Eternos finales © ✔️

By Dawn_Maviz

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«Sping_off de RF» Ella sufrió mucho después de varios sucesos despiadados. Poco a poco fue creciendo y conoci... More

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PREFACIO
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Sping-off - 1.0 ~JANEK~
Sping-off - 1.5 ~JANEK~
Sping-off - 2.0 ~JANEK~
Sping-off - 2.5 ~JANEK~
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[S.O 1.0] Synanth
[S.O 1.5] Synanth
[S.O 2.0] Synanth
[S.O 2.5] Synanth
[S.O 3.0] Synanth Final
[20∆]
[21∆]
[22∆]
[23∆]
[24∆] Capítulo Final
[Epílogo]
[Agradecimientos]
[Aclaraciones]

[02∆]

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By Dawn_Maviz

Tragedias ocurrieron los últimos diez años, nada estaba en absoluta paz desde que los reyes del reino Fawer, desaparecieron. Las personas estabas consternadas por ello, nadie supo cómo simplemente dejaron de existir, los tomaron por muertos, pero el hijo mayor de estos, no lo creía así, de eso estaba seguro. El joven Nate Fire se convirtió en rey demasiado pronto, a la edad de diez años. No era la edad adecuada para darle una tarea de gran peso, aunque él era el único heredero y el más apto, ya que su hermano de tan solo cuatro años, no era el adecuado. El rey joven resultó ser perfecto. La gente de Fawer no pudo tener a alguien mejor, él era un verdadero líder. Toda su sabiduría fue dada gracias a su estricto padre, quien lo preparó desde que este empezó a hablar.

Sus primeros años fueron pacíficos, pero el joven estaba empecinado en vengar a sus padres, solo él sabía lo qué les había ocurrido, nadie sabía esa información, siempre la mantuvo para sí. Era demasiado obstinado como para recibir ayuda, ya tendría su tiempo para cumplir su objetivo. Con la edad de veinte años, ya había resuelto muchos conflictos que anteriormente tenía el reino Fawer, en especial la casi guerra con el reino Hylgen. Cuyo se encontraba en este, demasiado distante pero importante. La guerra se iba a desatar debido a que su padre, Nerack, descubrió secretos prohibidos del reino, y al saber eso quiso propagarlo, junto con Rufel lo iba a hacer, pero por cuestiones enigmaticas, este desapareció con su esposa una semana después desde que había hecho el pacto con el rey de Jumbel. Nate accedió a la propuesta del gobernante de Hylgen para evitarlo, se comprometió a casarse con la hija menor de este.

Rompió el compromiso con la princesa Gindy, aunque no la volvió a ver desde ese día, en aquel jardín que hasta entonces, no se le había borrado de su mente, pero ella sí. Solo recordaba los ojos de plata, no su rostro. No lo consideró importante para tenerlo presente en su memoria. Tal vez se enamoró cuando era un niño. Sin embargo, no podía darse el lujo de fantasear, ya esos días habían acabado y debía ser el hombre en el que se había convertido. Su único objetivo era vengar a sus progenitores.

La tarde se hizo presente más pronto de lo que pensó, estar todo el día revisando documentos antiguos y que consideraba innecesarios, lo hizo perder la no noción del tiempo, otra vez.

—¿Cuándo partiremos? —le preguntó su hombre y guardia de más confianza, este lo acompañaba en cada instante, Nate siempre pedía su compañía a pesar de lo irritante que algunas veces era.

—¿No deberías estar preparándote? —cuestionó firmando un papel. Trataba sobre comercio de carnes de otros países, pero no era importante como para detallarlo.

—No tengo idea de cuándo ejecutarás el plan, ¿cómo quieres que me aliste? —acusó frunciendo el entrecejo.

El rey dio media sonrisa que apenas se notó.

—Muévete, partiremos esta noche.

...


Los años transcurrieron inevitablemente en el reino de Jumbel.

