YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO XXIII

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By MargySilva

¿ES USTED CAPAZ DE PERDONARME, BETTY?

Sandra estaba emocionada hasta las lágrimas cuando el viernes por la mañana se le recibió con bombos y platillos y muchos abrazos por la cintura, ya que nadie lograba alcanzar sus altos hombros, aun andando con tacones. Ese día le entregué un sobre con un cheque por la cifra de 1 millón de pesos para que comprara lo que quisiera de los almacenes de Ecomoda y, además, otro cheque para que pudiera recibir unos cuantos mimos por parte de los estilistas que, para mi boda, se encargaron de arreglarme.

Freddy y Juanes, después de haber elogiado mi cabello en aquel cóctel de Adriana Arboleda y haberse ganado una buena impresión, fueron los escogidos para dicha tarea, y desde entonces, también les había tenido en cuenta para cualquier evento que se requirieran sus servicios, como por ejemplo: el maquillaje y el peinado de las modelos para cada colección.

Catalina Ángel se había encargado personalmente de hacerles la propuesta en el pasado y, sin pensarlo dos veces, ella me comentó, gustosamente aceptaron. Desde la última colección no los había visto, pero esta vez fui yo directamente la que ese mismo lunes por la tarde los llamé a su salón de belleza para avisarles que tenía una persona muy especial a quien le quería encomendar.

--Claro, Betty, con mucho gusto nosotros recibimos a su amiga en nuestro salón ¿o prefiere que vayamos a Ecomoda?—Consultó Juanes—

--No, me parece bien que sea en su salón de belleza, de esa manera ella va poder disfrutar más el proceso. El ambiente de Ecomoda con don Hugo a veces es un poco pesado y es muy difícil sentirse uno bonito al lado de modelos saliendo y entrando de aquí –Dije y se me salió una risita—

--Conozco a Hugo desde hace varios años y sé que puede ser "a pain in the ass" aunque no quiera –Dijo Juanes, entre risas—

Después de la junta del cuartel suspendida, nos reunimos al día siguiente en mi oficina para acordar finalmente dónde se celebraría el cumpleaños de Sandra. Estuvimos lanzando propuestas pero no lográbamos ponernos de acuerdo. Berta pensó que hacerlo en mi casa era una buena idea, pero el resto del cuartel, sobre todo Mariana, se opuso de manera contundente.

--No podemos molestar a Betty de esa manera, muchachas. Ustedes saben que el domingo fue un poco tedioso para la pobre, y para todos, con todos esos niños gritando, la molestia de ponerse a cocinar, de limpiar el desorden. Eso es demasiado para Betty en estos momentos. –-Dijo Mariana, lanzándome una mirada cómplice—

Yo realmente no me sentía con deseos de organizar otra reunión como la del domingo, al menos no tan pronto, así que las dejé debatir el asunto, sin expresar mi verdadero sentir. Quería apoyar las intenciones que la mayoría decidiera, aunque al final no resultasen las que yo quería. Finalmente, la mayoría se puso de acuerdo en que lo mejor era buscar un lugar con un ambiente festivo, donde todo estuviera acomodado para celebrar.

--Lo más práctico es hacerlo en un lugar público, muchachas. Yo no me quiero ni imaginar el trabajo que se tomó Betty en prepararnos esa comida tan deliciosa el domingo, sin tomar en cuenta lo que se tardó en arreglar el desastre que le dejamos en su hermosa casa ¡No muchachas, no hay tiempo ni ganas de ponerse en esas un viernes después del trabajo!—Dijo Sofía y todas asintieron--

"Bouche de loup", en español "La boca del lobo", era el nombre del lugar que escogimos para celebrar el cumpleaños de Sandra, luego de enterarnos de su existencia. Dicho establecimiento era una discoteca que, por su nombre, daba entender que era oscuro y clandestino, de esos que Aura María solía frecuentar. Sin embargo, el lugar era todo lo contrario: consistía en un bar y restaurante donde solo asistía la flora y nata de Bogotá, debido a la exclusividad de la zona donde estaba ubicado, el menú de bebidas y platillos sofisticado y sobre todo el hecho de que el derecho de admisión se compraba como una acción del club, aunque a mucho menos precio, ya que en este caso se tomaba en cuenta cuánto disponía la persona para comprar la membresía, la cual expiraba un año después. Hugo Lombardi lo mencionó sin saber que se aproximaba un cumpleaños que todavía no tenía lugar de recepción.

