Deseo deseo ©

Por euge_books

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¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... Más

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Sentencia de muerte
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué demonios está pasando?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
Revelaciones
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
De urgencias en el baño
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo
Epílogo

¿Qué has hecho, Bárbara?

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Por euge_books

Bárbara


Sonrío a la cámara cuando Evi nos toma una selfie. Estamos súper felices, pues nos tomaron un examen de repaso y sacamos las notas más altas. La foto se la envía a su mamá, para que se sienta orgullosa de nosotras. En ese momento, Peter sale de su clase enfurruñado y hace bola un papel para tirarlo al primer basurero que encuentra. ¿Qué bicho le picó? En la mañana, por poco viene dando saltitos y tirando flores al aire. ¿Qué cambió?

Evi lo nota y lo intercepta antes de que choque con un compañero.

―¿Se puede saber qué te pasa? ―le pregunta mi amiga. Él niega con la cabeza, sus mejillas encendidas. Le sucede siempre que se enoja o se entristece. Ahora mismo, no sabría determinar cuál de las dos es.

Parece repensarlo antes de contestar.

―El profesor me ha dicho que mi ensayo de inicio de cuatrimestre es una mierda. ―dice y arruga el entrecejo―. Le cambió casi todas las palabras y dijo que lo reescribiera de esa forma. Ni soñando lo haré, para eso que apoye el culo y lo haga como quiera.

Se cruza de brazos y mira al suelo. Le falta patalear y ya es un tierno niño pequeño. Su expresión se suaviza cuando nosotras lo abrazamos, una en cada lado y lo apretamos tan fuerte que tiene que rogarnos espacio para respirar.

―El profesor Higgins puede ser un idiota, pero eres más inteligente y sabes lo mucho que ese trabajo vale. ―Palmeo su espalda. Él me sonríe en agradecimiento y caminamos los tres juntos al comedor. En media hora acaban las clases, pero planeamos no ir a la última, dado que el profesor está enfermo y nos darán la hora libre. Preferimos pasarlo en otro sitio, como en el jardín secreto que hay detrás del gimnasio. No podemos marcharnos hasta que suene la campana de salida, por lo que tenemos que esperar.

Cuando llegamos, el lugar está bastante lleno, algunos alumnos que se saltan las clases para comer o simplemente porque no son de su interés. Me intriga por qué Mittchell no se encuentra en el último grupo. Siempre alardea sobre la gran resaca que le generan las fiestas y lo mucho que se ha divertido.

Las cocineras siempre están a la orden del día, sentadas en las butacas de la cocina o del mostrador. Nos reciben cálidamente y nos entregan una bandeja de galletas de chocolate recién horneadas a cada uno. Tienen una pinta deliciosa.

―¿Iremos al cine a la tarde? ―pregunto. Es lunes y hay descuentos en ciertos géneros, entre ellos, el favorito de los tres: acción. Evi esboza una sonrisa de disculpa y Peter hace una mueca de disgusto―. No, no otra vez.

―¡Perdóoooon! ―dice mi amiga―. Tengo que cuidar a Christopher el resto de la tarde. Mamá otra vez tiene un viaje y ya sabes cómo es papá.

Me cruzo de brazos, intentando sentirme molesta, pero la verdad es que la entiendo. Su mamá es una importante modelo que está cambiando las leyes de la imagen, aún en sus treinta tiene un impacto en el mundo de la moda. Viaja seguido y abandona a sus hijos con su esposo, quien es amante de los casinos y de las apuestas ―gracias a Dios no al alcohol―. Varias veces los vi discutir por el despilfarro de dinero que se gasta en esos lugares y por lo descuidados que deja a los niños. El hombre promete cambiar, aunque siempre que ella se va, regresa a los malos hábitos. A lo largo de los años, he ayudado a Evi con su hermano, a enseñarle las palabras, a mover sus manos para comunicarse con los demás y a dibujar. Me quedaba por las noches y veíamos películas hasta que se dormía.

―¿Pete? ―cuestiono, con un leve destello de esperanza.

―Tengo que reescribir el ensayo. El profesor Higgins no me dejará en paz hasta que quede "perfecto" ―Hace comillas exageradas con los dedos―. El fin de semana quizás. No tendremos el descuento, pero la peli seguro sigue estando.

