YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO XXVII

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By MargySilva

CUANDO CONOZCAS A TU HIJA, ENTENDERÁS QUE SOLO DEBES SER LA MEJOR VERSIÓN DE TI MISMO PARA SER UN PADRE PERFECTO.

Una mujer hermosa, inteligente, emprendedora, instintiva, de buen corazón y carismática no siempre es sinónimo de mujer exitosa en las relaciones amorosas. Las mujeres bellas e inteligentes son escasas, y cuando un hombre promedio se encuentra con una, no sabe qué hacer.

Los ejemplares de hombres promedio que existen en el mundo casi siempre se ven atraídos por este tipo de mujeres, y viceversa. Al principio puede parecer que la inteligencia es el atributo que más valoran de una mujer y por el cual se enamoran, pero después el tiempo les demuestra que las mujeres inteligentes son difíciles de manejar y capaces de resaltar en ellos sus propios temores, su propia mediocridad y machismo.

¿Cuántos hombres pueden aceptar y alegrarse de que la mujer resalte y brille más que ellos? ¿Cuántos pueden tolerar que otros admiren, vean, se enamoren y se deleiten de la mujer que tienen al lado? ¿Cuántos pueden dejar a un lado su ego masculino y aceptar que el éxito, la inteligencia y la vistosidad no tienen sexo, y en vez de sentirse frustrados o anulados ante el encanto que derrocha una mujer inteligente y bella, se sientan retados para mejorarse a sí mismos?

Así habían sido, desafortunadamente, los dos hombres que habían pasado por la vida de Catalina Ángel, la bella y emprendedora mujer que hacía honor a su apellido. Cata, como la llamaban todos los que la querían, era una mujer de 40 y tantos años, dueña de su propia empresa de asesoría en comunicación y relaciones públicas, que desde los 22 años que recibió su título, no había parado hasta alcanzar sus sueños como profesional.

En la universidad se destacó como una excelente estudiante, no solo porque era aplicada, sino porque tenía una visión práctica de su oficio, que a todos los docentes fascinaba, además de un espíritu autodidacta que la hacía ir delante de sus compañeros de clase. Empero, más allá de eso, lo que más atraía de ella era la deliciosa combinación de su personalidad cálida, carismática y su belleza física, algo poco común de encontrar, al menos no de forma genuina.

Desenvuelta, gentil, risueña, justa y con mucha sabiduría y elocuencia para hablar, Catalina dejaba encantados a todos, especialmente a los hombres, que rara vez se acercaban a ella con otras intenciones que no fueran coquetear o buscarle el lado débil o imperfecto que a simple vista parecía no tener. Para algunos de estos hombres, las mujeres como ella solían ser las más ardientes en la cama y esa curiosidad les decantaba en malos pensamientos, incluso, en frustraciones al no poder acceder a ella, aun aparentando solo intenciones profesionales.

¿Solo este tipo de hombres se acercaban a Catalina? ¡No!, también se encontró con hombres agradables, buenos, que le coqueteaban y le halagaban su belleza, pero que también la respetaban por su inteligencia y criterios y no pensaban en ella como un reto a conquistar o alguien que debían llevarse a la cama por todos los medios. Uno de esos hombres que se decantó con ella desde la primera vez que la vio fue Roberto Mendoza, primero dejado llevar por sus atributos físicos, indudablemente atractivos, y después por sus capacidades profesionales. No obstante, Roberto era un hombre que respetaba demasiado a todas las féminas (estaba acostumbrado a estar rodeado de beldades), sobre todo a su amada esposa, Margarita, y, además, tenía muy en alto el valor del matrimonio, por lo que jamás se permitió dar rienda suelta a su instinto, logrando así, vencer muchas tentaciones. De esa relación profesional entre ellos entonces fue naciendo una más estrecha, digamos que una amistad, entre Catalina y los Mendoza y Valencia, que venían a ser prácticamente una sola familia.

Roberto siempre fue muy correcto como esposo y como presidente de Ecomoda, antes y después de conocer a Catalina, por lo que Margarita nunca se sintió amenazada por la belleza y el trato amistoso que su esposo le prodigaba, y que después ella le prodigó al tratarla y conocerla mejor. Catalina tampoco nunca se dio cuenta que Roberto pudiera haber sentido una atracción fuerte por ella y posiblemente nunca lo sabría.

En algunas mujeres, en cambio, Catalina suscitaba otros sentimientos negativos, como la envidia, algo frecuente entre miembros del sexo femenino. El encanto y las virtudes que poseía naturalmente, no podían ser concebidos por las envidiosas como algo genuino, sino como algo intencional y falso, que usaba para llamar la atención de los hombres y, así, negarles a éstas su cuota de admiración necesaria para librarse de la inseguridad que las aquejaba. ¡Sí, la envidia es frustración, es inseguridad, es miedo a reconocer que hay mujeres bellas e inteligentes, que no quieren robarse la atención que otras no logran por sus complejos!

¿Cómo había manejado el dolor del desamor? ¿Qué tan diferente era la Catalina que conocía Betty con respecto a la Catalina joven y llena de ilusiones que fue durante su primer matrimonio? ¿Qué pasó con los dos hombres a los que ella les había entregado su corazón? ¿Había sido a través de esas tristezas que descubrió el talento de escudriñar el alma humana?

Catalina tenía 25 años cuando dio el sí frente al altar, no tenía mucha experiencia en el amor, pero sí muchas ganas de amar y ser amada. El romanticismo estaba en sus venas, lo sigue estado, porque a pesar de todo, sigue esperando que llegue el hombre de su vida.

Fue en Francia, la ciudad idílica del amor, donde conoció a su primer esposo, un colombiano que al igual que ella, estudiaba francés. Se enamoró de él por sus modos tímidos, un poco caballero antiguo y por esa sensibilidad que tenía y demostraba a través del arte, pues era pintor.

Catalina regresó de Francia dos años después directo a casarse con el hombre que pensó sería el hombre de su vida. No tenían más que su cerebro y su entusiasmo para salir adelante, y eso le bastó y le sobró, al menos a ella, para conquistar sus sueños.

