Deseo deseo ©

By euge_books

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¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... More

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué demonios está pasando?
¿Qué has hecho, Bárbara?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
Revelaciones
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
De urgencias en el baño
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo
Epílogo

Sentencia de muerte

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By euge_books

Bárbara


Ya han pasado cuatro días y las aguas parecen haber vuelto a su cauce. Mi desfile en el pasillo ha quedado relegado a segundo plano luego de los percances amorosos de algunas parejas más notorias en la preparatoria.

Suelto un suspiro pesado por décima vez en lo que va de la hora. La profesora de Filosofía, por más buena que sea enseñando, tiene una voz de pito que, si pudiera, te haría sangrar los oídos. Parece un disco averiado que se repite una y otra vez, y solo quieres tirarlo por la ventana para que se calle.

Está hablando de la felicidad. Las clásicas preguntas: ¿de dónde venimos? ¿dónde vamos? ¿cómo podemos ser felices? Me ha tocado hablar antes, dando mi opinión acertada de la filosofía antigua. Ser feliz significa autorealizarse, alcanzar nuestras metas propias y perseguirlas, y para cada uno son diferentes. Por ejemplo, las mías eran esconderme en las columnas para no ser clasificada como la próxima víctima y llegar a mi casa vivita y coleando.

¡Qué aburrimiento!

Mi compañera, Malia, con quien no converso tanto, me toquetea el brazo. La aparto, molesta, e intento volver a la cháchara de la señorita Tellez. Sin embargo, ella no se rinde y tengo que rogar por paciencia para no golpearla. A la quinta vez, me giro con violencia.

―¿Qué? ―susurro borde. Me señala la ventana que ocupa toda la pared y me quedo en blanco. Hay un cartel gigante en el que se lee perfectamente: "Bárbara la de los melones", y dos enormes cerezas entrelazadas pintadas de un rojo estridente.

No me sorprende ver el rostro que sostiene tan orgulloso el papel: Mittchell Raymond junto con Tyler Richardson.

Claro que no lo iban a dejar pasar. Sería mucho pedir. Fingiendo una sonrisa, saco el dedo del medio y se los muestro. Ellos se carcajean y salen corriendo en dirección opuesta en cuanto la profesora los ve. Desafortunadamente, no alcanzó a ver lo que decía y la bronca recayó en mí.

―¿Puedo continuar, señorita Sucker? ―pregunta en un tono que se me antoja irónico. Asiento con la cabeza y me disculpo por lo bajo. Odio cómo dice mi apellido, como si fuera algo malo. Y es que apellidarme como una canción de los Jonas Brothers parece asquearle. A mí no, me gustan mucho, pero el significado de la palabra en sí origina varios de los elaborados apodos e insultos de mis queridísimos agresores.

Sucker significa, entre muchas cosas, bobo o boba. Esa persona que es de corto entendimiento, lo cual no es mi caso, o es ingenuo, que tampoco me define. No obstante, a Mittchell se le ocurrió ponerme "pequeña menstruación" o "la enana Sucker", entre otros. "Meloneada" parece ser el último que incluirá.

La clase acaba y salgo disparada en dirección a mi locker. Meto con rapidez la mochila y tomo el dinero extra que traje para el almuerzo. Cierro con fuerza la puerta de metal y pego un grito del susto cuando veo a mi archienemigo relajado y recargado contra la puerta del casillero de al lado.

―Hola, nena. ―saluda, como si fuera una persona normal. Bufo y me siento tentada de tener una botella de agua para tirársela en toda la cara.

―Qué disgusto saludarte, imbécil. ―contesto. ¿Qué hago respondiéndole a este infeliz? No entiendo qué carajos está mal conmigo.

En todos estos años, jamás le he devuelto nada, por más ganas que tuviera. Puede que mi mente maquiavélica haya fantaseado con entrar de noche en su casa y hacerle alguna maldad, como pegarle cera en las cejas y que no tuviera otra opción que arrancarla y quedarse pelado, o sacarle pelo por pelo de las axilas. Pero mi moral me lo impide. No me enseñaron a ser grosera o agresiva, y tampoco es en lo que quiero convertirme. Mas el destino y el universo se ponen a jugar con mi miserable vida como si se tratase de una partida de ping pong. Este año ya no quiero pretender que no me afecta, que debo darme la vuelta y no poner la misma mejilla dos veces, porque ya no tengo ganas de hacerme la sumisa.

