YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO XII

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By MargySilva

LUNA DE MIEL EN EL CARIBE

DÍA 8 DE 8

DE NUEVO EN CASA

Nuestra luna de miel estaba a punto de culminar y para mí había sido la mejor semana de toda mi vida. No me entusiasmaba la idea de regresar, de perder la privacidad que nos había concedido este viaje, la despreocupación con la que habíamos vivido estos días, porque siempre cabía a la posibilidad de que el trabajo, la rutina de la oficina de alguna manera pudiera perjudicar el ritmo de nuestra intimidad.

Tanto para Beatriz, como para mí, Ecomoda era importante, pero mucho más importante era mi familia, que por el momento la conformaba ella. No me importaba en qué parte del globo terráqueo me encontrara, con tal de estar con ella, yo estaría bien, estaría en el lugar perfecto.

La tarde del día anterior habíamos enfrentado una situación desagradable, que por más que lo que pensaba, no me podía sentir del todo culpable por la forma en que lo manejé. ¿Por qué? ¿Acaso todo hombre no defendería a su esposa de cualquier cosa que quisiera dañarla? Había creído que estaba alcanzando el control sobre la ira, pero lo cierto es que en el fondo sentía que en este caso mis actitudes eran lógicas y justificables, aunque expresara lo contrario ante Betty. ¿Realmente soy una persona violenta?, me pregunté, ¿puede esto llegar a perjudicar mi matrimonio? ¡Ella tan dulce, comprensiva y paciente, me había aconsejado que mejorara en ese aspecto! ¿Se avergonzaba de mí, o lo peor, me tendría miedo? ¡No, su mirada, su forma de dirigirse a mí era más bien de preocupación por lo que podía pasarme, por las consecuencias que traería consigo un enfrentamiento de esos! ¿Cómo se puede mejorar si el resto del mundo también te justifica?: ¡Armando es así! ¡Su personalidad es explosiva! Entonces ¿Cómo podía advertir que podía mejorar en ese aspecto si el resto del mundo creía que yo simplemente era así?

"No, Armando, te estás haciendo bolas. Toda persona puede mejorar, así como tú lo hiciste en tantos otros aspectos, por el amor que sientes por esta mujer que yace en tu pecho. Todos los días me confirmo que es con ella con quien quiero dormir y despertar todos los días y es a ella a quien yo defendería con mi vida si fuera necesario", pensé.

El dolor en el ojo y pómulo derecho y en la pantorrilla era un recuerdo de que ya no era un jovencito y que cada día los golpes dolían y tardaban más en curarse, pero también la confirmación de que mi actitud agresiva no era generalizada, es decir, que no me la pasaba repartiendo golpes o gritos, como en otro tiempo de mi vida, cuando por razones que no podía explicar, perdía el control fácilmente.

Si me ponía a reflexionar con detenimiento sobre los aspectos detestables de mi vida pasada, lo cual ahora hacía sin ningún tipo de culpa, podía reconocer el cambio interior que había experimentado después de reconocer mis pecados, mis defectos y después de haber pedido perdón a quienes había lastimado.

El amor que me nació por Beatriz en un inicio me había hecho sentir vulnerable, confundido, capaz de tener sentimientos genuinos como la ternura y el sosiego, pero lo que realmente me había edificado y renovado, había sido el toparme con que de nada valía la honestidad de mis sentimientos, si había mentido tanto, había utilizado y manipulado tanto a la personas, y que de ello solo había resultado el desprecio, la ausencia y el dolor de la única mujer que había amado. El dolor que le siguió al derrumbe de mis mentiras había sido el verdadero responsable de que ahora fuera una mejor persona.

Beatriz se removió sobre mi cuerpo y me rodeó con su delgado brazo izquierdo en un intento de cubrir todo mi torso. Levanté un poco la cabeza para echarle un vistazo a su rostro, que aquella mañana lucía más hermoso que nunca, con sus labios levemente haciendo un puchero y su semblante rozagante.

