YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO XXV

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By MargySilva

BEBÉ EN CAMINO

--No pensé que diría esto pero... la voy a extrañar, Micaela Se ha portado regia conmigo y se lo agradezco de corazón, de verdad, mija—Dijo Inesita a su mucama, dándole una palmadita cariñosa en la espalda--

Micaela era una mujer recia, de huesos anchos, alta, de piel trigueña, cabello entrado en canas, tal vez de unos 50 años, pero que por su rostro todavía no se marcaban los años, si no por su cabello, que todo el tiempo llevaba recogido en una moña de trenzas. Ella no solo se encargaba de mantener en orden la habitación de Inesita, sino de asistirla en todo lo que pudiera necesitar.

--Es mi trabajo, querida Inés. Ha sido un placer conocerla. ¿Ya le había dicho que usted me recuerda mucho a mi abuelita, cierto? Por su sabiduría, su mente ágil, su entusiasmo, claro, porque mi pobre abuela, que en paz descanse, no era ni la mitad de guapa, elegante, ilustrada y amorosa que usted. Ella era una señora arrugada por las dificultades de la vida. –Dijo Micaela, lanzándole una mirada cálida a Inés—

--Me hubiera gustado conocer a su abuela. ¡Ya me imagino las pláticas que hubiera tenido con ella!—Dijo Inés, divertida al recordar que ella era la más vieja de sus amigas más cercanas, es decir, del cuartel— Cuando vengan a recogerme, se dará cuenta de las muchachas tan descocadas, despiertas, que tengo por amigas. Son tan queridas ellas, aunque a veces me sacan de quicio—

--¿Cómo me dijo que se llaman sus amigas, Inés? –Dijo Micaela, mientras acomodaba la almohada sobre la cama—

--Aura María, Sofía, Berta, Sandrita, Mariana y Betty. De todas ellas, la más sensata es Betty, ya verá cuando se la presente—Dijo Inés—

--¿Todas ellas vendrán por usted mañana? –Inquirió Micaela—

--Sí, es lo más probable. Ellas son inseparables, y como este lugar queda un poco retirado, supongo que vendrán en el carro del doctor Mendoza, el esposo de Betty. ¡Porque se imagina usted lo que costaría un transporte privado de aquí hasta Bogotá! –Dijo Inesita—

Inés provenía de una familia típica de clase media, criada con sus comodidades y cierta educación, pero que por ser mujer, no había sido preparada para afrontar la vida sin un marido, como tantas miles de mujeres en Colombia y en el mundo, hacía seis décadas atrás, invalidadas, destinadas a nada más que ser amas de casa o esposas.

Inés se casó con un hombre de menor posición económica que ella, un hombre eso sí, trabajador, que en su momento la hizo feliz y la convenció de que estaría con ella para toda la vida, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separara. Inés como toda mujer romántica, soñadora, de su casa, que le gustaba el quehacer, que tenía talento para la costura, para bordar y para diseñar, creyó que sería feliz con él. Sin embargo, más pronto que tarde, se dio cuenta que más valía una mujer con carácter, con voluntad, con algún oficio o talento del que echar mano, que una mujer con dinero, porque al final eran los hombres los que terminaban manejando a la mujer y todo lo que le perteneciera.

Inesita se vio sola de un día para otro, con tres niños en crecimiento, que dependían enteramente de ella porque ya no disponían de un padre, que sin decir adiós los había abandonado. Lloró lo que tenía que llorar, sufrió la desilusión de nunca haber realmente conocido al hombre con el que había vivido tantos años, se devanó los sesos pensando qué había hecho mal para merecer tanta pena, pero se recompuso en cuanto vio los pequeños rostros de sus hijos, sorprendidos porque no entendían por qué su mamá lloraba y por qué su papá no volvía a casa.

Los tiempos en que Inés nació habían sido los albores de la llamada sociedad en descomposición. No todos los cambios que estaban sucediendo a su alrededor eran positivos para las mujeres, y muchos de ellos en realidad dejaban al descubierto una sociedad hipócrita, falaz, corrupta, incapaz de atender las necesidades de la gente más pobre y de las mujeres. Inés observaba cómo se desvanecía la línea entre la clase media a la que ella alguna vez había pertenecido, y la clase pobre, y cómo de pronto la mayoría se unían a esta última , conservando solo la fama, porque eran arrastrados por la imposibilidad de no poder llevar el mismo estilo de vida de antes.

Inés caminaba a través de estos cambios que iban sucediendo y, aunque no de todos se alegraba, sabía sacarle provecho a todo lo que beneficiara a su género. Por una parte se lamentaba de la pérdida de las costumbres, de la moral, del respeto a la privacidad, pero por otro se asombraba y seguía de cerca los cambios que sucedían en el área de la moda, donde siempre había sido muy creativa y habilidosa.

La lucha de las mujeres para obtener la igualdad de género se veía representaba en la moda y era ésta, la parte que más le interesaba seguir a nuestra querida Inés.

