Hasta que dejemos de ser Idio...

By OnaSpell

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«Noel, lamento decirte que un buen cerebro vale más que un buen culo». Cuando Noel Martín (un idiota en toda... More

©
EN FÍSICO ❤️‍🩹
Dedicatoria
ᴘᴇʀꜱᴏɴᴀᴊᴇꜱ
Prólogo
1. El arte infravalorado
2. Las tres reglas de Noel
3. Hei-Hei, unas bragas mordidas y un pastel de fragarias
4. El pastel de fragarias
5. Cómo perder la dignidad
6. Un auténtico dolor de cabeza
7. Atrapados sin querer
8. El karma no existe, ¿verdad?
10. No hagas de hoy una noche normal
11. La última oportunidad
12. Dos pares muy dispares
13. Las estrellas fugaces también piden deseos
14. Queda mucho por sentir
15. Dejar ir para encontrar
16. Dos extraños a punto de colisionar
17. Un éxito catastrófico
18. Si el amor aprieta, no es de tu talla
19. A la muerte emborráchala
20. Si juegas con fuego, terminas en cenizas
21. Que el miedo no te impida seguir soñando
22. Si el amor está en el aire... ¡No respires! (1/2)
22. Si el amor está en el aire... ¡No respires! (2/2)
23. Más voz, menos eco
24. Huye de las personas que apagan tu sonrisa
25. Tiempo de florecer
26. Los ojos besan antes que la boca (1/2)
26. Los ojos besan antes que la boca (2/2)
27. Quién tiene magia, no necesita trucos
28. A veces hay que dejar ir, para poder ser
29. Y es contigo cuando brillo más
30. Busca lo que encienda tu alma
31. Firmarte con un beso
32. Las cicatrices al aire libre se curan mejor (1)
32. Las cicatrices al aire libre se curan mejor (2)
33. Sé la mejor versión de ti mismo
34. Perderse duele una vida
35. Hablemos de los cristales rotos...
36. Eras, eres y serás siempre tu
37. No existen últimas veces... Solo penúltimas
38. Hasta siempre, Lena
Epílogo
Guía para dejar de ser idiota

9. Sueña, pero no te duermas

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By OnaSpell

Salí desconcertada del aula. Mi rostro parecía una hoguera que se avivaba con cada pensamiento dedicado a Alek. La vergüenza había renacido de las cenizas de mi antigua yo, cuándo era tímida. ¿No había perdido la dignidad hacía tiempo? Si es que esa palabra había existido en algún momento.

Me pasé una mano por la frente, perlada de sudor frío. Jamás me hubiera imaginado que conocería a un chico guapísimo y listo; listo y guapísimo... Mejor. La cabeza siempre va por delante, — y no la tienes que perder — pensé.

La sociedad nos convierte en personas superficiales e injustas, pero puedo confirmar que, ciertamente, los chicos astutos y apuestos no son una especie en extinción. Sin embargo, a pesar que un nudo abrasador se deslizaba bajo mi vientre cayendo en forma de catarata cuándo él sonreía, yo estaba aterrada.

¡Mi matrícula de honor estaba en peligro!

Alek acababa de mover la pieza de una partida de ajedrez que hasta ese momento había estado jugando yo sola. Tenía un maldito rival. Cerré los ojos y pegué mi cabeza contra la pared, fría cómo granizo. Intenté aclarar mis ideas, pero seguían revoloteando sin cesar dentro de mi mente; diabólicas golondrinas que picoteaban mis emociones.

Saboreé la palabra: rival. Sabía a limón y vodka; a chocolate y menta. Agridulce era la palabra perfecta. Alek parecía ser tan pacífico y, aun así, me mareaba la incertidumbre de que se convirtiera en mi contrincante. Y si había una sola cosa que Lena Rose no estaba dispuesta a perder era su matrícula de honor.

— ¡Lena! ¡Lena! ¡Lena! — me zarandearon por la espalda.

Mi cabeza aún pegada a la pared rebotó contra ella.

— ¡Mierda Oliver! — me quejé. — Qué daño joder.