Cuando cumplieron tres años de casados, Catalina ya estaba dirigiendo una revista de modas, que aunque no era la más grande del país en el momento en que entró a formar parte, se fue convirtiendo, en gran parte por ella, en una de las de mayor circulación y renombre.

Los dueños de la revista estaban encantados con su aporte y su visión, así que le cedieron atribuciones que a ningún director le habían dado. Supieron reconocer que necesitaba un poco de libertad para llevar a cabo sus "ideas del primer mundo", que hasta ese momento les había reportado en ganancias de miles de dólares.

Al principio Catalina estaba muy contenta con su trabajo y el reconocimiento que recibía a su esfuerzo. Trabajaba porque le gustaba y no tanto por el dinero que le pagaban, que era poco comparado con el tiempo que ella invertía y con lo que otra revista le hubiera ofrecido en Colombia o en otro país. De este abuso se dio cuenta su esposo, que era astuto e interesado en el dinero; Le advirtió que ella debía exigir la remuneración debida a su trabajo o simplemente buscar otro que así lo hiciera. Quiso asesorarla, pero motivado por otros sentimientos que no tenían nada que ver con la preocupación que podía provocar en todo esposo amoroso el hecho de que su esposa fuera estafada o abusada en su trabajo. Él, como hombre, empezaba a sentir una leve molestia por lo éxitos y atenciones que despertaba su mujer, porque en el fondo estaba naciendo una frustración enorme al no haber logrado hacerse notar con sus obras artísticas.

Catalina escuchaba sus consejos y tomaba acciones de la manera en que ella solía hacerlo, así que de forma educada y sin entrar en conflicto con los dueños de la revista, pudo acordar un salario más acorde. Sin embargo, su esposo no paró ahí, siguió insistiendo en que debía aceptar otras ofertas de trabajo que le llegaban o le susurraban al oído y, por fin, dejarse de tonterías y sentimentalismos como la fidelidad y la costumbre. Las cosas fueron tomando un tono agresivo y lúgubre, porque su esposo ya no utilizaba buenos términos ni buenas maneras para emitir sus opiniones o sugerencias, si no términos peyorativos para referirse a ella, simplemente porque no hacía las cosas como le mandaba.

--Eres una sentimental, Catalina. No puedo creer que desperdicies tu inteligencia y belleza esperando que tus jefes te reconozcan la fidelidad. Si te ofrecen más dinero en otro lado, pues te vas a ese otro lugar y sigues adelante. No puedes quedarte comiendo mierda con esos ingratos que se aprovechan de ti. –Le decía—

Catalina no sabía qué hacer, en el fondo de su corazón algo le decía que su esposo la estaba mal asesorando, que sus palabras estaban cargadas de un sentimiento muy oscuro, que prefería desterrar de su mente. Ella sentía que solo quería provocarla, envenenarla en contra de todo el mundo, incluso de sus amistades. Todas las decisiones que tomaba las criticaba con arrogancia y prepotencia, a tal punto que prefería omitir contarle sus asuntos, porque tenía miedo de su reacción. Sus palabras eran hirientes, como si la odiara por ser querida por las personas.

--No entiendo qué te pasa, Marcos, pero definitivamente no eres la misma persona que conocí en Francia. Nada de lo que hago te parece, nunca me quieres acompañar a los eventos de mi trabajo y, cuando lo haces, es de mala gana. Dime de una vez si lo que pretendes es que me canse y terminemos esto de una vez, porque en estas circunstancias yo no puedo continuar. Cuando te conocí no eras así, eras un hombre lleno de sueños, que nunca me levantó la voz, pero ahora pareces desembocar toda tu frustración, tus miedos, en mí, que soy la persona que más te ha apoyado en tu carrera y la que nunca ha dejado de creer en ti. Tienes que reconocer que hay un gran problema contigo, y es que no sabes ceder, no sabes disculparte y crees que eres dueño de la verdad absoluta—Le respondió un día Catalina—

--Me he convertido en tu sombra, en la persona que se queda en casa y te hace los mandados, que ordena tu desorden, que está pendiente de ti y de que no te vean la cara de tonta. Soy el que tiene que soportar que te vean y te toquen hombres —Replicó Marcos, molesto— Si no fuera por mí seguirías ganando una miseria y no tendrías las buenas conexiones que tienes Yo te he abierto esa mente y te he hecho saber que el mundo no es un cuento de hadas, Catalina. —

--Creo que hasta ahora he seguido tus consejos, a mí manera, pero los he seguido. Me he llenado de fantasmas gracias a ti, he empezado a desconfiar de todos gracias a ti, pero ya no me vas a seguir dañando la mente como hasta ahora, porque no te lo voy a permitir, no te voy a permitir más insultos solo porque no quiero hacer lo que tú me dices, cómo tú dices—Le dijo Catalina, con el corazón roto, pero tragándose el dolor para no llorar—

--No vas a ir para ningún lado sin mí, Catalina. Me quedé detrás de ti para apoyarte, pero no valoras nada de eso. Eres una hipócrita, ahora me doy cuenta, porque finges no querer atenciones, pero yo sé que te fascinan, que te molesta no ser el centro de atención. ¡Acepta que te encanta que todos te admiren! — Le restregó Marcos, entre encolerizado y atacado en risa—

--Estás perdiendo la razón, Marcos, te desconozco, y yo a este hombre que tengo en frente no lo quiero más en mi vida—Sentenció Catalina--

Esas fueron las palabras que detonaron en la decisión que Catalina venía postergando mes tras mes, esperando un cambio en la actitud de su esposo. Le dolió el alma pero se separó de él ese mismo día.

El departamento donde habitaban le pertenecía a Catalina, ella lo había adquirido con un dinero que su padre le había heredado para que se independizara. Sin embargo, al no haber separación de bienes, las leyes amparaban a su esposo con la mitad del valor de ésta. Con el fin de evitarse los engorrosos procesos de abogados y tribunales y el trauma que eso conllevaba, Catalina le entregó la mitad del dinero que le pagaron por la casa que finalmente decidió vender.

Lo único que quería era conseguir su paz mental, después de una separación bastante difícil.

