Hilos de sangre © ✅

By rociodruso

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COMPLETA. Cinthia comienza a trabajar en un misterioso hospital psiquiátrico donde conoce al enigmático pacie... More

Hilos de sangre ©
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treintena y dos

Capítulo uno

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By rociodruso

El primer día siempre es el peor. 

Es ese dónde eres un manojo de nervios y te sudan las manos a más no poder. Sin embargo, el mío dentro de "La posada de la Cumbre" llegó en una mañana ventosa. Una vez puse un pie fuera del auto, me encontré frente a esa inmensidad de construcción. Observo a mi alrededor y no hay nada más que árboles y montañas; en este momento comprendo porqué llaman así al hospital. Está realmente alejado de la civilización que a duras penas puedes ver desde la famosa cumbre. Desde el exterior todo parece ser normal, en cambio, en el interior del edificio hay miles de almas atormentadas.

¿Estarían los vecinos tranquilos sabiendo que viven bajo un lugar como éste?

La respuesta la supe tiempo después y fue aterradora. Ni siquiera tenía idea donde me estaba metiendo.

Ingreso por una de sus puertas gigantescas, le enseño la identificación de empleada que mantengo colgando del cuello en todo momento al personal de seguridad que se encarga de darme la bienvenida. Es un hombre aparentemente de descendencia africana muy corpulento. Toma las dos maletas que traigo conmigo y se limita a realizar una seña para que lo siga. Me dirige a un apartado dónde una mujer se encarga de revisarme. Probablemente por si llevo conmigo algún objeto punzante o cualquier material que podía ser usado por los pacientes en un intento de escape o atentado. Al terminar sella mi identificación y proseguimos.

El lugar huele a humedad. La fachada de fuera te hace creer que por dentro se trata de un lugar realmente elegante aunque tradicional, pero no. Es todo lo contrario. Huele mal, algunas paredes estaban rasgadas y otras escritas, el suelo es gris como todo allí y eso logra transmitir un espacio de tristeza y melancolía. No es de extrañarse que se oyeran lamentos, quejas y algunos murmullos de los alojados.

—Es un lugar oscuro—habla el guardia de espaldas a mi, como si tuviera ojos en su nuca que observaban como no podía dejar de mirar cada rincón. 

Y antes que pudiera contestarle da media vuelta y sigue.

—Le recomiendo no mirar de más. No sea tan curiosa y haga su trabajo. Usted firmó un contrato para estar aquí, ¿verdad? Usted quiso desde un principio estar aquí.

Asiento con la cabeza simplemente. Sus palabras suenan duras, su semblante es fuerte y aquella mirada de sufrimiento y cansancio no la olvidaré jamás.

—Dicen que en cuanto conseguimos lo que queremos ya estamos queriendo otra cosa diferente.

Y si sabía que se refería a querer escapar de este infierno hubiera salido corriendo por la misma puerta por la que entré. Sin embargo, me percaté tiempo después que debía salir de aquel lugar. Ojalá lo hubiera hecho antes, o no, quizá hay cosas de las que no me arrepiento.

Seguimos por unos pasillos fríos donde la luz natural era totalmente escasa ya que las ventanas se encuentran lejos. Veo muchas puertas pero no puedo observar que cosas hay dentro de cada habitación. Solo percibo más y más murmullos. En algunos casos ni siquiera logro distinguir en qué idioma hablan los enfermos, hasta que oigo ese grito;

—¡Agárralo bien!

Nuestra atención se dirige hasta el final del pasillo donde se está dando el espectáculo. Un guardia de seguridad sostiene fuertemente a un joven que apenas puede moverse, parece no querer dirigirse al lugar donde lo llevan Lo están trasladando sin su consentimiento y eso lo notaría cualquiera. Pero en ese momento solo una cosa capta mi atención; lleva traje. No tiene pintas de ser un paciente psiquiátrico, ni siquiera alguien fuera de sus cabales.

El guardia que me acompaña apoya mis maletas en el suelo y sale corriendo hasta ellos para ayudarlos.