La noche anterior nos habíamos acostado relativamente temprano, por lo que me extrañó un poco que siguiera durmiendo, cuando el reloj marcaba las 9 de la mañana. Pero ¿por qué perturbar su sueño?, si no había más nada que hacer que esperar que el crucero atracara en el puerto de Cartagena, que se preveía sería al mediodía.

Se estaba volviendo más frecuente que la contemplación de Beatriz sumida en sus sueños elevara este tipo de reflexiones en mi fuero interno. Nunca antes me había detenido a reflexionar tanto, menos sobre lo que involucrara tanto sentimiento. ¡Te estás volviendo viejo, Armando Mendoza!

Me quedé dormido media hora más abrazado a ella, hasta que sentí que se levantaba sigilosamente de la cama

--Betty, mi amor ¿ya te vas a bañar? –Cogí la falda de su camisón para retenerla—

Ella se giró y me sonrió con ternura.

--Sí, mi amor, voy a refrescarme un rato y luego me meto a la ducha. –Replicó Betty— ¿Quieres venir? –

Me puse de rodillas sobre la cama y la abracé por la espalda como respuesta a su ofrecimiento. Ella me sonrió y se dejó ir poco a poco hacia atrás, cayendo en mis brazos. La cogí con ternura y la llené de besos. Cuando ya era presa mía la llené de cosquillas. Ella se retorció en un intento de liberarse de mis brazos, pero estaba muy débil por la risa.

--No puedes conmigo, Beatriz, ¡ríndete ante este tu doctor Monstro! –Fingí una risa macabra—

--¿Qué quieres de mí, oh doctor malévolo? –Dijo ella, prestándose a mi juego—

--¡Quiero que reveles tus sentimientos por mí! –Exclamé. Atacando su abdomen con besos sonoros--

---Si no se los revelo ¿Qué me hará? –Dijo ella, en medio de un espasmo de risa—

--No la dejaré ir, no la soltaré y se reirá para siempre. –Le dije, liberándola un poco de las cosquillas—

--Literalmente moriré de la risa...–Dijo ella, luchando por liberarse—

--¡Dí-ga-me! –Le hice cosquillas en su cintura—O no tendrá escapatoria—le mordí el hombro—

Ella estaba atacada en risas, esa misma que tanto me gustaba escuchar, sobre todo cuando yo se la provocaba.

--¡Por favor, por favor, doctor...!—Decía con la voz entrecortada, con los ojos llorosos de la risa—

--¿Le gustan los juegos con su doctor? ¡Confiese qué tanto le gustan nuestros juegos! –Me pegué a su cuello, con su cuerpo entre mis piernas. Presioné sus muñecas contra la cama—

Le limpié dos lagrimones que le salieron por el rabillo del ojo. Detuve mi ataque de cosquillas para que pudiera hablar.

--¡Está loco, Armando Mendoza! ¡Loco, loco! –Me vio fijamente, con el rostro inclinado un poco hacia adelante, haciendo que su mirada tomara un tinte desafiante—Si le digo que no me gustan sus juegos ¿Qué me va hacer? –

--La convertiré en mi prisionera de mis juegos—Repliqué—

--Yo puedo jugar mejor que usted —Dijo Betty—

--¿Ah, sí? ¿Me lo quiere demostrar ahora mismo? –Le dije, adoptando un tono de voz retador--

Ella negó con la cabeza y se mordió el labio.

--¿Por qué se niega? —Inquirí—

--Necesito mis manos para demostrarle que puedo jugar mejor que usted, doctor--Musitó--

Ante sus palabras liberé sus muñecas, pero me mantuve sobre ella. Su vientre subía y bajaba en una respiración agitada.

Nos miramos largo rato al tiempo que llevaba sus manos a mi cuello y presionaba atrás, debajo de mi nuca.

--¿Qué hace, Beatriz? –Inquirí, cerrando los ojos ante el gentil y relajante tacto—

--Está muy tenso, doctor, ¿así quiere empezar el juego?— Replicó—

En silencio sentí cómo mis músculos de la espalda se fueron aflojando, haciéndome de pronto sentir mucho sueño.