Él pone cara de sorpresa cuando le suelto eso. Aprovecho la oportunidad de soltarle otra.

―Por cierto, veo que no maduraste nada. ¿Unas cerezas? ¿En serio? ¿Cuánto tiempo viste mis pechos para determinar su tamaño y dibujarlos? O soñaste con ellas y no te las puedes sacar de la cabeza, eso sería un gran cliché de su parte.

¡Cómo me gustaría tener una cámara en este momento para captar su expresión de incredulidad!

―Apuesto a que los imaginaste bastante. ―Le regalo mi mejor sonrisa falsa―. Te advierto una cosa, Mittchell Raymond, no vuelvas a meterte conmigo.

Ahora es su turno de sonreír, con esos aires de superioridad que me dan ganas de bajárselos de una patada.

―¿O qué, Sucker?

Soy consciente de que todo su cuerpo se ha inclinado unos milímetros y nuestras camisas están rozándose. Toda mi piel hormiguea, y me enfada esa sensación. Me alejo de un salto, poniendo tantos centímetros de distancia entre nosotros como me sea posible. No pierdo mi postura, aunque una partecita de mí se sienta intimidada.

―O te arrepentirás.

Vaya, eso ha sonado como una sentencia de muerte digna de peli de acción.

Paso por su lado meneando las caderas y choco su hombro intencionalmente con el mío. Escucho su discordante risa mientras atravieso las puertas del comedor. Al menos, nadie me tira su refresco en el uniforme. Limpiarlo tardó horas y un esfuerzo extra para que mis padres no sospecharan nada.

Ubico a mis amigos en la mesa de siempre y los saludo con la mano. Me dirijo a ellos en un trote ligero que parece que estoy saltando.

―Al fin llegas. ―dice Evi. Hago una mueca entre un puchero y una sonrisa. No hemos compartido clase desde que empezó la jornada y eso me entristece. Coincidimos en una sola: handball. Hemos quedado en las pruebas y tenemos entrenamientos los viernes y los sábados. También, cuando los profesores se alinean y no nos separan en divisiones, compartimos Matemáticas.

―No sabes lo que me acaba de pasar.

Me dejo caer a su lado y descanso mi cabeza en su hombro. Desde donde estoy, puedo ver a Peter, que está haciendo la fila para pedir su comida. Me hace nuestra seña secreta para preguntarme si yo quiero algo, y yo hago un círculo con los dedos y me lo meto a la boca. Él lo capta a la perfección.

―Son tan raros. Pero bueno, viniste con un chisme, así que cuenta cuenta.

Arrugo el entrecejo, porque no es nada emocionante, pero prosigo.

―Mittchell Raymond me abordó hace cinco minutos luego de enseñar un cartel con una representación mórbida de mis tetas.

Ella se cruza de brazos y me mira con extrañeza.

―¿De verdad?

―¿Por qué rayos mentiría?

―Tienes razón... Bueno, y, ¿qué pasó?

Le cuento todo con detalles y ojeo de vez en cuando su mesa. No registré en qué momento entró, poco me importa también. Está rodeado por mujeres, Violet, la perra loca de la bebida, está apoyada en su brazo y se inclina hacia adelante para hacer notar sus abultados senos. Vamos, una zorra total. Sus amiguitas hacen lo mismo con los demás miembros del grupo. Le sonrío y le hago un gesto obsceno con la mano que la define completamente. Pone cara de confusión, obvio, solo los que saben lenguaje de señas lo entenderían. Lo he aprendido para ayudar a Evi con su hermano. Es sordo y entre las dos logramos que aprenda con clases especiales y nuestra divertida compañía.

Por al lado de su cabeza brillante asoma Mittchell. No ríe, ni presta atención a lo que dice la chica. Solo son nuestros ojos encontrándose y eso me retuerce el estómago. 

Muerdo efusivamente mi hamburguesa y me paso el dorso de la mano para quitarme el exceso de grasa de la barbilla. Me atraganto con mis patatas fritas, las mejores después de las de MacDonald's, para evitar que mis amigos me las roben. Llámenme egoísta, pero la comida es sagrada y ellos no parecen tener estómagos.

Queda poco menos de media hora para que las clases se reanuden, aunque no veo interés por parte de los demás. Algunos han optado por irse al jardín amplio que hay a un costado, al que no se permite ingresar, o al pasillo junto a los casilleros para hacer tiempo antes de volver al salón.

