Deseo deseo ©

By euge_books

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¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... More

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Sentencia de muerte
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué has hecho, Bárbara?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
Revelaciones
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
De urgencias en el baño
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo
Epílogo

¿Qué demonios está pasando?

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By euge_books

Mittchell


Estoy agitado y asustado. Tengo el calzón sucio de sangre y mi pene duele como si me hubiera pisado un elefante y me lo hubieran inflado a presión.

Me quejo a regañadientes y tomo un puñado de papel para limpiar el enchastre. ¿Cómo rayos llegó eso ahí? Estoy sano, no tengo ninguna enfermedad que pueda afectar de esa manera mi sistema reproductor. ¿O sí? ¡No! Me hice un chequeo hace tres meses, no puede ser...

Tiro los papeles sucios al inodoro y me siento sobre éste. Me quito los pantalones y trato de parar la hemorragia haciendo presión, pero nada. La sangre sigue saliendo a borbotones y yo cada vez me desespero más. ¿Qué mierda ingerí anoche como para que esto me pase? ¿Acaso los malditos dealers traicionaron mi confianza y nuestro trato para finalmente ponerle fin a mi vida? Jamás he oído que sangren las partes por una pastilla. No, esto es algo más, pero no me cabe duda de que es grave.

Lavo mis manos y envuelvo a mi amigo en una toalla. El dolor no ha disminuido, al contrario, parece que ha aumentado y eso solo empeora mi humor. ¿Qué voy a hacer? No puedo quedarme encerrado en casa de Devan para siempre, soy humano y tengo necesidades. Tal vez la bañera sería una cómoda cama. ¿En qué estoy pensando? ¡Eso es imposible!

Intento tranquilizarme, inspiro y espiro varias veces hasta que estoy seguro de que no me cortaré las venas. O el pene, dado el caso.

Un nuevo pinchazo me deja estático en mi lugar. ¡Demonios!

En mi tormento, no escuché que alguien se aproximaba a la puerta hasta que la golpearon. Me sobresalto y escondo mi paquete entre mis manos ante la posibilidad de que irrumpan sin permiso.

―Hermano, ¿estás bien? ―Es Devan. Miro al techo blanco impoluto y pienso lo que voy a decirle. Entonces habla otra vez―. Hace media hora estás encerrado.

¿Media hora? Guau, qué rápido que pasó el tiempo. Me coloco de nuevo la ropa y limpio una vez más el desastre que he ocasionado. Fingiendo tranquilidad, abro la puerta y veo a mi amigo, arrugando la nariz. Se nota a leguas lo preocupado que está. Como hace un segundo, es como mi hermano. Hemos estado juntos desde que somos niñas, hasta cuando mi padre... Aparto esos pensamientos. No quiero pensar en ese desgraciado, mucho menos en esta situación.

―Perdón, me dolía el estómago. ―me toco la zona. No es del todo mentira, de hecho, estoy tratando de mantenerme derecho y no doblarme en dos. ¡Me cago en todo, esta cosa es fuerte!

Devan asiente, no tan convencido, pero luego me regala su clásica sonrisa pícara.

―Caleb ha despertado. Está igual de confundido que Tyler, esto es la bomba. ―dice. Río un poco, pero la tensión en mi estómago me hace fruncir el ceño―. Oye, ¿de verdad te encuentras bien?

Sopeso las posibilidades. Si le cuento exactamente lo que me pasa, probablemente se burlará o dirá algo sarcástico. Lo conozco demasiado bien, y no estoy de humor para aguantar algo así. De modo que, siguiendo con la mentira, asiento y digo:

―Sí, creo que debo regresar a casa, Arae se preocupa demasiado cuando estoy fuera toda la noche.

Él entiende y nos dirigimos a la cocina. La escena es muy cómica: Caleb y Tyler discutiendo sobre quién besó primero a quién y la confusión de cómo terminaron en distintas partes de la casa. Cada mañana, luego de una fiesta, solemos contarnos las aventuras que tuvimos, sean buenas o malas. Es algo así como una tradición que tenemos desde los quince, solo que esta vez, no puedo sumarme. Al menos, no hasta que descubra qué está pasándome.

Me despido de ellos incómodo, puesto que la toalla me está molestando. Salgo por el pasillo, interceptando a algunos chicos que recién se despiertan. Una chica morena me mira y se disculpa por haberse quedado allí, a lo que yo respondo que no es mi casa y cualquier cosa que necesite mis amigos están en el comedor. Ella huye despavorida y yo me apresuro para llegar a mi coche. Las punciones han vuelto y estoy cada vez más intranquilo.

Una vez dentro, siento un alivio momentáneo, quizás sea la posición. Me tomo unos minutos antes de arrancar, procurando no moverme demasiado. Durante el camino, fuertes contracciones se apoderan de mi miembro y trato de no descarrilarme. Fijo la vista en la carretera, más de lo usual, incluso comienzo a leer las patentes de los autos para pensar en otra cosa.

Cuando llego al lujoso camino de entrada de mi casa, suspiro de alivio. Arae está afuera, tomando sol en su descanso. Apenas me ve, corre hasta mí, la decepción impresa en sus facciones.

―¿Otra vez te quedaste dormido? ―me pregunta, poniendo los brazos en jarra.

―Sip. Perdón, Are. ―digo. Siempre la llamo así para que se ablande―. No me di cuenta de la hora.

Sé que, en un futuro, pagaré caro todas las mentiras que le digo a la nana. Ella no se las cree para nada, pero sirven para salvarme el pellejo y que no vaya con el cuento a mi madre. Esa mujer sí que da un poco de miedo.