--¡Bouche de loup", suena de ututuy en francés, pero de lo más espantoso en español, porque suena como a película de terror en blanco y negro –Dijo Hugo, echándose a reír— ¡Ay, niña, ese lugar es de una belleza, de un clímax espectacular! Yo nunca había estado en un lugar con tanta gente bella y bien vestida. Le juro que nunca había visto tantos ricos bellos, ni siquiera en el Club, que últimamente solo los viejos ricos frecuentan, porque déjeme decir, niña, que por lo general los ricos que me encontraba eran feos embellecidos por el dinero, aunque claro, hay sus excepciones siempre—Le comentaba Hugo a una de sus modelos, que no era Jenny—

--¿Cómo vas a decir eso Huguito? Si aquí viene entrando un hermoso ejemplar de los ricos bellos que hay en este país –Dijo la modelo, refiriéndose a Armando, que venía a mi lado, tomándome de la mano—

--Dije que había sus excepciones. –Dijo Hugo, lanzando un zumbido—

Esa mañana visitamos el taller para recordarle a don Hugo que al día siguiente tenía que exponer en la junta, que se tenía prevista, el concepto que llevaría la próxima colección, y también, de paso, Armando quería constatar por observación, cómo estaba lidiando Cristina con la presión del trabajo y cómo trataba don Hugo a la nueva asistente de taller.

--Estos bellos ejemplares—dijo don Hugo, refiriéndose a Armando-- o son gay o están casados, pero no pueden andar solos por ahí, porque entonces son mujeriegos de lo peor. ¡Ay, pero todavía hay esperanzas! , porque este era uno de esos y al parecer ya lo atraparon ¿Será para siempre?—

-- De todas formas, Huguito, recuerda que el anillo de casado se lleva en el dedo y no en "otra" parte –Murmuró la modelo---

--El anillo de casado es el símbolo de la unión matrimonial, del compromiso, pero nada de eso sirve si no hay voluntad y sobre todo amor de respetar ese compromiso –Dijo Armando—

Hugo alzó las cejas ante tan acertado comentario, sobre todo porque sonó honesto.

--¡Felicidades, Armando, casi me convence de que ha cambiado, de que mudó completamente el pelaje de zorro con mañas que tenía! –Dijo Hugo, juntando las manos—

--De verdad, Armando, te ves muy bien así, hasta se te ve más tranquilo, relajado. Te hacía falta sentar cabeza—Dijo la modelo, esbozando una sonrisa sincera— Se ven muy bien juntos, hacen una linda pareja –La modelo clavó su mirada en mí--

La modelo era una rubia muy bonita, de sonrisa resplandeciente, quien había trabajado hasta entonces en tres colecciones consecutivas con Ecomoda, dos de ellas durante mi presidencia. Su nombre era Amada Pérez, y su actitud para conmigo siempre había sido gentil y respetuosa, por no decir indiferente. Sin embargo, esa mañana su mirada insistente y curiosa me llamó la atención.

Durante todos estos meses como presidente de Ecomoda me había involucrado más de lo que alguna vez imaginé con modelos, gente famosa de la industria de la moda y demás personalidades de la televisión colombiana, y de todos ellos había recibido un trato cordial, e incluso amistoso, me habían demostrado que yo podía pertenecer a ese mundo que antes consideraba frívolo y ajeno a mí.

--Hugo, ese lugar que estabas mencionando, ¿es una disco para gente de tus gustos y preferencias?—Interrogó Armando, quitándome la palabra de la boca—

-- Una discoteca para gay, homosexuales, transgeneros, ¿por qué no dices la palabra correcta? –Dijo don Hugo, sin esperar respuesta-- No, para nada, vicepresidente, es una disco para mundo y reymundo que tenga plata, claro –

--Jamás la había escuchado mencionar, pero si tú la frecuentas, debe tener un ambiente carnavalesco, como el que le gustan a tus amigas --Dijo Armando, en tono irónico—

--No, es un ambiente divertido, pero sobrio a la vez. Te digo que ahí solo asiste lo mejorcito de Bogotá, aunque claro, así como se mueve el dinero, se mueven otras cosas— Dijo Hugo—

Cuando dijo "otras" cosas, me imaginé mujeres de mundo, sin apellido, sin nada más que experiencia conquistando hombres ricos. Después, cuando estábamos en mi oficina, Armando me explicó que en realidad podía significar infinidad de cosas moviéndose en ese ambiente donde el dinero corría como el agua y donde la policía rara vez hacía rondas, donde todo tiene un precio y la clase era más importante que la moral y el orden.

--¿Por qué estás tan curiosa sobre ese tema, mi amor? –Inquirió Armando—

--Ah –Me eché a reír—Lo que pasa es que Sandra está de cumpleaños el viernes y todavía no decidimos dónde vamos a llevarla. Quisiera que fuera en un lugar diferente al que acostumbra ir el cuartel, digamos que quisiera darles ese gusto—Le dije—

--Creo que ese lugar puede resultar interesante, pero te advierto que ese gusto te puede costar caro, Beatriz—Dijo Armando, con voz susurrante cerca de mi oído. –

--Lo sé, pero de nada sirve tener dinero si no se puede compartir con los amigos ¿no te parece? –Le dije, al tiempo que correspondía su beso—

En un grupo de amigas como el mío, donde todas éramos tan diferentes en personalidad, pero unidas por la proveniencia modesta de nuestra estirpe, los detalles como esos significaban un mundo.

Las vivencias al lado de ellas, como grupo o de manera individual, me habían acercado más a unas que a otras, eso no lo podía evitar. No podía decir que todas me habían prodigado el mismo interés, el mismo trato al inicio, tampoco que con todas congeniaba o tenía la confianza de explayarme sobre mis sentimientos, si es que lograba hacerlo alguna vez.