El grupito sigue en el mismo sitio. Están hablando sobre algo importante, ríen y juguetean con unas chicas de primero, engatusándolas para que caigan en su juego. Volteo los ojos al pensar en lo que están platicando. La tradición de casi todas las escuelas, donde hay alcohol, drogas y todo tipo de infusiones dañinas para el organismo. Están alistando los preparativos, y eso me causa arcadas.

La última fiesta que he pisado fue desesperante. No encuentro otra palabra, no después de lo que me hicieron. Bebí muchas margaritas y vodka puro, mis recuerdos van desde bailar en las mesas hasta estar encerrada en una habitación con desconocidos y una botella de vidrio en el centro de una ronda. Recuerdo haber hablado sobre mi miedo a los espacios cerrados y oscuros y cómo las rubias plásticas amigas de Violet me encerraron en un armario bajo llave y obligaron a todos a salir de la habitación. Pasé dos horas allí, diciéndome a mí misma que alguien llegaría y me sacaría, pero no sucedió. Me dejaron hasta que la fiesta terminó y alguien encargado de la limpieza tenía que sacar dichos elementos de donde yo estaba. El señor me llevó hasta la esquina y me pidió un Uber. La excusa que le di a mi padre fue que me quedé dormida en el sillón de la casa del que había organizado la fiesta.

Mittchell había estado allí. Estaba demasiado ebrio como para recordar siquiera qué pantalón se había puesto la noche anterior, pero yo nunca me olvidaría de su sonrisa, de sus carcajadas y burlas hacia mí mientras yo gritaba y suplicaba por mi liberación.

Sacudo la cabeza, tratando de eliminar las imágenes que me azotan y me centro en la conversación. Me he quedado con la mirada perdida y Peter trata de hacerme reaccionar moviendo mi antebrazo.

―¿Estás bien?

―Solo quería ver si se me desarrollaba el súper oído mágicamente y lograra escuchar lo que dicen. ―bromeo. En consecuencia, esboza una mueca alegre y se ríe. Es agradable oírlo. No es una foca pero tampoco es una bestia. Es... normal. Todo en mi amigo es normal.

Hace unos años, meses después de conocerlo, llegué a creer que estaba enamorado de mí. Tales sospechas desaparecieron cuando lo vi besarse con Sheryl Casthe en pleno salón de química y desde entonces me pidió ayuda con sus chicas, como él le gustaba llamarlas.

Ha pasado tiempo desde que hice de celestina. Me pregunto qué estará rondando por su mente.

―Es la fiesta de inicio de curso. ―afirma Evi, quien está mirando su celular. La miro y me pregunto interiormente si la que desarrolló el superpoder fue ella―. Está en Twitter. Violet lo posteó hace cinco minutos.

―Eso fue rápido.

―Pone que están todos invitados a ir y que la pasarán bomba. Solo hace falta que llevemos dinero para cubrir el gasto del alcohol.

Me inclino para ver y mi boca casi roza el suelo. ¡Eso es un dineral! Y de paso también un robo. Personas ricas como ellos abusan de su poder a diario, pero esto ya es pasarse de la raya.

―Ni hablar. No puedo pagar eso, Evi.

―No hace falta que lo hagas, yo puedo hacerlo. Tenemos que ir, es... ―se ofrece mi amigo. Vuelvo a declinar.

―¿Y qué? ―respondo a la defensiva―. ¿Caeremos como estúpidos en su trampa para nerds?

―No, somos más inteligentes que eso. Lograremos mimetizarnos.

―Si vamos, nos estamos metiendo directamente en la boca del lobo. Es lo que él quiere.

Me rehúso a estar en el mismo espacio que Mittchell Raymond fuera de la escuela. Simplemente no lo acepto y no lo haré aunque me paguen.



¡Hola, mis queridos lectores! Si leen esto, quiero decirles que tienen un pedacito de mi corazón. Me siento especial al escribir y me pongo súper contenta cuando veo que gusta a los demás. 

¿Qué les pareció este capítulo? Las cosas se van a poner más intensas en los próximos. 

Esta historia va a tener mil y un giros. Ya sé que hasta ahora parece que es cliché, pero ya van a ver que no.

Espero les haya gustado y sigan conmigo hasta el final. 

No olviden dejar sus votos y comentarios, siempre me impulsan a escribir. 

Los quiero mucho, 

Euge. 

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