El lenguaje de las flores

Autorstwa KeloidMell

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"A partir de la insignificante charla que habían tenido, cada vez que salía, el florista se apresuraba a segu... Więcej

Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis

Capítulo seis

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Autorstwa KeloidMell

Capítulo seis.

Se ocultó tras la taza de café espresso apartando la vista de su hermano.

Feliciano, aparentemente concentrado en su pintura, lo observó por el rabillo del ojo. Con un realismo delicado le estaba dando las últimas pinceladas a un retrato de Ludwig representado como un caballero con una espada en un verde campo rodeado por blancos lirios del valle. Algo tan repulsivo que Lovino juraba que eso le había quitado el apetito y no el ramo de pensamientos blancos y naranjas que había aparecido en su balcón esa mañana y le había hecho sentir un extraño vacío en el estómago. Creyendo que su hermano no los había descubierto, había corrido a ponerlos en un vaso con agua y ocultado en su habitación. Ya no le quedaban floreros para guardar tantas flores como recibía y se estaba convirtiendo en un asunto más que molesto.

—¿Qué demonios quieres que te diga? —terminó por decir concentrado en los rayos de sol que entraban en el comedor en la tranquila mañana.

Vee~ Dame detalles, fratello ¿Cuándo comenzó a hablarte? ¿Hiciste algo para llamar su atención? Yo creo que es tu tipo ¿Lo vas a invitar a comer?

—¡Maldición, ya basta de tantas preguntas! Trabaja en frente, sólo eso ¡No sé qué le pasa por la cabeza! Es idiota, seguro es un pervertido. Tiene muy poca visión de negocios regalando su mercadería de esa manera —mintió guardándose el recuerdo de la noche en que lo había encontrado cantado bajo la lluvia. De todas formas tenía las mismas preguntas que su hermano. No sabía por qué estaba encima de él como las moscas a la miel, lo cual era una maldición y lo más tedioso que le había pasado en la vida, claro.

—Sigo sintiendo que lo he visto en algún lado —se llevó el pincel a la barbilla pensando y sonrió con inocencia— En fin, ¿lo invitarás a comer?

—¡Que no, mierda! —sorbió de su taza pensando en la idea de tenerlo en su casa cenando como si fuesen una familia feliz y se sonrojó. No podía pensar en esas cosas, no le atraía el florista en absoluto, para nada. En eso debía pensar.

—Pero, fratello... —lo miró desilusionado.

El timbre de la casa los hizo detener la discusión y dirigirse una mirada cómplice por un instante.

—¡Vooooy! —se levantó del taburete con tono alegre dejando el pincel y su delantal en una mesa auxiliar.

Feliciano dió algunos saltitos hasta la puerta y antes de abrirla llevó velozmente la mano al revólver en su cintura.

Al otro lado de la puerta, el alegre florista sonreía con inocencia. A Feliciano se le iluminó el rostro como un reflejo y se acomodó nuevamente el saco relajando la postura y ocultando el arma.

—Ah~ Signore florista, qué casualidad...

—¡Hola! No nos hemos presentado propiamente. Si no me equivoco debes ser el hermano de Lovi —le tendió la mano y Feliciano se la estrechó con suavidad—. Soy Antonio Fernández Carriedo, trabajo en la tienda aquí en frente, seguro me has visto.

—Claro que sí, eres el que le vende esas flores hermosas a Ludwig cada vez que pasa por aquí, no lo olvidaría —no dejó de notar la piel áspera de las manos por el trabajo con la tierra y guardó cuidadosamente en la memoria el nombre español—. Soy Feliciano, encantado de que finalmente nos hayamos presentado —sonrió de lado con una destello de malicia— ¡Loooovi~! ¡Alguien vino por tí... —llamó.

—¿Quién demonios es y qué haces llamándome así, Feliciano? —protestó caminando hacia la entrada intrigado por no haber oído el sonido del arma amortiguada ni el peso de un cuerpo desplomándose en su entrada. No estaban acostumbrados a recibir visitas sorpresa.

Feliciano se hizo a un lado y se encontró con los ojos verdes de Antonio que ya brillaba como un enviado del cielo en aquella mañana soleada. Se quedó helado en el lugar sin encontrar ninguna excusa razonable en su cabeza para huir de allí.

—Los dejaré a solas, fratello, luego sigues contándome todos los detalles de tu relación con el signore Antonio —rió pasando por su lado con paso ligero hacia la sala dejándolo con el insulto en la punta de la lengua.

—¡Buenos días, Lovi! —se llevó una mano incómoda a la nuca.