--Mi doctora, en este momento tengo dos grandes necesidades –Musité—

--¿Cuáles son esas necesidades, doctor? –Inquirió Betty—

--De pronto me empezó a dar mucho sueño, pero también muchas ganas de seguir jugando, pero en un nivel más alto— Susurré, al tiempo que iba busca de un beso de sus labios—

--Duerma, doctor, aproveche ahora que aún podemos. –Me dijo ella, entre medio de besos efusivos—

De pronto me encontré tendido en la cama, con el rostro de Beatriz viéndome desde la posición que yo había ocupado hacía unos segundos. Su cabello caía hacia el lado izquierdo de su cara y sus manos ahora acariciaban mi pecho desnudo. Los tirantes de su camisón se habían deslizado fuera de sus hombros y revelaban un poco el inicio de sus senos.

Acaricié sus piernas abiertas alrededor de mi torso, desde su rodilla hasta el inicio de sus caderas, siguiendo por su abdomen, sus senos, su espalda, en un acto que sin esfuerzo también iba removiendo el camisón de seda que llevaba puesto. Debajo de la tela estrujé su delicada piel, con paciencia, con ternura, provocando estremecimientos en ella y en mí.

Beatriz se inclinó sobre mi cuerpo de nuevo y pensé que me besaría los labios, pero en cambio, me besó las mejillas, debajo de las orejas, el cuello y los pezones. Vi en su mirada que estaba tan excitada como yo. Su lengua también formaba parte de esos besos dulces que iba esparciendo por mi piel, y que eran capaces de aplacar mi instinto animal que por momentos salía a flote al verla desnuda sobre mí. Todavía no podía explicar por qué mi cuerpo sentía esta vorágine de ternura, de adoración, de delicadeza cuando estaba con Beatriz. Era algo que nunca me había pasado con ninguna mujer y que tampoco pensé que fuera posible.

¿Acaso el sexo violento, ardiente no les encanta a todas las mujeres? ¿Un hombre fogoso no las vuelve locas? ¡En teoría esto era cierto, en la práctica era totalmente distinto! Durante mucho tiempo me había dispuesto en encontrar en el sexo ocasional, ese sentimiento que debería motivarlo, pero lo único que encontraba era una mujer que buscaba lo mismo que yo: placer físico.

Posiblemente alguna se encaprichó por mí, tal vez se enamoró, pero yo nunca lograba sentir nada por ellas, ni siquiera la necesidad de repetir los encuentros sexuales con la misma mujer.

¿Por qué con Beatriz fue diferente desde un inicio? La única explicación que encontraba era por su inusual forma de entregarse a mí: plena, inocente, entre tímida y apasionada. Beatriz significó un terreno desconocido al inicio, un camino nunca recorrido, un camino que necesitaba encontrar para encontrarle un rumbo a mi vida.

--¡La amo tanto! —Le susurré mientras reflexionaba en esto—

--¡Yo también lo amo, doctor, lo amo! Acarícieme.. –Dijo ella, llevando mis manos a sus senos desnudos—

--Mi princesa... –Le susurré, esbozando una sonrisa. Ella me la devolvió y se pasó un brazo sobre la cabeza para apartar el cabello de su rostro—

Jugué con sus senos entre mis manos por unos minutos, sintiendo cómo cambiaban de tamaño al ir variando la presión que ejercían mis dedos sobre ellos. Con una mano debajo de su espalda baja la invité a que se inclinara de nuevo sobre mí para poder acariciarlos con mi lengua.

Mi sexo estaba duro, erecto, ansioso por entrar en su sexo, que se encontraba separado del mío por la tela de mi ropa interior. Beatriz introdujo una mano dentro de mi bóxer y acarició mi sexo con sus delicados dedos. Se deslizó hacia abajo para alcanzar a besarlo y, ante su gesto tierno, empezó a palpitar con más ardor.

Una vez había bastado para que Beatriz me hiciera el amor con su lengua como nunca nadie, y desde entonces, cada día en adelante que lo hicimos, nuestra antesala favorita era esa.

Los fluidos de su cuerpo tenían su perfume. Me gustaba ver cómo se marcaban sus costillas, cómo temblaban sus piernas y se estiraban los dedos de sus pies como consecuencia del orgasmo.

