Deseo deseo ©

By euge_books

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¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... More

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Sentencia de muerte
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué demonios está pasando?
¿Qué has hecho, Bárbara?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
De urgencias en el baño
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo
Epílogo

Revelaciones

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By euge_books

Bárbara


Tardo menos de cinco minutos en buscar las aspirinas y unas toallas húmedas, junto con unos apósitos que encontré en los cajones de mamá. Maldigo el día en que se me ocurrió hurgar ahí. Los apósitos sí estaban a la vista, junto con otra cosa que una hija no debería saber de su madre. Sacudo la cabeza y mando ese pensamiento a lo más profundo de mi mente. Haré de cuenta que no pasó y seguiré con mi vida con normalidad. Bueno, la que me queda.

Llego a la habitación y me encuentro a Mittchell en la misma posición que antes, con los ojos cerrados. Parece dormido, aunque sé que no lo está por la forma impaciente en la que tamborilea los dedos en su muslo. Caigo en la cuenta de que lo estoy viendo demasiado y avanzo cerrando la puerta detrás de mí.

Me mira, y luego a las cosas que traigo en brazos.

―¿Qué piensas hacer con todo eso? ―pregunta, ahora con un breve tinte de miedo. Sonrío de lado, manteniendo el semblante pícaro―. Ni lo pienses, Sucker, no vas a usarme de conejillo de indias.

―¿Quieres irte a tu casa con el pantalón lleno de sangre? ―inquiero. Él mueve frenéticamente la cabeza y me acerco, poniendo la pastilla y la botella de agua en su mano―. Tómate esto, ayuda con los calambres. Ahora veremos qué hacer.

Me obedece sin rechistar, cosa que agradezco porque no quiero más peleas absurdas. Son las seis y treinta y cinco, en cualquier momento mis padres pueden llegar y no quiero que me pregunten por qué hay un chico en mi habitación. No podría soportar esa charla otra vez. La primera fue cuando fui a mi primera fiesta con adolescentes hormonados y litros de alcohol. Mi madre ni siquiera se molestó en ser discreta, no dijo esa cosa de "papi puso la semillita en mami". No, literalmente me explicó cómo funcionaba el pene y lo que hacía con la vagina. Después de esa fiesta, tuve que ver muchas cosas para informarme, y no, por supuesto que no hablo de porno... No del malo, creo.

El caso es que quiero evitar esa charla conmigo y Mittchell incluidos. Me da escalofríos de solo pensarlo.

―Ya, ¿y? ―dice, dejando la botella en una esquina de la mesa.

―Ve al baño y límpiate con esto, después pones una toalla pegada en el calzón. ―indico. A cada palabra que digo, su cara de confusión aumenta. Su ceño alcanza niveles increíbles de fruncimiento y su boca está torcida de manera graciosa―. Te estoy hablando en chino, ¿verdad?

Recibo por respuesta una confirmación nasal.

―Bueno, no voy a quitarme la ropa para mostrártelo gráficamente.

―Eso sería muy estimulante.

Me estiro por la cama y le tiro una almohada por la cabeza. Él jadea porque no lo esperaba y la retira de su rostro con una sonrisa renovada. Estúpido.

―No debería haberte dado esa pastilla. ―me quejo, enojada.

Me hace ojitos como los del gato con botas, y una escondida parte de mí, muy muy en el fondo, lo encuentra adorable.

―Piedad, doctora. ―se burla. Estoy tentada a revolearle mi lámpara―. Bien, a ver, repítelo.

Suspiro con pesadez y saco un cuadrado grande de la bolsa violeta. Es una toalla de las nocturnas, con doble ala, por lo que procedo a quitarle el papel protector y se la muestro, señalándola como si le estuviera dando una clase de educación sexual. En realidad, sí lo es, un curso rápido para principiantes con cerebro de ardilla.

―Esto nos ponemos nosotras por las noches, para que no nos manchemos y no se vaya para todos lados. ―explico con paciencia―. Tienen doble ala, solo tienes que...

―¿Alas? ¿Dónde rayos están las alas? ―pregunta, confundido. Abro los bordes para que los vea, cuatro en total―. ¿Esas son alas?

―Sí, idiota. Presta atención, no te la voy a poner yo.

Sus ojos brillan y una sonrisita baila en la comisura de sus labios. Paso del gesto y continúo en mi papel de doctora.

