El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 10.

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By Karinebernal

Nota inicial: Antes de comenzar a leer, les agradeceré que no dejen spoiler en los comentarios, por favor.

Han pasado semanas desde aquel encuentro extraño con Edmund, no lo he vuelto a ver y agradezco que sea de esa forma, pues su comportamiento errático me atemoriza un poco. Decidí no contarle nada a Liz o a mis padres, ya que no quiero asustarlos por una cuestión que seguramente fue pasajera.

Por otra parte, el príncipe aún no ha regresado de su viaje y la ciudad se ha quedado en manos de la reina Genevive, quien es la única integrante de la familia real que reside en el palacio.

En este tiempo además, las ventas de la perfumería se han incrementado considerablemente y es que aquella aparición en el periódico, en donde me relacionaban con el príncipe ha provocado que las personas se interesen en comprar el perfume Emily, para ver si así obtienen un poco de la suerte que ellos creen que tengo.

Despierto muy temprano en la mañana debido a unos golpes en la puerta, los cuales perturban mi sueño e inevitablemente terminan por levantarme.

- Mily, abre la puerta. - La voz de Liz suena urgente. - ¿Estas vestida?, ¿puedo pasar?

Esa es una gran diferencia entre Mia y ella. La primera se hubiese adentrado sin ningún reparo, mientras esta toma todas las precauciones debidas.

—Pasa. —Apruebo, levantándome de la cama.

Froto mis ojos con pereza mientras ella camina al interior, sosteniendo un papel en la mano, el cual agita con ansiedad.

- ¡Por Dios, Mily, péinate! - Exclama al verme. Toma de mi tocador un peine que luego extiende hacia mi.

- ¿Qué ocurre? - Pregunto, omitiendo su ligera insinuación de que luzco como un espantapájaros.

—Llegó el momento y no sé cómo pedirle el permiso a papá. Mañana a las cinco de la tarde es la fiesta de Daniel y sabes tan bien como yo que no me dejará quedarme en esa villa con él.

En estos días mi hermana ha ahorrado todo su pago de la perfumería para poder comprarle un obsequio al general Peterson e incluso fue a cambiar su boleto para costear el viaje y ahora lo único que le falta es la aprobación de papá, la cual no se ha atrevido a conseguir.

—¿Por qué esperaste hasta el último día?

—Porque si me dice que no, lloraré desde hoy y no desde los días anteriores. —Suspira, lanzándose a la cama.

—¿Tienes alguna idea que no incluya mentir?

—La verdad ninguna. ¿Qué podría decir para que no piense que voy a quedarme toda la noche con un hombre que apenas distingue en un lugar que no conoce?

Intento idear alguna estrategia para ayudarla, pero desafortunadamente nada se me ocurre. Parece que no soy buena para los planes.

- Así que quieres ir a ver a tu coronel.

Liz se levanta de golpe de la cama y yo me giro hacía la puerta sorprendida ante la voz infiltrada. Mia esta de pie en el marco, con una mirada traviesa que trasmite terror.

—¿Por qué escuchas conversaciones ajenas? —le reclama —. Eso es de muy mala educación.

—¿En dónde es la dichosa celebración? —Pregunta, omitiendo la reprimenda.

—En Coldtenhew, pero no me cambies el tema.

- Si mis 10 años de vida no me fallan y las múltiples visitas me dan la respuesta, estoy muy segura que una vez la abuela Clarise nos dijo que la villa Coldtenhew esta a media hora de su pequeño pueblo.

Liz y yo nos miramos ante las ocurrencias de Mia. ¿Será que su idea es posible de realizar?

- Explícate. - Pide Liz, reavivando la esperanza.

- Podemos decirle a papá que queremos visitar a la abuela y luego cuando estemos allá nos fugamos a la fiesta.

- ¿Nos fugamos? - Replica mi hermana mayor al ver que se incluye.

- Yo fui la de la idea, así que deben llevarme. De otra forma le diré a papá.

—Yo ni siquiera iré, la invitación fue solo para Liz. —Explico

—Entonces no pienso ayudarlas y saben que me necesitan para convencer a papá.

- Bien, pero te quedaras callada en el transcurso del evento.

- ¡Por Dios! - Alega con fingida indignación. - Estaré comiendo todo el tiempo, así que no veo la razón por la que deba hablar.

- Padre sospecharía que de un momento a otro queramos ir a casa de la abuela. - Razonó ante la posibilidad.

—Claro que no y más si soy yo quien se lo pide. Además, no se va a negar a que visitemos a su madre, han pasado todos estos días pidiéndonos que no nos preocupemos por la deuda familiar, así que eso en verdad nos ayudaría a olvidarnos del problema.

La menor de las Malhore baja las escaleras para dirigirse a la sala, donde papá ya se prepara para marchar a la perfumería y mientras Liz y yo aguardamos al pie de los escalones, Mia se detiene frente a él con un gesto triste y ojos brillosos.

—Padre —inicia con la actitud más lastimera que he visto —. Quiero decirte que extraño a la abuela y quería que por favor me dejaras ir a verla.

- ¡Hija! - Suspira mamá conmovida ante la petición, mientras papá la mira con desconfianza. - Eso es hermoso.

—¿Desde cuando extrañas a tu abuela? —Cuestiona él con duda.

- Bueno. - Dice, encogiéndose de hombros. - Tenemos mucho tiempo de no ir a visitarla.

- Es cierto, Erick. - Apoya madre. - Es tu mamá, debemos ir a verla.

- Bien. - Cede débilmente. - Viajaremos a fin de mes.

Siento a Liz palidecer a mi lado ante la propuesta de papá y de inmediato sé que debo actuar o el plan irá al fracasado.

—Hagámoslo ya —levanto la voz sin medir las palabras —. Viajemos mañana. Todo este lío nos ha estresado y nos haría bien para nuestra salud mental pasar el fin de semana con la abuela.

- ¿Mañana? - Cuestiona confundido. - No podemos marcharnos de la nada. Tengo responsabilidades, la perfumería.

—Podemos ir solo las tres y así ustedes seguirán a cargo de la perfumería.

—Niñas, en este momento no puedo pagar un viaje, tendremos que rentar carruajes y no cuento con ese dinero.

—¿Recuerda mis trescientos tritens? —me adelanto a decir —. Aún no los he gastado, puedo pagar un viaje con eso.

—Yo también tengo unos ahorros —Liz me apoya — y sé que me alcanzarán para costear el carruaje de regreso.

—Volveremos el domingo por la noche y el lunes por la mañana estaremos listas para ir a las tutorías. —Aseguro para que no dude de nuestro plan.

—¿Por qué tanto afán? —Replica desconfiado.

—Extrañan a su abuela, Erick —nos apoya mamá, totalmente inocente —. Solo serán dos días y sabes que mi querida suegra las cuidara bien.

Papá duda por un momento, mirándonos con ojos entrecerrados, pero cede finamente ante los nuevos ruegos de Mia.

—Está bien, viajarán mañana al amanecer. Si tienen el dinero en mano organicen los preparativos, vayan a casa de
Leormonsen, preséntense como mis hijas y quizás les haga algún descuento en la renta de los carruajes.

Usar a la abuela Clarise de excusa me hace sentir un poco culpable. Esperemos que todo esté sacrificio valga la pena por la felicidad de mi hermana.

Seguimos las indicaciones de papá al pie de la letra y vamos hasta casa de ese hombre para arreglar todo lo referente al viaje, y después de negociar, acordamos las horas por las que irán por nosotros a casa, además, nos dio el dato de un cochero que podría traernos de regreso el domingo.

Luego de pagar, corremos hasta las tiendas locales. Liz pensó en llevarle un perfume de nuestro negocio, pero eso sería demasiado sospechoso, así que nos aventuramos a una tienda por un reloj de bolsillo con leontina y un bisel con cubierta, en la cual vienen grabadas las iniciales del general.

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T

al como lo acordamos, un carruaje y su respectivo cochero nos espera fuera de casa muy temprano en la mañana. Papá nos ayuda a subir el equipaje y una Mia somnolienta es arrastrada por mamá hasta su asiento.

—Pórtense bien, niñas —nos pide ella, abrazándonos —. No sean un dolor de cabeza para su abuela y obedézcanla. Díganle que la extrañamos y que iremos a verla cuando podamos.

