Su cazadora

Von Eihara

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En el pasado, los vampiros eran perseguidos por los cazadores. Ahora, la situación ha cambiado, y son los caz... Mehr

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
EPÍLOGO

Capítulo 27

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Von Eihara

—¿Otra humana? —fue lo primero que soltó Mario, clavando la vista en mi mejor amiga.

Zigor miró a su hermano con una expresión entre sorprendida y molesta por el tono que había empleado. No debió de costarle suponer lo que había ocurrido, pues al alternar la mirada entre sus dos hermanos y yo, su expresión pasó a la comprensión.

—Sí, otra humana —dijo, seco—. ¿Tienes acaso algún problema, Mario?

El aludido bajó un poco la mirada, tal vez por el tono autoritario empleado por el mayor de los hermanos.

—No.

—Perfecto. Si no quieres soportar la presencia de humanos, te recuerdo que esta es mi casa y que puedes marcharte en cualquier momento. Pero no voy a consentir que mires con ese desprecio a mi alma gemela, y tampoco a su mejor amiga.

Antes de que Mario pudiese decir nada, se volvió hacia el mayordomo y le ordenó que preparase una habitación para Ariadna y la llevase allí. Mi amiga y yo solamente pudimos intercambiar una mirada antes de que ella tuviese que marcharse, siguiendo al mayordomo, hacia la que sería su habitación mientras estuviese en aquella casa.

No comprendía por qué Zigor la había llevado allí de pronto, pero debía preguntárselo, pues no comprendía nada. Las preguntas se acumulaban en mi cabeza.

—¿Ella es tu alma gemela? —preguntó finalmente Mario, señalándome con la cabeza.

—Sí —respondió Zigor, acercándose a mí—. Creo que le debes una disculpa, dado que será no solamente tu cuñada, sino también tu reina.

—Lo siento —dijo entonces su hermano, bajando un poco la cabeza en mi dirección.

Todos esperaban a mi reacción. Podía no perdonarlo, o guardarle rencor, pero no deseaba hacerlo. Era, al fin y al cabo, uno de los hermanos de Zigor, por lo que éramos algo así como familia. No quería estropear las relaciones tan pronto.

—Está olvidado —aseguré.

Todos parecieron contentos de escuchar aquella respuesta. Debían de haber temido que reaccionase de otra manera y comenzase así una discusión.

—Perfecto —dijo entonces Zigor, y después se volvió hacia mí—. Supongo que habrás visto tu habitación, Liher...

—Sí, Milo me la ha enseñado, y me encanta.

Él sonrió ampliamente antes de tomarme de la mano y llevarme hacia el tercer piso de nuevo, sin preguntarme siquiera si deseaba ir. Pero lo vi tan entusiasmado que no me importó que no me hubiese pedido mi opinión.

Cuando llegamos hasta el piso en el que se encontraban nuestras habitaciones, él me llevó directamente hacia la suya, que aún no había visto.

—Le he pedido a Milo que no te enseñase esta habitación —me explicó—. Quería enseñártela yo porque, si continuamos juntos, podría convertirse en nuestra habitación. Si te gusta, por supuesto.

Me gustó verlo tan ilusionado, y me contagió aquella ilusión. No imaginaba que un vampiro de más de un siglo de edad pudiese comportarse de aquella manera. Incluso podría decir que estaba nervioso por saber si me gustaría o no.

Pero cuando abrió la puerta finalmente y abrí la boca, impresionada, sus dudas se disiparon.

Aquella habitación era incluso más grande que la mía. Amueblada en tonos blancos y negros, contaba también con amplios ventanales, un baño incorporado increíblemente amplio e incluso una zona al final con televisión, butacas y sofás. La cama de matrimonio era al menos dos veces más grande que una cama normal, y el colchón parecía cómodo, al menos a simple vista.

—¿Te gusta? —me preguntó él.

—Me encanta —admití, sin poder dejar de mirar la habitación.

Aún no podía asimilar que mi vida hubiese cambiado tanto de pronto. Había pasado de ser una cazadora normal, con pocos amigos y sin mucho dinero, a ser la pareja del rey de los vampiros y estar a punto de vivir en una enorme mansión. ¿Cómo era posible que hubiese sucedido todo tan pronto?