Como te decía, tienes que pegarte esto en el calzón. En la parte baja, donde sientas que te queda el pene. ―El segundo después de decir esas palabras, me doy cuenta de lo raras que suenan. ¡Estoy explicándole a mi némesis de la secundaria cómo tiene que colocarse una toallita! ―. Así no te vas a manchar y no vas a armar escándalos.

―¿Estás segura?

―A nosotras nos funciona, pero tú tienes una salchicha. El sistema debería ser diferente.

―¿No puedo envolverme con eso y ya? ―lo agarra de las puntas y comienza a probarse por encima del pantalón, como si fuese un tanga. Me agarro el tabique con fuerza. Esta situación me sobrepasa de muchas maneras.

―Las alas se pegan, tonto.

―¿Cómo que se pegan? ―Alza el objeto entre su índice y pulgar y le busca la vuelta, a ver dónde está el pegamento.

―Se adhieren a la tela. ¿Cómo sino la vas a mantener ahí? ―cuestiono. Él alza las manos como el emoji de "no tengo idea" y pienso interiormente si de verdad está hueco. Será que las mujeres tenemos ese instinto por naturaleza, pero ellos no tienen la más pálida idea de lo que es una toalla femenina con alas. No me quiero imaginar si le digo las que no tienen.

―Bueno, ¿me engancho esto al bóxer y qué? ―se adelanta, tomando lo que traje para dirigirse al baño―. ¿Salgo así nomás?

―Sí, no es tan difícil, por el amor de Dios.

Pongo los ojos en blanco y lo sigo. Se encierra en el cubículo mientras yo aguardo apoyada en el umbral de madera. Tarda demasiado y estoy pensando seriamente que se cortó la extremidad o algo, pero no. Sale frustrado, con las mejillas encendidas, luciendo terriblemente adorable...

¡Y SEMIDESNUDO!

¡SANTA MADRE DE JESUCRISTO!

No sé cuánto tardo en reaccionar, pero me doy la vuelta con el corazón en la garganta. Ay por Dios, Diosito mío... ¿Por qué rayos no se cubrió? ¿Por qué me hizo ser partícipe de tan asquerosa escena? ¡Maldita sea! ¡No podré dormir en toda la noche!

―¿Qué pasó, Cerecita? ¿Te asustó mi anaconda? ―se burla. Aprieto los párpados, sin querer darme la vuelta para enfrentarlo.

―Tápate esa cosa, Raymond. No me voltearé hasta que lo hayas hecho.

Por respuesta obtengo una risa.

―Ya está cubierto.

Temerosa, comienzo a girar, con los ojos entreabiertos ante cualquier riesgo. En efecto, tiene sus cosas en el pantalón, el cual luce como si lo hubiera arrancado dos veces y vuelto a poner.

―Te lo pusiste mal, ¿cierto?

Asiente, penoso.

―No sé cómo mierda se pone esto. Me la enrollé, pero no se queda en el lugar.

―Te lo dije, eres una cabeza dura. Veré si te consigo algo más para cubrirte. Tal vez alguna toalla o algodón. ―Aliviado, me da una sonrisa y antes de regresar al baño, lo señalo con el dedo y suelto en una clara amenaza―: No vuelvas a salir con tus cosas al aire porque no pisas más esta casa, ¿me has entendido?

―¡Sí, señora! ―exclama, haciendo el gesto militar conocido. Luego, cierra la puerta, y yo dejo, por fin, que mis pulmones se abran para tomar grandes bocanadas de aire.

¡Le he visto las partes a Mittchell! Al menos confirmé por qué todas quieren repetir con él. Ese pedazo de carne es... no tengo palabras. Del asco.

Mi racional subconsciente me susurra, o más bien me grita:

DEJA DE PENSAR EN SU COSA Y MIRA HACIA LA PUERTA.

―¡Hola, cariño! ¡Hemos llegado! ¿Estás despierta? ―es la voz de mi madre.

¡Tenemos un 3312! 

¡Bellezas! Dos capítulos en un día, fiu. No sé cómo rayos llegué jajaja. 

¿Qué piensan que sucederá ahora? ¿Mittchell y Bárbara se acercarán? ¿Le dará la oportunidad de conocerla mejor y poder llegar a ser amigos? 

¿Amigos o algo más? Quiero escuchar teorías. 

¿Cuál fue su mood mientras leían el capítulo? Yo casi escupo el agua de tanto reír, no miento. Estos dos son un caso, pero igual los quiero, igual que a todos ustedes. 

Espero que les haya gustado, tanto como a mí escribirlo. 

Les mando un beso grandote, 

Euge.

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