Nada había cambiado, considerablemente no. Rufel seguía reinando. No había concedido matrimonio, ni mucho menos hijos. Su única hija, la princesa Gindy había dejado de ser una niña regordeta y adorable, para convertirse en una mujer joven, con una belleza excepcional, se parecía mucho a su madre cuando esta tenía su edad. Pero nada había sido fácil ni alegre, no desde que murió su madre.

Su padre la había mantenido encerrada y no le permitía salir a pasear sin su supervisión, el único lugar donde podía estar sola y libre de sufrimiento, era en su jardín, su sitio privado. Lo apreciaba mucho más con el pasar de los últimos años. Rufel se volvió un rey obstinado, irritable, nada paciente y cruel, la gente empezaba a odiarlo. Pero a él le importaba lo más mínimo lo que pensaran sus plebeyos, solo le importaba gobernar y tener todo el poder.

Los días para la princesa Gindy fueron simples y aburridos, lo único que podía hacer para entretenerse era entrenar y conversar de vez en cuando con los criados, a ellos le encanta hablar con ella, solía ser muy dulce y amigable, cualquiera quedaba encantado con ella, esa personalidad tierna que tenía desde que era niña se conservó, lo cual fue bueno, después de todo lo que sucedió.

Como siempre hacía en las tardes, estaba en su lugar.

El jardín.

Donde podía tener más tranquilidad y paz ante la idea de volver a encontrarse con su padre, casi nunca lo veía en el día, solamente lo acompañaba en la cena, ya que en el desayuno y almuerzo o meriendas no, casi nunca comían juntos.

Suspirando incontablemente se mantenía tumbada en el suelo, con la mirada en el cielo despejado y lleno de color, lo cual le resultaba irónico, debido a que, un cielo así en Jumbel, no era merecedor. 

—¿Cómo puede haber un ambiente así? Debería de estar nuboso y con truenos resonando, ese es un buen ambiente para Jumbel ¡Solamente Jumbel! —exclamó con el entrecejo fruncido. Su cabello había crecido hasta su cintura, era abundante y rizado en las comisuras, lo llevaba suelto y bien peinado, aunque se había revuelto cuando decidió estar en el suelo. —A veces no quisiera estar sola todo el tiempo —murmuró mientras acariciaba la grama del suelo.

Un segundo después, alguien irrumpió su tranquilidad y soledad, y se tumbó a su lado como si nada, aunque ella no se puso nerviosa ni nada por el estilo, ya que conocía perfectamente al intruso.

—¿Acabo de oír lo que creo que oí? ¿Sola? ¿En serio? ¿Y qué hay de mí? —le preguntó esa voz soprano indignada.

—Lo siento, no era mi intención olvidarte, Genn —se disculpó y luego sonrió.

—No estás sola, ¡recuerda que soy tu amigo!

Genn, era un joven que llegó al castillo cuando la princesa tenía diez años, desde entonces, eran mejores amigos, él era hijo de uno de los criados encargados de la cocina. Su cabello rubio oscuro ondulado y revoltoso, cubría sus orejas, le llegaba hasta los hombros, sus ojos color ámbar resaltaban con su perfil masculino y atractivo, su tez era bronceada debido a que la mayoría del tiempo estaba a la vista del sol. Era un joven apuesto de su misma edad, tenía un perfil impresionante que atraía a todas las chicas que se le cruzaban por el camino.

Siempre usaba unos harapos, y unas botas negras y sucias.

—Lo sé, fue desconsiderado de mi parte olvidarme de ti. Me disculpo otra vez. Y Genn, recuerda que no puedes estar aquí —susurró como si alguien estuviese escuchando.

—No te preocupes, nadie me puede descubrir, recuerda que soy muy sigiloso —le guiñó un ojo. Ella rodó los ojos ignorando su confianza y osadía ante todo.

—No me ruedes los ojos, deja de preocuparte por mí y preocúpate por ti. Y vine hasta aquí para traerte un regalo —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Un regalo? ¿Por qué? —inquirió confundida. Ambos se incorporaron y quedaron sentados mirándose uno al otro.

—Eres una despistada, ¡es tu cumpleaños!, ¿cómo es posible que olvides eso?