Mamá y la abuela tienen una relación muy extraña y es que ella fue quien la ayudó, protegió y acogió cuando se salió de casa en malos términos con sus padres ante la negativa de estos por emparentarse con Erick Malhore, quien en ese entonces era un plebeyo sin ningún futuro brillante, y aunque mamá no era una gran acaudalada, los suyos se habían hecho dueños de cierto renombre, por el cual les habían otorgado el título de señores y no pensaban permitir que su única hija se casara con alguien económicamente inferior. Sin embargo, madre lo amaba y no pretendía dejarlo por más que se opusieran; desde entonces no ha vuelto a ver a su familia y ellos se olvidaron completamente de ella, actuando como si no existiese.

—Las amo —se despide papá —. Tengan un buen viaje y por favor envíen una carta cuando lleguen.

El viaje hasta casa de la abuela resulta largo y agotador, aún más contando el hecho de que Liz no dejó de hablar del general Peterson todo el camino.

Al llegar, mi espalda duele como si hubiese cargado un peso enorme por horas. Mia se lanza al pastizal con dramatismo y Liz corre a bajar el equipaje, pendiente a que el elegante vestido que ha traído para la fiesta no se quede en el carruaje.

La abuela Clarise ya nos espera en el colorido portillo celeste junto a un pequeño perro.

La vivienda está rodeada por pequeños muros de piedra, precedidos por un pastizal y un camino de piedrecitas bordeadas de flores amarillas, las cuales dan paso al umbral. Sus paredes son color crema con pequeños ventanales y techo mullido.

- Mis niñas Malhore. - Saluda, dándonos un sonoro beso a las 3.

La abuela Clarise es robusta, con cabello blanco y los tradicionales ojos cafés de los Malhore.

—Sorpresa —habla Mia, arrastrando su equipaje —. Todo fue mi idea, de otro modo ellas no hubiesen venido a verte.

—¿Podrías dejar de ser tan imprudente? —reprende Liz.

—De cualquier forma me alegra que estén aquí. ¿Van a quedarse muchos días? ¿Cómo están sus padres y las cosas en Palkareth?

—Solo por el fin de semana —comienzo a responder las preguntas —Ellos están bien y la ciudad está un poco agitada.

—Hay tantas cosas que podemos hacer. ¿Recuerdas que querías aprender a bordar, Liz? Podemos seguir con las clases y para ti Emily, tengo una nueva receta de galletas que seguramente va a gustarte.

Nos adentramos a la casa mientras ella comienza a proponer planes para estos dos días, haciéndome sentir aún peor por haberla tomado como excusa.
El interior es modesto y acogedor. En la sala hay un comedor campestre, vestido con un mantel de cuadros rojos y blancos, junto a sillas de madera oscura.

La cocina esta iluminada por la luz natural que entra por la ventana frente al lavado. Lugar que esta cubierto con estantes pequeños, tazas coloridas y cortinas de flores y encaje.
Podría quedarme aquí toda la vida, sin extrañar la ajetreada vida de Palkareth.

—Como saben solo cuento con tres habitaciones. Liz y Emily pueden tener una habitación para sí mismas y la pequeña Mia dormirá conmigo, ya que de ella ha sido la idea de venir a visitarme.

—Excelente —exclama mi consanguínea ante la cara de terror de nuestra hermanita —. ¿Ves?, ahora podrás pasar todo el tiempo que querías con la abuela.

—Claro, igual que tú, porque no es como si se fueran a ir a una fiesta toda la noche ¿verdad?

En el rostro de mi abuela se evidencia la confusión. Nos mira buscando una explicación que tarda en llegar ante el enojo de mi hermana por la revelación inapropiada.

—¿Hay algo que quieran decirme? —Pregunta finalmente.

—Por favor no te enojes —inicia Liz contra el paredón —. Hay un chico que me atrae y hoy es su fiesta de cumpleaños, pero sabía que papá no me permitiría venir, así que nos pareció buena idea visitarte para que desde aquí pudiésemos partir.

—¿Es decir que no pasarán tiempo conmigo?

—Claro que si, no obstante, será hasta mañana. Esta noche quiero asistir a ese evento.

—¿Quieres? Debes decir "queremos" —le corrige Mia —. El trato consiste en que iremos todas.

—¡El amor es tan precioso! —suspira la abuela con ojos brillantes. —No puedo creer que hayan crecido tan rápido y ahora piensen en parejas. ¿La fiesta será en este vecindario?

—En una villa en Coldtenhew. A unos cuarenta minutos de aquí. —explica mi hermana mayor.

—Niñas, no tengo dinero para pagarles un carruaje.

—Y nosotras tampoco, lo hemos gastado todo en el viaje y su obsequio. Pero caminaremos, ya lo teníamos planeado.

—¿Puedo saber cómo se llama? Necesito toda la información.

—Daniel Peterson, es un general de la guardia azul. —Su voz denota orgullo mientras lo nombra.

—¡Un general de la armada! Suena a que es alguien muy varonil. ¿Y tú Emily? ¿Tienes un prospecto del que quieras hablar?

Sonrío y las mejillas se enrojecen al instante en que recuerdo a Stefan y ese beso que nos dimos a escondidas en casa.

—¡Ay, Santa alegría! —junta las manos, emocionada al ver mi expresión —¿Quién es el afortunado?

—El príncipe. —Mi voz es tímida, apenada.

—¡¿El príncipe heredero de Mishnock?! ¡¿Stefan Denavritz Pantresh?!

Asiento, haciéndoseme imposible responder. Para mí también es imposible pensar que estoy empezando a relacionarme con él.

—Emily, mi niña. ¿Cuándo sucedió eso?

—Salió en el periódico —presume Mia — Y también nos lleva hasta casa en su carruaje todos los días.

—No es cierto —interrumpo —Solo fue una vez, hace días.

—¿Lo has besado? —Me interroga altamente intrigada.

—Abuela, no me haga esas preguntas.

—Yo también fui joven y un gran acaudalado me pretendía, empero, yo escogí a su abuelo, que en paz descanse. Si no muy seguramente viviría en una mansión en Palkareth.

—Pero ahora con Emily vamos a vivir en un palacio, porque ella será la reina de Mishnock junto a Stefan. —Proclama Mia.

—Un general y un príncipe. Están escogiendo muy bien, mis niñas. No obstante, lo más importante es que las hagan felices. ¿Mia, tú ya tienes a alguien?

—¡Qué asco! Claro que no. Yo no pienso casarme. Voy a vivir toda mi vida en casa con mis papás.

—¿Es decir que nunca quieres tener un novio?

—Jamás y nunca.

—¿Nos dejará ir a la fiesta del general? —Pregunta Liz después de varios minutos de silencio.

—Por supuesto, sin embargo, no me agrada saber que caminarán por tanto tiempo.

—Por ello no se preocupe, sabremos defendernos.

Mientras la mayor de los Malhore asfixia a Mia con abrazos, nosotras subimos a las habitaciones. Un par de acogedoras alcobas de cama alta, posicionadas al lado de las ventanas y paredes de madera.

- Tengo todo fríamente calculado. - Afirma, colocando la maleta sobre el colchón para desempacar. - A las 4 de la tarde debemos salir de aquí, dado que duraremos aproximadamente 40 minutos andando y tendremos 20 minutos para reponernos antes de entrar pues el evento inicia a las 5.

- ¿Llegaremos a las 5 en punto? - Cuestiono extrañada. - ¿No crees que es muy... puntual?

- ¿Tú crees? - Espeta, mordiéndose las uñas. - Bien, entonces nos quedaremos fuera 40 minutos y entraremos a las 5:20.

- Calma, Liz. - Matizo, tomándola de los hombros. - No permitas que los nervios te consuman. Llegaremos a la hora que tengamos que llegar.

Después de almorzar y tomar un merecido descanso, mi hermana comienza a empacar el obsequio, envolviendo su caja original en un delicado papel beis y tras organizar el detalle comenzamos a prepararnos.

Decido usar un recatado traje crema hecho de seda, cubierto con organza decorada de puntos ocre que visten mi cuello, hombro y brazos.

Las mangas son amplias, las cuales terminan en mis muñecas con delicados detalles en encaje, el cual también esta en la parte superior de mi pecho.
Un listón ocre acentúa mi cintura para dar entrada a una falda que cae como cascada hasta mis pies.

Recojo mi cabello en una coleta alta y abrocho las sandalias que el vestido termina cubriendo.

—¿Crees que a Mia ya se le ha olvidado la idea de acompañarnos? —Pregunta mientras bajamos —. Debimos decirle a mi abuela que la distrajese en algún oficio para poder salir solas.

Ambas se encuentran en la cocina, al aparecer están horneando algo juntas, así que Liz se apresura hasta la puerta, llevándome con ella para intentar escapar sin ser vistas, pero al primer chirrido de la puerta una voz nos detiene.