No están lejos. Desde mi punto puedo ver las facciones de todos. La enfermera usa un ambo celeste. Sus pelos parecen estar duros, como si llevara días sin peinarse. El guardia que la acompaña cuenta con alguna que otra cana y lo que tienen en común todos en ese lugar son las interminables ojeras. Por último, él. Su cabello está bien peinado, sus manos limpias y su traje azul un poco arrugado por las sacudidas que recibió del personal.
Y mientras me ocupaba en observar cada detalle de sus personas no me percaté de que estaba viéndome. No supe si estaba mirando o devolviéndome la mirada pero sentir aquellos ojos me descolocaron, se asemejaban muy bien a los de un lunático, un ser desesperado, pero no parecía ser mala gente. Aunque luego recordé la advertencia que me dio mi abuela antes de venir a Wellington;

"No pongas las manos en el fuego por nadie. Ni siquiera por una persona elegante. Al diablo le gusta lucir bien".

Además, supuse que si ese joven se encuentra en el lugar y lo arrastran de esa forma, significa que es un paciente, y uno problemático quizás. Las posibilidades de que fuera una persona peligrosa son demasiadas altas. O tal vez estaba prejuzgando. Lo único certero era que sentí dentro de mi pecho que ese chico me traería problemas.

Ambos guardias arrastran al joven hasta entrar en una habitación.

—Perdóneme, tuve que atender eso.

—No hay problema —dije casi en un susurro.—¿Qué...

—No sea curiosa, Cinthia—repite nuevamente adivinando que iba a decir y sigue el camino con mis maletas en mano.

Llegamos a una habitación separada de todas las demás. La puerta tiene un pequeño hueco en la parte inferior, es circular, como si alguien le hubiera dado una fuerte patada. Se me cruzan miles de preguntas acerca de ello pero la simple mirada del guardia que me acompaña lo dice todo; «No preguntes».

El cuarto huele a ropa sucia. Las paredes son las mismas, rasgadas y repletas de humedad. El piso parece ser lo único que está bien allí, ya que incluso los colchones donde duermen las empleadas son tan finos como mis dedos. Sin embargo parecen no tener ningún tipo de inconveniente con dormir en algo muy similar a una hoja.

—Aquí alguna de tus compañeras te explicará que hacer—habla dejando mis valijas, retirándose.

Me deja sola en esa habitación oscura. A pesar de estar con tres mujeres, parezco estar mas sola que nunca y eso es algo que solía suceder siempre. Todas plantaron sus miradas en mi como si fuese un bicho extraño que jamás habían visto, o como un convicto que acaba de llegar a la cárcel; frágil, vulnerable y digno de humillaciones. Y supongo que eso parezco, alguien que no entiende nada. 

Coloco mis maletas sobre la cama y una de ellas se acerca a mi. "Lucía" leo en el cartel de identificación que cuelga de su cuello. Lleva ropa de dormir, su cabello rojizo está totalmente despeinado, sus uñas son cortas y desprenden olor a cloro.

—Bienvenida—dice sin muchos ánimos. —¿Cómo te llamas?

—Cinthia.

—Bienvenida, Cinthia —habla con más emoción otra compañera.

Se acerca a mí dejando la ropa que doblaba sobre su cama. Tiene las manos rojas y secas. Sus pelos bien peinados pero sin teñir. Las raíces negras crecen sobre las rubias y pienso que quizás aquí no cuenta con tiempo para hacer tal cosa. O tal vez ni siquiera le importa.

—Soy Julieta —se presenta.

—Bienvenida a la Posada de la cumbre donde los locos siempre están de fiesta—habla la otra sin siquiera mirarme.

No sabía si realmente estaba preparada para trabajar en un sitio que albergara a personas con enfermedades mentales. No me sentía preparada para ello, temía no saber que hacer en ciertas situaciones, no sabía si lo lograría. 

Julieta se limita a echarse una sonrisa genuina y luego camina hasta unos estantes donde guardan distintos tipos de uniformes. Algunos son rojos, otros azules, celestes y blancos. En este momento no comprendo porque sus colores eran diferentes pero tampoco le doy mucha importancia. Toma uno azul y me lo entrega. Las demás vuelven a sus asuntos sin nada más que decir.

—Te ocuparás de los pabellones C y D. Ahí está Marisa también, es la encargada de esos pisos—comenta señalando a la mujer que no se había presentado.

Marisa es una mujer mayor. Tendrá sus sesenta años encima pero aún así se mantiene lo suficientemente estable para seguir con sus labores del día. Al parecer todos aquí necesitamos el dinero, no es el mejor empleo que alguien pudiera conseguir pero no podíamos quejarnos, aunque a veces lo hacíamos de todos modos.

