Seduciendo a mi Jefe

By Clau_Llerena

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¿Cuáles son las consecuencias por ofender a tu jefe? Pues llevarte llevarte la follada de tu vida. En el asc... More

Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Epílogo
Agradecimientos
Nueva historia
Dudas
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EL JEFE SEDUCIDO
PREFACIO: CUANDO LA PASIÓN NO ES SUFICIENTE
1.UN EXTRAÑO EPISODIO
2.LA ASISTENTE DE MI HERMANO
3.TENSIÓN SEXUAL
4.EL TAN ANHELADO ÉXTASIS
SEDUCIDO POR MI ALUMNA
1. GROGUI
2. TRATO HECHO
3. LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO
4. ¿QUIÉN ES ESE HOMBRE?
5. DOS POR UNO
6. UNA MALA IDEA
7. AHOGADOS EN DESEO
8. ME HE VUELTO LOCA
9. OLVIDAR
10. SOLO SEXO
11. DOS PÁJAROS DE UN TIRO
12. EXPLOSIÓN

Capítulo nueve

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By Clau_Llerena


— Amy, estás impresionante —comenta Rebecca al verme.

— Es cierto —su esposo secunda la moción—. Después de mi esposa, eres la mujer más guapa de todo el salón.
El baile está en pleno apogeo. En el centro las personas conversan animadamente, mientras la maravillosa orquesta interpreta una hermosa melodía. A nuestro alrededor se encuentran numerosas mesas pequeñas y al mismo tiempo, los camareros recorren el lugar con canapés y bebidas.

Aún no he visto a Daniel, lo cual me parece algo bueno. Eloy dijo que vendría solo, pero tal vez haya cambiado de parecer.

<< De dónde escoger tiene. Cualquier mujer se sentiría más que afortunada >>, mi subconsciente hace acto de presencia.

<< Ahora no me apetece escucharte, ¿entendido? >>

<< Vamos. Ambas sabemos que mueres por verle >>

— Hola, Scott —la voz de Eloy me devuelve a la fiesta.

— Señor Gold —corresponde el saludo—. Señora.

—Por favor, llámame Becca —declara mi amiga—. Los amigos de Amy, son mis amigos —me guiña un ojo—. Debo felicitarte, te has llevado a la mejor cita de la fiesta.

—Tiene toda la razón —concuerda acercándose más a mí.

Mentalmente volteo los ojos, mientras mi fuero interno muere por gritar <<no es mi cita>>. Creo que ha sido una mala idea aceptar la invitación de Scott.

— Oh, ahí están mis padres —comenta mi jefe.

— ¡Eloy! —Escucho una exclamación y posteriormente, tengo ante mí una chica que saluda a mi jefe efusivamente.

Cabello castaño con mechas rubias en la punta, ojos verdes, muy elegante y demasiado espontánea. Rápidamente la identifico como Riley, la menor de los Gold.

— Llevas días sin visitarme —le reprocha una vez se separa de su hermano—. Hola, Becca —dice antes de abrazarla a ella también—. Últimamente no se les ve el pelo a ninguno de los dos. Tuve que secuestrar a Sugar la última vez, para sacarla a pasear.

— Esta semana te haremos una visita familiar —asegura mi amiga—. Lo prometo.

— Eso espero —advierte la castaña.

Para cuando terminan su pequeña conversación, todos los Gold se encuentran ante nosotros, incluido el dios del olimpo, cuyos ojos ambarinos se pasean de mi acompañante hacia mí y de mí hacia Scott.

Sonrío satisfecha. Mis papilas gustativas saborean rastro de victoria.

<< Chúpate esa, Gold >>

<< Pero viene solo, sin acompañante >>, añade mi jodida voz interior.

<< ¡Y a mí qué me importa! ¡Me da igual! >>

<< Sí, claro >>

— Creo que ya conocéis a Scott Lewis, de contabilidad —al parecer Eloy y Rebecca han saludado a su familia y yo atrapada en mi particular batalla interna.