Beatriz estaba sobre mí cuando la penetré la primera vez aquella mañana. Se sentó y danzó sobre mi sexo con el movimiento de cintura que me encantaba verla hacer. La calidez del encuentro hizo que me viniera dentro de ella durante el acto y que apretara con fuerza sus glúteos. Ella sonrió al verme feliz, al verme temblar en sus brazos.

Aquella mañana me di cuenta de dos cosas sobre el cuerpo de Beatriz. La primera es que su sensualidad provenía de las pequeñas pero perfectas proporciones de cada parte de su cuerpo: la estrechez de su sexo hacía que una vez dentro, ya no quisiera despedirme de su calidez. La segunda era la forma discreta y sutil en que manifestaba el placer que experimentaba su cuerpo mientras le hacía el amor. De ella no salían gritos, golpes, palabras obscenas, gemidos descabellados que pudieran a travesar las cuatro paredes que nos rodeaba. De ella solo esperaba expresiones reales, nada de pretensiones para inflar el ego masculino.

Las gotas de sudor se deslizaban por mi espalda pero yo no sentía cansancio ni deseos de parar. Beatriz también me lo dejaba claro con sus propuestas para continuar con nuestra danza sexual.

--- ¡Por Dios, Beatriz! ¿A qué hora se nos fue el tiempo? ¡Vamos, levántese, mi doctora! –Beatriz me miraba sonriente, con las pupilas dilatadas, los brazos hacia arriba en un intento de desenredar con sus dedos su cabello enmarañado y sudado. Tenía las piernas cerradas y encogidas, con las rodillas apuntando hacia el techo—

--Deje que me refresque un poco ¿por favor? –Dijo ella, echándose una risita—

--No hay tiempo Beatriz, ya casi es mediodía y desde aquí estoy viendo el puerto de Cartagena—Le dije, al tiempo que me asomaba por la terraza—

Beatriz se levantó de la cama en una carrera y se asomó como yo a la terraza, para confirmar lo que yo decía. Se encogió de hombros y se quedó pensando un momento, como sacando cuentas de cuánto tiempo nos quedaba para abandonar el crucero. Volvió a la cama y se acostó boca abajo a lo ancho de la cama, se puso una almohada sobre los glúteos y una debajo de la cabeza.

Aquel comportamiento me resultó de lo más extraño viniendo de ella ¿Beatriz obviando que teníamos que preparar el equipaje y preparos nosotros ante el inminente regreso a casa?

--¿Beatriz? ¿Mi amor? No juegues, mi vida, estamos con el tiempo justo...--Me senté en el borde de la cama, al lado de ella. Acaricié sus piernas, su espalda, pero ella no abrió los ojos. Entonces me di cuenta que no era un juego: realmente se había quedado dormida—

¡Ni modo Armando, te va tocar armar las maletas tu solo!, pensé.

No me atreví a despertarla porque consideré que podría arreglármelas solo ordenando todo en el equipaje, mandando a pedir a la lavandería la ropa y metiendo las cosas que había comprado Betty durante el viaje.

Me enrollé una toalla en la cintura y me dispuse a la tarea. Las cosas de aseo personal, los zapatos los dejé de último porque todavía guardaba la esperanza de no tener que ir a bañarme solo. Pedí algo de comer a la habitación, nada que pudiera alborotar la situación delicada de mi estómago. Beatriz se despertó justo en el momento en que comía mi desayuno, sentado en el sillón al lado de la cama.

Abrió los ojos con bastante dificultad y luego me sonrió ampliamente, como si se hubiera despertado de un lindo sueño para darse cuenta que la realidad era mucho mejor.

--Perdóneme, me quedé dormida, ¿qué hora es? –Dijo, lanzándole una mirada a mi plato de comida—

--Las 11 y 45, mi amor. ¡Hoy sí que anda dormilona, ah! —Repliqué—

--Sí, no sé qué me pasó, realmente me siento muy cansada, como si me hubieran dado un somnífero—Dijo ella, con el ceño fruncido—mmm, se ve muy rico eso...--Miraba mi plato de comida como si se fuera a lanzar sobre el—

--Te pedí uno igual para ti. –Levanté la tapa del otro plato que estaba sobre la bandeja—

Ella sonrió con demasiado entusiasmo al sentir el olor del tocino y los huevos estrellados. Se incorporó de la cama y corrió al baño. Sus glúteos danzaron un poco por la prisa. Sonreí para mis adentros. Envuelta en una bata blanca, con el cabello recogido en una moña improvisada regresó y se sentó a mi lado en el sillón.