―No le dirás a mamá, ¿cierto? ―imploro, poniéndole ojitos. Asiente, pero los dos sabemos que no lo hará―. Te quiero.

―Y yo a ti, escurridizo. ―me revuelve el cabello con ternura. Desde que tengo memoria, siempre ha tenido ese hábito―. ¿Por qué no te das una ducha? Apestas.

Flashes de la noche anterior cuando Bárbara me tiró su vaso encima llegan a mi mente y me hacen sonreír contra mi voluntad. Decir que estoy impresionado es poco, no tenía idea de que tuviera tanta ira contenida, aunque también me lo merecía. Entonces, un pensamiento me atraviesa. ¿Tuvo ella algo que ver con mi problema mañanero? Tal vez como parte de su venganza, no fue suficiente con un vaso y tenía que intentar algo más. Pero, ¿cómo? En ningún momento metió las manos en mi pantalón, con lo cual no pudo haberme hecho nada. ¿Y si metió algo en mi bebida? No creo que sea tan malévola.

Hirviendo de rabia, paso por su lado y me dirijo a paso apretado a mi habitación. Subir las escaleras es un suplicio, el sufrimiento se intensifica. Tengo suerte de tener el baño en el cuarto, de lo contrario, tendría que desplazarme más de la cuenta y no estoy de ánimos.

Entro y me despojo de la ropa. Me ducho rápido, fregando todas las partes sucias y evitando mirar hacia abajo. Me da pavor encontrarme con un escenario peor.

Salgo y me envuelvo con una toalla. Gruño cuando me pongo el bóxer blanco. Se mancha al instante y tengo que tirarlo al cesto con los trapos sucios. Camino en cueros por la habitación hasta dar con un paño negro, que anteriormente usaba para cubrir el respaldar de mi sillón, y me lo enrollo en la cintura. Lo aprieto para que sostenga mis partes nobles asemejándose a un taparrabos y me coloco un pantalón de chándal.

La calma es instantánea cuando me tiro en la cama. Estar boca abajo parece aplacar las molestias, de modo que permanezco así hasta que Arae entra con una bandeja. En ella, hay un té, un vaso de agua y unas pastillas nuevas para el dolor de estómago. Me dice su sermón de siempre, que debo cuidarme si no quiero meterme en AAA, y se marcha dándome un beso en la frente.

Bebo la infusión y me acuesto, tapándome hasta la coronilla. Tengo mucho sueño y me quedo dormido enseguida.


Cuando abro los ojos, ya es de día. Sonrío, feliz porque tuve un sueño horrible del cual no podía despertar. Era de esos que te faltan el aliento y tienes que pellizcarte varias veces para asegurarte de que no es verdad. Suspiro y frunzo el ceño ante la sensación que aprieta mi estómago bajo.

Miro con horror las sábanas manchadas. La parte delantera de mi pantalón está igual y casi vomito. Me deshago de las mantas a patadas y me levanto con rapidez. Mala elección. El dolor está allí y ha vuelto más fuerte que antes. Quiero gritar, pero tampoco quiero que se preocupen por mí. Así que agarro todo, lo deposito en el canasto, otra vez, y doy vuelta el colchón. Me quito la ropa y la enrollo para también ponerla junto a las sábanas.

¿Qué mierda me está pasando? ¿Por qué siento que mis entrañas quieren salir de mi cuerpo? Gruño mil veces, pero el dolor no amaina. Agarro mi celular y lo reviso, con la esperanza de distraerme. Tengo cinco llamadas perdidas de mis amigos, cinco por cada uno quiero decir, y cincuenta mensajes de texto en nuestro grupo de WhatsApp.

De: Devan

Para: mí

¿Llegaste bien? No tenías buen aspecto. Por lo menos dinos que no te echaron la bronca.

De: Caleb

Para: mí

No jodan. El pobre se debe haber ido a dormir. ¿No vieron la cara de sufrido que tenía?

La cara de sufrido sí la tuve, y ahora mismo está pintada en mi rostro, pero por otras razones que ellos no podían ni imaginar.

Tras enviar un corto mensaje diciendo que estaba sano y salvo, cierro la pestaña. Abro la aplicación de Instagram y navego por las historias. A estas alturas, todos estarán en el colegio y yo, preso de la agonía, no fui. Mi dedo se detiene en el perfil de Bárbara. ¿En qué momento llegué a buscarla? No tengo idea y no quiero ahondar en eso.

Luce el uniforme y sonríe a la cámara mientras su amiga hace caras en la parte de atrás.

El interrogante de antes vuelve a mí como un huracán. Ella sería completamente capaz de cagarme la vida de esa forma; con tal de hacerme pagar todo lo que le hice pasar, haría lo que fuera. Por lo poco que lleva enfrentándome, estoy seguro de que tiene las suficientes agallas para hacer algo como esto. Ahora solo falta resolver la última pregunta: ¿cómo?

Ojeo el reloj en la parte superior de la pantalla. Falta una hora para que las clases terminen, tiempo de sobra que me tomará ir hasta allá.

Con asco, me visto y procuro sujetar mi virilidad de forma que no manche mi vestimenta. Hay una Cerecita que me debe una explicación.



Asociación de Alcohólicos Anónimos

Uy uy uy. Qué fuerte, ¡qué fuerte! Puede que suene a maldad, pero me encanta hacerlo sufrir. Como que necesito que entienda lo que pasamos nosotras, no sé si a ustedes les pasa lo mismo. 

En fin, este es el segundo capítulo de la maratón. Espero que les haya gustado. Yo me estoy muriendo de la risa acá sentada. 

Les mando un beso gigante. 

Euge.

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