— Un placer volver a verlos —el aludido estrecha la mano a cada uno. Puedo ver la lucha interna de Daniel para saludarle.

—Y esta hermosa mujer que ven a su lado —continúa Eloy. En estos momentos quiero desaparecer—, es la mejor asistente que he tenido en mucho tiempo y recientemente, autora de nuestra editorial.

— Un placer conocerlos, Amanda Roldan —saludo a cada uno, dejando a Daniel de último—. Señor Gold…

El sujeto estrecha mi mano, un poco fuerte. Por unos segundos nos miramos fijamente. Podría quedarme contemplando sus ojos toda la vida: dos esferas doradas brillan como si fueran oro líquido; es fascinante, exótico, cautivador. Jamás había visto un color igual y si le sumas la intensidad con la que observa…, es un fenómeno arrollador.

— Señorita Roldan… —expresa secamente.

— ¡Por fin puedo conocerte! —interviene su hermana—. He oído hablar mucho sobre ti.

— Cosas buenas, espero —intento bromear.

— Muy buenas —me sigue el juego—. Mi sobrina te adora.

— El sentimiento es mutuo —afirmo.

—Ah, ¿eres la amiga de Becca? —pregunta el padre de los Gold, Robert. Hasta él ha escuchado mi nombre y Daniel no... Casualidades de la vida que terminan jodiéndote.

— La misma —responde la aludida por mí.

— Pues el placer ha sido todo mío —expresa gentilmente el hombre.

Luego de varios minutos conversando, he descubierto que la familia Gold es espléndida. La señora Gold es la más seria —obviando a su hijo menor, por supuesto—, pero todos son muy agradables.

Tiempo después, Daniel es llamado al estrado para dar su discurso de inauguración. De un momento a otro, el salón queda en completo silencio. Todos nos enfocamos en las palabras del presidente de la corporación.

— Buenas noches a todos —comienza—. No soy un hombre de muchas palabras, por tanto seré breve. Golden Publishing no es solo una editorial; hoy en día es una corporación que lidera el mundo creativo, dentro y fuera del país. Pero para mi familia y para mí es algo más; es nuestro legado familiar, nuestra historia. Hace cinco años heredé la presidencia de la compañía de manos de mi padre; años atrás él la había heredado de mi abuelo, así como el mismo lo hizo de su progenitor, y su padre antes que él.

>> No siempre ha llevado el mismo nombre, ni ha sido una gran corporación. Sin embargo, es un sueño que ha permanecido en manos de los Gold desde que surgió el mundo editorial. Un sueño que ha pasado de generación en generación y si el mundo no se acaba en el dos mil veinte, como dicen por ahí —todos ríen—, seguirá haciéndolo.

>> Hoy somos una compañía consolidada, exitosa, pero sobre todo, somos una familia. Es para mí un gran honor celebrar el Bicentécimo décimo quinto Aniversario de Golden Publishing Company. Gracias a mi familia y a todos ustedes por el apoyo. Para el futuro, seguiré intentando llenar los zapatos de mis antepasados. Salud.

— Salud —repiten todos a coro.

— Ahora —continúa— pido a mis padres, Robert y Priscila Gold, que inauguren el baile.

— Si nos disculpan —interviene Robert.

Todos asentimos y procedemos a reunirnos alrededor de la pista para dar comienzo al baile.

— Ahora entiendo como te dejaste convencer por ese hombre —susurra Becca para que solo yo la escuche. Me encojo de hombros—. Se le dan muy bien las palabras.

<< ¡Y no has visto nada! >>, añade mi subconsciente.

— Demasiado —pronuncio las palabras antes de poder detenerlas.

— ¿Tal vez la mujer más hermosa de la fiesta, me daría el placer de concederme esta pieza? —pide Eloy a su esposa con galantería.

— Podría concederle toda la noche, señor —contesta la susodicha en el mismo tono.

Mi mejor amiga me guiña un ojo y se dirige a la pista de baile junto a su marido.

—Amy, ¿bailamos? —sugiere Lewis.

—Claro —le tomo el brazo cortésmente.