El único ejemplar de amistad que había tenido durante toda mi vida había sido Nicolás, y sin duda había sido más que eso y siempre lo sería, el más leal y comprensivo amigo que se podía pedir. Después llegaron esas 6 mujeres envueltas en diferentes colores, cargando con tantos problemas y prejuicios, tan duros y difíciles como los míos, a quienes quería con sus defectos, con su torpeza, su imprudencia y su rudeza para hablar. Todavía tenía mis reservas para confiarles mis secretos, porque siempre va haber una gran parte que solo voy a reservar para mí y que, hasta entonces, solo Armando había aprendido a conocer o entender, y doña Catalina a intuir desde casi desde un primer momento.

--Mi amor, no sé si yo también estoy invitado al cumpleaños de Sandra, ¿estoy invitado? Porque la verdad es que me vas a hacer mucha falta. –Dijo Armando, abrazándome por el cuello—

--Claro que estás invitado. No quisiera tener que ir manejando a media noche—Dije, pegando mi rostro a cuello de su camisa que olía deliciosamente—

--Ah, entonces quieres que te acompañe solo para asegurar un chófer que te lleve de regreso a casa—Dijo Armando, haciendo un poco de drama—

--Por favor, doctor Monstruo, no diga esas cosas, usted sabe que yo adoro salir con usted. Me siento segura contigo, mi amor—Dije y besé su cuello—

--Iré si me promete que va a bailar toda la noche conmigo, mi doctora Monstro –Dijo, presionando sus labios cerca de mi oído—

--No le prometo que toda la noche, pero trataré de concederle una o dos piezas, doctor Monstruo— Dije, siguiente su juego—

--Beatriz, ¿qué pasará con las clases de natación? Se supone que terminan a las 9 y media de la noche ¿Te sientes dispuesta a soportar toda esa jornada? –Inquirió Armando—

--Ya lo había pensado, mi amor, y aunque me resulte muy difícil, tendré que soportarlo. ¡Todavía me pides que baile toda la noche! –Dije, echándome a reír—

Después de la primera clase de natación el viernes pasado, mi cuerpo cayó rendido en cuanto puse la cabeza sobre la almohada. Esa noche dormí profundamente, sin sueños y sin interrupciones. Mi piel suave y traslúcida por la acción del agua encontró en Armando el abrigo perfecto para recuperar el calor.

--Creo que es demasiado ajetreo para un solo día, Beatriz. Recuerda lo cansada que regresaste el viernes pasado, que ni siquiera fuiste capaz de comer, tampoco te cambiaste de ropa. –Recordó Armando—

--Desperté con el pijama puesto –Dije, confundida, porque no tenía recuerdos claros de esa noche después de que me bajé del carro—

--Sí, porque yo te lo puse –Comentó Armando—

--¿De verdad? No me acuerdo. ¿Me desnudaste y me pusiste el pijama y yo no me di cuenta? ¡Estaba como muerta entonces! –Dije, entre risas de solo imaginarlo—

--Es normal que uno se sienta así después de estar tanto tiempo en el agua. El cuerpo se relaja completamente. Por eso me encanta hacer el amor contigo en la bañera—Dijo Armando--

--A mí también, después duermo como un bebé—Acurruqué mi cabeza cerca de sus clavículas, cerré los ojos y soñé unos segundos con esos momentos—

Armando me llevaba cargada en sus brazos desnudos igual que su pecho, tan pálidos que se dejaban entrever sus venas y articulaciones. El caminaba con paso firme pero no observaba al frente, me observaba a mí y yo a él. Me sentía como flotando en una nube, con el aire salpicado de briza, podía sentir cómo se humedecía mi piel y la planta de mis pies que flotaban. Llevaba puesto un vestido amarillo pálido de tul, sin forro, que dejaba a la vista mis senos erizados por viento. Aparté la mirada de su hermoso rostro sonriente, que parecía moldeado en porcelana y la fijé hacia el frente para saber dónde nos dirigíamos.

Unas figuras borrosas se distinguían a lo lejos, me parecían conocidos pero no estaba segura. Poco a poco sus rostros se fueron aclarando y sus risas se escuchaban tan cerca que me resultaron inconfundibles. Empecé a sentir un terror indescifrable.

--¿Usted cómo hizo para acostarse con esa mujer? ¿Cómo le hizo, hermano?—Dijo Román, riendo de forma burlona—--Por culpa de usted perdí una gran cantidad de plata— Román me obligó a que volteara a ver su rostro—

--Usted no debió acostarse con ese tipo, Betty. –Escuché que una mujer decía—

Me cubrí los oídos para no tener que escucharlos, porque mis ojos no respondían a mis deseos de cerrarlos.

--¡NO!—Grité con voz ahogada y abrí los ojos a la realidad—

El sueño que tenía con Armando se transformó de pronto en una pesadilla. Me había quedado dormida un minuto sobre su pecho y mi subconsciente me traicionó horriblemente.