—¿Mi cumpleaños? Ah, es cierto. Había olvidado que esta fecha se celebraba. Olvidé mi cumpleaños porque esta es la fecha en que mi madre también murió, o desapareció. En este día solo lo dejo para ella.

Ese día, ella despertó como siempre en las mañanas. Buscó a su madre por todos lados, pero nunca la encontró. Rufel le dijo que ella había vuelto, que se olvidara de ella, era obvio que nunca lo haría. Gindy fue realmente fuerte, ya que solo lloró una noche por su muerte, y continuó su vida como si no hubiera pasado nada. Varely le había enseñado a no llorar ni sufrir por tanto tiempo, tenía que ser audaz si algún día sería la reina. La castaña se juró ser fuerte, habría heredado la osadía de su madre.

—También sé eso, pero es tu cumpleaños de todos modos, al menos, ¿puedes aceptar mi regalo?

Ella le sonrió mientras asentía con la cabeza.

—Extiende tu mano hacia mí —le pidió. Obedeció y extendió su brazo hasta la mano de él, Genn tomó su mano pálida y le puso un brazalete en su muñeca, al finalizar de ponérselo, ella lo vio como si fuera la joya más hermosa que haya visto. De inmediato lo abrazó con toda ternura, al apartarse analizó el brazalete.

—¡Te lo agradezco mucho! ¡Es hermoso! —le brillaban los ojos de alegría.

—Sé que no soy rico ni nada por el estilo, pero hice lo que pude para conseguirlo, me alegra que te haya gustado.

La joya tenía diamantes verdes y transparentes, aunque no valía mucho, para ella lo valía todo, hacía mucho tiempo desde el último regalo que recibió de su madre, desde entonces, no había tenido más nada, ni siquiera de su propio padre.

—No me importa, es muy hermoso. Lo voy a cuidar como no tienes idea —le aseguró.

—Sé qué será así.

Uno de los criados llamó a la princesa desde la puerta que llevaba al jardín.

—Princesa Gindy, su padre la desea ver, está en la sala del comedor.

—Un momento. Nos vemos Genn, por favor ten cuidado con lo que sea —le murmuró .

Ella y él se levantaron del suelo.

—No te preocupes, nadie me ha atrapado en mis cosas, y dudo que lo hagan. La que me preocupa eres tú —admitió.

—Por mí no hay por qué preocuparse.

Le besó la mejilla antes de irse, lo que provocó que ambos se sonrojaran.

—A-adiós... —Genn no sentía nada por la princesa aparte de una mutua amistad, pero ese beso en su mejilla lo hizo dudar por completo con respecto hacia sus sentimientos por ella.

Minutos después de caminar por los pasillos casi interminables del castillo, la princesa Gindy llegó a la sala del comedor, donde yacía su padre sentado en la punta de la larga mesa que estaba al frente de una gran chimenea, la cual, el rey Rufel estaba observando el fuego bailarín como de costumbre.

—Padre... —lo llamó con respeto antes de sentarse a su lado con la cabeza baja.

Él solo le respondió a su llamado con asentamiento de su cabeza, luego de mirar detenidamente el fuego ardiente de la chimenea por fin se dignó a hablar.

—Hoy es tu cumpleaños, ¿cierto? —le preguntó sin apartar la vista del fuego.

Ella se sorprendió, ¿desde cuándo le interesaba su cumpleaños? Los últimos cumpleaños que había tenido no les mostraba el más mínimo interés.

—Sí.

—Tu cumpleaños número quince —añadió.

No le respondió, sino que se mantuvo en un silencio sumiso.

—Debería celebrarse. Mostrarte ante todos; siendo tu debut. Sería un buen momento para conseguirte esposo.

—¿Es necesario? —le preguntó con una voz susurrante e insegura.

—¡Por supuesto! —le contestó mirando hacia sus ojos grises e intimidados —Ya tienes la edad adecuada para casarte. Es momento de que me enorgullezcas casándote con alguien que me beneficie. Eso es lo que hacen los hijos, y es lo que harás tú.