Nunca más lo volvió a ver después de ese día.

Catalina nunca supo lo que era pasar necesidades, pues provenía de una familia acomodada, que siempre le proveyó todo para que tuviera la mejor educación y estilo de vida. Se rodeó de gente importante, más adinerados que su familia, pero también con gente de los barrios, gente sencilla, pues sus mejores amigas del colegio y de la universidad no habían nacido con los mismos privilegios económicos que ella, pero sí con el mismo privilegio de la inteligencia y la auto determinación para sobre salir académicamente y, así, aspirar a mejorar su estilo de vida.

En tiempos de colegiala, Catalina amaba tomar la buseta con sus amigas, porque de esa forma se sentía más cercana a la gente común y corriente y a la realidad de éstos. Se sentaba a observar y a imaginar cómo serían sus vidas o qué circunstancias habían vivido para llevar esa expresión o esa mirada. No sabía cómo pero la gente se sentía a gusto en su compañía, y sin demora les inspiraba confianza para charlar, para dejarla entrar en sus vidas. Haciendo estos experimentos sociales fue como se dio cuenta que tenía un talento especial para comunicarse con la gente, percibir de ellos energías y quizás, brindarle ayuda con una palabra o una sonrisa.

Durante los problemas de su primer matrimonio ella se rehusaba a pensar que lo que intuía era cierto: su esposo ya no la amaba y por eso buscaba de todas las maneras hacerla sentir mal, menospreciarla. Sin embargo, el día que decidió terminar con una relación que no iba para ningún lado, fue porque volvió a creer en sí misma y su instinto nato que tanto le había servido para su vida profesional.

El segundo matrimonio de esta hermosa dama no fue mucho peor, podría decir que fue más o menos lo mismo.

Después de cuatro años reconstruyéndose, sanando heridas y reencontrándose consigo misma a través de viajes espirituales a la India, Catalina se acomodó estupendamente a su vida de soltera. El trabajo y el estudio, (siguió actualizándose) no le dejaban tiempo ni cabeza para pensar en otra cosa que en seguir en la búsqueda de ese sueño que quería conquistar por sí sola: tener su propia empresa de consultoría.

Las puertas de su corazón siguieron abiertas, y muchos hombres llegaron a tocarla, pidiendo una audiencia, una oportunidad, pero ella los rechazó a todos. Se sentía demasiado bien estando sola y no quería perder lo que había ganado, que había sido conocerse a sí misma y aceptarse completa. Los prospectos que llegaban a su vida no eran, físicamente hablando, nada despreciables, pero su instinto había desarrollado tanto, que ninguno lograba convencerla, mucho menos enamorarla, como para dejarlos entrar a su vida íntima.

El segundo hombre al que le abrió su corazón se llamaba Gustavo, pero todos le decían "Gus". Era un hombre 10 años mayor que ella, de complexión ancha, voz grave, expresión seria y modos pulcros, que lo hacían aparentar tener un carácter dominante. Sin embargo, con el paso del tiempo y el intercambio de conversaciones que ellos mantuvieron, le hicieron darse cuenta que era todo lo contrario a lo que aparentaba.

Por su pasado de superación, pues no había nacido en cuna de oro, y el hecho de que también era divorciado, lograron que Catalina lo tratara con cierta preferencia entre todos sus conocidos. Se dio cuenta que era un hombre sensible, muy correcto y amoroso, y sobre todo, que a ella la trataba como a una amiga, sin pretensiones de algo más.

Catalina estaba cansada de los hombres que solo se acercaban para ver si sacaban de ella una aventura amorosa, aquellos que de buenas a primeras creían conocerla y empezaban acechando como animales en celo. Estaba cansada de las palabras dulces rebuscadas, las miradas coquetas, sonrisas falsas y tomaditas de mano. Estaba cansada de los anzuelos que lanzaban los hombres, de las mentiras, de su coquetería descarada, de su instinto conquistador que no les dejaba realmente decir nada con sinceridad.

Gustavo desde un principio fue todo lo contrario, y eso le atrajo en demasía a Catalina.

La amistad entre ellos fue prosperando rápidamente, fue haciéndose cada vez más evidente que se querían, que se necesitaban y se compenetraban muy bien. Catalina nunca pensó que volvería a sentirse así de nuevo, tan deseosa de estar con un hombre, tan ilusionada con tener una familia, pero a diferencia de la primera vez, en esta ocasión el sentimiento era más maduro y más profundo también. Se dio cuenta que empezaba a disfrutar de la idea de la convivencia en pareja y que ya no quería estar sola.

En ellos no cabía la duda de que sería para toda la vida, así que dos años después de entablar una amistad y posteriormente una relación, se casaron por la iglesia con bombos y platillos, incluso fue noticia en todos los medios del país.

Los primeros tres años de matrimonio fueron una completa luna de miel, en todo momento estaban pendientes uno del otro, eran inseparables, se apoyaban en sus carreras, se entendían muy bien, al punto que no había conflicto que no pudieran resolver, porque ante todo primaba el respeto y la buena comunicación.

Durante muchos años Catalina rehusó al ofrecimiento de sus padres de ayudarla a montar su empresa, porque para ella había sido más que suficiente el dinero que le habían dado para comprar aquella casa que tuvo que compartir con su infortunado primer esposo.

En 1995 Catalina logró, mediante mucho esfuerzo y dedicación, obtener un financiamiento por parte de un banco, para poner en marcha su soñado proyecto de tener su propia empresa especializada en asesoramiento en temas de comunicación empresarial y política, marketing y publicidad, imagen corporativa, couching, etc, que hasta el día de hoy era la de preferencia no solo por Ecomoda, si no por otra decena de empresas que la conocían desde que era columnista, editora y directora de los diferentes medios escritos en los que trabajó. El buen desempeño durante toda su carrera la había hecho una persona confiable y capaz de dirigir grandes eventos, así como estar al frente de todo tipo de campañas publicitarias que posicionaran a empresas, marcas, personalidades o figuras públicas.