--¿Qué pasa, Beatriz? ¿Por qué gritas de esa forma? –Me dijo Armando, tomándome el rostro entre sus manos—

Parpadeé varias veces para constatar que estaba bien despierta y no era otro ridículo sueño.

--Nada, me quedé dormida un minuto y mi mente me traicionó—Dije, enterrando mi rostro contra su pecho, avergonzada—

--Algo te está pasando, Beatriz, algo tienes en esa cabecita. ¿El embarazo te tiene así? –Dijo Armando—

¡El embarazo, el embarazo me tiene tan sensible, tan somnolienta y glotona!, pensé.

--Claro, es muy probable. Durante el embarazo todo el organismo de la mujer se altera y se afecta también el estado psicoemocional –Musité—

--De todas formas, me gustaría que me contaras lo que soñaste. Debió ser algo realmente muy feo para que gritaras de esa forma—Dijo Armando—

--Fue un recuerdo, distorsionado, pero un recuerdo desagradable, parecido a una pesadilla –Murmuré—

Armando desconocía lo que había sucedido el día anterior. Yo le había restado importancia, pero mi cabeza loca al parecer no. Yo pensaba que lo mejor era mantenerlo oculto de él, pero lo cierto es que su presencia me había afectado.

--Creo que necesitas descansar, ¿Quieres que nos vayamos para la casa?—Dijo Armando--

--No, Armando, no es necesario. Todavía tengo cosas que hacer y no quisiera irme a la casa a seguir pensando locuras –Dije, separándome un poco de él—

--Está bien, pero por favor, recuerda que estoy aquí para escuchar cualquier cosa que quieras decir, porque nada de lo que te pase a ti es una locura –Dijo Armando, acariciando mis mejillas—

Su mirada me taladró, me hizo entender el profundo amor e interés que sentía por mí.

--Por favor, siéntate, te voy a contar...--Respiré profundamente--

La voz que salió del ascensor y se coló por la rendija de la puerta corrediza que estaba a punto de cerrar no pertenecía a otra persona más que a la se me cruzó por la cabeza. No me atreví inmediatamente a salir a comprobarlo, pero solo me bastó escucharlo decir unas cuantas palabras más, para darme cuenta que era el: Miguel.

Nunca, después de la última vez que lo enfrenté delante de los vagos del barrio y me dijo con toda la frialdad del mundo que yo había sido parte de una sucia apuesta, pensé en que lo volvería a ver, mucho menos pisando la empresa que ahora dirigía. Él no era del barrio, no tenía raíces ahí, estaba de paso como muchas personas, y de la misma forma en que había llegado, había desaparecido.

En la vida siempre cabía la posibilidad de encontrarse por la calle a gente conocida, con la que ya no hablas, pero con los que alguna vez tuviste algún tipo de relación, y a la que le sonríes sin más o te detienes a charlar por lo agradable que ha sido reencontrarlos, o como en mi caso, prefieres obviar que viste y tan pronto vuelves a la realidad, te olvidas de nuevo de que existen.

La mañana que lo encontré en el centro comercial yo sentí, tan pronto lo reconocí, curiosidad por su aspecto, por la niña parecida a él que sujetaba de la mano. Me sentí protegida porque no me reconoció, porque no había prestado atención a la mirada insistente que posé sobre él y a la ansiedad que empezó acusarme cuando me vi junto a él en el espacio reducido del ascensor sintiendo su molesto perfume. Todo lo contrario a cómo me sentía en ese momento, detrás de las dos hojas de la puerta corrediza de mi oficina, donde todavía permanecía de pie escuchando lo que hablaba con Sandra. Ahora tenía la certeza de que no podía ser coincidencia su presencia, que algo tenía que andar buscando y de que posiblemente ya sabía que yo ya no era la pobre fea del barrio.

En un impulso, muy impropio de mí, abrí de nuevo la puerta, salí al pasillo y en dos zancadas me puse frente a él, que estaba sentado tranquilamente con las piernas cruzadas, esperando a alguien. No sabía cómo dirigirme, si hacerle saber que no me interesaba hablar con él, o si preguntar, como quien apuesta por las coincidencias, quién era él.

--Hola, Betty, el señor Miguel Trujillo está aquí para una entrevista de trabajo—Se anticipó Sandra—

Yo me quedé por unos segundos sin saber qué decir. ¿Anda buscando trabajo aquí? ¿Qué puede hacer un sujeto como el en una empresa de modas?, me pregunté. Hasta donde recordaba Miguel era un hombre de trabajos manuales, mecánicos, nada que incluyera mucho la cabeza ni grandes capacidades académicas en conocimientos específicos. Era un hombre culto, dentro de lo que cabía su ánimo e interés por educarse, por aprender más allá de un oficio técnico, pero no tenía grandes conocimientos que lo hicieran capaz de desempeñar, por ejemplo, un cargo gerencial en una empresa como Ecomoda. En todo caso, ¿qué tipo de cargo podría tener aquí? Si todos estaban ocupados y muy bien, por gente que estaba capacitada y tenía muchos años de experiencia. ¿Será posible que yo no estuviera enterada de que algún ejecutivo se iría de Ecomoda, de algún cambio en la planta de trabajadores de alguno de los almacenes?, me pregunté.