Oliver no le importó mi golpe en la cabeza, dónde estaba segura que comenzaba a salir un buen chichón, y siguió sonriendo de oreja a oreja. Intenté replicar, pero mis labios se abrieron en un pequeño círculo y no salió ninguna palabra de ellos. Alek había aparecido detrás de él.

— ¡Lena! Te presento mi primo — puso una mano en su hombro y acercó a Alek delante de mí. — Lena, Alek. Alek, Lena.

Él iba a darme dos besos en la mejilla. Aun así, cansada de tener que dar siempre dos besos extendí mi brazo y encajé su mano con la mía. Era una costumbre que había adoptado desde chiquita, si ellos no se daban dos besos, ¿por qué yo tenía que darlos? ¿Por ser mujer? ¿Por una cuestión cultural? Ni hablar. No quería limpiarme rastros de saliva, pintalabios o dar picos accidentales.

Él se incomodó ante mi reacción, pero finalmente nuestras manos encajaron. La suya era dura y estaba llena de callos que me rasparon mi fina piel. Parecía tan pequeña a su lado. Nos soltamos las manos y nos quedamos mirando.

Tal vez, el choque de nuestras miradas fue un reto silencioso. Tal vez, nos estábamos colando uno dentro del otro más de lo que queríamos.

— Encantado — sonrió.

Abrí la boca, pero de allí no salió nada. Ni una mota de aire. Tenía una batalla interna. ¿Atracción a primera vista? ¿Podía ser? Alek era alto y esbelto. Tres pecas descansaban en su clavícula, formando una constelación que me resultó imposible de descifrar. Sus ojos... Joder. Sus ojos avellana, adornados de una fina película de pestañas larguísimas, brillaban más que el hielo bajo los últimos rayos de sol.

Mierda. Debía decir algo.

— Lena Rose.

— ¿Por qué repites tu nombre, tontainas? — murmuró Oliver mientras ponía los ojos en blanco.

— Baño. — dije antes de salir corriendo.

— ¡Te guardamos sitio en geología! — gritó Oliver mientras yo volaba hacia el baño.

Entré en el primer cubículo. Dejé ir un gemido de paz interior cuándo me senté encima de la tapa del váter. Yo no era estúpida. Juré por Marvel que no caería en la trampa de Alek. No. Era el último año de bachillerato y tenía que centrarme en mi futuro. No en chicos. Ni en chicas. Me levanté y me repeiné con las manos mi media melena encrespada.

— ¡Lena! — saludó Nia enfática.

Nia era una sureña de cabellos largos y negros cómo el carbón. Habíamos coincidido en algunos trabajos grupales. Sus gruesos labios se curvaron en una sonrisa.

— Nena, ¿has visto al chico nuevo? Está para mojarlo con pan — comentó mientras se retocaba la base de maquillaje.

Arrugué los labios.

— Es apuesto, la verdad — afirmé al final. — Pero no es oro todo lo que reluce.

Nia frunció el ceño.

— Quiero decir... — a veces se me olvidaba que tenía 17 años y hablaba cómo una anciana. — Es apuesto. Pero no todo es físico, también debemos tener en cuenta su interior. No lo conocemos.

— Tienes razón cariño — sonrió. — Tal vez, tiene el pene pequeño a pesar de parecer un dios griego.

Me atraganté con mi propio aire. Tosí varias veces.

— ¡Qué es broma, tía! — se carcajeó Nia mientras me daba golpes en el hombro. — Tendrías que haberte visto la cara.

Sí. Me había dado tal sofocón con ese comentario que mi rostro se confundía con un Solanum lycopersicum; lo que la gente común suele llamar tomate. Mi mente había reaccionado, creando de la nada una imagen de Alek desnudo. Un lienzo que te ponía la miel en los labios. Me lo imaginé en un balcón, su silueta a contraluz y las olas del mar repiqueteando cerca. Creando harmonía entre nosotros. Volví a toser. ¿Por qué pensaba en aquello? Si no había llegado ni a tener un primer beso. Aunque, en ese momento tampoco me apetecía intercambiar fluidos líquidos y viscosos de reacción de alcalina complejo, también llamada saliva. Me daba auténtica repugnancia.