--Ya está lista su maleta, Inés. —Dijo Micaela, levantando la maleta de la cama-- Ahora déjeme que le prepare su baño, para que después usted me diga qué se le antoja hacer en este último día que la tendremos con nosotros—

--Se me antoja ir al jardín a tomar el sol y después ir a ver dar saltos en la piscina a esos viejos ridículos que se creen jovencitos de 30 años –Dijo Inés, llevándose la mano a la boca para acallar una carcajada—

Micaela esperó detrás de la puerta corrediza de vidrio esmerilado, que separaba la bañera del retrete, a que Inesita saliera de la ducha. No había logrado convencerla que usara la bañera. Inés le había contestado, con toda la tranquilidad y la firmeza de su carácter:

--No, mijita, no quisiera meterla en problemas. ¿Se imagina usted si me resbalo y me caigo intentando levantarme de ahí? ¡No, de verdad ya no estoy para esas cosas! Me siento más segura bañándome de pie, hija –

Micaela estaba acostumbrada a manejar señoras de edad avanzada; su paciencia, su carácter amable y atento, además de su experiencia, le permitían gozar de cierta consideración y estima por parte de los dueños de la casa de retiro, al igual que ser la designada para entrenar a las de primer ingreso o a las novatas cuando eran contratadas por la administración.

--Estoy fascinada con usted, Inés. En algunas ocasiones me parece estar tratando con una jovencita, por su gracia y la alegría que siempre expresa, pero por otra, con la señora que es, por su sabiduría y su encanto—Dijo Micaela, mientras le limaba las uñas a Inesita—

Inesita se había bañado y vestido sola, pero había tenido a Micaela cerca para asistirla en subirle el cierre del vestido, secarle los pies, calzarla y, ahora, arreglarle las uñas, las que solía llevar en colores que acentuaban la blancura de su piel: esta vez usaría un esmalte azul oscuro, igual que el vestido que llevaba puesto.

--No sabes lo deprimida que estaba cuando vine a este lugar. No tenía ninguna expectativa. No dejaba de pensar cómo don Hugo estaría manejando la colección sin mí, pero sobre todo, estaba preocupada por la pobre Cristina. ¡Es tan joven e inexperta!—Dijo Inés—

--Sí, recuerdo que me costó mucho sacarle una sonrisa –Dijo Micaela, viendo cómo ahora mismo Inés sonreía ante sus palabras—

Lejos de las cosas cotidianas que solía hacer, de sus amigas, Inés se había sentido melancólica y pensó en renunciar al gesto que le habían ofrecido en Ecomoda. Llamó a los números de la oficina que recordó, porque los números del taller no era una opción viable, y le contestó Sandra.

--Esta vez tiene que escucharnos a nosotras, Inesita, porque nosotras tenemos la razón. Usted no se puede regresar a Bogotá sin haber hecho algo diferente por primera vez en su vida, sin haber disfrutado un poco de ocio. ¡Si no lo quiere hacer por usted, hágalo por Betty y don Armando! –Dijo Sandra—

--Oiga, Inesita, qué tal allá usted llorando por regresar al tormento con don Hugo y el aquí de lo mejor con la Cristina—Dijo Berta—

--¿Hablan en serio, muchachas? –Dijo Inesita, sorprendida—

--Sí, señora, el don Hugo hasta pone a hacerle las valerianas a Cristina y no se queja, que es lo mejor—Replicó Berta—

Así fue, entonces, como Inesita abrió su mente y empezó a tratar a Micaela con más interés, con más cercanía, y después poco a poco vino el roce con otras gentes hospedadas igual que ella en aquel lugar.

--Lo bueno de no tener expectativas, es que uno no se decepciona, todo lo contrario, ¡las sorpresas que se lleva uno! –Dijo un día Inesita, mientras observaba a un señor delgado, de cejas negras y bigote blanco, que se dejaba caer a la piscina después de saltar en el trampolín—

--Al señor Alfredo se le permite hacer esas cosas, porque él es un ex nadador olímpico. –Aclaró Micaela, al ver la expresión de susto que tenía Inés—

--¿De verdad? ¡Se le nota todavía el vigor...digo, las olimpiadas que se nadó!—Dijo Inés—

Micaela se encargó de presentarlos una tarde, cuando Inés estaba sentada tomando su tinto de manzanilla.

--El señor Alfredo es un fiel huésped de la casa, este es el tercer año consecutivo que se pasa una temporada con nosotros –Dijo Micaela, introduciendo al susodicho—Don Alfredo, le presento a doña Inés, es la primera vez que ella viene a nuestra casa –

--¡Agradable señora, el gusto es mío!---Dijo Alfredo. Se sentó con Inés sin esperar que ella lo invitara— ¿Qué le ha parecido este sitio? ¿Lo ha pasado bien?—

--De la atención no me quejo, ha sido prodigiosa, como diría en otros tiempos. –Dijo Inés— Pero sí extraño la comida sabrosa de mi casa—Dijo Inés, queriendo decir en realidad, la comida de "El Corrientazo—

--¡A estas alturas de la vida todavía cocinando! ¡No cree que está muy anciana para eso! ¿No cuenta con la ayuda para esos menesteres?—Dijo Alfredo--

Inés perdió en ese instante toda la disposición que tenía para tratar a un extraño y posiblemente hacerlo su amigo. No podía creer que un desconocido, que era igual de viejo que ella, se atreviera a llamarla anciana, en vez de por su nombre. Sin embargo, ella respiró profundo y respondió de manera cortés.