--Betty, su nombre es Betty. –Murmuró Miguel, seguramente haciendo conjeturas en su mente por mi nombre— ¿Cómo está, doctora? Mucho gusto, mi nombre es Miguel Trujillo, para servirle –Dijo, estirando su mano flacucha y levemente temblorosa—

Yo le quedé viendo la mano estirada en mi dirección pero no pude estrecharla. Solo fui capaz de fingir una sonrisa y decirle: "Un gusto", y me di la vuelta, tan pronto le lancé una seña a Sandra para que me siguiera.

--¿Qué pasa, Betty? De pronto se puso pálida –Dijo Sandra— ¿Quiere que le llame un médico?—

--No, no es necesario, no es nada –Respiré profundamente—Es que yo conozco a ese hombre que está ahí—

--¿De verdad, Betty? ¿Y de dónde lo conoce? –Inquirió Sandra, frotando mis brazos en un gesto tranquilizador—

--De una época nada agradable en mi vida, de hecho, de una que quisiera olvidar por completo—Dije--

Sandra se dio cuenta que realmente estaba afectada por la presencia del sujeto, y no fue difícil que sacara sus propias conclusiones.

--¿Ese hombre le hizo daño Betty? Si quiere ya mismo lo echo de aquí y le digo que no hay trabajo para un tipejo como el—Dijo Sandra en tono bravucón, dispuesta a cumplir lo dicho—

--No, Sandra, por favor, no haga nada. Ese hombre ya no significa nada para mí. Simplemente estoy sorprendida por su presencia aquí—Dije, tomándola del codo para evitar que cometiera una locura—

--¿Está segura, Betty? Usted sabe que yo no tengo reparos para medirme con desgraciados. –Dijo Sandra, volviendo a tomar la actitud de querer emprender riña—

--De verdad, no es necesario, Sandra. Su presencia aquí es otra coincidencia, al parecer. Además, parece que ni siquiera sabe quién soy, así que eso me hace sentir mejor. —Dije—

--Ese hombre anda pidiendo trabajo, Betty, ¿qué pasa si el degenerado de Gutiérrez le da el puesto? –Dijo Sandra, como obviando que al final yo tenía la última palabra en quién se contrataba y quién no—

---Ese hombre no va entrar a trabajar en Ecomoda, eso se lo puedo asegurar. –Dije—

--Ah, claro, usted es la que tiene la última palabra, Betty. Pero si mal no lo recuerdo, hace un momento, cuando ponía en su lugar a Gutiérrez, dijo que iba a darle autonomía a las demás áreas o departamentos de la empresa, con el fin de hacer que cada una trabajara sin necesidad de requerir todo el tiempo la aprobación de Presidencia ¿o me equivoco? –Inquirió Sandra—

--Sí, pero esas modificaciones no se dan todavía, así que seguimos trabajando bajo el régimen autoritario de siempre, y yo digo que ese hombre no va a trabajar aquí nunca—Dije, en un tono de voz que reflejó mi molestia por sentirme perturbada por un hombre que ya ni siquiera odiaba—

Mariana vino detrás de nosotras, moviendo sus caderas con ímpetu, con una expresión que reflejaba curiosidad por saber qué estaba pasando.

--Por favor, Sandra, quisiera que fuera discreta en este asunto, no quiero que las demás se den cuenta de quién es Miguel Trujillo ¿Está bien?—Le dije—

--Claro, Betty. Yo soy una tumba, por mí nadie se va a enterar. –Dijo Sandra, sellando sus labios—

Sandra siempre había sido la persona más discreta del grupo, ya me lo había demostrado con el asunto del paquete verde que contenía la carta fatídica. Me juró, aun sin conocer mis motivaciones, que ocultaría el hecho de que yo lo había tomado, y fue leal a mí, que era su amiga, tal vez menos cercana, y no a su jefe. Ella era la fuerza y la sensatez, también la discreción, y en esta ocasión me lo volvía a demostrar, porque incluso me guardó el secreto de Mariana, que era la más unida a ella, por la cercanía con la que tantos años trabajaron y el hecho de que compartían departamento.

--Oiga, Sandra, ahí en el pasillo está un hombre que viene a entrevista con Gutiérrez. ¿Ya se lo informó a Berta?—Dijo Mariana—

--No, estaba a punto de hacerlo cuando me llamó Betty para que atendiera un asunto de ella –Dijo Sandra—

--¡Ah! Pues mijita, pasó al lado de Berta y no le dejó ningún mensaje. Me acaba decir que pasaron a su lado y ni las determinaron –Dijo Mariana, lanzando una mirada suspicaz--

--Mariana ¿no escuchó que le dije que estaba atendiendo un asunto de Betty? –Dijo Sandra — ¡Esa Berta es una exagerada! –

--¡Qué estrés con usted, Sandra! –Dijo Mariana, dando media vuelta para regresar a recepción—

De nuevo quedamos solas y reiteré mi agradecimiento por no decir nada.