—¿Y qué paso con el hijo del rey Nerack? ¿No se suponía que me casaría con él? —le preguntó esa vez con una voz sombría. Ella no sabía de qué ese compromiso se había roto, por años esperó volver a ver a ese niño de ese cabello negro perfectamente liso y esos ojos que la cautivaron esa vez. Nunca iba a olvidar ese rostro infantil.

—¡No! ¡Ese chiquillo no es conveniente! ¡Ni él ni su hermano! El reino necesita a alguien de suma confianza, y esos hijos de unos traidores desaparecidos no son para nada de fiar, por lo tanto, no permitiré que te cases con uno de ellos. Ese matrimonio que organicé hace años fue cancelado desde que su padre el traidor ¡desapareció! —espetó con el entrecejo fruncido, y los labios desgastados y opacos que hacían muecas de desagrado.

Ella bajó la mirada por la intimidación que asemejaban los ojos castaños y sin vida de su padre, los años lo habían vuelto un hombre sombrío y sin nada de piedad, su mirada era tan intimidante y llena de odio por aquel al que veía, sin importarle si era de su sangre. Le daba lástima que no pudiera ver a ese niño, ahora adulto que había conocido, su primer amigo.

—No me importa con quién te cases, lo que me importa es el poder. Sin embargo, lo que haga tu futuro esposo contigo es su asunto para lo que me importa. Lo que debes hacer es cumplir con ese deber, ya que se supone que eres mi hija y futura reina de Jumbel. Debes tener a un hombre de poder a tu lado, no importa por lo que tengas que pasar, lo debes cumplir como sea.

Sin más que decir ella levantó la mirada hacia su padre de manera expectante  y llena de antipatía, ¿cómo podría enviarla a la boca del lobo así?, ¿acaso no le importa en lo más mínimo? ¡qué padre tan insensible! Quiso decirle eso y más, pero no se atrevía a desafiarlo mucho menos ofenderlo, porque puede que eso llegara a peor.

—Como tú digas, padre, ¿puedo retirarme?

El rey accedió sin apartar su dichosa mirada hacia el maldito fuego que no había parado de mirar en ciertos momentos desde que llamó a su hija.

La princesa se levantó de su silla y se retiró a su alcoba.

Minutos de estar observando el dichoso fuego de la chimenea, se dignó mirar hacia el pasillo vacío y lleno de recuerdos del pasado.

—Pequeña niña... Me caes bien, pero no eres mi hija, lo que te pase no me importa. De ahora en adelante vas a sufrir —murmuró para sí mismo y de tanto apretar la comisura de la fina madera de la mesa, terminó por arrancar un pedazo de ella. —Tus días como su hija serán cada vez peores. 

El sol se ocultó para finalizar el día. Gindy no había salido de su alcoba desde que dejó su conversación de mal gusto con su padre ---de quién ha farfullado montón de insultos hacia él---. Se encontraba en la terraza que le permitía ver el cielo estrellado y de alguna manera nuboso, pero aun así le permitía una maravillosa vista que, por suerte, pudo despejar su mente de lo que su padre le había dado entender hace unas horas.

—«No puedo con esto —pensó con irritación —, debo irme, antes de que todo sea peor».

Se le había ocurrido esa idea desde hacía mucho tiempo, solo que no había pasado la circunstancia que la haya provocado a emplearla, ahora lo deseaba más que a cualquier cosa, pero, ¿era lo correcto? ¡No le importa si lo era o no! No podía soportar más estar con un padre al que solo le importaba ella como una carnada para atraer al pez más gordo para devorarlo hasta que estuviera rebosante de satisfacción, ¿y ella? ¡A ella puede pasarle lo que sea con tal que recibiera algo a cambio! ¡Pues no! No se quedaría ni un minuto más. Se iría de allí, sea como sea.

Un ruido sordo interrumpió sus pensamientos, miró hacia los lados, pero no vio nada. Fijó su mirada al frente y de un abrir y cerrar de ojos su mejor amigo Genn, estaba parado de hurtadillas sobre los barrotes, observándola con unos ojos juguetones y llenos de travesura, su vista imprevista hizo que se estremeciera y se enojara por tan repentina aparición.