Mientras "Ángel Consultores" iba en auge, su matrimonio se venía a pique de nuevo. Esta vez debido a que Gustavo estaba atravesando un momento muy difícil al darse cuenta que no podía engendrar hijos. Catalina no podía evitar sentirse mal por la noticia, pero todo el tiempo se mostró comprensiva y jamás le reclamó algo que no estaba en su poder controlar, aunque tal vez, al menos, intentar solucionar. Sin embargo, dentro de ella andaba rondando una inquietud que durante algunos días prefirió no despejar, por temor a incomodar a su esposo. Los días pasaron y la relación íntima de ella se hizo más frecuente e intensa, después de varios días en que Gustavo estaba tan agobiado, atribulado, que no la tocaba, y fue entonces que Catalina se aventuró, despreocupadamente, a despejar la duda que tenía. Esta acción inofensiva derivó en una discusión que borró de ella la sonrisa y la ilusión de que las cosas iban retomando el rumbo de antes.

Consultaron a decenas de especialistas en fertilidad y probaron otra decena de tratamientos que eran hasta cuarenta porciento eficaces en los casos más complicados, pero ninguno bastó.

Catalina se sentía devastada, pero no por saber que no podría tener hijos con el hombre que amaba, eso ya lo había ido superando, sino porque éste se estaba comportando de una manera extraña, indiferente, taciturno, incluso agresivo, hasta el punto de abusar de las bebidas alcohólicas. Fue entonces cuando recurrió a un especialista, a un psicólogo, porque ella ya no podía por sí sola manejar la situación.

Al cabo de un tiempo asistiendo a terapias, Catalina observó una leve mejoría, al menos en el asunto del abuso del alcohol, aunque de todas formas su relación seguía estancada en el fango de la frialdad. El ya no le hacía el amor con el mismo entusiasmo, tampoco era dulce y provocativo. Ella después lo describiría como "hacer el amor con un robot".

Luchó y luchó por salvar su matrimonio, acudió a Dios, a las terapias de pareja, a ejercicios de relajación, pero las cosas no mejoraban gran cosa. Ella seguía remando con los brazos, mientras Gustavo tenía el remo e iba en dirección contraria a la orilla.

Finalmente, después de seis años de matrimonio, se divorció de otro hombre al que pensaba que conocía, pero que admitió tampoco llegó a conocer.

--Los hombres dicen que las mujeres somos complicadas, que cambiamos constantemente, que somos inestables. Déjenme decirles, que en mis relaciones la única estable he sido yo—Le dijo un día a su abogada cuando estaba a punto de firmar el divorcio—

Años más tardes, por medio de un conocido en común, se dio cuenta que Gustavo se había vuelto a casar con una jovencita 30 años menor que él, a la cual ya tenía encargada de su primer hijo. Al principio Catalina pensó que era una confusión, que seguramente la muchacha estaba esperando el hijo de otra persona, hasta creyó que Gustavo había estado tan deseo de ser padre, que había buscado a una mujer que estuviera necesitando uno para su hijo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que se enterara de la verdad. Todos los chismes de fuentes fiables apuntaban a que Gustavo y ella habían ido a Estados Unidos a probar un nuevo tratamiento de fertilidad, que como es obvio, había dado magníficos resultados.

--¡Vaya, Catalina! De poco o nada te ha servido tu instinto para prevenirte de hombres como los que has amado, que no te han amado nunca de la misma forma a ti, y, al final, te han hecho sentir tan miserables como ellos se sienten. ¡Qué poca piedad han tenido conmigo! —Dijo Catalina, mientras se retorcía de dolor ante la noticia recibida—

Esa había sido la trágica vida amorosa de la deslumbrante Catalina Ángel, quien a pesar de todo, le seguía sonriendo a la vida, al amor y los hombres traviesos y coquetos que querían entrar a ese mar de dulzura, candidez y comprensión que era ella como mujer y como amante.

Antes de conocer a Betty, Catalina había salido con varios hombres a cenar, a tomar una copa, pero con ninguno la cosa había trascendido más allá. Ella se cuidaba y se respetaba tanto así misma, que a pesar de llegar a sentir atracción física por algunos de esos ejemplares masculinos con los que compartió una o dos velada, nunca olvidó su pasado y lo que quería evitar a toda costa.

Catalina Ángel llegó a Ecomoda iluminando todo con su sonrisa y su tonadita alegre con la que saludaba a todos, incluso al portero Wilson.

Mariana le indicó que Betty acaba de llegar, que estaba en su oficina, sin embargo, ella le digo.

--Quiero hablar con Armando ¿Se encuentra el? –Dijo Catalina, conservando su sonrisa de siempre--

--Sí, los dos vinieron hace unos cuantos minutos. ¿Quiere que la anuncie?—Dijo Mariana, devolviéndole la sonrisa--

--¡No es necesario, linda! Quiero darle una sorpresa a Armando –Dijo ella, guiñando un ojo—

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

Tenía la ecografía en mis manos y no podía quitarle la mirada de encima. El papel se estaba estropeando en los bordes de tantas veces que la guardé y saqué de mi cartera. Quería memorizarme la imagen de mi bebé a las siete semanas de vida, para que en la próxima oportunidad, pudiera detectar todos los cambios que había experimentado su pequeña humanidad.

Esa tarde granizaba tan fuerte, que ambos consideramos que lo mejor era ir a casa. Ecomoda estaría mañana ahí esperando por nosotros.

Armando me tomó de la mano derecha y no me la soltó durante el camino.

--¿Cuándo se lo diremos a tus padres, mi amor? –Inquirí, buscando un tema de conversación que desviara mi atención del ultrasonido—

-- Ellos están en Londres, bueno, ahora mismo no sé si están ahí o en Suiza visitando a Camila. Hace varios días que no recibo noticias de ellos—Replicó Armando--

--Mi amor, creo que deberías estar más pendientes de ellos ¿no crees? Ya tus padres no son unos jovencitos y vendría bien que a veces seas tú el que los llame—Le dije, a modo de sugerencia--

Armando se quedó reflexionando ante mis palabras y asintió.