--Ay, Betty, algo muy malo tuvo que hacerle ese tipejo, para que usted se ponga así de nerviosa –Dijo Sandra—Pero no se preocupe, que no la voy a molestar para que me cuente. No hace falta mucha imaginación para suponerlo. —

--Se los diré, Sandra, en algún momento se los diré, pero ahorita no puedo hablar de eso. Por favor, vaya donde Berta a informarle de la presencia de ese señor. –Dije--

--¿Cómo que el doctor Gutiérrez está reunido con el señor que estaba allá sentado? –Dijo Sandra, —

--El doctor Gutiérrez lo mandó a llamar a su oficina –Replicó Berta, con los ojos abiertos como plato, ante el tono de voz que empleaba Sandra— Él lo estaba esperando porque viene a una entrevista de trabajo --

--Está bien, Berta, gracias. ¿Me puede hacer un favor? cuando el señor salga de la oficina del doctor Gutiérrez, podría decirle que la presidente de la empresa quiere entrevistarlo también –Dije—

--¿A quién? –Dijo Berta, con la expresión de perplejidad en el rostro—

--¡Por Dios, Berta, usted no puede pensar y comer a la misma vez! ¿cierto? –Dijo Sofía, que estaba observando la situación—

--Ah, claro, a entrevista, al señor Trujillo—Dijo Berta, sonriendo de forma nerviosa—

Estaba dispuesta a regresar a mi oficina, cuando Sofía me detuvo con la pregunta daba inicio al interrogatorio que seguramente me tendrían listo después.

--¿Por qué tanto rollo con ese señor, Betty? ¿Acaso usted no estaba enterada que Gutiérrez estaba buscando un nuevo ingeniero en sistemas? –Inquirió Sofía, acertadamente--

--¿Cómo así? –Inquirí. Había estado más pendiente de la presencia de Miguel, que de averiguar el puesto que aspiraba conseguir aquí, lo cual era determinante— ¿Qué pasó con el señor Domínguez y el señor Moreno, los ingenieros en sistemas? –

--Moreno se mantiene en el cargo, pero el señor Domínguez puso su renuncia poco antes que usted volviera de su luna de miel, no tengo idea por qué –Replicó Sofía— ¿A poco no estaba enterada, Betty? –

--No, la verdad es que todavía no me pongo al día con las cosas que pasaron durante mi ausencia –Dije—

Gutiérrez no había tenido la gentileza de informarme de la renuncia de uno de los ingenieros en sistema, y eso me parecía muy extraño, ya que hasta la fecha había demostrado deferencia para conmigo y mi gestión como presidente. De hecho, a veces se comportaba de una forma que me hacía sentir incómoda, porque se deshacía en halagos, alabanzas que no quería ni esperaba de nadie, mucho menos de él, que siempre la tenía emprendida en contra del cuartel y todo aquel que no gozara de algún poder en la empresa o cercanía con los Mendoza y los Valencia.

--No creas, mi amor, yo agradecía no estar informado de todas las contrataciones y de todos los despidos que se hacían, porque me parecía una cosa que ocupaba demasiado tiempo y que no me interesaba conocer, a menos que tuviera que ver con algún cargo de más importancia, los cuales rara vez sufren cambios –Dijo Armando, cuando le conté—

--Lo sé, mi amor, por eso no le dije nada a Gutiérrez, porque es algo en lo que he estado pensando y quiero implementar en Ecomoda: autonomía de todos los departamentos. Además, si el señor Domínguez se iba ir por voluntad propia, no tiene por qué ser informado a la presidencia. Solo debería hacerse si es un despido injustificado. –Dije—

En mi oficina esperé, no de brazos cruzados, que Aura María me informara que Miguel estaba al otro lado de esa puerta. Tal vez pasaron veinte minutos cuando escuché mi teléfono sonar.

Ya había estado meditando sobre cómo iba abordarlo, y había decidido que lo haría de una forma cautelosa, midiendo el terreno y sin revelar que yo era Betty, la Betty que apostó para ganarse unos cuantos pesos, la que humilló delante de todo el barrio, hasta casi hundir.

Me interesaba conocer qué podía ofrecer el como profesional, si es que se había capacitado para atender un área tan importante como lo era Sistemas. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo vi, lo suficiente como para que hubiera optado por aprender ingeniería en sistemas. Me interesaba descifrar, detrás de ese rostro de buena gente, si seguía siendo el mismo tipo falso, pusilánime, incapaz de sentir remordimientos mientras le destroza la vida a una mujer.

Iba vestido con un traje que alguna vez había sido perfecto para la ocasión, por la calidad de la tela y los acabados, pero que ahora lucía desgastado y opaco. Me sonrió y se le formaron unas arrugas a los lados de la boca, que recordé antes eran finas líneas que solo se notaban cuando reía a carcajadas.