—¿Q-qué haces aquí? —se sacudió las ideas ridículas sobre lo sensual que se veía el florista parado en el umbral de su puerta sin hacer absolutamente nada para lograrlo y caminó hasta él echando una mirada al interior de la casa por si su hermano estaba espiándolos.

—¿Encontraste las flores que te dejé esta mañana? Es especialmente complejo conseguir Pensamientos en esta época del año pero milagrosamente encontré algunos dando vueltas en la tienda y me parecieron que serían especiales para tí.

—¿De qué hablas? —se sonrojó sin entender nada de lo que pasaba por su cabeza— Los vi, estaban en mi maldito balcón ¡¿Cómo haces para dejarlos allí?!

—Ah, no te preocupes, los lanzo desde la calle, tengo excelente puntería y sé que así los recibirás en la mañana, te gusta asomarte cuando te levantas a ver el sol, aunque siempre te despiertas tarde —rió.

¿Qué demonios hacía él sabiendo a qué hora se despertaba? Se ruborizó aún más porque no había notado que lo veía con las pintas de recién levantado cuando se asomaba a la calle por sólo breves instantes para comprobar que era de día, de nuevo, como para confirmar que seguía vivo, lamentablemente.

—¿Y qué importa si me despierto temprano o tarde? —se cruzó de brazos simulando estar ofendido para no bajar las defensas.

—Claro que no importa pero es algo que descubrí de tí, no te gusta madrugar, yo tengo que hacerlo para recibir al proveedor con las flores del día y ahí elijo cuál puedo separar para tí.

—Ya... —se miró los pies tratando de ocultar una sonrisa y convencerse de que aquello era molesto, espantoso y que aquel hombre era un acosador. Pero la idea de que todas las mañanas eligiera una flor especialmente para él le había hecho latir el corazón más rápido— Eres un pervertido ¿O piensas cobrarme todas esas flores que dejas aquí? ¿Nadie te compra y esa es tu estrategia para venderlas?

—Quizás te las cobre en algún momento —Lovino levantó la mirada tomado por sorpresa y la risa de Antonio lo descolocó—. Pero no me refiero a dinero, por supuesto —le guiñó un ojo y el rubor volvió a invadir las mejillas de Lovino— ¡Siempre me voy por las ramas! Vine hasta aquí porque quería mostrarte algo ¡Ven conmigo! —en un veloz movimiento tomó la mano de Lovino tirando de él hacia afuera. Él apenas tuvo tiempo de cerrar torpemente la puerta siguiéndolo.

Antonio no lo llevó muy lejos, en la esquina de la casa había un cantero como en muchas de las casas vecinas en los pasajes de esa zona. Él nunca le prestaba realmente atención pero allí había una planta pequeña con algunos brotes.

—¿Qué se supone que estamos viendo? —Antonio miraba la planta con una expresión orgullosa y una sonrisa esperando que él dijera algo.

—¡Es una planta de tomate! —anunció muy contento y Lovino confirmó que ese florista vagabundo había perdido varios tornillos en algún momento de su vida.

—Por supuesto —asintió sin comprender, a los locos había que darles la razón.

—Vamos, Lovi ¡Mírala! —le señaló los primeros brotes de tomates verdes que doblaban los tallos— ¡Ya va a dar frutos! Sé que este cantero es parte de tu casa y siento haberlo tomado prestado pero pensé que tener una planta de tomates sería una buena idea ¡Por el aroma que sale de tu ventana lo he notado! Suelen preparar siempre salsas, son las raíces mediterráneas después de todo ¿No? Ahora podrás tener tomates frescos creciendo en la puerta de tu casa ¿No es maravilloso?

Lovino miró la pequeña planta y luego al florista y no pudo contener una carcajada ante semejante declaración. Definitivamente estaba mal de la cabeza.

—¿Hiciste todo este escándalo porque oliste que nos gusta preparar salsa de tomate? —la expresión brillante de Antonio lo desconcertó— ¿Q-qué? —preguntó temeroso ante la intensidad de su mirada clavada en él.

—¡Has sonreido, Lovi! ¡Lo has hecho!

Lovino entró en pánico dándose cuenta del terrible error que acababa de cometer. Se llevó ambas manos para ocultar los labios con el rostro encendido de rojo.

—¡No, claro que no! ¡Ha sido una ilusión!

—¡Sí, sonreíste! ¡Lo vi! No puedes engañarme —rompió a reír en un arranque de felicidad que Lovino no podía comprender—. Eso significa que he ganado —sus ojos verdes volvieron a clavarse en él con una intensidad renovada y una chispa de seriedad.