--No solo anda dormilona, mi doctora, también comelona –Reí y le besé las mejillas, que las tenía llena de comida, proporcionándole un aspecto divertido—

Beatriz tomó un sorbo de su jugo de naranja y abrió los ojos como plato al darse cuenta, como yo, que su cuerpo se estaba comportando de una manera particular.

Ella que siempre había sido de apetito moderado, de poco dormir, como yo, de siempre anticiparse a las cosas y no dejar nada a última hora, justo ahora estaba haciendo todo lo contrario.

--Si sigo así, pronto voy a estar como Berta—Dijo ella, bajando la intensidad con la que ingería los alimentos—

--Estos viajes aumentan el apetito, además, después de hacer el amor como lo hicimos esta mañana, es lo más normal—Le dije, al tiempo que terminaba de tomar mi café— ¡Vea, yo también me devoré mi desayuno!—

La observé comer mientras hacía digestión. Ella se dejó observar. Me di cuenta que su semblante había cambiado, que estaba más luminoso, como que una idea rondaba su cabeza y que esa había surgido de mi comentario reciente.

--¿Mi amor, le pasa algo? ¿Le molestó mi comentario de hace un momento? –Acaricié su mentón—

--No, no, ¿por qué habría de molestarme? Me sorprende lo perspicaz que se ha vuelto, doctor Mendoza –Dijo ella, alzando las cejas de forma coqueta—

-- Todavía me resulta un misterio lo que pasa por esa cabeza la mayoría del tiempo, pero he aprendido a observarla, a saber qué le gusta y qué no, a escucharla a través de su cuerpo y no esperar que todo me lo diga verbalmente –Le dije—

--¿De verdad le interesa saber qué tengo en la cabeza? –Inquirió ella, mirándome fijamente—

--Por supuesto, mi amor. Me gustaría compartir tus preocupaciones, cualquier cosa que te perturbe o te moleste. El otro día me dijiste que confiara en ti en todo momento, ¿lo recuerdas?, que la comunicación es la clave de un matrimonio exitoso. — Dije—

--Claro que me acuerdo. Pero ahora no estoy preocupada, en realidad estaba pensando en lo que dijiste hace un momento...-- Dijo—

--¿Sobre tu apetito voraz? –Dije entre risas—

--Sí, entre otras cosas... pero puede ser normal dado el cambio de clima, de ambiente...--Murmuró Betty y se encogió de hombros—

Beatriz se quedó tranquila el resto de la tarde con aquella respuesta que se dio a sí misma.

Beatriz y yo nos bañamos juntos esa mañana, como siempre, pero el tiempo que nos quedaba no se prestaba más que para unas caricias, besos debajo de la ducha y manos dispuestas a enjabonar la espalda del otro.

Ella se dejó lavar por mí su larga cabellera negra, como en otras ocasiones. Admitió que no lo hacía para complacerme, sino porque, según Beatriz, mis manos parecían expertas en dicha tarea.

Ella notó que yo también disfrutaba de tener esos pequeños detalles con ella y, que de cierta manera, desenredando su cabello con el acondicionador puesto, demostraba que era capaz de realizar acciones que requerían mucha paciencia.

--Ve, mi amor, que no es tan impaciente como usted pensaba—Dijo Betty, de espaldas a mí—

--No sé de dónde ha surgido esta fijación mía por su cabello. Pero me gusta su textura, su olor...--Le dije--

Cuando el crucero atracó en el puerto de Cartagena de Indias, Beatriz estaba terminando de vestirse. Yo la esperaba en el sillón, con las maletas listas.

Antes de despedirnos de aquel camarote que había sido nuestro hogar por una semana entera, algo así como nuestro nido de amor, Beatriz revisó cada gaveta, cada estante y cada mueble donde pudiera quedarse alguna pertenencia de nosotros. Todo quedó tal y cómo lo habíamos encontrado.