Es así como comienza una larga noche.

Tres horas, llevo tres interminables horas en este lugar. He bailado con personas que no recuerdo ni sus nombres. El maestro de ceremonias ha decidido jugar con todos los presentes y pedir cambio de pareja a cada rato.

Ya he perdido el número de copas que he bebido. Aún así, no puedo olvidarme de sus ojos; observándome como lo hace el lobo a una oveja a punto de comenzar un festín.

Algo bueno de ver ha sido contemplar a Becca y Eloy disfrutar de la fiesta. También, me ha alegrado mucho enterarme de que Camille y Andrés están saliendo; han venido juntos al baile. Al parecer, el romance anda en el aire.

— Estás preciosa, esta noche —comenta Scott, mientras bailamos una balada tocada por la orquesta. Al fondo, un joven solista nos deleita con su maravillosa voz.

— Gracias —respondo.

— Siempre estás hermosa —aclara—. Pero hoy… deslumbras —no contesto. Verdaderamente no sé qué decir. La música acaba y Scott toma mi mano—. Amy, quizá…

— Damas y caballeros —soy salvada por el maestro de ceremonias. No estoy segura de querer escuchar cómo termina la frase de mi acompañante—. A petición de un invitado de la fiesta, nuestros músicos interpretarán Hello, de Lionel Richie. Así que, cada invitado escoja una pareja con la cual no ha bailado en toda la noche, para el disfrute de esta pieza juntos.

— ¿Cambiamos, señor Lewis? —creo identificar la voz de Riley Gold.

<< Mierda >>

Siento su presencia antes de voltear a mirarle.

— Claro —contesta mi acompañante, forzando una sonrisa—. Señor Gold —se despide para perderse con Riley entre la multitud.

Los primeros acordes de la canción comienzan a sonar. Coloca una de sus manos en mi espalda baja y la otra la entrelaza con mi brazo izquierdo. Mi piel se eriza ante su tacto. Puedo sentir la tensión en su cuerpo al tocarle el hombro.

Nuestros cuerpos conectan y por largos segundos, permanecemos así: solo bailando, embriagados por la sensación.

— Pareces bastante divertida con Lewis —decide romper el hielo.

— Es un hombre agradable —comento—. No puedo decir lo mismo sobre otros.

— Por otros, te refieres a mí —afirma.
Me encojo de hombros—. Saque sus propias conclusiones, señor Gold…

— ¿Tienes algo con él? —me interrumpe.   

— No es asunto suyo, señor —contesto mosqueada.

— Por supuesto que es asunto mío —replica—. Va en contra de la política de la empresa.

Mi enfado va en aumento y si no fuera por las personas a mi alrededor, le hubiera abofeteado.

— ¿La política de la empresa? —espeto furiosa—. No te importó mucho mientras me follabas en el ascensor —a estas alturas he olvidado todo tipo de formalismo—. ¡No me jodas, Gold!

Es lo último que digo antes de salir del salón. Afortunadamente llego a un pequeño balcón sin perderme. El lugar comenzaba a asfixiarme.

Siento a Daniel ir detrás de mí y maldigo.

El aire del exterior me golpea de frente, brindándome un poco de sosiego.

— ¿Qué quieres? —exploto—. ¿Qué quieres de mí, Daniel?

Agradezco la soledad del lugar y el ruido de la música dentro. De otra forma, todos los invitados hubieran escuchado mi pregunta.

— A ti —contesta—. Te quiero de vuelta, Amy.

Amy… muy pocas veces me llama Amy.

— Pues lo siento, Daniel. No estoy interesada —respondo.

— Amy, hablemos…

— El error fue mío —le corto—. No debí acostarme con una empleada. Definitivamente, no debí traerla a mi casa —hago una pausa. Las palabras aún permanecen en mi mente y me atormentan cada día—. Esas fueron exactamente tus palabras.

— Yo…

— ¡Me ofendiste! —le interrumpo—. Intentaste hacerme sentir inferior.

— Nunca fue mi intención —explica. Luego maldice por lo bajo—. ¡Estaba cabreado, maldita sea! ¡Aún lo estoy!