Guardo mis pertenencias en la mesa de luz junto a mi cama y alguna que otra prenda en mi casillero. Estiro bien mis colchas y procedo a ponerme el uniforme que Julieta me entregó. Me quedaba un poco holgado sin embargo, le había pegado bastante bien a la talla.

—Bien, te daré un rápido recorrido.

Comenzamos a caminar por los largos pasillos del alojamiento aunque de "alojamiento" no tenía nada. Porque cuando escuchas esa palabra piensas en comodidad y bienestar, y esto era todo lo contrario. Me mostró la planta baja donde estaba el comedor del personal, sus baños, sala de visitas y demás sitios que probablemente nunca iría.

Llegamos al pabellón A y B  que se encontraba en el primer piso. Julieta decía que era la parte más tranquila de todas. Allí se encontraban personas que habían cometido delitos no tan graves, como robo, por ejemplo, pero que tenían algún que otro trastorno mental bastante "agudo", como ella lo llamó. Allí los pacientes estaban tranquilos, su sala de recreación era limpia. Algunos tomaban refrescos y otros hacían ejercicios. Parecía un lugar pacífico para trabajar pero a mí me habían otorgado otro.

Subimos al segundo piso, allí chocamos con una pequeña puerta que ponía "Pabellón C y D". Tragué fuerte cuando pusimos un pie sobre ese lugar. El ambiente era tenso pero quizá porque la única tensa era yo. No quería estar ahí realmente pero la necesidad era más fuerte que mis propios deseos. Por ayudar a mis padres soportaría cualquier cosa. 

—Aquí hay habitaciones más separadas unas de otras, son más grandes. Algunos pacientes con tratamiento avanzado tienen más libertad que otros, así que es normal si encuentras a uno que otro deambulando o que tenga la habitación para si mismo — explica Julieta mientras dábamos pasos lentos.

—¿Qué tienen estas personas?

—Algunos tienen trastornos que no manejan muy bien, otros tienen problemas con drogas a un extremo muy grave, y a otros se les diagnosticó psicopatía pero tranquila, los más peligrosos están en el tercer y cuarto piso. Tú no irás ahí.

Julieta me entregó una pequeña llave que abría ciertos armarios donde guardaban artículos de limpieza que necesitaríamos para trabajar. Me explicó los horarios que cada una tenía y en qué momento podíamos comer. Solo asentía a cada instrucción que me daba tomando nota en mi cabeza. 

—Empieza por alguna habitación vacía. Si el paciente está fuera no tendrás problemas con el hasta que vuelva.

Comencé mi labor sin pensarlo dos veces. Algo dentro de mí temía, no sabía porque, o a qué le tenía miedo, pero esa horrible sensación ahí estaba, bien presente, recordándome que me encontraba en un lugar que no deseaba estar.  Pensé en Marisa, Lucía y Julieta. Si ellas podían hacerlo sin miedo yo también podría. ¿Qué podría pasar? 

Ingresé a un cuarto como Julieta me había asignado. Era muy espacioso, la luz de la ventana le daba un toque muy luminoso. Al costado se veía un pequeño baño. En la esquina había una cama perfectamente extendida, en la otra un extenso casillero y al centro una mesa larga repleta de hojas y lápices negros. Las paredes escritas con unos trazos difíciles de entender que al principio pensé eran rasguños. Había círculos, triángulos y todo tipo de figuras geométricas, como si quien estaría aquí sería un completo desquiciado.

Me acerco a los papeles tendidos sobre la madera; más y más figuras; puros garabatos. Todo está ordenado simétricamente. Poca falta hacía yo allí, ese cuarto no necesita ser limpiado. Lo único que llegué a leer fue la hoja de una agenda que ponía una sola frase en la fecha de hoy;

"Hoy no ha venido nadie"

—¿Hay algo interesante ahí?

Sentir esa presencia masculina tan cerca de mí que me causa escalofríos. Un aroma a chocolate mezclado con vainilla impregna la habitación de inmediato. Los nervios me ganan haciendo que caiga el lapicero al suelo. No quería dar la vuelta, no quería ver a quién tenía detrás de mi espalda. No quería saber si era uno de esos psicópatas.

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Por favor, no sigas sin dejarme tu voto ❤️

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