Cerramos la puerta tras de nosotros y nos dispusimos a recorrer por última vez aquellos pasillos estrechos y alfombrados con colores alegres. Se escucharon otras puertas cerrarse con fuerza, gente conversando dentro de sus camarotes, niños llorando o gritando y madres repartiendo órdenes a sus hijos revoltosos.

Los ascensores iban llenos de gente, por lo que los más jóvenes optamos por recorrer por última vez el crucero al hacer uso de la escalera eléctrica. Los tripulantes del crucero detuvieron un momento sus actividades para despedir a los cruceristas con una reverencia (los que formaban parte de los altos mandos) y con una mano alzada el resto (meseros, recepcionistas, personal de aseo, etc.).

Saludé a todos los que tenían las manos libres y les agradecimos el servicio brindado.

--¡Los esperamos pronto! ¡Feliz retorno! Al final se les va pedir que llenen una encuesta de satisfacción. No les va tomar más de un minuto –Dijo el que tenía una escarapela que lo señalaba como el 2do al mando--

Cartagena nos recibió con un sol abrazador, que traspasaba la suela de los zapatos y nos hacía recordar las aventuras que habíamos vivido durante la luna de miel que estaba llegando a su fin, al menos, de la manera en que se le concibe.

El vuelo de regreso a Bogotá salía a la 3 de la tarde de aquel 16 de mayo, por lo que todavía nos quedaba menos de 2 horas para disfrutar o padecer del sol, el calor y las playas del caribe.

--¿Qué quieres hacer mientras tanto, mi amor? Todavía nos restan 2 horas para abordar el avión, aunque en realidad deberíamos tomar un taxi en 1 hora 15 minutos, para llegar con cierta anticipación –Dije. Beatriz estaba haciendo un reconocimiento de la zona—

-- Se me antoja algo para refrescarme. ¿Un beso tuyo, tal vez? Como que aquí está haciendo más calor ¿no le parece? –Dijo ella, abanicando su rostro con los boletos de avión—

--Sí, el calor de Cartagena es muy húmedo. Venga, vamos, --La tomé de la mano y caminamos en busca del refugio debajo de un árbol—

Aquel puerto era solo hormigón y metal. Las pocas palmeras que había eran tan altas, que su sombra no cobijaba al que a su lado se detuviera. Beatriz y yo recorrimos unas cinco cuadras hasta salir de la panorámica lúgubre de las ciudades modernas.

¿Qué hicimos aquella tarde en Cartagena? La playa se nos presentó como una tentación, como un destino ideal, como la despedida de nuestro viaje por el caribe. Sin embargo, por otro lado, volver a ella supondría la añoranza de lo que estábamos por dejar, para volver a la Bogotá fría.

Consulté a Betty sobre lo que quería hacer y ella parecía que había pensado lo mismo que yo, porque me respondió:

--Mi amor, qué sentido tiene ir a la playa si no vamos a poder disfrutar de ella, apenas vamos a llegar y nos tendremos que marchar. Yo opino que nos vayamos directo al aeropuerto y allá vemos si comemos algo. La comida del avión no me apetece en este momento –Dijo Beatriz—

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

Al otro lado del puerto estaba la Cartagena que yo había cocido, rodeada de naturaleza e infraestructura, llena de diversión y de calma, aguardando turistas felices y tristes, pero a todos les devolvía la esperanza de que el mar como la vida misma tenía su ciclo y todo lo que se creía perdido, la vida se encargaba de regresarlo de alguna forma.

Armando había regresado a mí o tal vez nunca lo había perdido. ¿Quién lo diría con certeza? Él estaba a mi lado, como mi esposo, como la manifestación de que los sueños podían cumplirse y de que lo que era para uno, no había forma de perderlo. A veces la forma mística en que Mariana se expresaba cuando me leía las cartas me llegaba al alma, me daba mucho temor y ansiedad, y, después de tantas vivencias, no podía menos que tomar en serio sus palabras.