—¿¡Por qué llegas así de repente!? ¡Idiota! —exclamó con espanto, pero al cabo de un segundo logró calmarse.

—Perdona, ¡deberíais de ver tu cara de espanto! Está que mola —se mofó.

—¡Dejad de burlarte! En fin, también me alegra que hayáis venido. Necesito de tu ayuda —añadió entornado un tono serio.

—¿Por qué la seriedad?

—Es importante. Planeo irme —dijo al fin.

—¡¿Cómo?! —exclamó sorprendido.

—¡Bajad la voz! —le ordenó —, no puedo estar más aquí, tú conoces perfectamente cada ruta, escondites y salidas de aquí... Estoy segura de que puedes ayudarme a escapar.

—¿Por qué te quieres ir? Vives bien, estás cómoda. No le veo el sentido para que te quieras ir.

—Una cosa es vivir bien y cómoda, y otra muy diferente es vivir encerrada como un esclavo que venden al mejor postor. No soy un objeto al cual lo usan y luego lo desechan. Me voy, y si no me quieres ayudar, no importa, me las arreglaré yo sola —espetó. Entró a la alcoba para cambiarse. Ya nada la iba a detener.

—¡Espera! —se bajó de la barra para entrar a la alcoba, pero antes de que de otro paso se detuvo.

—¡No pases! —le advirtió. Él obedeció y empezó a dudar de lo que iba a preguntar a continuación.

—¿No es algo loco tomar esta decisión así de repente? Debiste decírmelo antes, lo hubiera planeado mejor —confesó desconcertado.

—Admito que lo que llevo pensando hace mucho, pero no había llegado la situación que hizo que la gota se derramara. Pero ya lo decidí, ya llegó el momento —le contestó desde la alcoba.

—¿Y por qué? —inquirió caminando de aquí para allá empezando a preocuparse.

—Porque... mi padre quiere casarme, venderme mejor dicho, y yo no quiero esa vida para mí. No pienso complacerle —le respondió seria.

No recogió nada de ropa o algún objeto de utilidad, en cambio, tomó joyas y oro que había tenido guardado desde hacía mucho, todavía no había planeado en lo que seguirá después de que se escape, pero preferiría vagabundear o ser indigente, que estar un minuto más en ese maldito castillo.

En cambio, Genn no le agradaba para nada la idea.

—Es que... —suspiró lleno de preocupación —No lo sé. Es peligroso y tú nunca has salido del castillo.

—Ya cállate, y deja de preocuparte por idioteces. Ya lo he dicho, me voy con o sin tu ayuda.

Ella llevaba puesta una túnica marrón oscura con capucha puesta en su cabeza. Salió a la terraza y él se le puso en frente con una mirada determinada.

—Muy bien. Te ayudaré. Pero, si veo que te retrasas o peor, que te lastimes te traeré de vuelta —advirtió con voz severa.

—Está bien... —rodó los ojos y sonrió —Te prometo que no seré un estorbo.

—¿Y no traerás ropa? —inquirió con sorpresa al ver que no llevaba nada consigo.

—No te preocupes, llevo oro, y además tengo un amigo que roba —sonrió y le guiñó un ojo.

—¡Graciosa! —dijo sarcásticamente —sabes que no hago eso.

—Si tú lo dices —se mofó.

—Basta —exigió. Se rio ella, aunque él la ignoró para no enojarse aún más, en algunas ocasiones puede que haya robado, pero no más allá de frutas o comida. Nada más. Aunque ella no le creía lo que algunas veces le decía, tampoco lo discriminaba.

—Ahora solo calla y sígueme. Promete no protestar ni rechistar, ¿bien?
—Cómo digas —le obedeció.

Él asintió y luego en un parpadeo se subió de nuevo a los barrotes mirando hacia abajo, ella dio un paso hacia ellos, luego miró hacia abajo y notó que la altura era preocupante, segundos de haber observado su posible salida, miró a Genn con ojos llenos de miedo y preocupación. Genn notó su mirada preocupada lo que hizo que frunciera el entrecejo y resopló lleno de frustración.