--Tienes razón. Camila también se queja de mi silencio prolongado. – Admitió Armando—

--El otro día tu hermana te llamó, pero habías salido sin decir a dónde ¿te acuerdas que te lo comenté? Bueno, al no poder hablar contigo, pidió hablar conmigo. –

--Sí me contaste, mi amor. –Musitó Armando—

--Esa conversación me permitió conocerla mucho más. Entiendo por qué la extrañas tanto, se siente en su voz una calidez especial. La sentí muy cercana y afectuosa, más de lo que es en sus cartas. ¡Fue bastante agradable hablar con ella! Creo que te di su recado de que la llamaras tan pronto pudieras ¿Lo hiciste? --Dije—

Armando suspiró y tensó los labios en una fina línea que revelaba que no lo había hecho.

--Lo haré mañana, te lo prometo. –Dijo Armando, lanzándome una mirada tierna—

--Está bien, Armando, no tienes que sentirte mal por ser olvidadizo. Yo sé y entiendo lo absorbente que es el trabajo en Ecomoda, pero no quisiera que tus padres o tu familia piensen que por mi culpa no los llamas—Dije—

--No es extraño que no los llame, te lo aseguro, mi amor. Ellos saben que para saber algo de mí, tienen que llamarme averiguar—Armando se echó a reír de forma triste-- pero cuando tengo la oportunidad de hablar con ellos, les digo cuanto los quiero, sobre todo a Camila, que hace mucho no la veo, le digo cuánto la extraño –

Armando siempre cambiaba su tono de voz al hablar de su hermana, su voz se volvía casi un susurro y su expresión se volvía dulce, como si se le viniera una imagen muy clara y específica de ella. Ya antes había resuelto que debía poner fin a ese largo tiempo que llevaban sin verse, así que esa tarde quise darle fecha a mi proyecto.

--No hay impedimentos reales para que no se reencuentren tú y tú hermana, Armando. Si ella no puede venir a Colombia por ahora, entonces ve tú. —Dije, acariciando su brazo derecho que iba vestido con el saco gris oscuro—

--Tenemos que hacer ese viaje juntos, porque estoy seguro que Camila no me perdonaría que llegue solo. ¡Ella se muere por conocerte! Mucho menos lo va aceptar después de que se entere que estás esperando a su primer sobrino—Dijo Armando, sonriendo—

--Me parece bien, pero hay que dejar todo muy bien organizado en Ecomoda, para poder irnos tranquilos. ¿Qué te parece después de la colección?—Propuse, porque realmente quería que fuera lo más antes posible—

--Ummm...No sé qué tan conveniente sea que viajes en tu estado –Dijo Armando—

--Lo consultaremos con el médico para que estés más tranquilo—Dije, contando mentalmente las semanas que faltaban para conocer a mi cuñada—

--Estás muy tranquila ¿cierto? En cambio yo, ahora que lo confirmé, estoy muerto del miedo—Musitó Armando—

--Yo también estoy asustada, Armando, es algo nuevo tanto para ti como para mí, y no sé cómo lo va manejar mi cuerpo. Solo confío que lo haga tan bien como ahora. —Dije y solté un suspiro—

--Yo estaré contigo en todo momento, no quiero que te fatigues, que te sobre cargues de trabajo. –Dijo Armando, en tono serio— ¿Me prometes que si te sientes mal, si sientes muchas molestias, te irás a casa a descansar?—Me lanzó brevemente una mirada solícita--

--Te lo prometo—Repliqué, conmovida por su preocupación tan prematura—

--¿Y tú me prometes que vas a desterrar ese miedo que sientes? –Le pedí-- ¡Un miedo que no tiene sentido, porque sé que vas a ser un excelente padre!—

--Nada puede salir mal ¿cierto? Porque va ser muy amado por los dos—Asintió Armando—

 (Narrado en tercera persona)

Armando Mendoza no era un hombre promedio, pero toda la vida había actuado peor que uno. Había desperdiciado mucho tiempo sofocando carencias y necesidades afectivas con vicios deplorables, que al final le habían hecho sentir más solo y más necesitado. Había buscado con afán encontrar algo diferente mientras acaparaba todo: mujeres, dinero, reconocimiento y prestigio, sin darse cuenta que hasta entonces nada eso le había servido, y que, utilizando los mismos medios, nunca encontraría eso diferente que le hacía falta en su vida.

Cuando dejó de buscar y de acaparar, entonces fue capaz de encontrar el amor verdadero, ese sentimiento que mueve a tantas personas en el mundo y el único que fue capaz de redimirlo de su pasado.

El día después de la cena que tuvo por motivo anunciar el embarazo de Betty a los padre de ésta, Armando llegó a Ecomoda tomado de la mano de Beatriz y luciendo sonrisas amplias y brillantes. Todas las del cuartel no les despegaron los ojos y les acudió a sus estómagos de una vez la intriga, la ansiedad y los nervios por saber los resultados del ultrasonido, aunque más clara respuesta que sus expresiones de felicidad no podían obtener.

Betty se despidió de su esposo con un beso un poco largo y húmedo, que al cuartel hizo suspirar. Armando se aprovechó de la situación y del hecho de que tuvieran un público bastante atento, y besó a Betty con ganas, con entusiasmo, superponiendo sus labios sobre los de ella e introduciendo su lengua en la boca de su esposa.

El cuartel ya los había visto bastante afectuosos en los pasillos o saliendo del ascensor, pero nunca los habían visto darse un beso tan largo, que incluso alborotaran la melancolía de Sandra, (que era la que más cerca los tenía), por tener un novio.

Betty se ruborizó al ver los rostros de sus amigas, que se asemejaban a los de un cachorro hambriento que espera que alguien se conmueva y le de comer. Se sonrió y le limpió la comisura de los labios a Armando, que estaban llenos del labial color uva que se había puesto ese día.

--Nos vemos más tarde, mi amor—Dijo Armando, pasando su lengua por sus labios, para quedarse con lo último de los labios de su esposa—

--Nos vemos a la hora de almuerzo, mi vida—Replicó Betty, sintiendo un mariposeo en el estómago, como la primera vez que se besaron—

El cuartel no había respirado, no se había movido, tenían la expresión bobalicona pintada en el rostro ante tal escena dulce.