Cuando una persona vive todo lo que yo he vivido en el terreno amoroso, es casi seguro que su vida y su personalidad adquirirán un matiz más triste, sombrío, quizás hasta oscuro y fatalista con respecto al amor. Yo estaba consciente de que nunca volvería a ser la misma Betty de antes, pero ¿para qué querría ser la Betty insegura, ingenua, que se conformaba con cualquier cosa y que callaba ante las burlas y los abusos? ¿Por qué ahora miraba de otra forma el dolor de mi pasado? ¿Por qué ya no temía a la huella imborrable que éste había dejado dentro de mí? Porque ahora tenía la suficiente confianza en mí misma y en mis sueños, en el valor que tenía como profesional y como ser humano, en que poseía atributos físicos y emocionales y académicos que me hacían sentir bien conmigo misma y merecedora de todas las cosas buenas que pudieran pasarme.

¡Era verdad que había muerto la Betty de antes, pero también era verdad que había renacido una nueva, quizás más fuerte, más decidida, quizás más desconfiada sí pero más apasionada por la vida! Armando lo sabía y por eso esa mañana que abordamos el avión me lo dijo:

--Betty, cuando pasó lo que pasó...y usted volvió de Cartagena, yo pensé que me encontraría con una mujer llena de odio. Imagínese, todavía no era consciente de cuán especial es usted, y que por eso mismo me había enamorado como un loco. Me sorprendió la pasividad, la frialdad e indiferencia con la que me trató. Pensé que su odio me iba destrozar, pero su actitud dura y fría fue aún peor, porque al menos si me odiaba, me decía a mí mismo que podía significar que me amaba, pero esa frialdad, solo significaba que ya me había olvidado...—

--¿Por qué toca ese tema en este momento, mi amor? Creo que ya habíamos dejado el pasado en su lugar...--Musité, levantando la mirada, ya que tenía mi cabeza apoyada en su hombro—

--Porque todos estos días la he estado observando detenidamente, admirando su belleza, su carácter, su forma tan natural de calmar mis ansias, mis miedos, de ser mi sosiego. Le agradezco al cielo que yo no haya matado esa dulzura y esa paciencia en ti—Me besó el dorso de la mano izquierda—

--Un día me dijiste que yo había hecho nacer a un nuevo Armando ¿Te acuerdas? Me preguntaste si eso me gustaba y yo te respondí que sí. Bueno, ahora yo te pregunt, ¿Te gusta esta nueva Betty con la que te casaste? ¿Añoras algo de la Betty de antes? –Dije—

--En la playa de Aruba de dejaste claro que mis miedos eran infundados, que eres más buena y más generosa de lo que podría pedir. ¿Cómo voy añorar algo que no se ha ido, mi vida? Esa Betty sigue ahí para mí, lo he comprobado día tras día y no sabes el alivio que siento. –Me dijo—

Después de aquella conversación, el pasado no volvió a ser mencionado. El regreso a Bogotá me trajo mucha ansiedad, ilusión, esperanza, como si el espacio fuera a cambiar el determinante rumbo que habían tomado nuestras vidas desde hacía una semana. ¿Por qué te late tan fuerte el corazón, Betty? ¡Esto es más de lo que siempre quisiste! Una vida profesional exitosa, la certidumbre y la confianza en el hombre que amas, una vida cómoda y hasta llena de lujos ¿Por qué lloras? ¿Por qué la idea de una familia propia te pone tan sensible? ¿Acaso toda la vida te vas a poner a hiperventilar cada vez que Armando te acaricie, te bese y te seduzca antes de hacer el amor?, me pregunté, al entrar en el departamento, rodando nuestras maletas por el frío porcelanato.

Armando también estaba nervioso, como cuando entramos a la suite del hotel en nuestra primera noche de luna de miel. Me tomó de la mano y me quitó la maleta que jalaba con una mano y la llevó a una habitación, a la que era de él y ahora sería mía también. Cuando estaba nervioso el bajaba la mirada y hablaba casi en un susurro.