—¿Qué hacés mirándome así, bastardo pervertido? —la voz le había temblado ligeramente.

—He ganado así que me debes algo, Lovino.

La voz se le había vuelto seria y el corazón de Lovino dio un salto ante lo extremadamente sensual que sonaba. En una situación normal lo mandaría al demonio pero había quedado atrapado en la intensidad de su ojos verdes.

—¿Q-qué quieres? —casi le susurró.

—¡Invítame a cenar! —la sonrisa boba acabó con todo el aire de domador de leones que lo había envuelto y Lovino tuvo que poner los ojos en blanco— Te diría que me aceptes llevarte a cenar a algún lugar pero no tengo suficiente dinero para pagarte la comida —rió de sí mismo—. Me debes una cita, Lovi.

La idea de ir a cenar se había presentado en su mente como una molesta tarea posible de cumplir pero la palabra "cita" le erizó el vello de la nuca y lo hizo volver a mirarlo horrorizado.

—¡Claro que no!

—¡No puedes echarte atrás ahora, Lovi! —le guiñó el ojo— Esta noche.

—¿Hoy mismo? —dio un paso hacia atrás con la voz temblando.

—Sí, hoy mismo —la sonrisa llena de confianza de Antonio era demoledora.

Lovino lo analizó un instante con las pocas neuronas que le funcionaban con coherencia. Estar alrededor de Antonio era algo abrumador, parecía no funcionar como correspondía. ¿Dónde quedaba su actitud autoritaria y el miedo que le tenían todos a su alrededor? Por lo poco que conocía al florista estaba seguro que no podría sacárselo de encima hasta que no le dijera que sí a la estúpida cita. Sintió que le ardían las orejas sólo con pensar en aquella palabra.

—No —se cruzó de brazos tratando de recomponer su fría coraza impenetrable. Se regocijó internamente de la mirada decepcionada de Antonio—. Esta noche tengo trabajo —aclaró antes de que empezara a protestar—. Ma-mañana si me despierto generoso... —la voz volvió a fallarle y se maldijo a sí mismo—. Tendrás tu estúpida cena ¡Pero no es una cita!

—¿Lo dices en serio, Lovi? —parecía un niño en Navidad con el rostro iluminado con una alegría inocente.

—¿Eres idiota? Te estoy diciendo que sí —desvió la mirada al suelo para no caer en la trampa de la felicidad que desprendía Antonio y le hacía sentir el estómago lleno de estúpidas flores.

—¡Sí! ¡Tendré una cita con Lovi!

—¿Pero no me escuchas cuando hablo, idiota? —volvió a sentir una descarga eléctrica recorrer su columna cuando Antonio lo abrazó por sorpresa en un estallido de alegría desenfrenada. Lo soltó al instante, pero eso había alcanzado para dejarlo sin poder de pensamiento, como si en su cerebro se hubieran declarado en huelga total.

—¡Gracias, gracias, gracias! Estaré esperando la noche de mañana con ansias ¡Ah! Y por cierto ¡Yo estaba en lo correcto! Tienes una risa hermosa, Lovi, no podía ser de otra forma. Debo volver a trabajar ¡Nos vemos! —se alejó hacia la tienda aún dejándolo en estado catatónico.

Había sentido por un instante el calor que irradiaba el hercúleo cuerpo de Antonio envolviéndolo por completo en ese segundo que había durado el repentino abrazo y ya le había alcanzado para detener sus signos vitales.

Pasado un momento, cuando la vergüenza superó la sorpresa, resopló furioso. Frunció el ceño y volvió a meterse a la casa dando un portazo tras de sí.

¿Quién se creía? ¿Qué derecho tenía? Y lo más importante ¿Por qué le gustaba tanto?

Subió las escaleras lanzando insultos al aire completamente molesto con su propia forma de actuar y porque su corazón no dejaba de bombear a mil por hora al pensar que le había hecho un halago y que tendrían una estúpida... cita.

¿Veee~? —Feliciano se asomó para verlo subir las escaleras— Veo que te ha ido bien con el signore florista, fratello...

Vaffanculo, Feliciano —lo amenazó con la mirada pero la risa de su hermano fue suficiente para devolverle el sonrojo y obligarlo a ocultarse dentro de su armario.

Pensamiento blanco: amor que comienza, "te respeto", pureza, secretos, reverencia y humildad.

Pensamiento anaranjado: deseo físico intenso, pasión.

Lirio del valle blanco: Regreso de la felicidad, inocencia, pureza, secretos, reverencia y humildad;

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