—Prometiste no protestar ni rechistar —le recordó.

—¿Nos iremos por ahí? ¿No es muy alto? —señaló preocupada.

—Dijiste que conocía «cada ruta, escondite, y salidas de aquí». Así que solo confía y calla.

Sin otra palabra que decir, él simplemente se dejó caer, ella abrió los ojos como platos al ver su hazaña tan osada.

—¡Idiota!

Vaciló de un lado a otro pensado si saltar o no, pero no pudo esperar más, si seguía de ese modo tarde o temprano la podrían descubrir, a ella y a él, y lo que menos quería era meterlo en un lío, y menos con el dictador de su padre, así que sin más preámbulo se subió a los barrotes, copiando los movimientos de Genn, cerró sus párpados y finalmente se lanzó al suelo. Cayó sobre su trasero, sobre una grama suave y acolchonada.

Miró a su lado y vio a Genn de pie como si nada con cierta burla en su rostro.

—¿Lista para la aventura que estás por vivir...?

—¡A veces te detesto! —confesó poniéndose de pie.

—¿Ah, me detestas? Entonces me iré a casa tranquilamente —hizo un ademán de irse, pero ella le detuvo tomándole la mano.

—Es broma —murmuró —Tú eres mi mejor amigo —le sonrío  —nunca podría odiarte ni mucho menos detestarte.

—¿Tú mejor qué? Perdón es que no te oí —se mofó mintiendo y se puso una mano en su oído en señal de burla.

—¡Que eres mi mejor amigo! ¡YA! ¡¿Contento?!

—¡Ati me guta! —dijo las palabras de modo de burla.

—¡Ya de deja de hablar como bobo y vámonos!

—¿Cómo se dice?

—¡¿Cómo se dice qué?!

—La palabra mágica.

La hizo resoplar de enojo.

—¿Por favor, podemos irnos?

—Bien. Vamos.

La princesa y el criado caminaron durante unos minutos por lo que se dice a las mazmorras del castillo, en una oscuridad total, hasta que por fin llegaron a la entrada de una alcantarilla toda húmeda y llena de porquerías y agua sucia, desprendía un muy mal y desagradable olor. Allí, es donde se detuvieron. Genn miró a la princesa para ver si se encontraba de algún modo bien, ante lo que ella creyó que pasarían por aquel lugar tan asqueroso.

—¡Espera! ¿Nos iremos por ahí? —arrugó la nariz debido al mal olor.

—Quieres salir, ¿no? Entonces sígueme.

Se agachó, ya que la entrada no le permitía estar de pie correctamente para entrar.

—Bien —accedió e hizo una mueca de desagrado.

Cuando iban a mitad de camino, al parecer una de las criadas pudo haber entrado a la alcoba de la princesa lo cual pudo provocar que se alarmara y le dijera al rey, que su hija había desaparecido o escapado. Las campanas del castillo empezaron a resonar y los guardias como locos empezaron a buscar, el rey se encontraba muy furioso, haría lo imposible para encontrar a Gindy, ella era muy valiosa para él y no permitirá que se le zafara de las manos de manera fácil, no con él, él no se rendía ante nada.

La princesa se puso nerviosa y empezaba a farfulladar palabras que nunca creyó decir.

—¡Maldición! —exclamó ella. Genn se alarmó y tomó a la princesa de la muñeca tan fuerte que por poco la lastimaba.

—¡Vamos! ¡Corre!

Ambos empezaron a correr por toda la alcantarilla llena de agua sucia que le llegaba hasta los tobillos, alrededor se encontraba toda clase de bichos.

La princesa se detuvo en seco.

—¡Espera! —exclamó ella.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —farfulló molesto.