—Puedes cambiar lo que desees —me aseguró Zigor—. Considera que estás en tu casa.

—Pero no estoy en mi casa, y no quiero molestar... Todo esto es demasiado.

—Estás en tu casa —me contradijo—. Eres mi alma gemela, lo cual te convierte en reina y propietaria de esta casa. No molestas.

Aunque sabía que solamente buscaba lo mejor para mí, aún me costaría un tiempo acostumbrarme al cambio en el estilo de vida. No me resultaría una tarea sencilla.

—En cuanto al tema de ser reina... no me siento capacitada —confesé—. En primer lugar, porque soy una cazadora. Y porque, además, no tengo conocimiento ni experiencia.

No quise decírselo en aquel momento, pero sentía que, si aceptaba ser reina, estaría al mismo tiempo traicionando a los cazadores. Sentirían que me había pasado al bando contrario y, en cierta manera, tendrían razón.

—No debes preocuparte por ello. Actualmente, como rey, me encargo de organizar estrategias de ataque, y de impartir castigos cuando los vampiros incumplen las normas. Aprenderás todo con el tiempo y actuarás solamente cuando te sientas preparada para hacerlo.

—¿A qué te refieres con "incumplir las normas"?

—Por el momento, la orden es pasar inadvertidos en la medida de lo posible. Por tanto, los vampiros que llevan a cabo masacres son castigados con penas graves, y ordeno pasar las masacres por accidentes o atentados. El incumplimiento de las normas se paga, y los castigos varían según la infracción cometida.

—¿Impones tú solo los castigos? —pregunté.

—No, por supuesto que no, pero el castigo siempre debe ser dictado por un miembro del Consejo, que está compuesto por mis tres hermanos y la esposa de Mario. Tomo la mayor parte de decisiones con ellos, y delego las que son menos importantes.

Comprendí, gracias a sus explicaciones, cómo funcionaba su sistema. Él, el rey, era quien tenía más poder, por lo que nadie podía contradecirlo. El Consejo, formado por sus hermanos y sus almas gemelas, en caso de que las encontrasen, era un organismo que asesoraba al rey y en el que delegaba, en ocasiones, parte del trabajo y algunas decisiones. Los cuatro hermanos mantenían la mayor parte del tiempo una buena relación y se apoyaban entre ellos.

Me tranquilizó saber que, por el momento, no tenía que hacer nada como reina. Asistiría a las reuniones del Consejo junto a Zigor si yo así lo deseaba, y podía pedir tomar algunas decisiones junto a él. Pero lo último que él deseaba era presionarme.

—¿Puedo pedir que no ataques a los cazadores? —pregunté entonces, esperanzada.

Su expresión se ensombreció. Aquel debía de ser un tema sensible. Cazadores y vampiros siempre habían mantenido, por obvias razones, una pésima relación, por lo que una simple petición no sería suficiente para traer la paz.

—No puedo hacer algo así —dijo—. Los cazadores son una amenaza para nosotros. Nos han atacado y torturado durante siglos. Someterlos ahora es parte de mi obligación como rey, y se lo debo a los míos.

—En ese caso, quiero que se evite el mayor número de muertes posible —insistí—. Y quiero saber qué haréis.

—Ten por seguro que matar a los cazadores no es nuestra prioridad.

Dado que no quería continuar hablando sobre aquello y que yo no quería discutir tan pronto sin opciones de ganar, cambiamos de tema. El ambiente, que se había vuelto algo tenso al tratar el tema de los cazadores y los vampiros, se relajó de nuevo.

—¿Por qué está aquí Ariadna? —pregunté entonces.

—Es demasiado empecinada —fue la respuesta de Zigor, quien esbozó una pequeña sonrisa—. Queríamos llevar a varios cazadores, entre ellos Luken, Adrián y ella, a la academia, que está sitiada por vampiros. Pero ella se negaba a abandonarte. Decía que no confiaba en mí, que no estaba dispuesta a dejarte conmigo, sola. Y he decidido traerla.

No pude evitar reír levemente al escuchar tal historia. Estaba segura de que Zigor cuidaría de mi amiga y que no dejaría que nada malo le ocurriese, pero me sentía culpable. Si estaba en aquella casa, era solamente por mí. No quería que la encerrasen a ella también. Ella no debería estar en aquel lugar siquiera.