- No se olvidan de algo. - Acusa Mia, llegando a nosotras.

- Claro que no, Mimi. - Suelta Liz, fingiendo una sonrisa.

—¿A qué hora van a regresar? Tengo galletas para todas. —Avisa, sosteniendo una bandeja.

—¿Diez de la noche está bien para usted?

—Las once me parece una hora perfecta. —Alega con complicidad, guiñándonos un ojo.

Las 3 Malhore nos encaminamos hasta la villa Coldtenhew, pidiendo indicaciones a todos aquellos pobladores que encontramos en el camino para guiar nuestro andar.

La caminata se torna extensa y más aún por las quejas de Mia ante lo largo del trayecto, por lo que debemos hacer paradas varias veces para que pueda descansar y convencerla de que no nos podíamos regresar dado lo avanzadas que estábamos.

Cuando por fin llegamos son casi las 6 de la tarde y el lugar ya se encuentra atestado de personas que se pueden visualizar desde afuera.
La entrada esta repleta de carruajes e invitados con vestidos pomposos que nos hacen ver a nosotros como jóvenes cubiertas de andrajos.

El lugar es un campo abierto pero enrejado, iluminado con antorchas y candelabros. Hay mesas dispuestas a lo largo y ancho del sitio, música movida y banquetes llamativos.

Nos acercamos a la entrada donde dos hombres inspeccionan las invitaciones antes de permitirles el ingreso al las personas y cuando por fin llega nuestro turno, uno de los señores nos detiene.

- La invitación dice "Liz Malhore" y supongo que no todas llevan ese nombre. - Alega el hombre con voz rígida. - ¿Quién de ustedes es la señorita Liz Malhore?

Siento que la sangre se hiela en mis venas. Caminamos tanto para no poder ingresar.

- Es ella. - Levanto la voz, señalando a mi hermana quien me mira con preocupación.

- No voy a entrar sin ustedes. - Declara con terquedad.

- Oye. - Susurro, llevándola lejos del guardia para que este no pueda escucharnos. - Hicimos todo esto para que pudieras ver al coronel Peterson, así que ahora no vas a arrojar a la basura todo nuestro esfuerzo. Entrarás allí y disfrutarás la noche con Daniel.

- ¿Y ustedes? - Cuestiona preocupada como la hermana mayor que es.

- Por ello no te preocupes. Regresaremos a casa, así tenga que arrastrar a Mia todo el camino. - Explico. - Y te aseguro que el coronel te llevará a casa o te enviará en un carruaje así que no tienes que temer por regresar sola a casa.

- ¿Estas segura? - Pregunta dudosa.

- Como nunca antes en la vida. Diviértete. - Le pido. Dándole un beso a Mia se despide y totalmente cansadas nos dirigimos a casa en medio del inicio de la noche.

- Esto fue un fracaso. - Replica Mia.

- No lo fue porque Liz logro su objetivo.

- Claro y a la pequeña Mia que se le muelan los pies.

Omito sus quejas mientras avanzamos y cuando llevamos algunos metros recorridos, una voz nos hace detener en seco.

- ¿Emily? - Gritan a mi espalda. ¿Ese es, ese es quien yo creo?

Me vuelvo estupefacta para encontrar un Stefan vestido de azul oscuro con chaqueta y corona de plata sobre su cabello negro.

Me sonríe a la distancia y se acerca a nosotras a paso apresurado, haciendo que mi corazón bombee mucho más rápido.

- Stefan. - Suspiro más emocionada de lo que pretendía dejar ver. - ¿Qué haces aquí afuera?

- Bueno, es el cumpleaños de mi mejor amigo así que no podía perderme la fiesta.

- ¿Este es el evento al que te referías hace unos días?

- Así es. - Afirma sonriente. - Y respondiendo a tu pregunta. Estoy aquí porque tu hermana me ha informado que no les habían permitido el ingreso y no podía dejar que las tratarán con tal irrespeto.

- Es un evento privado, así que entendemos las razones.

- Nunca habrá razones suficientes para tratar mal a unas señoritas.

- No nos sentimos ofendidas.

- Pero yo si. - Replica Mia, tomando la palabra. - Fue un desplante inaceptable.

- Estoy de acuerdo con la pequeña. - Apoya el príncipe. - Y para repararlo, permítanme llevarlas conmigo.

- Creí que jamás lo dirías. - Exclama mi hermana, quien de inmediato camina de regreso. - Y quiero que el guardia se disculpe conmigo.

Los pedidos de Mia hacen reír a Stefan, quien me mira discretamente con ojos brillantes. La luz de las antorchas caen en su mirada azul cuando llegamos nuevamente al sitio, haciéndolo lucir realmente apuesto.

- Considero que las señoritas merecen una disculpa. - Asegura Stefan, señalándonos cuando nos encontramos frente al guardia que antes nos bloqueo el ingreso.

- Disculpe majestad, pero no creí que fuesen sus invitadas.

- Ahora lo sabe y no he escuchado la disculpa. - Protesta Mia.

Después de escuchar lo que quería, nos adentramos a la fiesta, donde se nos entrega una pequeña libreta acompañada de una pluma y es así como me entero que el evento seguirá una línea clásica.

—Anótame —susurra Stefan —. Quiero ser el primero.

—¿Uno o dos? —replico, siguiéndole el juego.

—¿Todos te parece demasiado?

—Debes dejar espacios para otros, de lo contrario se creerá que estás cortándome.

—Es lo que pretendo hacer toda la noche.

El objetivo de este recurso en los bailes básicamente es el cortejo. Consiste en anotar en las hojas los nombres de aquellos jóvenes que te hayan pedido bailar y de esa forma crear una lista para ir reservando turnos.

Mamá aún conserva sus libretas y no hubo baile el que el nombre de papá no figurara.

Visualizamos en la distancia a Daniel, quien presenta a Liz frente a todos los asistentes del evento. Me alegra verla tan feliz y me alegra aún más saber que el general le esté dando el lugar que merece.

- Luces muy hermosa esta noche. - Dice el príncipe mientras caminamos.

Sus palabras de inmediato me hacen sonrojar, dejando mi mente en blanco al no saber que responder.

- Gracias. - Musito apenada.

- No debería darte vergüenza que alaben tu figura.

- Siempre le genera tensión a una chica tímida recibir un halago.

- No creí que fueras una joven tímida.

- Lo soy. - Aseguro. - No sé como responder a las adulaciones.

- Intentaré contenerme para su comodidad, aunque me será difícil.

- ¿Acaso tiene muchas cosas que decir?

- ¿Sobre usted? - Pregunta y de inmediato reprendo su formalidad. - Sobre ti. - Se corrige. - Claro que tengo.

- Perdonen que interrumpa su cortejo, pero yo en verdad estoy cansada. - Reprocha Mia.

Stefan sonríe ante la irrupción y nos guía hasta la mesa donde se encuentra su madre, bajo la vista atónita y murmullos de los invitados al ver a su alteza acompañado.

- Querida Emily. - Saluda la reina Genevive, levantándose para darme un beso en la mejilla. - Un gusto volver a verte. ¿Quién es la jovencita? - Pregunta al ver a mi hermana.

- Mia Malhore, majestad. - Se empodera esta. - Futura cuñada de su hijo.

- Ya veo. - Alega sorprendida por sus palabras. - Un placer. Soy la suegra de tu hermana, entonces.

El rubor se extiende por mi rostro ante sus palabras, pero pronto soy calmada por una ligera caricia que Stefan da a mi espalda.

- Iré a lo que he venido. - Informa Mia antes de caminar a la zona de banquetes.

Tomo lugar en la mesa mientras Stefan pasa a mi mano una copa de vino blanco, sonriéndome con galantería.

- Me siento afortunado al tenerte aquí esta noche. - Dice, bebiendo de la suya.

- Para mi también es un placer verte.

- Creí que esta noche iba a ser aburrida, pues a pesar de ser un evento en honor a Daniel, debo cumplir con el protocolo y hacer lo necesario por complacer a los demás.

- Gajes de oficio, supongo.

- Así es, pero me reconforta saber que eso incluye el tener que complacerte a ti.

- Que galán. - Murmura la reina Genevive, volviendo escarlata el rostro de su hijo.

- Madre. - Susurra el príncipe con algo que vergüenza, la cual comparto.

- Me alegra saber que Atelmoff te ha enseñado algunas cosas.

- Estoy intentando no intimidar a Emily con halagos pero no me lo estás dejando fácil, madre.

La reina me mira con complicidad aceptando el pedido de su hijo y cuando intento agradecerle, soy interrumpida por una voz chillona que reconozco de inmediato.