--Muy bien, don Alfredo...Micaela ha sido una gran compañía. —Replicó Inés, de forma escueta, esperando acortar su presencia—

--No me preguntó, pero ya le diré que este lugar es mi favorito para pasar vacaciones. Puede parecer raro, pero así es. He hecho algunos amigos, que vienen desde mucho antes que yo. ¿Me permite que se los presente?—Dijo Alfredo—

--En este momento quisiera tomarme mi tinto sola, si no le molesta—Dijo Inés—

Micaela le hizo una señal con las manos para que atendiera a su solicitud y Alfredo se marchó sin demora.

La relación de Inesita y Alfredo no prosperó pronto, a pesar de que Micaela intentó hablarle bien de él, buscar que se entretuvieran mutuamente, no solo porque le agradaba él, sino porque quería que el asunto que sospechaba había sido el detonante de que la relación no avanzara, fuese aclarado.

--La actitud de ese señor me resulta de lo más tonta, se cree un jovencito treintañero—Dijo Inés, cuando se vio interrumpida de su lectura por las risas que lanzaba el grupo que jugaba jenga al otro lado del Jardín, donde Alfredo era el más bullicioso—

--A todos les agrada precisamente eso de él, que es un señor enérgico, divertido, con espíritu de niño –Replicó Micaela—

--Me parece un inmaduro, un atrevido. No le veo lo divertido por ningún lado –Dijo Inesita, encogiéndose de hombros—

Un mes compartiendo algunos espacios podían terminar por lograr que se acercaran, que Inés cambiara esa desfavorable primera impresión que tenía de Alfredo, y en efecto, así fue. No sabía por qué, pero el señor en cuestión le recordaba a alguien que ella conocía o había conocido, pero no lograba recordar a quién. No fue sino, cuando escuchó que alguien (otro huésped, que no es relevante para esta historia) le preguntó a Alfredo por su hermano, llamado Mario Calderón. ¡Ah, de ahí viene esos moditos de caballero, pícaro, sarcástico y alborotador!, pensó Inesita, fijándose más atentamente en otras similitudes entre ellos.

"Sin embargo, está descartado que Alfredo sea hermano del joven Mario, pero qué tal si es hermano del padre" se preguntó Inesita. "Eso tiene más sentido", concluyó.

Un día, el primero en que Inesita accedió a jugar al jenga con un grupo entero de viejos varones de cuello blanco, se dispuso a preguntarle, así como quien no quiere la cosa, si él tenía que ver con Mario Calderón, accionista de Ecomoda.

--¿Usted lo conoce? –Inquirió don Alfredo, sorprendido—

--Sí, señor, lo conozco muy bien...o bueno, lo que se puede llegar a conocer a uno de los dueños de la empresa donde se trabaja. Yo soy la asistente del diseñador de Ecomoda. —Replicó Inesita—

--¡De modo que usted todavía trabaja, adorable señora! –Dijo Alfredo-- ¿No cree que ya debería retirarse? –

De nuevo la acusaba de vieja, como si fuese un pecado que significaba la imposibilidad de hacer cosas productivas o interesantes, como si él no fuera viejo también.

---Óigame, Señor, usted tiene una fijación por recordarle a uno la edad, como si los achaques no fueran suficiente para eso. ¡Qué imprudente! ¿No sabía usted que las mujeres consideran descortés que les pregunten o les echen en cara la edad?—Dijo Inesita, profundamente molesta. Era su turno para hacer un movimiento de pieza en el juego, pero tenía ganas de echarlo abajo—

--La edad es un número, que te afecta según tu condición física y mental. Si te sientes viejo, te vas a ver viejo. ¡Pero claro, hay de viejos a viejos en este mundo! –Dijo Alfredo—Es su turno, Inés –La animó con un ademán a que continuara—

Inés respiró profundamente e hizo el movimiento que le tocaba, esforzándose por controlar el leve temblor de la mano, que de pronto le sucedió. Todos contuvieron el aliento, esperando que ese leve temblor hiciera que Inés saliera del juego. La pieza entró sin dilaciones.

Se armó una alharaca porque ahora era el turno de Alfredo, que al parecer tenía fama de ser el que más veces había llegado a una final de jenga y ganado, por supuesto.

--Yo no tengo complejo con la edad. Sé cuántos años tengo y lo llevo con la frente en alto, porque han sido años bien trabajados, pero lo que no soporto es la gente que emplea un tono despectivo contra los viejos, y más desagradable me resulta, si el que lo hace es otro igual o más viejo—Replicó Inés, viendo cómo Alfredo se disponía a sacar la pieza del castillo que se tambaleaba—

--Soy bastante menor que usted, señora, por lo menos cinco años. Pero bueno, ya estoy en la lista de la tercera edad, mi cuerpo ya no es tan sólido como hace 10 años, el pelo se me empieza a caer y ya tengo prótesis dentales –Dijo, explayando una sonrisa donde no faltaba ni un diente—

--¡Yo todavía no uso prótesis! ¡Ja! –Se vanaglorió Inés—

--¡Qué bueno, señora, tiene muy buena dentadura! ¡Agradézcales a sus padres por esa buena herencia genética! –Dijo Alfredo, sacando la pieza del castillo--

La pieza entró con cierta dificultad donde se proponía Alfredo y todo parecía en completo orden, el juego continuaba para él también, sin embargo, de pronto el castillo de dados se inclinó hacia la izquierda y se vino abajo en un abrir y cerrar de ojos.