—¿Podrá marcharse? —pregunté.

—Puede hacerlo, pero si se marcha, no podrá regresar.

Tendría que hablar con mi amiga. No quería que estuviese en aquel lugar por mí, dado que yo estaba a salvo.

—Quiero ir a verla —dije.

—Te acompañaré a su habitación.

Mientras bajaba al segundo piso con él, me contó que la academia se encontraba sitiada. Varios vampiros vigilaban los alrededores día y noche, sin llevar a cabo ningún ataque, pero impidiendo que los cazadores pudiesen salir a por provisiones y artículos de primera necesidad. Esperaban a que se rindiesen y se viesen obligados a someterse, sin necesidad de luchar.

—Intentamos hacerlo de manera pacífica —había sido la explicación de Zigor.

Si no llevaba a cabo ninguna clase de ataque más agresivo y actuaba con paciencia, era, en gran medida, por mí. Sabía que no lo perdonaría si hacía algún daño a mis seres queridos, y prefería no arriesgarse a ello. Y, aunque no apoyaba aquella lucha entre vampiros y cazadores y no me gustaba en absoluto, me sentía más tranquila sabiendo que no habría derramamiento de sangre, al menos por el momento.

—Puedes quedarte con tu amiga el tiempo que desees —me indicó Zigor—. Si tenéis hambre, podéis bajar a la cocina y pedir que os preparen algo. Si no, la cena será a las ocho. Iré a buscarte.

Hacía ya unas horas que había pasado la hora de la comida, que había olvidado por la cantidad de emociones vividas aquel día. Había pasado de volver de un apacible viaje a convertirme en una traidora y temer por las vidas de mis seres queridos. Y, por último, había terminado encerrada en la enorme casa de Zigor mientras la academia era sitiada.

Llamé a la puerta de Ariadna con los nudillos mientras Zigor se alejaba por el pasillo, dejándome sola con mi amiga. La pelirroja tardó solamente unos segundos en abrir la puerta y, cuando me vio, me rodeó en un fuerte abrazó que correspondí al momento. Después de todo lo que había pasado, aquel abrazo me aportaba gran seguridad.

—Ven, pasa —demandó, tomándome de la mano y arrastrándome al interior de la habitación para después cerrar la puerta.

Ambas nos sentamos sobre su cama, que era también de matrimonio, pero más pequeña que la mía. De hecho, aquella habitación tenía un tamaño más normal que la que Zigor me había asignado a mí.

—No deberías haber venido —le dije, preocupada—. Deberías marcharte. Zigor dice que puedes hacerlo.

—Y también dice que, si me marcho, no podré regresar —apuntó ella—. Liher, la academia está sitiada y no podré hacer nada por ayudar allí. Mientras que, aquí, puedo al menos asegurarme de que te encuentras bien.

—Me encuentro bien —aseguré—. Zigor sería incapaz de hacerme daño.

—Lo sé. Pero estás sola, y al menos así te sentirás acompañada. Además, aquí me tratan bien, aunque me hayan quitado el móvil. Me siento como una millonaria en un hotel de lujo.

Reí al escuchar su broma y le conté los últimos acontecimientos. Desde la orden de Zigor de no poder salir y su comportamiento hasta mi temor a convertirme en reina. No tenía nada que ocultarle a Ariadna, y poder desahogarme con alguien de confianza supuso un gran alivio para mí. Tal vez realmente la necesitase a mi lado.

—¿Pretendías que me marchase después de lo que me has contado? —me preguntó, riendo—. Imposible. No te dejaría sola en estas circunstancias.

—No hay nada que puedas hacer por mí.

—Tampoco en la academia puedo hacer nada —me hizo ver.

—Siento que todo esto me supera —confesé—. Amo tanto a Zigor que no imagino una vida sin él, pero, por otro lado, está luchando contra los cazadores, contra los nuestros. Y siento que los traiciono si no detengo todo esto. Siento que les estoy fallando.

