Leonard estaba al tanto de la existencia de la granja abandonada y medio quemada, situada lejos del camino, a los pies de las colinas. La descubrió cuando era un niño, un día que se perdió volviendo a casa. Nadie la había derrumbado porque nadie había querido volver a levantarla. Y
nada había cambiado al respecto. Sin embargo, no esperaba que siguiera en pie a esas alturas. Dos de sus cuatro paredes no se habían derrumbado, y escondió el trineo tras ellas.
Después de apartar a patadas muebles destrozados y muchos trastos, localizó la puerta del
sótano en el suelo. Levantó la trampilla y arrastró a la mujer escaleras abajo, tras lo cual cerró la
trampilla. Llevaba en la mano el farol del trineo, de modo que tenían luz, que dejó de parpadear una vez que dejaron atrás el gélido viento. Después de limpiar las telarañas de una estantería para dejar el farol, colocó una manta en el suelo y dejó en ella a la mujer. Se sentó a su lado.
Le sorprendía que no hubiera intentando ni una sola vez quitarse la manta que le cubría la cabeza. La había cubierto para que el viento no le helara la cara durante el veloz trayecto en trineo. En ese momento, se la quitó y comprendió por qué no había intentado desembarazarse de
ella. Estaba aterrada y en cuanto se quitó la máscara y lo reconoció, comenzó a chillar.
—No tengas miedo —se apresuró a tranquilizarla—. No voy a hacerte daño, Helga, te lo juro.
El miedo no abandonó su mirada. Ni siquiera estaba seguro de que lo hubiera escuchado. La besó con dulzura. Y el miedo fue sustituido por la confusión.
Leonard la miró con una sonrisa mientras confesaba:
—He pensado mucho en ti durante estos años, más de la cuenta. Me encariñé de ti más de lo que debía. No lo había planeado y, al final, esos sentimientos cambiaron mi forma de llevar a cabo el trabajo que me encomendaron. Debería haberte matado, pero no fui capaz. Ni siquiera quería que sufrieras el horror de levantarte y encontrar que tu protegida estaba muerta, así que me la llevé para matarla en otro sitio, lejos del palacio. Por ti.
—¡Pero no la mataste!
Leonard torció el gesto.
—No, tampoco pude hacerlo. Conquistó mi corazón con una sonrisa. Me cambió, por completo. Gracias a ella no soy el hombre que era.
—¿Dejaste de matar? —le preguntó ella con voz titubeante.
—Sí, hemos llevado una vida muy normal.
—No estás... ¿no estás enfadado conmigo?
—¿Por qué iba a estarlo?
—¡Acabas de secuestrarme! ¡Me has dado un susto de muerte! ¡Me has...! —Guardó silencio mientras echaba un vistazo a su alrededor—. ¡Me has traído a un sótano!
Leonard le acarició una mejilla con ternura.
—Lo siento, no podía hacer otra cosa. Me están buscando y te acompañaba un guardia real. Me dirigía al pabellón para hablar contigo cuando descubrí que te llevaban escoltada al palacio. Si llegabas allí, ya no podría acercarme a ti.
—Pero ¡un sótano!
—Helga, no puedo permitir que vuelvan a verme. Me están buscando por todos sitios. Y ahora también te buscarán a ti, hasta que te lleve de vuelta. Quería hablar contigo en privado, al abrigo del frío y lejos de miradas curiosas. No tenía muchas opciones. Me acordé de esta antigua granja, que está lejos de los caminos y de los pueblos.
—Este sótano no es muy calentito... —señaló ella, abrazándose.
—Pero no nos congelaremos y no tardaremos demasiado en irnos.
—¿Vas a llevarme de vuelta al pabellón?
—Si quieres volver, sí.
—¿Por qué... por qué querías hablar en privado conmigo? —le preguntó con cautela.
—Me enteré de que habían llevado a Camila al pabellón para que te viera. Y supe que solo era una trampa para capturarme. Porque no era normal que se mostraran tan poco cautos con su paradero.
—¿Y te habrías dejado atrapar?
—No, no podría haber llegado hasta ella con tantos guardias rodeándola. Pero me enteré de que venía a verte esta misma mañana, un día después de que emprendiera el viaje. Y la vi volver al palacio antes de que yo comenzara el ascenso a la montaña.
—Para hablar conmigo —concluyó ella con incomodidad.
—Para hablar contigo, sí. Fui a tu antigua casa, pero la encontré habitada por otra familia. No tenía forma de localizarte, hasta que me enteré de que iban a llevar a Camila al pabellón para visitarte. Así que necesito saber el motivo de dicha visita. Y necesito saber cómo ha reaccionado ella. Lo sabes, ¿verdad?
Helga se quedó lívida. Intentó volverse para que él no se diera cuenta, pero Leonard se lo impidió tomándola por los hombros. A esas alturas, estaba asustado y pensaba que algo malo le había sucedido a Camila.
—¡Dímelo!
—Creen que... creen que es mía.
—¿¡Cómo!? —exclamó, sin dar crédito.
—¡Creen que es mi hija!
—¿Cómo es posible? —Sin embargo, lo comprendió al instante—. ¡Dios mío! Por eso Alejandro no movió cielo y tierra para buscarla, ¿verdad? Porque le hiciste creer que habías salvado a su hija, ¿verdad?