—¡No puedo...! Si me descubren te encontraran a ti, no quiero que hagan nada, conozco perfectamente a mi padre, y sé lo que te hará —se estremeció y comenzó a sentir las lágrimas recorrer sus mejillas. Decidió zafarse de su agarre e irse y dejarlo allí para salvarle la vida, pero antes de que pudiera dar otro paso, él la volteó hacia su mirada, y le puso sus manos en sus hombros rígidos y tensos.

—¡¿Llegamos hasta aquí, para que te eches para atrás?! ¡No lo creo! ¡Me dijiste que querías irte de aquí! ¿Sólo por unas campanas y unos guardias idiotas te van a asustar? ¡Mira pedazo de escoria sin cerebro, no me hiciste venir hasta aquí para perder el tiempo! ¡Así que nos vamos porque yo lo digo! —le regañó con una voz severa que la hizo recapacitar.

El criado tan osado y valiente tomó la muñeca de la princesa, esta vez de una manera suave y continuó su camino por el desagüe mal oliente. Ella comenzó a reírse por todo lo que pasó hace un momento.

—Eres un idiota. Trato de salvarte y tú te quieres morir —se rio.

—Te recuerdo que tú me hiciste venir aquí, y no me voy a echar para atrás, te sacaré sea como sea, si nos atrapan de seguro moriré y será culpa tuya —coincidió. La princesa se estremeció ante sus palabras crueles, pero realistas. —Lo siento. Soy realista, así que digo la verdad siempre, pero al menos moriré por algo que hice bien —la animó.

Se mantuvieron en silencio durante el resto del camino, por suerte, no tardaron mucho en encontrar el final de ese horroroso túnel. Por fin habían llegado a la salida, en la cual se encontraba en una pequeña colina, donde a solo unos pasos, se podía observar el cielo estrellado sobre unas casas de techos negros y marrones con los plebeyos entre ellas, a lo que para Gindy era lo mejor que había visto.

Veía la libertad.

—Bueno, te dije que llegaríamos —dijo Genn con un aire de ánimo.

—Tuviste razón —jadeó con una sonrisa rebosante —¿Ahora qué?

—No lo sé. Tú eres la que quiso irse —le recordó con una sonrisa pícara.

—Eres un idiota. ¡Cómo te gusta molestarme!

—Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?

—¡Cállate!

Se mantuvieron riéndose de uno al otro sin parar, todo marchaba bien, por fin Gindy sería libre, tal y como lo había soñado hace mucho tiempo. Una vez que pisara el reino que nunca en su vida había conocido, sería libre. Ni Rufel ni la soledad ni el encierro la detendrían, su vida nueva solo sería para ella no habría nada ni nadie que pudiera cambiarlo.

Pero ese paso que en menos de un segundo iba a dar, fue interrumpido abruptamente por los guardias de armaduras doradas y de bronce con capas negras sobre sus corceles que, se detuvieron en frente de ella, arrebatando toda esperanza y alegría que tenía hace en menos de un minuto.

—¡Princesa! Hemos venido por usted. Su majestad la quiere de vuelta.

Uno de los guardias se bajó de su caballo y tomó a la princesa del brazo tan bruscamente que hizo enfadar a Genn.

—¡Oiga! ¡Déjenla! —le apartó la mano del brazo de la princesa —¡No tiene derecho alguno de tratarla así!

—Usted será llevado a su majestad, para ser sentenciado por el secuestro de la princesa —le anunció el guardia del caballo, tenía una mirada cansada y una vejez notable.

—¡Me vale una verga lo que me haga el puto rey! —exclamó sin vacilar. El guardia que tomó el brazo de la princesa de manera fatal, le dio un golpe en la nuca al criado que provocó que este cayera al suelo, inconsciente. La princesa se acercó a él con la preocupación en su rostro movió, su cuerpo para despertarlo, pero él no respondía.

—¡Genn! ¡¿Cómo se atreven?! —masculló mientras apretaba sus puños.

—Su alteza, le sugiero que se calle —miró al guardia que noqueó a Genn y le dio una señal con sus respectivos ojos cansados. Antes de que la princesa pudiera decir otra palabra, vio todo negro antes de caer al suelo, inconsciente.

Su liberta había desaparecido.

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