Esperé que Nia terminara de aplicarse un bálsamo de labios, el cual le dejó un rastro de purpurina. Cuando finalizó, ambas recorrimos el extenso pasillo hasta los laboratorios. Justo pusimos una mano encima del picaporte el timbre del Instituto sonó. Di un salto del susto, Nia rio con ganas enseñando los dientes y abrió.

Mierda. No se podía llegar tarde a la clase de geología del viejo Profesor Ruíz.

— ¿Cómo osáis entrar después de que sonara el timbre, jovencitas? — sus gafas de culo de botella resbalaron hasta el puente de su nariz.

— Sólo ha pasado un segundo, profesor — protestó Nia.

Mierda. Mierda. Mierda.

— ¿Ah sí, señorita Izquierdo? — soltó con un tono de voz alarmante. Suave pero desafiante.

Nia asintió. Quise golpearme contra la pecera que había en una esquina del laboratorio. Con un poco de suerte me ahogaría antes de que el profesor Ruiz contestara. Tenía entre treinta segundos y dos minutos. Comenzaría a aspirar líquido, mi cerebro le faltaría oxígeno, pasando al daño cerebral y la muerte. No era tan complicado, ¿no?

— Bien. Veo que usted, señorita Izquierdo, y su compañera, señorita Rose, tenéis muchas ganas de trabajar. ¡Examen sorpresa chicos! Dad las gracias a vuestras compañeras.

Norma número 1: jamás debes intentar contradecir al profesor Ruíz de geología.

Un alarido de quejidos resonó por todo el laboratorio. Quise esconderme bajo la mesa. Algunas miradas punzantes se clavaron en nosotras, amenazantes y furiosas. Que buen día se estaba quedando.

Me senté al lado de Oliver. Lo miré de reojo y él, con poco disimulo, se pasó el dedo índice por el cuello. "Te voy a matar" vocalizó. Murmuré una inaudible disculpa.

— Ya sabéis que la perfección es una pulida colección de errores. Debéis practicar, practicar, errar y aprender — comentó en voz alta el profesor mientras repartía unos folios en blanco.

— ¿Va a contar nota este examen? — preguntó Cristian desde la otra punta.

— Obviamente. Así os equivocaréis y aprenderéis para la próxima — sonrió el profesor. Un hormigueo de pánico se deslizó por mi columna vertebral. — Pero, espero que no suspendáis, chicos.

Y, a pesar de ser una chica de excelentes, quise contestarle: el que deberían suspender es a usted, pensando que aquí todos somos iguales. Cada persona es diferente y, cada cuál, tiene sus virtudes.

Muy a mi pesar, me mordí la lengua.

Las preguntas no fueron difíciles, al menos para mí. Oliver estaba sudando la gota gorda y su mano temblaba encima del papel. No obstante, Alek terminó el primero, dio su examen y salió de la clase. Fui la siguiente en entregarlo, saliendo detrás de él.

Noté cómo mi corazón se aceleraba cuándo lo vi recostado en la pared amarillenta. Sin duda había sido una extrasístoles, un vuelco de mi corazón. Me golpeé levemente en el pecho, como si así mi corazón me hiciera caso y dejara de latir tan estrepitosamente. Me mordí el labio. Estaba entrando en arenas movedizas.

Quise poner los pies en polvorosa y salir huyendo. Antes de que pudiera, sus palabras me hipnotizaron:

No tiene nada de malo sentir miedo...

Siempre y cuando no te dejes vencer — terminamos murmurando los dos.

Mi respiración se detuvo.

— ¿Cómo sabes que es mi frase favorita de Marvel?

Tan sólo sonrió. Dos hoyuelos se le dibujaron en las mejillas.

— Oliver, ¿verdad? Te lo ha dicho él.

Negó con la cabeza.

— Llevas un parche del escudo de Capitán América en tu mochila.

Antes de que pudiera abrir la boca Oliver salió del examen con la lengua fuera. Justo llegó a mi lado, aprovechando que era más alto que yo, me propinó un coscorrón.