―De acuerdo.

No me queda más remedio que aceptar sus decisiones. Además, es aburrido salir sola.

Pasamos ese tiempo comiendo hasta que suena el timbre. La última hora es libre para nuestro año, de modo que nos escabullimos por los pasillos hasta llegar a las puertas plegables.

El jardín es bellísimo. Tiene una gran extensión de tierra con pequeñas flores blancas y amarillas. Hay algunos banquitos desperdigados aquí y allá, nosotros elegimos uno iluminado por los rayos del sol.

Disfrutamos esos minutos de paz. Nuestras vidas son ocupadas, demasiado para nuestra salud mental. Entre aprobar los exámenes y lucirnos para las universidades, si es que sabemos a qué nos vamos a dedicar, nuestras cabezas van a explotar. Ese pequeño espacio era un escape de la realidad.

Hasta que el timbre suena y saltamos como si nos hubieran insertado resortes en el trasero.

Corremos a la salida, al igual que los demás. Le pregunto a Peter si me puede llevar a casa, pero tiene que llevar el auto al taller en veinte minutos y, si me lleva, pierde el turno. Le digo que no pasa nada, que de seguro me tomo el bus y me despido.

Camino sin prisa por la acera y doblo hacia la izquierda, en dirección a casa. El bus no pasará por aquí dentro de cuatro largas horas, tiempo que invertiré en caminar. El ejercicio siempre es bueno. Saco mis auriculares del bolsillo de la chaqueta y me los coloco mientras programo una lista en Spotify. This is what you came for de Rihanna suena a toda marcha y muevo la cabeza al ritmo.

Estoy tan centrada en la melodía que no me percato de que hay un auto siguiéndome. Mi instinto me dice que me dé la vuelta y corra hacia el lado contrario, así no podrán alcanzarme, pero me paralizo en cuanto reconozco a la persona que está dentro.

―¿Qué haces aquí? ―pregunto, quitándome el casco derecho. Su mirada es sombría y calculadora, analiza cada uno de mis gestos―. ¿Hola? ¿Te comió la lengua el gato?

Pestañea y me da esa sonrisa autosuficiente que tanto odio.

―Pensé que podría hacer caridad y llevarte hasta casa. ―dice. El aire escapa de mis labios en una pedorreta, anterior a una estruendosa carcajada―. ¿Qué es tan gracioso?

―Tú, ofreciéndote a transportarme. Es el mejor chiste que he oído. ―Sigue serio, con ambas manos en el volante y las cejas hundidas―. Espera, ¿hablas en serio?

―Sí.

Mi cabeza aún no se hace a la idea de que Mittchell Raymond se esté ofreciendo a llevarme a mi casa. Calibro mis opciones, que son escasas. Sé que trama algo, no será un viaje pacífico, no se puede tener un momento tranquilo con alguien como él. Por otro lado, podría fácilmente ignorarlo y seguir con mi camino, aunque termine con callos en los pies.

―¿Y bien? ―insiste. Revoleo los ojos, abro la puerta y me meto dentro. El olor a cuero me invade, al igual que su fragancia masculina. Molesta por ese pensamiento, azoto con fuerza la puerta y él hace una mueca de molestia.

―Lo siento. ―digo con burla.

―Como sea.

Mete primera y avanzamos por el camino con una tranquilidad que me asusta. De pronto, veo que no estamos yendo hacia mi casa. Deberíamos haber doblado hacia la derecha hace dos manzanas, pero él sigue recto. ¿Acaso se ha olvidado de mi dirección? Y sí, él ha ido a mi casa alguna que otra vez, generalmente en Halloween, para llenar mi porche de papel higiénico y huevos. Al regresar mis padres del trabajo, me costó explicarles que hubo una despedida de solteros y sin querer bombardearon parte de la casa en su emoción. Sí, no bromeo sobre mi odio a ese engendro.

―Oye, te confundiste de calle. ―digo, nerviosa. Por su sonrisita, lo sabe. ¡Maldito! ―. ¿Adónde me llevas?

―Si te dijera, entonces tendría que matarte. ―revela sombrío. Lo miro con una ceja alzada y se ríe―. Es broma, Cerecita, pero tú tienes que responderme algunas preguntas.