Se escuchó el asombro de todos, que no podían creer la mala suerte de su más difícil contrincante. Inesita se encogió de hombros cuando Alfredo se llevó la mano a la cabeza y le lanzaba una mirada de sorpresa.

Por Alfredo Inés se enteró que Mario Calderón estaba en Buenos Aires desde hacía cuatro meses aproximadamente, haciendo vida social, porque dudaba que estuviera trabajando. Asimismo, averiguó detalles de cómo era la familia de semejante personaje, que para Inés, después de aquella carta de instrucciones, no tenía en la misma estima.

Inés era muy lista, muy observadora, sabía distinguir a los que parecían fuertes, pero que por dentro se quebraban como una hoja en otoño, y así era el joven Armando, a su consideración. Así se mostró su carácter ante su amigo y socio cuando le propuso el plan del que resultaría, se podría ser, víctima.

Conocía al joven Armando desde que era un niño, y podía decir que había recuperado su buena opinión de él, después de ver como resarcía sus errores con su amiga Betty. Inés conocía el carácter terriblemente irascible y a veces caprichoso del joven, pero manipulable nunca lo consideró. Sin embargo, las amistades sí que eran muy capaces de mal aconsejarnos, de hacernos cometer tonterías, porque cuando se está desesperado, se puede abrir el oído a personas de débil moralidad, de débil nivel de consciencia, como lo era el señor Calderón.

"Tan culpable es el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata", pensó un día Inés, después de haberse enterado de aquella carta nefasta. Sin embargo, qué pasa si el que le agarra la pata, se revela contra el que se dispone a matar, porque se ha enamorado de la vaca" pensó Inesita, entre risas, imaginando tal cosa.

"Tuve una corazonada y me alegro de haberla seguido, porque tal vez yo fui determinante para que Betty y don Armando se reconciliaran", pensó Inesita, contenta, después de haber presenciado la reconciliación de dos personas que apreciaba tanto.

--¿Usted cómo se lleva con su sobrino, don Alfredo? –Inquirió Inés, curiosa—

--¡Es mi sobrino preferido! –Dijo Alfredo, con una sonrisa en el rostro—Es un muchacho que no pierde la oportunidad para ganar, es un ganador—

--¿Le parece? ¿Entonces usted y él tienen una relación muy estrecha? –Continuó Inesita—

--Desde que se fue del país no hablamos tan seguido, pero considero que es lo mejor. Me gusta que él me busque cuando está en su mejor día, no cuando está en el peor. Es un muchacho ganador, en todo el sentido de la palabra—Dijo Alfredo—

--¿Le han dicho que se parece usted mucho a él? A veces siento como si lo estuviera escuchando...–Dijo Inés-- ¿Usted tuvo mucha influencia en su crianza?— Inés quería descifrar si en ese caso el carácter se había heredado o se había aprendido--

--Mi hermano era un hombre muy ocupado, ¡No crea que yo tampoco!, pero un poco menos, quizás. El caso es que compartí mucho tiempo con mi sobrino en su infancia, yo me encargué de hospedarlo a él en mi casa en Estados Unidos, cuando estudiaba su maestría en negocios –Dijo Alfredo—

--De modo que se crio con usted y sus hijos mucho tiempo—Musitó Inesita, sacando conclusiones—

--No tengo hijos, mi estimada señora. Nunca tuve mucho sentimiento paternalista—Dijo Alfredo—

El camino que Mario Calderón había tomado tampoco mostraba que tuviera la aspiración de dejar descendencia, ni siquiera de casarse. Inés se atrevía a pensar que al joven Mario le aterraba la idea de tener una obligación que lo atara de alguna forma a una mujer, o a una persona, pues era demasiado libre, travieso, hiperactivo, descorazonado como para aceptar una vida convencional.

--¿Y qué pasa con la madre del señor Mario? ¿Ella tampoco tenía tiempo para criar a su hijo? –Inquirió Inesita-- ¡Ay, disculpe que le haga tantas preguntas de su sobrino! ¡Le parecerá indiscreto de mi parte! –

--Todos los que han conocido a Marito y me han conocido a mí, al mismo tiempo o en momentos diferentes, siempre nos relacionan aunque no digamos que somos parientes. Parece como si yo lo hubiera engendrado ¡Ja, ja, ja! –Dijo Alfredo, sin pizca de en realidad estarse divirtiendo— La madre de Marito... –Se aclaró la garganta—Ella, la pobre, murió cuando él estaba en la pubertad. Muy traumático para todo joven de esa edad, incluso para él, que siempre fue poco emocional–Una sombra de tristeza pasó por el rostro de Alfredo—

"Es muy difícil perder a una madre, pero mucho más si tampoco se cuenta con una presencia paternal muy afectiva y correctiva", estuvo tentada de decir Inés, pero prefirió dejarse la idea como una reflexión.

Esa tarde jugando al jenga, Inesita había estado aplicando toda su concentración para conversar con Alfredo y observar los movimientos que hacían los demás jugadores, para así anticipar al suyo, si es que otro, antes de su turno, no tomaba la idea que ella tenía en mente. Finalmente y contra todo pronóstico, Inés llegó a la final junto con otro señor llamado Francisco, que era el más callado de todo el grupo de viejos parlanchines.