— ¿Y esto? — me quejé mientras me fregaba la cabeza.

— ¡Me has obligado a hacer un estúpido examen! ¡Te odio! — me dio otro coscorrón. — Ya verás, ya. El último ríe mejor y yo no tengo prisa.

— ¡No ha sido mi culpa! — exclamé alzando las manos.

— No. No. Sin rencores, pero con memoria — me señaló antes de irse a la cafetería soltando insultos y haciendo espasmos con los brazos.

Alek y yo lo seguimos. Él levantó las cejas, restándole importancia a lo sucedido. Decidí no hacerle caso a Oliver. Estaba convencida que no había sido mi culpa. Nia podía ser muy dócil, pero su lengua de lagarto no dejaba de moverse ni bajo del agua.

La cafetería estaba llena, así que decidimos sentarnos en el jardín que había detrás. Los bancos de madera crujieron cuándo nos sentamos los tres. Alek, Oliver y yo. ¿Cuándo habíamos pasado a ser tres cómo antes? Cuando Verónica aún estaba en el Instituto.

El frío era soportable, hasta que escuchamos su voz, rajando el ambiente en dos.

— Tú.

Jolene se acercaba. Meneaba las caderas en un andar sensual; su coleta se balanceaba, cómo una serpiente que baila al son de la música. Bella, pero letal. Me tendió una nota.

— ¿Está envenenada? — pregunté antes de agarrar el post-it amarillo y columpiarlo entre mis dedos.

— Sí. Así haré un favor a la humanidad — espetó sarcástica. — Hago un fiesta, privada.

Me puse bien las gafas de pasta y miré otra vez la nota. Una dirección, un día y una hora estaban escritos en él. No era tan privada si nos estaba invitando.

— He invitado a Alek — dijo cómo si me leyera la mente. Le guiñó un ojo. — Pero se ha negado a venir por qué no conocía a nadie. Por lo visto, sí que os conoce a vosotros. Estás invitada, tú y el chino — señaló a Oliver.

— Soy tan español cómo tú — contestó él enfadado. Oliver era adoptado de una pequeña región de Corea del Sur, pero había vivido toda su vida en Barcelona.

— Sí. Lo que tú digas. Os espero allí.

Tal cómo había venido, se fue. Jolene era una ola que se estrellaba y arrastraba todo con ella. Oliver y yo nos giramos hacia Alek, esperando una explicación.

— ¿Alguna explicación querido primo? — añadió Oliver pasándose una mano entre sus mechones fresa divertido.

Alek carraspeó y sacó un post-it amarillo de su bolsillo. Igual que el que me había dado Jolene a mí.

— Quiere que vaya a su fiesta de aniversario. Mañana por la noche. Me he negado por qué no conozco a nadie, además que tampoco me fio de ese bicho.

Mi interior dio un pequeño salto de emoción cuándo Oliver declaró que Jolene era un bicho. A pesar que a mí me parecía más una ixodoidea, una garrapata.

— No le he dicho en ningún momento que os invitara. Es muy insistente — suspiró.

Miré a Oliver. Él era su primo. Él debía decidir qué decir, no al revés. No obstante, cómo la vida se empeñaba a ser un caos en mi mundo milimétricamente ordenado terminé hablando yo. Lo que resultó ser una terrible idea.

— ¿Por qué no vamos? — sonreí. — Será divertido integrarse un poco con la gente de la clase.

— Así de paso nos enteramos de los cotilleos — añadió Oliver.

Sí. Era una pésima idea. 

Capítulo nuevo (2/2)

Por fin, por fin, por fin Lena ha conocido a Alek cara a cara. ¿Qué os ha parecido? Ya sabéis que quiero saber todas las opiniones. ↓↓↓


PREGUNTA COTILLA

→ ¿Qué pasará en la fiesta de Jolene? 

→ ¿Qué personaje os gusta más? 

→ ¿Habrá pelea entre Alek y Lena? (Espero que sí. JAJAJAJAJA)

→ ¿Cuál es tu película favorita?

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