--Por favor, tome asiento, señor Miguel Trujillo, ¿Cierto? –Le dije, haciendo un ademán para enfatizar mi ofrecimiento—

--Muchas gracias, doctora Pinzón –Dijo él, atendiendo mi ofrecimiento y clavándome la mirada fijamente, como si estuviera viendo una aparición—

Había considerado que mis probabilidades de ser llamada por mi apellido de soltera eran más bajas que mis probabilidades de ser llamada por mi apellido de casada. Había tomado el riesgo y había fallado. Ahora tenía que abandonar el "plan A" que había formulado en mi cabeza e improvisar, porque no tenía un plan B muy definido, no porque no estuviera consciente de la importancia de tener uno, sino porque confiaba demasiado en mi suerte en este asunto.

--Vaya, entonces ya sabe que soy Beatriz Pinzón Solano –Dije, sonando más segura que nunca—

--Sí, me acabo de dar cuenta –Dijo él, dirigiendo la mirada hacia algo que había detrás de mí—

¿Qué hay detrás de mí?, me pregunté, tratando de formarme una imagen mental de lo que había. "Hay unas carpetas, un trofeo de aluminio y un porta retratos de Armando y yo, sonrientes y felices, antes de nuestra boda.

--Bien, entonces usted vino a buscar trabajo a Ecomoda ¿cierto? ¿Está seguro que solo eso vino a buscar?—Le sostuve la mirada y sentí que empezaron a escocerme los ojos, pero no le aparté la mirada—

--Así es, doctora, pero sé que no hay ni la más mínima oportunidad de que eso pase –Dijo, bajando la mirada y frunciendo el entrecejo--

--Está en lo correcto, señor Trujillo. Lamento que haya perdido su tiempo, pero como imaginará, para trabajar aquí hace falta más que una hoja de vida profesional impoluta, también hace falta unas referencias personales que puedan testificar de su calidad humana—No supe en qué momento lo dije, pero me salió del fondo del corazón y de forma tan natural, que ni siquiera percibí que se había inmutado u ofendido—

--Nunca hubiera adivinado que usted es Beatriz Pinzón Solano, de no ser porque a una de las secretarias se le escapó llamarla así, porque ahora tiene otro apellido ¿no es así? ¿Está usted casada, Betty?—Dijo, sin levantar la mirada—

--Sí, lo estoy, pero eso a usted no lo importa. Ahora, si me disculpa, ¿podría retirarse, por favor?–Dije—

-- Primero me hace llamar y ahora me pide que me vaya ¿por qué tan pronto, Beatriz? ¿Tiene miedo de mí? –Inquirió Miguel, lanzándome una mirada retadora—

--Usted busca un trabajo que yo no le puedo ofrecerle, por razones que ambos conocemos. No tenemos que retrasar esta conversación, que ni siquiera empezó—Dije--

--Betty, me hiciste llamar hasta aquí por algo que no tengo muy claro. Las empresas no lo llaman a uno para decirle que no lo van a contratar ¿o sí?—Dijo Miguel, en tono irónico—

--Le voy a pedir que no me tutee, que usted y yo no somos ni siquiera conocidos. – Traté de armar una respuesta que sonara convincente—Lo hice llamar porque quería comprobar si su presencia aquí era mera coincidencia o algo intencional –Dije—

No era del todo cierto, pero fue la mejor respuesta que se me ocurrió.

--Si yo hubiera sabido antes que usted era la presidenta de esta empresa, nunca me hubiera atrevido a venir a pedir trabajo, aunque sí hubiera venido a hablar con usted de otro asunto—Dijo Miguel--

--¿De otro asunto? ¿De qué otro asunto podríamos hablar usted y yo? ¿Qué puede decirme usted que a mí me interese? – Sentía un profundo deseo de poder regresar el tiempo y nunca haber pedido hablar con Miguel. El olor de su perfume me estaba matando, así como la frescura que se dirigía a mí—

¿Qué podía decirme este hombrecito ahora? Si durante meses se ocultó como una rata. Si no hubiera sido porque el destino o Dios hicieron que me lo encontrara en la calle con Román y su pandilla, quizás nunca hubiera dado fe a las habladurías que en todo el barrio circulaban. Si no hubiera sido porque él mismo lo admitió, envalentonado por los autores intelectuales de mi desgracia, yo quizás hubiera muerto con la esperanza de que los motivos de su desaparición eran otros y que mi vida amorosa no podía ser tan caótica.

--A estas alturas de la vida, qué le puede interesar lo que diga un sujeto como yo ¿cierto? Tan poca cosa, comparado con usted, que es toda una señora, ejecutiva de una gran empresa, bella, seguramente casada con un sujeto rico, que debe ser tan inteligente como usted. —Dijo--

-- No se atreva a decir que me conoce, señor Trujillo, porque usted nunca me conoció y yo tampoco nunca lo conocí. –Le dije—

--Tal vez usted no me conoció a mí, pero yo usted sí, Betty. Usted era una persona demasiado transparente para ocultar algo. La persona más inteligente y amorosa que yo conocí jamás— Dijo Miguel, y se sonó la nariz aguileña – Yo no sé cómo es usted ahora, si yo le amargué la vida, como es lo más probable, pero quiero que sepa que yo sí me di cuenta del gran ser humano que usted era y de la porquería de persona que me convertí desde el primer momento que acepté esa apuesta. –