--¡Bravo, Inés! ¡La primera vez que juega y ya es toda una ganadora! Eso demuestra que las mujeres son capaces de mantener en pie cualquier cosa –Dijo Alfredo, realmente contento por el triunfo de su compañera de juego, que días posteriores, se convertiría en su amiga, aunque para ella seguiría siendo un conocido, un viejo engreído y boqui suelto—

--Lo ve, doña Inesita, que al final usted también terminó cayendo en las redes del señor Alfredo—Dijo Micaela, mientras terminaba de aplicar el esmalte de brillo en las uñas de Inés para asegurar un sellado y acabado perfecto—

--No es tan malo después de todo –Inés se encogió de hombros—Pero no es lo que más voy a extrañar cuando me vaya, se lo aseguro –

Al día siguiente, Inés se vistió con su mejor ropa y esperó que vinieran a por ella. Micaela la acompañó en todo el proceso con un poco de nostalgia, pero como siempre hacía con todas las señoras que había atendido, le organizó una discreta despedida para que siempre tuviera presente que sería recordada y bienvenida en aquel lugar. En ésta participaron don Alfredo y el grupo de compañeros de juego, conformado por cuatro señores bien erguidos y encopetados, que aunque no tenían la actitud vivaracha y enérgica del "líder" ( Alfredo), se les notaba el dinero, la finura en la ropa, aunque no tanto en los modales, porque casi siempre caían en tonterías como todo unos niños viejos.

--Muchas gracias, señores. Ha sido realmente agradable poder haber compartido con ustedes y haber aprendido, sobre todo, a jugar al jenga –Dijo Inesita—

Los viejos se despidieron de Inés con afabilidad, besando su blanca mano cuidada y de uñas esmaltadas.

--¡Quién diría que una señora como usted usaría esos colores tan vivos, tan juveniles, en las manos! –Dijo Alfredo, a sabiendas que ese comentario aludía a la edad de Inés, un tema anteriormente discutido como indiscreto—

--¡Ahora resulta que los colores tienen edad! –Dijo Inés— ¡Confórmese con saber que mi color de pelo siempre será gris, el elegante gris de las canas! –Dijo Inés, entre risas—

--Un gusto haberla conocido, Inés. Yo sé que fui una lata al inicio, pero aprendí a comportarme como un señor de mi edad, finalmente –Dijo Alfredo—

--Por cierto, señor Alfredo, yo vine después que usted y me estoy yendo antes. ¿Acaso piensa quedarse de por vida saltando el trampolín y jugando el jenga de por vida aquí? –Inquirió Inés—

Alfredo se echó a reír.

--Suelo pasar largas temporadas aquí, estimada señora, porque aunque usted no lo crea, allá afuera, encuentro menos entretenimiento que aquí –Alfredo hizo una pausa—El próximo fin de semana me retiro –

(Narrado desde la perspectiva de Armando)

Betty y yo ya teníamos la certeza de que seríamos padres. Hacía un par de días lo habíamos confirmado mediante un ultrasonido. Hasta ese momento pensaba que la idea estaba asimilada, pero lo cierto es que la emoción y el sentimiento que me provocó el ver y escuchar a mi hijo no se comparaban a nada que hubiera sentido antes.

Beatriz estaba contenta, desbordada de alegría, se tocaba el vientre, todavía plano, esperando sentir esos latidos que escuchaba salir del aparato. Yo, en cambio, tenía una actitud serena, no me desbordé, porque yo rara vez me desbordaba, de hecho, había empezado a experimentar esos lapsus sentimentales con cierta vergüenza al inicio, pero ahora los aceptaba y los dejaba fluir como algo natural del ser humano.

Nadie debería avergonzarse por emocionarse ante la posibilidad de traer vida, sobre todo cuando se hace en las condiciones correctas, con la persona correcta, con la seguridad de que le puedes brindar el mejor futuro a ese otro ser que es una extensión de ti y de la persona que amas.

En otras ocasiones me había puesto sentimental, parecía una condición natural de hallarse enamorado. Sin embargo, en esta ocasión, la emoción fue más sosegada y sublime de lo que pensé, y no porque me estuviera conteniendo, ya no podía contener mis emociones, sino porque ésta era inexplicable, era diferente, era más grande que cualquier amor que se pueda sentir jamás, y eso por algo que todavía no tiene rostro, no tiene voz y no es tangible.

Beatriz me tomó de la mano y me la apretó fuerte, yo se la sostuve con las dos manos mientras le decía que la amaba.

--¿Todavía no puede saber el sexo del bebé, cierto? –Inquirió Betty, enjugándose las lágrimas que no paraban de brotarle de los ojos—

--Todavía es muy pronto, Señora Mendoza, el feto tiene apenas 7 semanas de gestación, así que el sexo tardará unas 7 semanas más en verse con claridad. –Dijo el médico--

--¿Está todo bien con el tamaño del...feto?—Dije, mordiéndome la lengua para no decir "de mi hija", porque algo me decía que era una niña—

--Sí, el tamaño es normal. Esta etapa es la más delicada, Señora Mendoza, de esta depende que el feto se agarre bien del útero y se desarrolle, así que debe cuidarse mucho en la alimentación y sobre todo asegurar una buena calidad del sueño. No se imagina lo dañino que es no hacerle caso al cuerpo cuando pide el descanso –Dijo el médico—

-- Entiendo, doctor. Es muy difícil para mí porque mi trabajo es un poco demandante, pero voy a seguir todas sus indicaciones para que todo salga bien—Dijo Betty—

--Yo me voy asegurar que la señora descanse, que no se desvele, porque no sabe lo que le gusta trasnocharse—Dije, en tono de broma—

Beatriz siempre había sido una mujer tan dedicada a su trabajo, que esta vez me preocupaba que el exceso de trabajo en Ecomoda pudiera perjudicarla. Estaba seguro que no lograría hacerla quedarse en la cama, como pensaba hacerlo en determinado momento, aunque estuviera con el embarazo avanzado.