- Stefan, cariño. - Saluda la joven que conocí como Valentine. - Es hora de bailar y quiero hacerlo contigo.

La joven ni siquiera se molesta en saludarme, aunque tampoco me molesta que me ignore pues no estoy interesada en interactuar con alguien tan maleducado.

- Podemos hacerlo en la segunda pieza. - Pide él. - Ahora me gustaría hablar un poco con mi invitada.

- Tu padre se ha puesto contento cuando le he dicho que he venido para invitarte a la pista.

Siento a Stefan tensarse a mi lado ante las palabras de Lady Valentine, quien aún sonríe en espera.
Él mira a su madre en busca de algún tipo de ayuda pero al parecer la reina ha preferido mantenerse al margen de la situación, pues esta solo hace un gesto con la mano para que acompañe a la joven a bailar.

- Si me disculpas, Emily. - Se excusa el príncipe, levantándose de la mesa. - Espero me permitas la siguiente pieza.

- Por supuesto. - Respondo con una sonrisa.

- Vendré por ti cuando termine esta canción. - Afirma sonriente antes de marcharse.

Dirijo la atención a la pista de baile, donde ya se reúnen las parejas dispuestas a danzar, entre esos, diviso a Liz y Daniel.

Se mueven con ligereza entre las personas, robándose la atención de los invitados y mi corazón comparte su felicidad.
Mia regresa con platos rebosantes de comida y se sienta a mi lado, lista para degustar.

- ¿Y el príncipe? - Pregunta con la boca llena y siento que quiero morir de vergüenza ante la reina.

- Compórtate. - Pido en un susurro. - Y el príncipe esta bailando con su amiga Lady Valentine.

- No dejes que te lo roben, Emily. Eres muy lenta.

Las carcajadas de la reina se escuchan a nuestro lado, haciéndome desear desaparecer de este lugar.

- No te preocupes. Valentine no se lo quitara. - Apremia la soberana Genevive. - Él esta muy interesado en tu hermana.

- Pues no parece. - Replica esta, lo que me lleva a golpearla debajo de la mesa con el color llenando mis mejillas.

La pieza acaba, pero Lady Valentine no lo deja escapar. Lo toma por el cuello y lo obliga a permanecer junto a ella.
Bebo mi copa hasta el fondo para distraerme un poco de la escena.

El rey Silas llega luego para invitar a bailar a su esposa y después de saludarme con un asentimiento de cabeza, se la lleva hacia la pista. Sin embargo, rápidamente su compañía es reemplazada por el señor de cabello oscuro y ojos azules al que Stefan llama Atelmoff.

—Buenas noches, señoritas. —se acomoda en la silla a mi lado —. Así que es usted la que se ha colado en los sueños del príncipe.

—¿Cómo? —Pregunto confundida.

—Stefan me ha enviado para hacerte compañía mientras él regresa. —Evade mi pregunta.

—Muchas gracias, sin embargo, no debió molestarse.

—¡Ay no seas tímida! Soy su asesor, amigo y confidente. Ya lo he escuchado hablar mucho sobre ti.

Sonrío con nerviosismo, evitando mirarlo.

—Malhore es tu apellido ¿cierto, Emily? —arremete de nuevo y yo asiento —Atelmoff Klemwood —me extiende la mano —. Para los allegados, Amoff y para los enemigos también.

—¿Tiene usted enemigos?

—La pobreza —extiende en la mesa un periódico, en el cual anota cosas —. Bueno, ya tienes un amigo en el palacio. Si alguna vez deseas verlo, puedo ayudarte a entrar a escondidas hasta su habitación.

—Lo tendré en cuenta. —Comento con una sonrisa frágil.

—¡Oh, apuesto a que sí! —Me guiña un ojo.

Es evidente que Atelmoff se comporta como si nada hubiese sucedido e intenta arreglar el ambiente para que olvide el suceso y debo admitir que jamás nadie me había dado una tan buena primera impresión. A pesar de ser varios años mayor, es fresco y con un aire juguetón. Sin duda puedo comprender por qué es el confidente de Stefan.

—Escuché que estuviste en Lacrontte ¿Cómo te fue?

—Me caí del puente del palacio y me empapé entera, creo que eso se define mi viaje.

—La leyenda dice que eso da buena suerte.

—¿De qué forma?

—Un puente significa el paso o tránsito hacia el otro lado, hacia lo desconocido, con toda la carga de magia y misterio que lo rodea.

—Pero me caí. —Le recuerdo.

—Aun así, cuando caes de un puente la leyenda dice que es porque estás pasando por un mal momento, que te genera estrés o ansiedad. Dime, ¿A qué temperatura estaba el agua en la que caíste? ¿Fría, caliente o media?

—Helada.

—Mucho mejor. Mira todo de manera holística.

—¿Qué significa eso?

—Que veas las cosas como un todo, en conjunto y no como partes separadas. Tenemos un puente que significa el trance hacia lo desconocido, no obstante, te caes de él porque probablemente estabas pasado por una mala situación, para finalmente sumergirte en agua fría, la cual mejora el estado anímico de las personas, reduciendo la ansiedad que vivías.

—Le sacas una explicación un poco extraña a cualquier cosa ¿no? —cuestiono y él asiente — ¿Cuál es la conclusión entonces?

—¿Crees que lo sé todo? Claro que no. Descúbrelo tú misma.

—Yo lo entendí —habla Mia —. El puente fue el viaje a Lacrontte, el mal momento fue la ceremonia y el alivio es Stefan.

—Pero Stefan no estuvo ahí para rescatarme, fue otro hombre.

—Bueno, ambos —le quita importancia, agitando las manos en el aire —. Por cierto, ¿cuándo nos vamos? Ya tengo sueño.

—En la villa hay habitaciones, puedes pedir una para tu hermana. Supongo que aún no te irás, la noche es joven y Stefan desea hablar contigo, por eso estoy aquí. Soy tu distracción para que aguardes por él.

—¿Puedes aguantar un poco más, Mimi?

No me responde, solo se encoge de hombros. Pasan las canciones y Stefan continúa cambiando de pareja en el transcurrir de la fiesta. Cada vez que se acerca a una mesa lleva a una joven distinta al centro.

—¿Le hiciste algo? —me pregunta y yo niego — ¿Entonces por qué te ignora?

- No me ignora, simplemente es amable con los invitados.

- Tú eres una invitada y no esta siendo amable contigo.

- ¡Para ya! - Le pido incómoda.

—Esa es su esencia. Él es extremadamente amable y no se niega a la propuesta de nadie. Así que si lo invitan mil mujeres, con todas ellas bailará. —Explica Atelmoff.

- Entiendo perfectamente.

- Él no intenta robarse la atención, pero es inevitable. Es el príncipe heredero.

Asiento sin saber qué decir. No me molesta en lo absoluto que baile con las demás jóvenes de la fiesta, pero no puedo negar que me hace sentir extraña esta situación, razón por la cuales considero que es mejor marcharme.

—Juzgo innecesario quedarme. Mi hermanita está cansada y yo soy su responsable. El príncipe y yo podemos hablar cualquier otro día.

—Insisto, Emily. Él en verdad está interesado en tener un momento contigo.

La canción acaba y lo veo sentarse en la mesa donde están ambas familias reales, justo al lado de Daniel, los suyos y mi hermana mayor.

—Mia, aguarda aquí. Le avisaré a Liz que nos vamos.

Me despido de Atelmoff a pesar de su insistencia y camino en busca de mi consanguínea.

—Buenas noches.

—¡Emily! —Exclama mi hermana — ¡Por mi vida! Discúlpame no haber estado contigo más tiempo en la fiesta, es que estuve ocupada con los Peterson.

—Descuida, no hay problema. Solo venía a informarte que ya nos vamos, pero no te preocupes, tú puedes quedarte si gustas.

—No, por favor. No me dejen sola aquí.

—Mia quiere dormir. Considero que lo mejor es volver, la abuela debe estar muy preocupada. El trato fue hasta las once.

—Puedes llevarla a una alcoba —propone el general —. Yo mismo la llevaré y luego puedes venir a sentarte con nosotros.

—Hazlo por mí, solo serán un par de horas más, lo prometo. —Suplica Liz.

La mirada de Stefan recae sobre nosotros discretamente y es que aun cuando conversa con otras personas, desvía su atención por segundos hasta mi figura.

—De acuerdo. Estaré en la habitación con Mia, cuando sea la hora de marcharnos ve a buscarnos allí.