--Ay, yo no sé muchachas, pero en este momento se me antoja un vaso de cianuro, como diría Freddy. ¡Esta soltería pesa demasiado!—Dijo Sandra, haciendo puchero y restregándose los ojos ante las lágrimas que acudían a sus ojos--

--¡Hay que ver cómo está loco enamorado don Armando de Betty, ah! Aprendió muy bien de mis consejos –Dijo Aura María, haciendo una burbuja con el chicle que mascaba—

--No, pues sí, estos están que se derriten uno por el otro, pero me late que hoy más que nunca porque están celebrando bebé a bordo—Dijo Berta, echándose una carcajada—

--Nosotras como que necesitamos algo así, ¿saben? Ahora me doy cuenta que necesito un apapacho—Dijo Sofía, con expresión melancólica—

--Primero busque cómo cambiar ese carácter del demonio y después se concentra en conseguirse un tinieblo— Dijo Berta—

¡Ja, ja, ja! Entró Freddy riendo de forma exagerada.

--¿De cuál tinieblo hablan? ¿De qué me he perdido? ¿Acaso fue usted Aura María, que está jugando de nuevo conmigo? ¿Por qué sonríe de esa forma? ¡Se le va caer la mandíbula de tanto mascar chicle! –Dijo Freddy—

--¡Calle, bobo! A veces me pregunto por qué sigo con usted, Freddy. —Se quejó Aura María, dándole un empujón-- ¡No cambia, no confía en mí, todo el tiempo me está achacando los errores del pasado! --

--Madure, Freddy, Madure, ya está muy grande para comportarse así. ¡Si Aura María a veces actúa como una chiquilla, usted dice quitá! –Dijo Berta, rodando los ojos—

Aura María iba a protestar, pero lo que hizo fue enfurruñarse.

--Perdóneme, mi reinita, por cuidarla hasta en mis sueños. Yo confío en usted, Aura María, pero es que cuando pone esa sonrisa malévola y pronuncia "tinieblo", me pongo a temblar de pensar que habla de otro que no soy yo. —Dijo Freddy—

--Bueno, pero tiene que confiar en mí, porque si usted no lo hace, la cosa no va para ningún lado—Dijo Aura María—

--¡Confío, mi reinita, confío en usted! –Dijo Freedy, besando el dorso de las manos de su novia— ¡En quienes no confío mucho que digamos...es en otras!—Dijo Freddy, claramente aludiendo al resto del cuartel—

--¡Ah, no, mijito, a nosotras usted no nos va tratar de mala influencia! ¡Mala influencia su no...!—Aura María le dio un pellizco a Berta para que se callara—

Freddy en el fondo sabía que Aura María era ateperetada y coqueta, pero no quería decirlo para evitarse reclamos. Nunca podría sentirse plenamente seguro de que no llegara alguien con mejores recursos a querer llevarse su mandado, porque en el fondo Freddy se sentía incapaz de darle todo lo que Aura María pedía de un hombre.

--¡Adiós, me voy, me fui, volé! –Dijo Freddy, citando a don Hugo mientras se encaminaba hacia el taller—

--¡Freddy! ¿Para dónde cree que va? ¡Ahí no queda recepción ni mensajería! –Dijo Aura María, molesta—

--Sí, ya lo sé, mi reinita, lo que pasa es que al ser mi presencia molesta aquí...con tus amigas, y no tener más ocupaciones por el momento, entonces me dirijo hacia el taller a saludar a don Hugo—Dijo Freddy, un poco nervioso—

--Déjelo Aura María, que no le doy ni tres segundos cuando don Hugo lo eche.... —Susurró Berta al oído de Aura María—

Freddy siguió su camino al ver que todas se quedaron calladas.

--Lo va a echar en 3... 2... 1 –Contó Berta—

Freddy fue echado a empellones y gritos del taller, provocando una risa en coro por parte del cuartel.

--¿Ustedes me mandaron a este copete de urraca a mi taller, no es cierto? –Dijo Hugo, al ver las expresiones de satisfacción en su rostro—

--El entró ahí por su propia cuenta, por chismoso, por ojialegre. ¿Qué se esperaba Freddy? ¡Que entonces hoy lo recibirían de buena forma, hoy que el señor Hugo está muy ocupado con las modelitos! –Dijo Aura María—

--Yo solo quería ver cómo marchaba la colección, cómo iba quedando todo...--Dijo Freedy, agachando la mirada como perrito regañado—

--Mire, Freddy S-s-s-stewart, en mi taller usted y todas ellas –señaló al cuartel—tienen prohibida la entrada. Eso no va cambiar, venga el presidente que venga, usted no entra ahí pero ni de chiste ¿entendió? –Gruñó Hugo—

--Dígale eso a Betty, atrévase a decirle que no puede entrar al taller, a ver quién es más dueño –Murmuró Berta con los dientes apretados—

Aura María le dio un codazo a Berta para que se callara.

Por fortuna Hugo no escuchó y se retiró, no sin antes lanzarles una mirada cargada de veneno.

--¡Bruta, pero por qué tanta violencia contra mí! ¡Pellizco y codazo! –Dijo Berta, dándole un empujón a Aura María—

--¡Quietas, muchachas, quietas! ¡Ya dejen la peleadera, que tenemos cosas más importantes qué hacer! –Dijo Sandra—

--Definitivamente, hace falta la cordura de Inesita para controlar a Aura María—Dijo Mariana, poniendo cara de fastidio--

El cuartel no aguantaba más la curiosidad, estaban casi todas reunidas esperando que Betty las llamara a su oficina El tiempo pasó y eso nunca sucedió, y parecía que no sucedería hasta quién sabe qué horas. El almuerzo estaba descartado que fuera con ellas, así que decidieron que tenía que ser antes o morirían de la ansiedad por saber.

--¡Falta Inesita! ¿Quién se anima a llamarla? –Dijo Aura María—

Todas se quedaron repasando la pregunta que acaba de hacer Aura María.