--¿Ha sentido alguna molestia, algún síntoma en especial que la haya indispuesto en estos días? –Inquirió el médico—

--Qué le puedo decir, doctor, la verdad es que molestia, lo que alude esa palabra tan fea, no, no me he sentido así. Yo diría que me he sentido diferente –Replicó Betty, esbozando una sonrisa—

--Entonces usemos la palabra "achaques" ¿qué le parece, Beatriz? ¿La puedo tutear, cierto? –Dijo el médico, devolviéndole la mira—

--Claro, con toda la confianza me puede llamar Betty—Dijo Beatriz—

--Está bien...Betty—Dijo el doctor Silva, haciendo una leve inclinación de cabeza-- También me puede llamar Mauricio... ¿Ha sentido achaques?? Cuénteme cómo se ha sentido en estos días...--

--Yo siempre he sido una persona de apetito retraído, y no sé por qué. A pesar de toda la variada alimentación que consumía en mi casa, nunca logré aumentar de peso, siempre fui flaca. Ahora en cambio, siento mucha hambre, no me dan antojos, pero sí mucha hambre y mucho sueño –Replicó Betty—

--Eso es normal, Betty, eso quiere decir que su bebé está pidiendo, demandando, que usted coma mucho para que crezca sano y fuerte y también para que usted pueda soportar el parto, la crianza, que déjeme decirle es lo más difícil de ser padre, pero también lo más maravilloso –Dijo el doctor—

--¿Hay alguna dieta en especial que pueda sugerirnos, doctor? –Dije, incluyéndome a mí como parte del proceso—

--Podría darle algunas sugerencias de qué alimentos benefician el desarrollo de los órganos del feto, pero lo ideal sería remitirles a una colega que es nutricionista. Ella es la indicada. –Dijo el médico, retirándose un momento de la sala de ultrasonido obstétrico—

El médico había aplicado sobre el vientre bajo de Betty un gel transparente y viscoso, que luego se dispuso a esparcir con el transductor, mismo que se encargaba de enviar las imágenes hacia el monitor que tenía en frente y que hacía un momento revelaba, aunque un poco impreciso, la imagen de nuestro hija, pero de manera increíblemente clara, el sonido de la vida.

--Armando, casi no has hablado. Pensé que ya habías asimilado la idea....de ser padre—Musitó Betty—

--Me quedé sin palabras, Beatriz, pero le aseguro que en un momento volverán –Le dije, besando el dorso de su mano que no había soltado—

--Yo, en cambio, me puse muy parlanchina ¿cierto? –Dijo Betty, entre risas—

--Un poco, pero me gusta cuando hablas, cuando preguntas, porque siempre has sido así Betty, una persona que le gusta preguntar, que le gusta saber, que no se queda con la duda—

Betty se echó a reír con ganas.

--¡Pregunto poco, pero observo mucho, así siempre he sido! –Dijo Betty, acariciando con su mano libre mi mentón—

--¿Me permites? Quisiera volver a escucharla...—Le dije, y sin esperar respuesta, tomé el transductor que estaba sobre una mesa, al lado izquierdo de la cama, y lo coloqué sobre el vientre de Betty—

El sonido de su corazón me pareció más claro que antes, más rotundo, parecido al aleteo de un ave pequeña. El doctor Silva se había ido sin explicarnos como leer aquella confusión que para él era muy clara.

--¡Mira, ahí está su cabecita! ¿Lo ves? –Dijo Betty, llevando su mano a la boca tratando de acallar un sollozo de alegría—

--Lo veo, Betty, la veo...--Dije, emocionado hasta los huesos, pero por alguna razón desconocida mi voz no lo revelaba—

--Es tan pequeñito, que me resulta sorprendente que de ese pedacito de carne brote un palpitar tan fuerte –Dijo Betty—

Contemplé el rostro de Betty unos segundos y después el monitor; entonces una lágrima empezó a rodar por el rabillo de mi ojo izquierdo.

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

Todo el cuartel, doña Catalina, Nicolás y mis padres estaban a la expectativa de los resultados de la ecografía que me realizaría en la última semana de junio. La única del cuartel que no estaba enterada de mi posible embarazo era Inesita, que en unos cuantos días volvería a reincorporarse al trabajo, después de un mes de vacaciones en la casa de retiro que Ecomoda había propiciado para ella.

Doña Catalina me besó en la frente y me deseó suerte cuando salí de mi oficina esa tarde, tomada de la mano de Armando. Vi las manos de mis amigas agitarse en el aire con vehemencia en el aire al despedirse de mí. Sabía que no iban a poder hacer otra cosa que rumorar, pensar en el asunto, así como yo no podía evitar imaginar movimientos en mi vientre, que solo eran producto de la sugestión y de la ansiedad del momento.