— Pues, bienvenido al club —bufo.

— Necesitamos hablar, Amanda —insiste.

Suspiro desviando la mirada hacia la oscura noche; no hay ni una sola estrella al alcance de la vista—. Debiste decir esas palabras hace unos días, incluso ayer —intervengo—. Hoy ya no me interesa escucharte, Daniel —prácticamente susurro la última frase.

— Señor Gold —aparece la imagen de Clarke frente a nosotros. El hombre es como una sombra—. Preguntan por usted en el salón.

Él solo me mira fijamente. No logro descifrar su expresión, solo observarle con la misma intensidad.

— Ve —decido romper el momento—. Tus invitados te aguardan.

Por lo que parecen horas, me observa sin decir nada. Luego voltea hacia su guardaespaldas y se marcha sin una despedida, un asentimiento de cabeza; sin realizar gesto alguno.

— Señorita Roldan —se despide la sombra.

— Buenas noches, Clarke.

Cierro los ojos e inhalo profundamente; dejando que el aire de la cuidad aclare mis ideas.

— Aquí estás —escucho la voz de Scott tiempo después—. Temía haberte perdido.

— Aquí estoy —respondo—. Necesitaba tomar aire.

— ¿Estás bien? —Se acerca preocupado.

— Sí. Un poco cansada —sonrío—. Sinceramente, me gustaría ir a casa. Creo que la noche ha terminado para mí.

— Te llevo —sugiere.

— ¿Seguro? —Inquiero—. Puedes quedarte. Aún le quedan unas horas a la celebración.

— Te he traído y te llevaré como el caballero que soy —interviene.

— Gracias —digo antes de adentrarme al salón en busca de mis pertenencias.

***

— Gracias por acompañarme esta noche, Amy —expresa en la puerta del apartamento.

— Gracias a ti por invitarme —replico.

— ¿Tentaría mucho a la suerte si te pidiera repetirlo? —Duda.

— Probablemente —confieso—. Eres un excelente colega y amigo, Scott. Me gustaría que quedara de esa forma.

— Claro —sonríe.

— Eso no significa que no podamos salir alguna vez —comento.

— Pues esperaré ansioso por esa salida —añade antes de besar mi mejilla—. Buenas noches, Amy.

— Buenas noches, Scott.

Me apoyo de espaldas a la puerta después de cerrarla.

<< ¿Qué te está sucediendo, Amy? Casi te derrites ante él >>

<< Te estás derritiendo por ese patán >>, mi subconsciente hace acto de presencia.

<< Imposible. Me lo prometí a mí misma. Jamás volveré a caer por un hombre>>.

18 de abril de 2018

Contemplo el paisaje por la ventanilla. El ruido del despegue me estremece. Nunca me han gustado los aviones.

— ¿Desea algo, señor Gold? —Pregunta la azafata, mirándole como si fuera una barra de chocolate a devorar.

Mis ojos giran sobre su eje inconscientemente.

— Nada para mí, gracias —responde—. ¿Tú quieres algo, Amanda?

Gruño.

— Al menos que la señorita Willy Wonka —le sonrío a la azafata—, posea una varita mágica para desaparecer personas; no quiero nada, gracias.[1]

— ¿Quieres desaparecer, Amanda? —el idiota se burla en mi cara.

— Al contrario, sería usted el desaparecido —rebato.

— Vamos, no lo dices en serio —inquiere divertido.

<< A mí no me divierte nada esta situación >>

— Un patán menos en el mundo —me encojo de hombros—. Y le informo, señor Gold, que una vez termine este viaje, presentaré mi renuncia.

— Ya lo veremos —me reta.
Regreso la vista hacia la ventanilla para luego resoplar.

No puedo creer que he terminado en este maldito viaje con él. Pero para explicar cómo sucedió, debo volver al inicio.

[1] Willy Wonka: personaje ficticio de la obra “Charlie y la fábrica de Chocolate”. Amaba tanto el chocolate que creó la fábrica.

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