—Permíteme acompañarlas. Les daré la mejor alcoba. —Promete Peterson, levantándose de la mesa.

Veo al príncipe ponerse de pie en segundos y rodear la mesa para alcanzarnos, sin embargo, apresuro el paso para obligar a Daniel a seguirme al mismo ritmo y perderlo en el camino, dándole a entender que lo último que quiero es hablar con él. No obstante, mi intento de fuga es en vano pues mientras le estoy dando las gracias al general por su guía, Stefan ya se encuentra en la puerta, esperando que su amigo abandone el lugar para abordarme.

—¿Por qué huye de mí? —Cuestiona confundido una vez estamos solos.

—Usted lo ha hecho primero.

—¿Volvimos a las formalidades?

—Lo considero necesario.

—Parece que cada día damos un paso adelante y dos atrás.

—Hola, Stefan —saluda Mia a mi espalda —. ¿Por fin recordaste que mi hermana existe?

—Mimi, no intervengas en este momento, por favor —ruego cansada, avergonzada —. Dijiste que tenías sueño, ahí está la cama, puedes dormir.

—Veo que no solo he dado la peor imagen frente a tus ojos, sino que he manchado también mi nombre con tu hermana.

—No debe preocuparse, alteza. ¿Algo más que quiera decir? Espero me disculpe, pero yo también estoy un poco cansada.

—En verdad estás enojada conmigo ¿no es cierto?

—No, simplemente... olvídelo —pido ante mis absurdos pensamientos —. Entiendo su posición, no se preocupe.

En verdad lo hago, sin embargo, no negaré que el ser ignorada toda la noche me resultó un muy incómodo.

—¿Tienes aún tu libreta? —pregunta y se la entrego. Escribe rápidamente su nombre en la primera hoja y me la devuelve —. Eso significa que me debes un baile.

—Será en otro momento. Ahora debo ir a descansar.

—Sal y habla con él, porque con sus murmuraciones no me dejan dormir. —Se queja mi hermana.

—Por favor. —Aprovecha la intervención para insistir, apoyándose en el marco de la puerta.

Iniciamos una caminata a unos metros de la alcoba. Nos sentamos en el césped de la villa en completo silencio y aunque el príncipe no comenta nada, puedo sentir su mirada sobre mí.

—Debo empezar diciendo que soy un completo idiota. —Alza la voz mientras yo juego con mi vestido.

Lo eres. Pienso, pero no lo digo.

—Mi comportamiento fue inaceptable y es que... bueno, no tengo excusa. Solo debo expresarle cuanto lo siento.

—No tiene por qué disculparse.

—Claro que debo. Fui yo quien le pidió que se quedará para luego hacerla a un lado. En verdad lo lamento.

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—Debía mostrarme educado e interesado en los amigos de la familia y por ende en sus hijas, razón por la cual seguramente usted pudo notar que bailé con distintas damas.

—Discúlpeme, aun así no puedo entender su total alejamiento. 

—Ya lo dije. No tengo excusa, no obstante, he venido para reivindicarme —alega con determinación —. Cuando miré hacia la mesa de los Peterson y la vi allí, recordé cuan descuidado había sido toda la noche. No le brinde la atención que merecía y es mi responsabilidad.

—No se castigue, igual me distraje un rato con la compañía que me envió.

—¿Compañía? No he enviado a nadie, Emily. ¿De qué me hablas?

—Atelmoff, dijo que venía de tu parte.

El príncipe sonríe apenado. Baja la cabeza y hurga en el pasto, arrancando pedazos verdes con un gesto de incredulidad.

—Lo hizo para ayudarme y yo lo he dejado en evidencia. Reitero mis disculpas. Él pensó en algo para hacerla sentir cómoda en mi ausencia, sin embargo, soy sincero al confesar que no fue mi idea.

—¡Oh, comprendo! —La decepción que me embarga es absoluta. Aún en medio de todo me había parecido un bonito detalle.

—Tienes todo el derecho de juzgarme como un tonto desconsiderado, pero si me eximes de la culpa, te puedo asegurar que nunca volverá a repetirse tal conducta.

Levanto la mirada para verlo a la cara por primera vez desde que iniciamos la conversación.

—No pasa nada. —Reitero.

—Si pasa —discrepa de inmediato —. Puedo sentir tu rechazo a mi comportamiento. Mereces toda mi atención y estoy dispuesto a brindártela.

—¿Por qué hace todo esto? No debe preocuparse.

—Pensé que lo había dejado claro cuando hablamos.

—No estaría de más recordarlo.

—Estoy verdadera y genuinamente interesado en ti.

—Stefan, yo entiendo lo que ocurrió y no creas que estoy enojada, solo fue un poco extraño. Nada más.

—Mi vida como heredero en estos momentos se trata de complacer a otros, hay decisiones de mi destino que se salen de mis manos, pero si me lo permites me gustaría compartir todo aquello que esta a mi disposición contigo.

—No tienes que preocuparte por mí.

—Quiero preocuparme por ti. Sé que muchos de mis asuntos como monarca nos harán estar alejados, sin embargo, quiero estar en medio de una reunión y preguntarme ¿qué estará haciendo Emily Malhore?

Se inclina con cautela, cerniendo sus ojos sobre mí. Coloca las manos en mis hombros y se acerca despacio. Por un segundo pienso que va a besarme, no obstante, entonces sus labios caen en mi mejilla, muy cerca a mi boca.

—Supongo que hoy no tengo derecho a hacerlo.

—Está en lo correcto. Preferiría que no lo hiciese.

—¿Hay algo que pueda hacer para que cambies de actitud?

—¿Sabe? Esto es extraño. Nunca me había sentido así porque alguien se olvidase de mí en una fiesta, es decir, ni siquiera había asisto a una, pero parece como si ahora fuese distinto, aunque no sé cómo explicarlo. Creo que es mejor que no me haga caso.

Él escucha atento mis balbuceos. Sus ojos azules brillan mientras me observa, como su se tratase de luces en medio de una neblina espesa.

—Yo también me siento diferente.

—¿Eso es bueno o malo?

—No lo sé, sin embargo, definitivamente me gusta.

—¿En verdad nunca has tenido una pareja?

—¿Acaso no se me nota lo inexperto que soy?

—Yo tampoco tengo experiencia en esto.

—Eso quiere decir que hay que experimentar juntos. —Me sonríe.

Espera paciente alguna reacción o respuesta de mi parte ante aquella indirecta que promete más de lo que debería.

—El cielo está hermoso. —Susurro para desviar la atención de mi rostro enrojecido por su causa.

Levanta la cabeza, haciendo que su cabello oscuro caiga hacia atrás. Su rostro se ilumina mientras contempla la inmensidad que reposa sobre nosotros.

—Sin duda, pero no puedo fijarme en el cielo mientras tú estés alrededor.

—¿Por qué? El cielo es majestuoso.

—Totalmente de acuerdo.

Su voz se torna ligera y suave. Definitivamente, él es la calma a la que se refería Atelmoff.

El tiempo pasa y ambos continuamos sobre el césped hablando de todo lo que se nos ocurra y entre eso descubro que su cumpleaños fue el once de abril, solo tres días después de la fecha de nuestra independencia de Lacrontte.

Las personas van escaseando pues poco a poco se van de la fiesta, dejando solamente a unos cuantos en la pista y en las mesas.

—¿Nos encontramos en buenos términos, Emily?

—Puede estar seguro de ello.

—Bien, porque no me gustaría irme sin saber si he reparado mi error.

—¿Te irás? —cuestiono confundida —¿A dónde?

—Tengo programado un viaje con mi padre a la base militar en la ciudad de Rihelmont por tres días.

—Espero te vaya bien —Es lo único que logro decir. Supongo que quería estar un día más con él.

—Seguramente así será porque estaré pensando en ti.

—No se lo recomiendo. Es mejor que este concentrado en sus deberes.

—No creo poder llevar una vida normal después de conocerte.

—¿Me está acusando de ser una distracción?

—Del mismo modo en que el cielo la distrajo hace un momento, usted me distrae a mí.

—¿Qué está tratando de decirme?

La respuesta de Stefan queda atascada en su garganta debido a los estruendos, pasos, disparos y gritos que comenzamos a escuchar de repente. 
El príncipe es el primero en reaccionar, mirando a cada lado. Se levanta e intenta protegerme con su cuerpo.

No entiendo que está pasando, pero el escándalo me abruma y me asusta. De inmediato mi mente va hacia mis hermanas, en Mia.
Lo que sea que esté ocurriendo tengo que enfrentarlo con ellas o no podremos defendernos una a la otra.

—Necesito ir por Mia.