―¿Yo? ¿Por qué yo? ―Estoy verdaderamente confundida.

―¿En serio te vas a hacer la desentendida? ―Ahora está molesto. Bastante, para ser sincera―. ¿Vas a decirme que no pusiste nada en mi vaso en la fiesta?

Pero, ¿y este quién se cree que soy? No soy traficante ni poseo ese tipo de contactos, y sí, lo detesto, como a pocas personas en este mundo, pero jamás le haría eso a nadie.

―¿De qué estás hablando? ―indago.

Hace una mueca de dolor, como si estuviera enfermo.

―Vamos, Bárbara. No te lo voy a decir de nuevo, no me tomes de estúpido.

Abro la boca, sorprendida. Primero, porque es la primera vez que dice mi nombre, no en la connotación que me gustaría, pero lo ha dicho y se siente extraño; y segundo, porque está dando por hecho que yo tuve algo que ver.

―Lo eres ―Mi boca se abre antes de que pueda procesar un argumento―, pero no, no tengo nada que ver en lo que sea que te haya pasado. ¿Tuviste diarrea?

―Ojalá hubiera sido eso. ―se lamenta. De repente, salta en el asiento y veo que se agarra sus partes nobles con su mano libre. Da un volantazo que me hace gritar y el motor se estanca―. Maldición. Déjate de juegos y dime qué me pusiste.

Ofendida, me deshago del cinturón de seguridad e intento abrir la puerta. No quiero quedarme a soportar falsas acusaciones, que no sé de qué tratan, y quiero llegar a casa. Sin embargo, él toca un botón de su lado y traba la puerta, haciendo imposible el escape.

―Ahora tengo más sospechas. Habla, Sucker. No tengo todo el puto día.

―Ya te lo dije, no tuve nada que ver. ―repito―. Ni siquiera sé qué te pasó y ya me has culpado a mí, como si fuera la única persona que te odia.

Alza las cejas hasta el nacimiento del pelo.

―¿Me odias?

―Como si no lo supieras ya.

Nos quedamos sumidos en un corto silencio que me pone más incómoda de lo que ya me encuentro. ¿Por qué acepté subirme con él?

Ah, ya recuerdo. Por floja.

―¿Me juras que eres inocente? ―dice en voz baja. Asiento con la cabeza, mi mirada fija en mis manos unidas―. ¿No dirás nada a nadie si te lo cuento? Es muy personal, pero me estoy volviendo loco.

Me pregunto qué tan grave es su situación para que la esté compartiendo conmigo, su mayor enemiga en la escuela. Evito reírme mientras lo aliento a seguir, esto es demasiado surrealista.

―Tengo sangre en mi pene desde ayer.

Casi me atraganto con mi propia saliva. Mis ojos casi se salen de sus órbitas cuando lo enfoco, buscando alguna señal de que esté mintiendo, pero no. Está diciendo la purita verdad y mi corazón da un vuelco.

―He pensado que alguien se pasó de listo y me dio algo en la fiesta. Duele una barbaridad y no sé qué hacer.

Diablos. Mierda, mierda, mierda. ¡Mierda! ¿Ya dije mierda? MIERDA.

Me trago las palabras que estaba pensando y trato de poner mi mejor cara de indiferencia. Tengo que pretender que no sé nada o rodarán cabezas.

―Esto... es demasiado extraño. ¿No has ido al doctor? ―pregunto. Él niega―. Pues ve. No es mucha ciencia.

Su expresión cambia drásticamente y se refleja el miedo, una emoción que jamás en la vida le vi tener. Oh, vaya, hoy es el día de las sorpresas.

―Tengo la esperanza de que se vaya, pero cada vez que veo, sigue ahí.

Sus manos abandonan sus partes y se estira el pelo, desesperado.

¿Qué has hecho, Bárbara? 



Chan chan chaaaaan. Estoy en un punto medio. Por un lado, me da pena y por otro grito que lo merece. Ah, y también me estoy riendo. 

Espero que lo estén disfrutando. 

¿Qué creen que hará Bárbara en el próximo capítulo? ¿Se lo dirá? ¿Lo negará? ¿Lo ayudará? ¿Y Mittchell qué piensan que va a hacer? Los leo. 

Les mando muchos besos virtuales. 

Euge.

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