Me encontraba completamente confundida, y esperaba que Ariadna pudiese ayudarme con aquello, dado que siempre había sido buena en escuchar y solucionar aquella clase de problemas. Comenzaba a comprender por qué ella quería ir para hacerme compañía. No era porque pensase que podían tratarme mal o algo similar, sino porque no deseaba que me sintiese sola después de haber cambiado nuestras vidas por completo. Al fin y al cabo, siempre nos habíamos apoyado la una a la otra.

—Tú estás encerrada aquí; no puedes intervenir directamente. Pero puede que el hecho de que te conviertas en reina sea lo mejor que nos puede ocurrir.

—¿A qué te refieres?

—Podrías ser algo así como una mediadora. Defender los intereses de los vampiros y los de los cazadores al mismo tiempo. Porque, aunque parece inevitable que nos sometan, tú podrías hacer que nuestras condiciones de vida sean mejores de lo que ellos querrían.

Comprendí entonces a qué se refería, y me mostré de acuerdo. No podía evitar que sitiasen la academia, pero una vez sometidos los cazadores que había en ella, podía intentar que sus condiciones de vida no fuesen tan duras. Trataría de darles algunos derechos básicos para que sufriesen lo mínimo posible. Era mi obligación.

—¿Sabes algo sobre la situación de las otras dos academias? —pregunté.

—Se encuentran en la misma situación —contestó Ariadna, suspirando—. El director ha hablado con ambas academias. Es imposible recibir refuerzos.

—En ese caso, supongo que es solamente cuestión de tiempo que las provisiones se terminen y los cazadores se vean obligados a rendirse —comenté.

Cabía la posibilidad de que luchasen, pero debían de haberse percatado de que, si lo hacían, lo único que lograrían sería generar muertes innecesarias, pues los vampiros los superaban tanto en número como en fuerza. No tenían ninguna posibilidad de salir victoriosos, y no arriesgarían, por tanto, las vidas de todos cuantos permanecían en la academia, incluidos los niños.

—¿Cómo están Erik e Iraia? —quise saber.

—Los vi cuando estuve en la academia mientras tú fuiste de viaje, y ambos se encontraban bien. Te echan de menos, por supuesto. Pero tanto ellos como sus familias se encuentran perfectamente.

Alguien llamó entonces a la puerta, interrumpiendo nuestra conversación. Se trataba de Zigor, quien anunciaba que la cena estaba a punto de ser servida en el comedor. Ambas cenaríamos junto a él y sus dos hermanos.

Lo seguimos hasta el comedor, que contaba con una mesa enorme de la que solamente la mitad estaba ocupada. Por lo demás, la estancia era grande, sin apenas muebles, más que la gran mesa. Mario y Milo se encontraban ya sentados. Junto al primero, había una mujer que yo no había visto nunca, pero que supuse que era la esposa y alma gemela de Mario. Ariadna tomó asiento junto a Milo, y yo lo hice entre ella y Zigor, quien presidía la mesa.

—Liher, creo que aún no conoces a mi esposa, Marla —dijo Mario educadamente, mirándome.

El desprecio había desaparecido completamente de su mirada, y parecía que no le había costado en absoluto asumir que sería parte de su familia.

—Encantada —dije—. Yo soy Liher.

Marla me dedicó una amplia sonrisa, y de inmediato me gustó. No hablaba demasiado, pero cuando lo hacía, en las pocas intervenciones que hizo durante la cena, demostró ser una mujer amable e ingeniosa.

La cena transcurrió con normalidad. Sirvieron sopa de pescado, y después lubina, y la conversación fue amena. Milo se mostraba encantado de que hubiese personas nuevas en la casa, y las pequeñas discusiones entre Mario y él eran constantes. Parecían incluso una familia normal, en lugar de una familia de vampiros de más de un siglo de edad.

—¿No falta uno de tus hermanos? —le pregunté a Zigor cuando ya estábamos terminando de cenar, dándome cuenta de que el joven al que había visto a su lado aquella misma mañana aún no había aparecido.

—Sí, Paulo —respondió Zigor.

—Él es más independiente —me explicó Milo, interviniendo—. Seguramente estará con alguna mujer en algún apartamento. No pasa tanto tiempo en casa.

—Podrías hacer tú lo mismo, de vez en cuando —comentó Mario.