—Aún no sabemos qué sucede, no es buena idea que te muevas.

Intento protestar, empero quedo petrificada en el momento en que veo a sujetos con el uniforme negro y dorado del ejército de Lacrontte adentrarse con armas en las manos.

¡Por mi vida! Esto no puede estar pasando ahora.

Los hombres avanzan y se despliegan por todo el lugar. Apuntan a los invitados que aún están presentes y le disparan a los guardias Mishnianos, haciendo que en cuestión de segundo se desate un enfrentamiento violento que me hiela la sangre.

Las personas se tiran al suelo, los Lacrontters gritan incesantemente el nombre del rey Silas, preguntando donde está, sin embargo, nadie sabe darles una respuesta.

Soy testigo de como todo el sitio es acordonado por fuera y dentro. Algunos vuelcan mesas, buscando en cada rincón, otros van hasta las habitaciones, tiran las puertas y sacan a todo el personal que esté dentro.

Mi mano tiembla mientras pienso en alguna manera de ir por Mia. Ella es una niña y no quiero que le hagan daño. Estas cosas le asustan y tengo que estar a su lado como su hermana mayor para que entienda que no permitiré que la lastimen.

—Debemos salir de aquí. —Susurra, tomando mi mano para ayudar a levantarme. 

—No puedo dejar a mis hermanas aquí. 

—Pensaremos en algo cuando estemos fuera. Lo mejor es huir y buscar ayuda. 

Él se gira, intentando hallar alguna salida alterna, pero antes de que pueda conseguirla somos captados por la mirada de uno de los soldados enemigos, quien nos grita mientras se acerca. 

—Si se mueven un centímetro voy a dispararles —sentencia a la distancia —¡Encontré al príncipe Stefan! 

Sus compañeros se vuelven en nuestra dirección y un par más de ellos vienen por nosotros. 

—¿Dónde está su padre? —Preguntan mientras le apuntan. 

—Se ha ido. Pueden buscarlo, no obstante, solo perderán su tiempo. Se ha ido hace más de una hora y antes que pregunten hacia donde, les confieso que no lo sé. 

—Tiene tres segundos para darme una ubicación o nos llevaremos cómo rehenes a todos lo que aquí se encuentran. 

—Aunque quisiese hacerlo no puedo. No tengo la menor idea de en dónde está. 

—Esa no es la respuesta que el rey Magnus quiere escuchar. 

—Pues es la única respuesta que tengo. Si necesitan llevarse a alguien aquí estoy yo, no hay por qué involucrar inocentes. En este momento soy el premio mayor. 

—El rey Magnus no nos ha enviado por usted, vino él mismo por sus padres y no se piensa mover hasta tenerlo en sus manos. 

—Me parece imposible ser más claro. No está aquí, no van a encontrarlo. 

—Entonces, camine, lo llevaré frente al rey, y tú —señala a un compañero —Vigílala a ella. Nadie puede salir de aquí hasta que nos hayamos retirado. 

—Por favor, señor,  permítame ir en busca de mi hermana. Solo tiene diez años y se va a asustar si ve a alguien armado. 

—No podemos autorizar ningún movimiento. Le aseguro que a su hermana no le ocurría nada si coopera. 

—Ya me tienen a mí, el hecho que vaya por la menor no representa un peligro — interviene Stefan al notar que el hombre duda demasiado ante mi pedido —. Nada más busca protegerla, no van a escaparse. 

Los hombres el ejército continúan sacando personas de las alcobas y es así como de un momento a otro, aparece Liz envuelta en una sábana blanca acompañada de un Daniel sin camisa. 
Ambos son arrodillados en el césped junto al resto, como si fuesen unos criminales que pretendían escapar de la justicia. 

—Se lo ruego —insisto nuevamente —. Será un momento. Entiendo que tienen que cumplir órdenes, pero lamentablemente estamos en un mundo en el que no se puede confiar en nadie y me asusta pensar que pueden poner una mano encima a mi hermanita. 

—¡Por mi patria! —exclama exasperado —. Le doy veinte segundos para que vaya por ella — autoriza finalmente —. Un oficial la custodiará, así que no intente pasarse de lista. 

Uno de sus compañeros me escolta a la habitación en donde Mia aguarda. Al entrar la encuentro asustada en un rincón de la alcoba, al parecer ya ha visto lo que pasa afuera y prefirió esconderse. 

—No pasa nada, cariño. —Me acerco ella para abrazarla. —Esto se acabará pronto. 

El hombre nos vigila desde la puerta, mirando hacia afuera y adentro intercaladamente. 

—Apresúrense, debemos volver con el resto antes que el rey se dé cuenta. 

—¿Qué está pasando? No quiero salir Mily —me susurra —. Por favor, vámonos a casa de la abuela. 

—Únicamente es una visita del ejército Lacrontte —intento apaciguar la situación —. No te va a pasar nada, lo prometo. 

—Ese hombre es malo —Musita, refiriéndose al soberano enemigo. 

—No te hará daño, pero será peor si nos quedamos aquí porque se enojaría. Bajemos con el resto, allí está Liz, Daniel y Stefan, ellos no dejará que te toquen y yo tampoco. 

Con duda se levanta y camina tras de mí, toma mi mano con fuerza mientras el hombre nos apunta, guiándonos hasta el centro de lugar, donde ya todos están sometidos. 

Nos colocamos sobre nuestras rodillas viendo como ellos se pasean adelante y detrás de nosotros. 

—Denme el reporte —vuelvo a escuchar aquella voz grave y dominante. 

—Negativo, majestad. El objetivo no se encuentra aquí, al parecer se fue mucho antes de nuestra llegada. 

—Siempre huyendo como la rata que es. 

Lo veo caminar nuevamente con una casaca negra que cubre su rostro a los costados por lo que no logro ver nada, no obstante, su voz lo dice todo. Se trata del rey Magnus Lacrontte. 

Se posiciona en medio de la villa y lleva sus manos a la cabeza para bajar el capul, dejando al descubierto aquel cabello rubio que brilla bajo las luminarias. 

Un hombre vestido de gris aparece tras él, tiene el cabello del mismo tono, pero mucho más claro, sus ojos son color miel y su estatura es parecida a la del soberano Lacrontte, salvo por algunos centímetros menos. 

—Que bonita fiesta, me pregunto por qué no me invitaron. —Alega con parsimonia. 

—A ti no te gusta juntarte con los plebeyos —le responde el rubio que lo acompaña. 

—Ah, es cierto, no obstante, hubiese podido hacer uso de mi humildad e intentar rodearme del proletariado solo para celebrar... espera, ¿qué es lo que estamos celebrando? 

—El cumpleaños del general Daniel Peterson. 

—Que increíble —puedo escuchar el sarcasmo en su voz —¿Y dónde está el homenajeado? Creo que es mi deber darle un regalo. 

—A tu izquierda, primo. 

El rey Lacrontte gira hacia donde se encuentra Daniel, justo al lado de mi hermana, quien carga un gesto de angustia y vergüenza en el rostro. 

—Peterson, al parecer ha tenido una noche mágica —comenta con burla al verlo sin camisa y con Liz cubierta únicamente por la gasa blanca —. Señorita, como se llame, vaya a vestirse, por favor ¿o acaso ese es el estilo de ropa que utilizan las Mishnianas hoy en día?

Es evidente que no recuerda a mi hermana y no podría estar más aliviada por ello.

—No lo creo —responde quien lo llamó primo —. Más bien parece que hemos interrumpido una velada romántica.

—Lo siento tanto, general —lleva las manos a su pecho con fingida lástima —. Yo detesto que me interrumpan en esos momentos ¿tú también, Fulhenor? —le pregunta a su aliado.

—Es de las peores cosas que puede sucederme. —Comenta con una sonrisa altiva.

—Por ello dejemos que la joven se coloque algo de ropa. —Chasquea los dedos hacia uno de sus guardias, quien ayuda a levantar a mi hermana y la custodia hasta la habitación.

Daniel intenta levantarse al ver aquello, pero es devuelto al suelo por otro Lacrontter, quien lo mantiene sometido.

—No te preocupes, Peterson. Él no le hará nada, en mi ejército están prohibidos ese tipo de inhumanidades y si llegase a ocurrir vamos a volarle la cabeza, es más, dejaré que tú mismo lo hagas como muestra de mi buen corazón.

—¿Gracias? —responde con ironía.

—Cada vez que necesites un favor porque estás sometido a mi voluntad y cualquier paso en falso podría hacer que te dé un disparo, puedes pedirme ayuda —replica en la misma tónica —. Por cierto, supe que los reyes de Plate estuvieron aquí. ¿Son un nuevo enemigo que agregar a mi lista?