--¿Qué pretende con todo eso, señor Trujillo? Le repito, usted nunca me conoció, mucho menos sabe quién soy yo ahora, porque créame, amargada no quedé por usted. –Dije, sintiendo de pronto ganas de cogerlo a golpes—

--Me alegro no haberle amargado la vida, usted menos que nadie merecía algo como lo que yo le hice. ¿Está confundida, cierto? Yo también lo estuve, mucho tiempo, no sabía lo que hacía ni lo que sentía, y por eso hice tantas cosas mal—Se levantó del asiento y empezó a pasear por la oficina, con la mirada gacha, mirando sus zapatos lustrados pero algo desgastados—

--¿Qué está diciendo? ¿Piensa que ahora le voy a compadecer? ¡Está soñando! –Presentía que estaba viendo un hombre que había sufrido la embestida del karma—

--Me alegro que haya encontrado el amor, Betty. Me alegro que haya superado de gran manera lo que le hice ¿sabe? El Manuel que usted conoció era un hombre muy cobarde, demasiado, un hombre mezquino y estúpido. –Dijo y parecía que iba a empezar a llorar—

Yo no sabía qué hacer, la situación se me estaba saliendo de control, y ya ni siquiera sentía el eco de la rabia, la ira, el asco que había sentido por él, tan solo sentía lástima.

--Por favor, señor Trujillo, si lo que quiere es disculparse, entonces dígalo de una vez, para salir de esta situación indeseable—Le dije, realmente preocupada porque en cualquier momento Armando entrara por esa puerta—

--¿Es usted capaz de perdonarme, Betty?—Inquirió, levantando por fin la mirada del piso—

¿Era capaz de perdonarlo realmente? ¿Podía decirlo con sinceridad o solo para deshacerme de él?, me pregunté. "Perdona, Betty, perdona ahora que tienes oportunidad de cerrar esa herida abierta. Perdona ponerle un final a ese capítulo de tu vida, para sanación propia", casi pude escuchar las palabras de doña Catalina, aconsejándome.

--Ni cuando la herida era reciente, yo le lancé maldiciones, ni le deseé ningún mal ¿sabe? No soy de ese tipo de persona que odia hasta consumirse. –Admití—

--Lo sé, me di cuenta con el tiempo, y créame que no fui indiferente a su forma de tratarme, de tratar a los otros, de hacer las cosas. Usted es una persona muy especial, Betty. –Dijo—

--Precisamente esa especialidad hizo que me pasaran tantas cosas desagradables. Sin embargo, volvería a atravesar ese infierno otra vez si mi vida fuera la misma que tengo ahora –Dije—

--Le agradezco el tiempo concedido, Betty. Pensé que nunca iba a poder decirle esto, pero me alegro de estas jugarretas del destino, me alegro de haberme atrevido, aunque sea tarde. De verdad, le deseo que tenga mucho éxito con su empresa y que sea muy feliz—Dijo Miguel y lo vi desaparecer detrás de la puerta—

Narrado desde la perspectiva de Armando

Beatriz me contaba la conversación que había mantenido, en esta misma oficina, con el primer hombre que la destruyó, porque aunque duela decirlo, el segundo había sido yo. Ella se miraba tranquila, trataba de recordar cada palabra que se habían dicho, para no dar lugar a interpretaciones propias y que yo pudiera hacerme un juicio si el tipo era honesto.

--De modo que el hombre este se enamoró de usted –Dije, sin pensarlo—

--No, el no dijo que se hubiera enamorado de mí, dijo que por cobarde no fue capaz de disculparse antes –Corrigió rápidamente Betty—

--Betty, por lo que me cuenta, ese hombre le dijo en otras palabras que había sentido algo especial por usted. No sé si amor, pero algo debió sentir. –Dije, convencido de que al tipejo le había pasado algún pensamiento lujurioso ahora que miraba a Betty tan hermosa y exitosa—

--No lo creo. El reconoció lo miserable que fue al burlarse de mí delante de todo el barrio y admitió que no había sido indiferente a las cosas que vivimos. —Dijo Betty-- ¿Amor? No lo creo. Ahora se arrepiente porque la vida no ha sido muy benévola con él –

--¿Cómo lo sabes, mi amor? –Inquirí, besando sus manos que jugaban con mi corbata—

--Porque pude identificar a un hombre humillado, un hombre que la ha pasado mal. Han pasado casi seis años desde entonces, pero a él parece que le pasaron 15 años por lo menos –Dijo Betty--

--Betty, ese hombre es un cretino, por haber aparecido justo ahora, para recordarme que yo no soy tan diferente a él...—Dije, sintiendo de nuevo aquel horrible sentimiento de culpa que hacía mucho no sentía—

--¡No digas eso, mi amor! ¿Recuerdas lo que hablamos en aquel amanecer en la playa? ¡No más culpas, no más recriminaciones! ¡Solo importa el presente y futuro! –Betty me llenó el rostro de besos tiernos—

--Si ese hombre alguna vez la amó, estoy seguro que ni siquiera la décima parte de lo que yo la amo a usted, Beatriz—Dije—

Nuestros labios se encontraron y nos besamos hasta que nos dolieron los labios.

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