--- ¡Inesita no está, bruta! ¡Se le olvidó que está de vacaciones! –Dijo Berta, riendo de forma triste—

--¡Lo olvidé, lo olvidé! A veces me parece que la voy a ver venir a nosotras, clamando al cielo porque su jefe se calme—Dijo Aura María, poniéndose triste—

--Clamando al cielo ¡Aura María, por Dios, Aura María! –Imitó Sandra la típica exclamación de Inés. Todas se rieron a carcajadas, incluso la aludida--

--¡Qué maluco no tenerla aquí para que escuche el notición! –Dijo Sofía—

--¡Vamos muchachas, no se pongan así! , que Inesita solo se fue de vacaciones, no se mu...murió ni nada—Dijo Mariana, sin muchos ánimos—

El cuartel se apretujó en la entrada de la puerta de presidencia y la tocaron dos veces. Tenían ganas de abrirla de una, pero tocaron, con educación. Betty les permitió seguir adelante, y cuando vio la ansiedad pintada en sus rostros, no esperó que les dijera nada, sonrió y les pidió que se sentaran. 

(Narrado desde la perspectiva de Armando)

La noche anterior todo había salido estupendo, la familia de Betty había tomado la noticia con mucho entusiasmo, incluso don Hermes, que nunca me había parecido un hombre sentimental, se conmovió bastante. El creyó que no vimos cómo apartaba las lágrimas que brotaban de sus ojos. Betty también estaba emocionada, yo mucho más, hasta quedarme sin palabras.

La noche era fría, pero de todas formas nos sentamos en el jardín a platicar, como cualquier familia. Este tipo de reuniones resultaban interesantes y diferentes a las que teníamos en casa de mis suegros antes de casarnos Beatriz y yo. Eran un poco más íntimas, más cálidas, podía percibir una mayor apertura de parte de todos, incluso de Nicolás, que siempre fue taciturno y reacio a cruzar palabras conmigo que fueran ajenas al tema profesional, lo mismo que yo. Es posible que yo en su lugar actuaría igual o peor, pues para los hombres siempre era más difícil superar situaciones como en las que yo me había visto involucrado y por las cuales había afectado a Betty, su casi hermana.

Si alguien le hubiera hecho a Camila lo que yo a Betty, tal vez nunca hubiera sido capaz de perdonar, ni siquiera de tolerar ver a ese hombre a la cara.

Nicolás a pesar de ser raro, infantil, con dejes y ademanes que me desesperaban, era un hombre de buenos sentimientos, que realmente quería a Betty como a una hermana. En todo este tiempo había sabido apreciar de él su fidelidad e incondicionalidad, y tenía la certeza de que siempre la cuidaría, incluso de mí mismo.

Nunca lo había pensado, pero, ¿Hubiera sido yo capaz de perdonar lo que yo le hice a Betty? En un caso hipotético, remoto, posiblemente me hubiera tomado mucho más tiempo, no lo sé, pero en este tema los hombres éramos un material aún en evolución, las mujeres, tenía que reconocerlo, eran menos rencorosas cuando se trataba de herir la dignidad de un ser querido.

El momento, extrañamente me recordó a las pláticas que tenía con mi hermana, o las que se daban cuando ella aún vivía en Colombia. Desde su partida nunca volví a conversar tanto con una persona, hasta que conocí a Beatriz, a quien le revelé desde un principio lo mejor y lo peor de mí.

Mario Calderón, mi amigo de juergas y de trampas, había sido un incondicional siempre, pero tenía que reconocer que una terrible influencia para un hombre de moral cuestionable como el que era yo. Con él hablaba y me desahogaba, pero siempre había un muro infranqueable que no podía saltar: el de los escrúpulos, que yo sí tenía, aunque casi siempre fingía que no. Me parecía un rasgo en él admirable: su frialdad y su cinismo, pero con el tiempo me di cuenta que el que estaba mal era él y no yo. Tarde, pero me di cuenta finalmente.

La noche no terminó después de ingerir los alimentos, de hecho, lo noche estaba apenas comenzando para don Hermes, quien se puso bastante animado a pesar de no haber ingerido una sola gota de licor.

--Le voy a dar permiso que brinde con un vaso de Sidra. ¡PERO, solo que Brinde!, ¡Nada de ponerse a tomar como si fuera jugo de mora!—Dijo doña Julia, que estaba risueña—

--No, por supuesto que no. Un hombre como yo no va ponerse en esas. ¿Sidra? La sidra la tomaba mi abuela cuando ya estaba muy vieja para aguantar un trago de vino –Dijo don Hermes, rechazando el vaso lleno de Sidra que le ofrecía su esposa—

--Papá, por favor, no se ponga terco. Acepte la sidra, porque la ocasión amerita brindar con algo mejor que agua—Dijo Betty, que también se había servido un poco en una copa--

--¡Vamos don Hermes, tiene que celebrar que oficialmente ya está viejo! ¡Don Hermes va ser abuelo, don Hermes va ser abuelo!—Canturreó Nicolás, muerto de la risa—

--Este Microlax...--Dijo don Hermes, arremetiendo contra la cabeza de Nicolás a coscorrones -- ¡No se cansa de decir tonterías! ¿No?—

--Esos nudillos pesan como una clavadora—Dijo Nicolás, sobándose la cabeza—

--¡Bien! ¡Parecen dos chiquillos tontos ustedes dos y nos están metiendo en vergüenza delante del doctor Mendoza!—Dijo doña Julia, tratando de detener a su esposo---

--Le agradecería que dejara el trato tan formal a un lado. Creo que ahora más que nunca deberíamos romper esos formalismos –Dije—

--Está bien, Armando—Musitó doña Julia, esbozando una sonrisa tímida—

--No podía estar más de acuerdo, Armando –Dijo don Hermes, echándose una típica risa—Ahora que viene un heredero de nuestros apellidos, ahora que las sangres Mendoza y Pinzón se han mezclado para formar a todo un geniecito, no cabe más decir que felizmente estaremos unidos como una sola familia para siempre! ¿Se imagina, Julia, un Pinzón con la prestancia del viejo Lázaro y con el físico y porte de mi amigo, Armando? ¡Qué orgullo, qué orgullo! –

--Con la inteligencia de su hija—Agregué, dirigiendo mi mirada hacia Betty, que estaba a mi lado—

Don Hermes tenía la vista clavada al infinito, como perdido en sus ensoñaciones de un nieto varón.