—¡Tuve que hacerlo! ¡Te dejé entrar! ¡Nos habrían matado a ambas si lo hubieran averiguado!
La mente de Leonard maquinaba sin pausa. Por fin comprendía tantas y tantas cosas. Sin embargo, Helga comenzó a llorar otra vez y sus sollozos eran incontenibles.
Le preguntó en voz baja:
—¿Qué le dijiste a la otra niñera cuando apareció?
—Lo sabía. Y también estaba aterrorizada. La convencí de que nos culparían a las dos si no me apoyaba cuando afirmara que había cambiado a las niñas por tal de mantener a salvo a la princesa. Después de llegar a un acuerdo, se marchó para informar de lo sucedido. Recordé
demasiado tarde que había un hombre que acababa de ver a la princesa hacía poco tiempo, el
médico que se encargaba de comprobar su salud. Sin embargo, hubo otros que aparecieron antes que él para decirme que lamentaban que mi bebé hubiera desaparecido. Ni siquiera les presté atención. Sabía que la verdad saldría a la luz tan pronto como llegara el médico. Estaba petrificada, pero pensaron que se debía a la pena, no al miedo. El miedo de saber que el médico descubriría que la niña que estaba en el palacio no era Camila Cabello.
—¿Y no apareció para reconocerla?
—Lo hizo. Antes de llegar le habían dicho que la princesa estaba sana y salva, de modo que se limitó a mirar a mi hija y a decir: «Sí, lo está, gracias a Dios.»
Leonard frunció el ceño.
—¿Estaba involucrado en la conspiración para matarla?
Helga soltó una carcajada histérica.
—No, solo era un hombre que no hacía su trabajo. Creí que el día que fue al palacio para reconocer a la princesa lo había hecho de forma concienzuda, pero tal vez tenía muchas cosas en la cabeza. Y tal vez también estuviera furioso por el hecho de que un hombre tan prestigioso como él fuera el encargado de llevar a cabo una tarea tan trivial. Es el único motivo que explicaría por qué fue tan grosero conmigo aquel día.
Leonard no acababa de creer todo lo que había sucedido sin que él se enterara ni lo imaginara siquiera.
—Así que confirmó que era la princesa la que seguía en el palacio y tú seguiste adelante con la mentira.
—¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Admitir que había dejado pasar al hombre que la había raptado? —le preguntó a voz en grito. Helga estaba histérica. De modo que Leonard la abrazó. No ayudó, al contrario, sus sollozos aumentaron.
—Tuvo que ser una época terrible para ti. Helga, lo siento, de verdad que lo siento. Debería haberte llevado conmigo. A ti y a tu hija. Pero todavía la tienes...
—¡No! Porque se la llevaron para esconderla. Sabían que me pasaba los días y las noches llorando sin parar, así que no me permitieron acompañarla. Les supliqué que me dejaran, pero me lo prohibieron de forma categórica porque estaba abrumada por el dolor de haber perdido a mi hija. Me agradecieron lo que había hecho. ¡Me recompensaron! Pero jamás volví a verla.
—Daré con ella, la tengan donde la tengan, para que podáis...
Helga retrocedió y comenzó a golpearle el pecho con los puños.
—¡Está muerta! Murió cuando tenía siete años. Y cada uno de esos años los pasé aterrada noche y día por la posibilidad de que se pareciera a mí mientras crecía y el rey comenzara a sospechar. Ya la había perdido y jamás volveré a verla. ¡Tan grande era mi miedo que fue un alivio
que muriera! Alejandro en persona vino a decírmelo. Pese al dolor que lo consumía, pensó en mí y me aseguró que lo que yo había hecho le había dado al menos siete años para quererla.
Leonard suspiró al comprender lo sucedido.
—Así que el funeral que celebraron por ella no fue ficticio.
—No.
—Y Alejandro dejó que el país creyera que habían raptado a la princesa para que no volviera a
pasar. ¡Sí!
Leonard se limitaba a afirmar hechos, no a pedir confirmación. Sin embargo, a medida que sus
pensamientos seguían por el camino más lógico, de repente lo vio claro.
—¡Dios mío! No han creído a Camila. ¿No creen que sea la princesa? En vez de que Camila los convenza, han sido ellos quienes la han convencido a ella de que es tu hija. ¿Y se lo has permitido?
Helga se cubrió la cabeza con los brazos, temerosa de que la golpeara.
Leonard creyó oírla decir entre sollozos:
—Me matarán. No puedo confesarlo. No puedo.
—No pasa nada. No es necesario. Yo mismo se lo diré a Camila aunque tenga que colarme en el palacio para lograrlo. Esto no puede continuar.
—No lo hagas. Creo que ya lo sabe.
—¿El rey?
—No, la capitana de la guardia real. La mujer que la trajo al pabellón. Vi que sospechaba. Y dejó un hombre para que me escoltara hasta el palacio, sin darme la menor explicación. ¡Quería interrogarme sin que ella estuviera presente! ¡Lo sé!
—Tranquila —le dijo él, tratando de calmarla con las manos—. No le permitiré que te interrogue. Te llevaré lejos de aquí y nunca volverás a pasar miedo. Te lo debo. Por confiar en mí.