Armando, por su parte, estaba bastante callado, como absorto en algo, y no sabía si era una actitud normal, dado que para él, más que para mí, la posibilidad de ser podre podría ser más abrumadora.

--Amor, hace unos días quisiste decirme algo, ¿te acuerdas? ¿De qué se trataba? –Dije, queriendo sacarle alguna palabra en el camino de ida a la clínica—

--¡Ah, sí, lo recuerdo! Pero no es éste el mejor momento para hacerlo –Dijo Armando—

--¿Por qué? ¿Es algo grave? –Inquirí, empezando a preocuparme—

--No, no es un acontecimiento importante para mí, pero es algo que igual quiero que sepas –Dijo Armando, girando el volante hacia la izquierda—

Unas gruesas gotas cayeron sobre el vidrio frontal del carro y luego le siguieron decenas más, así de pesadas que parecían piedras.

--¡Qué cruz!, parece que se viene una tormenta de granizo—Murmuró Armando—

--Sí, y no venimos apropiadamente preparados –Dije, asomándome por la ventana cómo el cielo se tornaba rápidamente en púrpura y se dibujaban unas finas líneas de luz parpadeante detrás de las nubes— Será mejor que te estaciones en el parqueo interno de la clínica –

--Claro, mi amor, no pienso exponerte a que te caiga un granizo. –Dijo Armando—

El resto del camino observé por el rabillo del ojo el rostro apacible de Armando, que a veces se arrugaba al escuchar cómo el granizo golpeaba el capote de su carro. Decidí no insistir en que me contara el asunto pendiente.

El doctor Mauricio Silva, el médico que nos atendió fue particularmente amable, me hizo sentir muy cómoda durante el proceso.

Por las películas había visto que el proceso del ultrasonido era de lo más sencillo, indoloro y breve, y así fue.

--Buenas tarde doctor –Dijo Armando, estrechando la mano del doctor—Ella es mi esposa, Beatriz, y queremos que nos ayude a salir de una duda –Se echó a reír sin efusividad—

Yo por dentro sentía que me estallaban juegos pirotécnicos: me sentía impaciente, ansiosa, hambrienta, curiosa, pero también preocupada, porque no sabía cómo tomar la actitud ensimismada y pensativa de Armando.

Hacía unos días no hacía nada más que hablar de la posibilidad de ser padres, de atenderme, cuidarme, estar pendiente de mí más de lo normal, pero entre ayer y hoy, había cambiado un poco, y quise pensar que tal vez esa era su forma de lidiar con los nervios.

La primera imagen de nuestro hijo para mí fue bastante clara desde el primer momento, a pesar que no tenía experiencia, pude distinguir dónde estaba su cabeza y dónde sus pies. Era pequeñito, apenas 17 milímetros, pero su corazón sonaba como un tamborcito.

El doctor siguió moviendo el transductor por todo mi vientre bajo y empezó a explicar lo que observaba. Armando llevó mi mano a su boca y ahí la sostuvo, mientras miraba fijamente el monitor, con las cejas alzadas y los ojos asomando un brillo tenue.

--El feto es bastante grande para la edad que tiene, es decir que es muy probable que al término del embarazo, tendremos un bebé de unos 55 centímetros y nueve libras.—Dijo el doctor Silva—

--¿Eso qué quiere decir? ¿Qué mi hijo podría tener complicaciones para nacer? –Dijo Armando, frunciendo el ceño, preocupado—

--No, señor Mendoza, todavía es pronto para saberlo, pero siempre cabe la posibilidad de que la madre no pueda tenerlo de forma natural. En todo caso, cuando vayamos viendo la evolución del feto y analizando otras condiciones, podremos determinar si Betty está apta para tener un parto normal o no –Dijo el médico—

--Hoy en día los partos por cesárea son muy seguros, según he escuchado. –Dije, recordando que en algún programa había visto sobre cómo algunas mujeres preferían esta forma de dar a luz, para evitar dolores de parto, el desgarre vaginal, entre otras cosas –

--La recuperación es más lenta y más dolorosa, pero de hecho es una opción necesaria y viable cuando el bebé no puede salir a pesar de los esfuerzos de la madre –Replicó el doctor—

-- Cuando el bebé es grande, como parece que es mi hija, también puede ser más complicado –Murmuró Armando, con una leve sonrisa en los labios—

--Todavía no podemos saber si el feto es sexo femenino o masculino, señor Mendoza. En la próxima ecografía lo sabremos ---Dijo el médico—

Estaba llorando como hacía mucho tiempo no lo hacía, pero estas lágrimas me sabían a dicha, así que no me reprimía. La expresión de Armando todavía no me revelaba mucho, pero yo sabía que estaba emocionado, que estaba procesando de una manera más lenta la confirmación, pero que de un momento a otro se expresaría con más naturalidad.

Cuando el médico se retiró un momento para conseguirnos el número de un nutricionista que podía ayudarme a balancear mi alimentación, Armando se deshizo en sollozos, demasiado tiernos y conmovedores, que solo me confirmaron que iba ser el mejor padre del mundo.