--Mi amor, ponte cómoda... a ver deja eso y te ayudo. –Me quitó el bolso de mano que colgaba de mi hombro-- Esta será tu casa mientras preparamos la mudanza... ¿Quieres algo de tomar? –Dijo, metiéndose las manos a los bolsillos—

El departamento era sobrio, sin más detalles que unos lienzos de pintura de tonos marrones. Se notaba la ausencia de una mano femenina, pero iba acorde con la personalidad de Armando.

--Ya que no soy una invitada, deja que yo me sirva algo ¿sí?—Le dije y me encaminé hacia la nevera, sin mostrar un atisbo de los nervios que me embargaban –

En la nevera había más comida de la que pensé que podría haber en un departamento de soltero, que, además llevaba una semana deshabitado. Me encontré con el contenedor de verduras repleto, varias botellas de jugo de mora, leche, huevos, jamón, carnes en el congelador, etc.

Me quedé tanto tiempo observando la nevera que él se atrevió a decir.

--Esperabas encontrar una nevera vacía, donde no hubiera más que bebidas alcohólicas y unas cuantas chuletas semi preparadas lista para freír. –Murmuró Armando, acercándose a mí por la retaguardia. De un momento a otro estaba parado detrás de mí—

--No necesariamente eso, pero sí me sorprende encontrar la nevera repleta de comida –Le dije— ¡Qué previsivo y detallista te has vuelto!—Le dije, ampliando una sonrisa—

Yo tenía una mano apoyada en la puerta de la nevera, para evitar que se cerrara. Él apoyó su mano sobre la mía, me apartó el cabello y me besó tiernamente el cuello. Yo sentí el calor de su cuerpo traspasar su ropa, traspasarme a mí. Cerré los ojos al sentir su lengua presionando mi cuello. Sonreí ante su caricia, ante sus manos gentiles presionando mi cuerpo contra el suyo. Cuanto más hacíamos el amor, más aumentaba mi deseo por estar con él.

Pasó sus brazos debajo de mis axilas y presionó mis senos contra sí, abultándolos en el centro. Deslizó sus manos por todo mi abdomen hasta el inicio de mi sexo, haciendo una leve presión con sus dedos precisamente en esa zona. Yo me estremecí. Levantó mi falda y hurgó debajo de ella con delicadeza, apretando las partes más carnosas, cerca de los glúteos. La cercanía de nuestros cuerpos me permitía sentir su sexo erecto apuntando mi espalda baja.

Me cogió de la cintura y con un solo impulso me sentó sobre el pantry. El frío granito de la mesa en mis piernas me sobrecogió. Armando bajó el cierre de mi vestido y lo deslizó hacia abajo, hasta la cintura, dejándome medio desnuda al quitarme el sostén. Observó mis senos al aire, recogidos por el frío pero aliviados por su cálido tacto. Los besó, los chupó y jugó con ellos un largo rato y yo lo observé con amor y ternura.

Mi cuerpo estaba regocijado en que de aquella manera culminaba nuestro día. Incliné la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, entregada a su amor, a mis pasiones e instintos sexuales.

Estábamos desnudos, besándonos, abrazados, recorriendo nuestros cuerpos con manos cariñosas. Pensaba que ahí haríamos el amor, para variar, pero Armando se dispuso, minutos después, a cargarme a sus espaldas como Tarzán cargaba a su Jane. No pude evitar hacer la comparación al ver nuestros cuerpos reflejados en el espejo largo que estaba en la entrada de la habitación.

Me agarré al cuello de Armando y rodeé con fuerza mis piernas alrededor de su cintura, como si de pronto tuviera la sensación de que alguien nos estaba viendo. De pronto, el sonido chillón y retumbante del timbre nos casó de nuestra burbuja.

--¡Qué jartera, hombre! ¿Quién podrá ser? –Dijo Armando, poniendo cara de fastidio—

--No sé, pero debe ser alguien que te busca a ti, porque este es tu departamento---Le dije—

Me dejé caer de espaldas sobre la cama. Él se envolvió en una bata y me lanzó una mirada de arriba abajo y me hizo un ademán para que esperara. Salió despedido a abrir la puerta y lo próximo que escuché fue la inconfundible voz de mi padre. 

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esta es una historia charleimy | esto es par de ideas que tengo para lrdf3 ojalá les gusten