Milo le lanzó entonces la servilleta por encima de la mesa, y su hermano tuvo tiempo justo de esquivarla antes de que le diese en la cara. Los demás, mientras tanto, sonreíamos al ver la escena. Incluso Ariadna parecía sentirse a gusto.

—Es tu hermano pequeño —le recordó Marla a su esposo en tono cariñoso—. No pretendas echarlo de casa.

Le guiñó un ojo a Milo, quien asintió en señal de agradecimiento.

—Gracias, cuñada —dijo.

Cuando la cena acabó, aún nos quedamos unos minutos hablando antes de que Mario y Marla decidiesen marcharse. Querían salir en coche para dar un paseo y disfrutar de una noche romántica ellos solos.

—Mario la conoció muy pronto, cuando tenía solamente quince años —nos explicó Milo a Ariadna y a mí—. Ella tenía un par de años más que él. Ambos eran almas gemelas; lo supieron en cuanto se conocieron. Y, como ambos habían nacido siendo vampiros, era imposible que pudiesen tener descendencia propia.

—Podrían adoptar —sugerí.

—Podrían —aceptó. Pero, por el tono que empleó, no parecía demasiado probable que fuesen a hacer algo así.

Milo se puso en pie poco después de que Mario y Marla se hubiesen marchado, después de haber permanecido hablando unos minutos más.

—Creo que deberíamos irnos —le dijo a Ariadna, mirándonos a Zigor y a mí con una sonrisa pícara—. Deberíamos dejarles intimidad, ¿no crees?

Mi amiga miró a Milo con cierta duda. Era evidente lo que pasaba por su cabeza en aquel momento. No conocía a aquel vampiro apenas, y quedarse con un vampiro desconocido no era una idea que le agradase. Y a pesar de que yo estaba convencida de que Milo no era malo y de que la trataría bien, no quería obligarla a quedarse con alguien que no le inspiraba confianza.

—No es necesario —me apresuré a aclarar—. Puedes quedarte, Ari, Zigor podrá esperar.

—Te puedo enseñar la casa —insistió Milo—. Aún no la conoces.

—Milo es el mejor de la familia —aseguró Zigor, mirando a mi amiga—. Te tratará bien. Además, parece que hoy le gusta ser guía turístico.

Ariadna aceptó ir con Milo a recorrer la enorme mansión en la que vivían los hermanos Garay, y me dije a mí misma que debería pasar a verla antes de dormir para asegurarme de que se encontrase cómoda.

Cuando me quedé a solas con Zigor, él no perdió el tiempo. Me levantó en brazos y corrió hasta llegar a su habitación. Dado que los vampiros contaban con una gran velocidad, tardamos solamente unos segundos en estar en su cuarto.

—¿Pensabas hacerme esperar? —me preguntó en tono de reprimenda mientras me desvestía con algo de brusquedad.

—No iba a dejar sola a Ariadna... —intenté explicar.

—De modo que preferías dejarme con las ganas...

No tardé en encontrarme completamente desnuda ante él, que continuaba vestido. Me empujó, dejándome caer de espaldas sobre la cama, y se situó sobre mí. En el momento en el que intenté tocarlo, sujetó mi muñeca sobre el colchón, impidiendo cualquier movimiento. Estaba inmovilizada.

—¿No vas a soltarme? —le pregunté.

—¿Te lo mereces? —preguntó a su vez—. Intentabas dejarme con las ganas. Hacer algo así con tu rey, se paga caro.

Me besó cuando me penetró, ahogando cualquier ruido que pudiese hacer. No estaba siendo suave como en ocasiones anteriores, pero tampoco me importaba, pues sabía cómo hacerme disfrutar, a pesar de no permitir que moviese mis manos en toda la noche, dejándolas inmovilizadas sobre mi cabeza.

—Zigor —gemí, sin poder resistirme.

En cuanto me escuchó pronunciar su nombre, sus labios volvieron a estar sobre los míos, callándome al instante.

Pero, a pesar de la brusquedad inicial, no dudó en prepararme un baño caliente en la enorme bañera de su baño para ayudarme a relajarme antes de dormir. En aquel momento comprendí que permanecer junto a él era una de las mejores decisiones que había tomado.

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