(Narrado en tercera persona)

Inesita estaba esperando a Betty, a don Armando y alguna de cuartel que llegara a por ella a la casa del retiro, sin embargo, esa mañana, un poco antes del mediodía, solo llegó don Armando con Aura María y Freddy, que como siempre, no podía despegarse de su reinita.

Inés se despidió de Micaela y prometió que volvería. Micaela prometió que en un día libre, pasaría a visitarla a su casa o a la prestigiosa Ecomoda.

--Cuídese, Inés, la queremos mucho –Dijo Micaela, usando el plural porque sabía que don Alfredo la tenía en estima también—

Armando se acercó a ella, le pasó el brazo por los hombros y le besó la coronilla de canas. Aura María corrió hacia ella y en un minuto si dijo quinientas palabras, fue poco. Se deshizo en abrazos y elogios por la apariencia de Inés, que se notaba rejuvenecida por el descanso.

--¡Ay, Inesita, no sabe cuánto la hemos extrañado! ¡Qué regia, qué bien le cayeron los días aquí! ¿Se da cuenta, Freddy, lo linda que está Inés? –Dijo Aura María—

--Sin duda, mí estimada señora de cabellos platinados, ahora parece usted mi mamá y no mi abuela—Dijo Freddy, besando el dorso de la mano de Inés—

Inés se echó a reír ante la ocurrencia de Freddy. Armando también no pudo contenerse.

--Don Armando, no esperaba que usted se tomara la molestia de venir a buscarme –Dijo Inesita, sorprendida—

--¿Por qué? ¿A quién esperaba, Inesita? ¿a Betty? –Dijo Armando, sonriendo—

-- Bueno, en realidad la esperaba a usted y a ella, es decir, a los dos –Dijo Inés—

--Sí, pero Betty y el resto de las muchachas la están esperando en casa, doña Inés—Dijo Armando—

--¡Oh, está bien, hijo! Muchas gracias –Dijo Inés—

--Por favor, déjeme ayudarla con la maleta –Dijo Freddy, tomando la única maleta que había llevado Inés —Sí que sí, Inés, ha sido un cambio notable, lástima que poco le dure la tranquilidad –Murmuró Freddy—

--¡Calle, Freddy! No sea ave de mal agüero –Dijo Aura María—

--La pobre Cristina entró con su impecable cabello oscuro y ya casi sale llena de canas verdes, la pobre –Dijo Freddy—

--Por favor, Freddy, ¿no puede morderse esa lengua? –Dije—

--¡Está bien, mi doctor! ¡Me callo! –Dijo Freddy—

--¿Cómo está don Hugo? ¿Ha dado muchos problemas?—Inquirió Inesita, mientras íbamos de camino al carro—

--Sí, para la sorpresa y el alivio de todos, pronto se acostumbró a trabajar con Cristina—Repliqué—

--¡Sí! Eso me pareció, porque solo una vez me llamó y lo escuché bastante tranquilo. –Dijo Inés—No se quejó de mi ausencia—

--¿Y usted, Aura María, cómo va, mija? ¿Cómo va su noviazgo con este descocado de Freddy? –Inquirió Inés—

--Pues ahí, Inesita, esperando que se formalice la cosa. Aquí el tonto hermoso no sabe más que poner excusas—Dijo Aura María—

--No son excusas, mi reinita, son realidades –Dijo Freddy, enderezándose la corbata—

--Oiga Freddy, ¿y usted por qué se vistió de esa forma? ¡Hoy es domingo, debió haberse puesto algo más ligero! ¿No cree? –Dijo Inés, echándose a reír—

--¡No! ¿Y dañar la pinta? –Dijo Freddy, moviendo los pies de un lado a otro—

--Lo mismo le dije yo, pero tonto insistió en venirse de saco y corbata—Dijo Aura María, rodando los ojos—

--Debe ser que Freddy no tiene más ropa que esa, porque él hasta duerme así ¿no es cierto, Freddy? –Dije, en tono de broma—

--Debo variar mi ropero, doctor, es cierto, pero igual me siento más cómodo vistiendo las ropas de mi trabajo. –Admitió Freddy—

Estando todos de camino a casa de Inés, ésta se dispuso a hacer preguntas y a responder las preguntas que le hacían. Todos estaban muy curiosos por saber cómo había sido su experiencia en aquel lugar. Ella aseguró que volvería.

--¡Vea, Inesita, se nota que lo disfrutó! ¿No se salió enamorando de usted algún viejo de esos ricachones, ah? –Dijo Aura María—

--¡No, pero hice amistades! –Replicó Inesita—

--¡Ah, bueno, pues así empieza todo lo bueno! –Dijo Aura María, echándose una carcajada—

--¿Y Betty, doctor, cómo está ella? ¡Ya me imagino a la tarea que se metió para haberse quedado en mi casa con las muchachas! –Dijo Inés, que ya presentía que le estaban preparando alguna bienvenida pomposa—

---Betty está muy contenta, Inesita, muy contenta de que regrese con nosotros, pero más contenta se va poner cuando la vea tan bien—Replicó Armando—

--¡Y lo bonita que se está poniendo la doctora! ¿Cierto? ¡Ja, ja, ja! ¡Le asienta de maravilla el embarazo! –Dijo Freddy—

Armando le lanzó una mirada fulminante a Freddy a través del espejo retrovisor.

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