—Creo que los Griollwerd ya estaban en tu lista negra, Magnus. —Le responde el hombre conocido como Fulhenor.

—¿Ah si? —Cuestiona extrañado.

—Bueno, para ti todos son enemigos ¿no?

—Tienes razón, Gregorie. Por eso eres mi Lacrontte favorito —le señala —¿Denavritz? ¿Dónde está mi buen amigo Denavritz?

—Lo hemos capturado para usted, majestad. —Habla un guardia, poniéndoselo enfrente.

—¿Por qué haces esto, Magnus? Era la fiesta de Daniel no había razón para arruinarla de esta manera. —Le reclama.

—Diría que lo siento, pero no soy un hombre mentiroso.

—¿Qué es lo que quieres? Ya te han dicho que mis padres no están. Rey Gregorie, usted es el más sensato de los dos. Aquí hay personas inocentes que no merecen vivir esta pesadilla.

—No me desagradas, sin embargo, tampoco me importa demasiado lo que sea que digas. —Le responde este —Primo, podemos llevarnos a todos los que aquí están para presionar a Silas.

—No creo que aquí allá alguien importante por el que el anciano desee luchar para recuperar y todo sabemos que si me llevo a Denavritz le estaría haciendo un favor.

—Él nunca se entregaría para salvarme, así que no pierdas el tiempo intentándolo.

—¿Y tú? —se inclina hacia abajo para mirarlo fijamente —¿Entregarías a tu padre a cambio de que se devuelva alguien?

—No hay nadie que me importe lo suficiente.

—Es decir, que si existe la posibilidad, solo que ese alguien aún no ha llegado a ese nivel de importancia —deduce con audacia —¿Está aquí?

Stefan no responde a las provocaciones del rey Magnus, simplemente se limita sostenerle la mirada.

—¿Es hombre o mujer? —le cuestiona, pero no hay respuesta de su parte —. No hay motivo para ocultarlo, sigue siendo amor.

—No tengo nada que decir.

—¿Cómo es? —insiste —. Dame una descripción física, podría intentar adivinar.

—Tiene cabeza y dos ojos —contesta sarcástico.

—Eso fue realmente específico —habla su acompañante.

—Basándonos en ese dato podemos descartar a los guardias que hemos decapitado para poder entrar aquí.

—¿Le parece gracioso el hecho de haber asesinado a esas personas?

—Tú comenzaste el juego, yo solamente lo sigo.

—Cuando lo encontré estaba acompañado de una joven —habla el guardia que nos descubrió

—Así que es una mujer.

Mi corazón comienza a bombear fuerte, el miedo me embarga ante la posibilidad de que pueda ser raptada y llevada a Lacrontte.

—Era solo una sirvienta.

—No estaba vestido como una. —Asegura el sujeto.

—Ofrece otro tipo de servicios. —Inventa.

—Ya veo que no puedes conseguir algo por tu propia cuenta. Esta fiesta estuvo más animada de lo que creí.

—¿De qué están hablando? —Musita Mia.

—Nada interesante, son solamente excusas para protegernos ¿bien?

Liz regresa vestida en compañía de su custodio, quien inmediatamente regresa a su posición, vigilándola mientras ella vuelve al suelo.

—Tú, ven aquí. —Señala al hombre.

Otro de sus soldados le pasa un arma y con esta comienza a apuntar al joven de su propio ejército ¿Acaso está loco?

—¿Te hizo algo? —le pregunta directamente a mi hermana —. Puedes decirlo, es el momento.

—No, señor.

—No me digas señor, lo detesto. Ese título es tan simple que cualquiera puede ocuparlo —le reprende —. Ahora bien, ¿cerró los ojos mientras te vestías?

—Se dio la espalda, majestad.

—Es que eres un imbécil, ¿Cómo das la espalda? Pudo haberte golpeado con algo en la habitación —le grita a su guardia.

—Solo quise darle su privacidad. —Se defiende el soldado.

Respira profundo, intentando contener su furia.
Se vuelve hacia Daniel, aún con el arma en la mano y dirige el cañón ahora hacia el piso.

—Parece que no vamos a volar cabezas... por ahora, sin embargo, considero apropiado implementar algún juego para reponer la ausencia del idiota mayor, es decir, tu padre, Denavritz. ¿No crees?

—Propongo el tiro blanco. —Dice el rey Gregorie.

—Es una excelente idea, pero necesitamos un blanco ¿quién podría ser?

Mira las personas que están a su alrededor, buscando entre la multitud y se detiene una vez su vista cae sobre Daniel.

—Nadie más idóneo el homenajeado. El general será nuestro blanco y como yo soy el invitado, por regla de cortesía se me permite tirar primero. Daniel Peterson, pase al frente por favor.

Uno de sus soldados lo hostiga, empujándolo con la punta de su rifle para que se levante y se arrodille frente al rey y una vez lo hace este lo mira directamente con altivez ofensiva mientras lo señalan con el cañón.

—Hagamos este juego un poco más entretenido para darte a ti la oportunidad de salir ganador.

Daniel no responde, solo lo mira con ira, totalmente indignado por lo que están haciendo esta noche con él.

—Yo voy a pensar en un número y si adivinas cuál es, te disparo. No obstante si fallas, tú tienes la oportunidad de dispararme a mí. ¿Ves lo fácil que es? Porque de tantos números tú nada más tienes que errar en uno, pero puedes librarte escogiendo cualquier otro. ¿Entendiste las reglas del juego? Si es así, responde: lo comprendí, rey Magnus.

—Lo comprendí, rey Magnus. —Repite Peterson de mala gana.

—De acuerdo, entonces escoge un número del uno al uno.

El rey Gregorie ríe al escucharlo, es una completa burla lo que ha hecho. Lo encerró con una estrategia tonta de la cual nunca podrá salir vencedor.

—Uno. —Responde, cansado al no tener otra opción que escoger el único número disponible.

Puedo ver la preocupación en el rostro de Liz debido a lo que pasará a continuación, su ceño está fruncido y su cuerpo tiembla al ser testigo de la escena. ¿Cómo alguien puede ser tan frío para el importarle acabar con la vida de una persona frente a sus seres queridos?

—¿Quién lo diría? Has acertado. —Su tono destilada altivez y burla.

—No quiero ver cómo asesinan a Daniel, Mily. —susurra Mia, escondiéndose en mi espalda.

—Cierra los ojos, cariño. Esto pasará pronto. — intento tranquilizarla, aunque mis nervios también están de punta.

—Magnus, por favor, detente. —Interviene Stefan.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Por su novia. ¿Cómo crees que se sentirá al ver que le disparas?

—Sencillo. Propongo que desvíe la atención de la escena —abre los brazos con prepotencia —¿Ves? En la vida hay solución para todo.

—Opino que deberíamos tenerla en cuenta, primo, por si algo necesitamos prisión al general.

—Es una buena opción, sin embargo, prefiero esperar a que el interés amoroso de Denavritz se vuelva más importante para él. Eso me resultaría más estimulante.

Levanta la pista y apunta al pecho del general sin ningún tipo de piedad frente a los pedidos de Stefan, pero para sorpresa de todos, le dispara en el brazo justo a la altura del hombro.

—Exactamente, donde lo quería —se autofelicita —. Merezco un fuerte aplauso ¿no lo creen? Tienen dos segundos para proporcionármelo.

Todos obedecen al instante y aunque intento negarme a hacerlo, el cañón del arma que sostiene el guardia a cargo de nosotros, me obliga a unirme al teatro.

El rey Magnus se acerca luego a Daniel y mete su mano en la herida sin importarle el dolor que pueda causarle. Él cierra los ojos, sufriendo ante los movimientos bruscos de su verdugo, quien al parecer busca la bala y una vez la obtiene, la saca y se la lanza en el rostro, en un acto completamente humillante.

—Feliz cumpleaños, general.

—¡Es usted despreciable! —El grito de indignación de Liz me eriza la piel.

¿Por qué tuvo que intervenir justo ahora? ¿Acaso no ve frente a quien estamos?

—Yo le permití que fuese a cambiarse y así me lo agradece —Comenta con fingida indignación —. Si va a intentar insultarme, esfuércese un poco para la próxima ocasión.

—¡Lo odio!

—Alguien, anote, por favor —se gira hacia su personal, satírico —. Debo mandar llamar al boticario y solicitarle unas gotas para conciliar el sueño, porque después de saber que una Mishniana promedio me odia, no podré dormir esta noche ante la angustia que eso me genera.