--¡Claro, claro! Mi nieto va ser tan inteligente como mi hija. ¡Ojalá y le gusten los números!—Dijo don Hermes--

--También puede ser una niña, don Hermes, aún no sabemos su sexo—Aclaró Armando—

--- ¡Claro, claro! Puede ser una niña, pero creo que a nuestra familia le hace falta un varoncito. –Dijo don Hermes--

--Lo que importa es que nazca sano, Hermes. Ojalá tengamos la vida suficiente para verlo crecer—Dijo doña Julia, con un sollozo atorado en la garganta—

--Por favor, no se pongan tristes pensando en cosas negativas. ¡Es tiempo de celebrar la vida! –Dijo Betty, soltando una risa nerviosa. Buscó mi mano libre y entrelazó sus dedos con los míos. —

Ya me había acostumbrado a la peculiar familia de Betty.

--¡Coja el vaso, Hermes, coja el vaso porque es hora de brindar!—Lo animó su esposa, para cortarle así la inspiración de elucubrar—

Don Hermes cogió la copa y lo alzó a la misma vez que todos.

--¡Brindo por ti, mamá y papá, porque han sido los mejores padres para mí, brindo por mi hijo, para que sienta todo el amor con el que es esperado, y brindo por mi matrimonio, mi esposo, para que encontremos la forma de ser los mejores padres para nuestro hijo!—Dijo Betty—

Tocaron la puerta de mi oficina dos veces, sacándome de mis cavilaciones.

En mi mente se estaba repasando como una película, entre reflexiones y recuerdos, lo que había acontecido la noche anterior.

--Puede pasar—Autoricé a la persona del otro lado de la persona—

Un rostro sonriente, de dientes largos y brillantes, con ojos color avellana, se asomó del otro lado de la puerta con las mejillas encendidas.

--¡Hola, Armando! ¿No resulto inoportuna?—Inquirió la mujer de siempre palabras amables—

--No, claro que no, por favor, pasa adelante—Le ofrecí el asiento con un ademán. — ¿En qué te puedo ayudar, Cata? --

--No lo sé, dime tú, en realidad yo quería saber si tal vez necesitabas mi ayuda. –Dijo Catalina—

--No entiendo a qué te refieres, Cata. Ya nos has ayudado bastante con la colección y pues creo que no necesitas más trabajo. Ya tienes suficiente con eso—Dije, confundido—

--Sé que no he estado viniendo mucho a Ecomoda, pero quiero que estés tranquilo porque yo sigo trabajando como siempre en lo que respecta a la organización del lanzamiento. Tú sabes que me llevo la información que necesito y la trabajo en mi oficina. Ya está el servicio de hotel, las invitaciones repartidas, el catering, el sonido, las luces, ¡todo está contratado ya! –Dijo Catalina, viéndome fijamente—

--Confiamos en ti y tu talento con los ojos cerrados, Cata. Sabemos que tienes otros asuntos que atender –Dije--

--Sí, pero yo estoy trabajando con un cliente a la vez, es decir, ahora mismo solo trabajo con ustedes, porque es así como se trabaja mejor. Yo prefiero hacer una cosa a la vez para que salga bien—Dijo Catalina— Además, yo firmé un contrato con Ecomoda, de cierta exclusividad—

--Sí, Betty me lo comentó, y me parece estupendo. –Asentí—

--Bien, Armando, pero no es por eso que estoy aquí. –Catalina clavó la mirada en mí, a tal punto que me sentí cohibido--

--¡Ah, pensé que Betty ya te lo había contado! –Dije, cuando caí en cuenta a qué se refería—

--¡No! No he hablado con Betty, de hecho antes de hablar con ella, quería hablar contigo. Por eso estoy aquí—Dijo Catalina—

--No entiendo ¿pasó algo? –Dije, confundido—

--¡No, todo está bien! ¡De hecho está estupendo para ustedes! ¿No es así?—Dijo Catalina—

--Eres una persona muy extraña, Catalina. ¿Hay algo que quieras decirme sobre el embarazo de Betty? –Escudriñé su rostro--

--Solo quería decirte ¡Muchas felicitaciones! ¡Estoy muy contenta por ustedes dos, no se imaginan cuánto! –Catalina puso sus codos sobre el escritorio para apoyarse, alcanzar así mis manos y darme dos palmaditas juguetonas-- He tenido un sueño contigo, Armando, y con Betty...--

--¿Un sueño? ¿De qué se trataba? –Dije, sorprendido por el poder que sus palabras provocaban en mí—

--Soñé que tenías miedo por esta nueva etapa que se avecina, y que eso te iba a empañar un poco la felicidad de ser padre por primera vez—Dijo Catalina—

--Nada va empañar la felicidad que siento ahora—Musité—

--¿Estás seguro? –Inquirió Catalina— No tengas miedo, Armando, no hay un manual para ser padres, tampoco serviría si hubiera uno, porque los hijos no son robots, son seres humanos, que igual van crecer y convertirse en adultos—

--Lo sé, y por eso quiero ser el padre perfecto para mi hija, quiero que se sienta orgulloso de mí—Dije, sintiendo el poder de esa afirmación—

--Ahí lo tienes, acabas de ser sincero contigo mismo, Armando. Te preocupa mucho no ser el padre perfecto, el esposo perfecto, pero no es eso lo que debería preocuparte, si no ser un buen ser humano, tan simple como eso. No te desgastes en pensar si no estás siendo perfecto, mejor piensa qué cosas te gustaría imitar de tus padres y qué cosas no. –Dijo Catalina—

--¡Es extraño! ¡Tú eres extraña, Catalina! ¡Me siento extraño! –Dije--

--Cuando conozcas a tu hija, entenderás que solo debes ser la mejor versión de ti mismo para ser un padre perfecto.—Musitó Cata, de nuevo palmeando mi mano—

--¿Mi hija? –Lancé al aire—

--Sí, soñé que era una niña muy parecida a ti—Dijo Cata, sonriendo ampliamente—

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