.
107K 8.9K 70
Kara tiene sentimientos confundidos, no sabe si debe de luchar por el amor que no le corresponde o por el cariño de una mujer que la ama
13.3K 1.7K 16
La trayectoria de la vida de Taeyong iba perfectamente. Tenía una carrera en la que se sentía realizado, una gran oportunidad para dedicarse a sus pa...