—¿Va a hacerle algo? —Pregunta Mia en voz baja, dando cuenta de lo aterrorizada que está.

—No, claro que no —intento mantener la calma —. Cierra los ojos por un momento, yo te diré cuando abrirlos ¿si? —Pido y obedece.

—¿Por qué se aprovecha de inocentes? —Le reclama nuevamente.

—Señorita, por favor, no haga las cosas más difíciles. —Habla el rey Gregorie, su acompañante.

—Lo mejor será que cierres la boca en este instante, porque no tengo demasiada paciencia para perderla contigo. —El soberano enemigo se acerca a ella y la mira fijamente.

—¿O qué? ¿Me golpeará?

—No está dentro de mis aficiones golpear mujeres, pero si disparar.

La explosión del cañón del arma que sostiene vuelve a sonar, impactado contra Daniel una vez más. En esta ocasión la herida se aloja en sus costados, cerca al tórax.

—Le juro por todo el oro que poseo que si dice una palabra más, la próxima bala será para usted. —Le amenaza con voz grave, rugiente.

Camina hacia Stefan y el miedo me embarga de inmediato, al pensar que puede repetir aquella horrible escena, no obstante, simplemente coloca su mano ensangrentada sobre su traje, limpiándose así la mano manchada.

—No me gusta estar cubierto con fluidos de plebeyos y más si son Mishnianos. Supongo podrás entenderme, además, el rojo nunca está de más, creo que te hice un favor reinventando tu aburrido atuendo. Te doy la autorización para que me lo agradezcas.

—Gracias, rey Magnus —contesta Stefan con ironía.

—Siempre será un placer servir a los necesitados. Bien, ya que al parecer lo que buscaba no está aquí, pues han huido como siempre lo hacen, no me queda nada más que retirarme.

Entrega a uno de sus guardias el arma con la que le ha disparado a Daniel y comienza a pasearse por la mesa de banquetes detallando la comida.

—Ya le he echado un ojo, primo. No hay nada bueno que comer —informa el otro hombre —. No pierdas el tiempo.

—Debes mejorar el menú para próximas fiestas si quieres que asista —le habla a Peterson —¿Tarta de manzana? ¿En serio? Es lo más básico que he visto en mi vida.

—Dígame que quiere que sirva, así lo tendré en cuenta. —Replica sarcástico, soportando el dolor estoicamente.

—La cabeza de Silas y Genevive si no es mucho pedir.

—¿No le interesa también la de Stefan?

Se gira a mirarlo, dudando, pensando.

—No mucho —sonríe con arrogancia —Ahora, regresando a lo importante, ustedes acabaron con la vida de once soldados del ejército Lacrontter y esas familias piden venganza, razón por la cual, como forma de pagarle lo que ustedes les han hecho, me llevaré a todos los custodios Mishnianos que aún quedan en pie para que de esta forma ellos puedan sentir cierta paz. ¿Cuántos tenemos?

—Solamente veintiséis —le responde su compañero.

—Son pocos, esperaba más. Aun así supongo que peor sería no llevar nada. Buenas noches a todos, no les quito más tiempo para que sigan celebrando. En un próximo evento por favor no duden en invitarme y aunque igualmente no vendré, me resultará más fácil ubicarlos por si quiero secuestrar a otros soldados. Tenga un poco de consideración para conmigo.

—¿Qué piensas hacer con ellos? —Interviene Stefan.

—¿Tú qué crees? Supongo que voy a venderlos en el bazar de Lacrontte o mejor aún, dejaré que el pueblo decida la manera en como morirán. Si, eso es lo justo.

—Por favor déjalos. Tiene familia, Magnus.

—Rey Magnus para ti —sentencia enojado —¿Crees que los once soldados que ustedes asesinaron no tenían? Esto es una guerra y cada pecado se paga con uno peor. Que tengan una excelente noche.

—General —llama su compañero —. ¿No le importa si me llevo alguno de sus obsequios?

Nadie responde, el dolor de Daniel lo consume y simplemente se limita a observarlos con ira desde el suelo. Su ego ha sido ultrajado, pisoteado frente a sus seres queridos y nada peor que en el día de su cumpleaños.

—Supongo que ese silencio es un sí.

Se acerca a la mesa y toma algunas cajas, las sacude en el aire para obtener su peso, coloca su oreja en ellas para intentar adivinar a través del sonido de que se trata y pasados un par de segundos escoge una.

—Deja esa porquería —el rey Magnus le da un manotazo, arrebatándosela y haciendo que esta caiga al suelo —¿Para qué quieres cosas de Mishnianos?

—Nuestro amigo Daniel me la regaló, primo y a diferencia de ti, no me importa que estos objetos hayan sido tocados previamente por simples aldeanos.

—Haz lo que quieras.

Camina en retirada, llevándose consigo a los soldados que tomó como prisioneros y dejando en el ambiente un denso aire de impotencia y miedo.
Odio que nos traten como suciedad en sus zapatos, que siempre nos sometan a su voluntad, que humillen a nuestro pueblo sin importar nada. Somos personas y merecemos respeto.

Sus soldados dejan de apuntarnos poco a poco mientras marchan tras su líder. Suelto el aire una vez el rifle abandona mi espalda y soy liberada de aquella amenaza silenciosa.

Los padres del general y Liz corren hacia él para socorrerlo y es entonces donde se permite a sí mismo quejarse de dolor.

—¡Maldito Magnus Lacrontte y toda su generación! —Un alarido desgarra su garganta.

—Quédate aquí, Mimi y por favor mantén los ojos cerrados. —Pido mientras me levanto.

Stefan revolotea por el lugar, buscando ayuda, pero no hay nada ni nadie en los alrededores. Se han llevado a todos los guardias y solo aquellos que han sido acribillados yacen en el suelo, como un recordatorio de lo vivido.
Intento no mirar a medida que avanzo, escuchando como el príncipe ordena a los meseros que los arrastren lejos del centro.

Está desesperado, agobiado y yo también. Mi corazón late fuerte ante la bruma. Necesito salir de aquí cuanto antes, no soy capaz de sentir un minuto más el olor a pólvora o pisar la sangre derramada. Me asquea y aterroriza.

Voy tras mi hermana mayor, manteniendo en mi campo de visión a Mia, quien aún está de rodillas, cubriendo su rostro con las palmas.
Ella está a un lado de Daniel, atormentada por verlo herido, irritada ante la injusticia que acabamos de vivir y de la cual no pudimos defendernos.
Intento levantarla del suelo, pero me detiene en el momento en que toco su hombro.

—Dame un segundo ¿si? —Aleja mi mano en medio de la angustia.

—Debemos marcharnos, la abuela debe estar preocupada. —Le recuerdo.

—Lo mejor será que ustedes se vayan solas—dice sin volverse a verme —. Fue nuestra primera noche, Emily, sabes de qué hablo y no voy a dejarlo desamparado. 

—No quiero dejarte aquí ¿qué sucede si regresa? Ese hombre ya te amenazó.

—Ese no es ni siquiera un hombre. Es un desalmado, un inhumano que carece de cualquier tipo de sentimiento.

—Justo por eso debemos retirarnos. Te tiene entre ojos, no quiero que nada te pase.

—Iré en la mañana. Debo estar con él, entiéndeme.

Sus familiares colocan en pie las mesas tiradas y levantan al general para colocarlo sobre ellas como una camilla improvisada. Liz corre, intentando no apartarse ni un segundo de su lado y es cuando entiendo que nada de lo que diga la hará cambiar de opinión. Va a quedarse y es respetable.

Debo buscar la forma de regresar con Mia y aunque me atemoriza encontrarme a los soldados Lacrontters en el camino, también pienso en la abuela y en lo preocupada que debe estar en este momento.

—Emily —me llama Stefan —. Considero que lo más apropiado es que te quedes aquí esta noche. No contamos con guardias que te guíen hasta casa, así que lo prudente es que aguardes en la villa por seguridad.

—Mi abuela, ella debe estar desesperada.

—Estoy seguro que entenderá el por qué. Hazme caso, solo me preocupo por ti. Los Lacrontters siguen allí afuera y ya sabemos de todo lo que son capaces.

Devuelvo la mirada a Mia, quien tiembla ligeramente, esperando que vaya por ella y la saque de aquí.
Esto es tan injusto que me hierve la sangre de impotencia.

Siempre me he regido bajo la premisa de no guardar rencores, pero Magnus Lacrontte y todos los suyos encabezan el listado de los seres que más me desagradan en la vida.

—De acuerdo. Nos quedaremos hasta el amanecer.

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