Killing Eddie

Autorstwa marasehm

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Igor se ha quedado encerrado en un lugar de pesadilla con un psicópata que ha jurado amarlo para siempre. Ah... Więcej

Preliminares
2. He visto las alas de un ángel, pero cortan.
3. Inocente de mí.
4. Pídele compasión a un monstruo.
5. Solo tendrás lo que hayas ganado.
6. La sangre es el nuevo lenguaje.
Extracto del diario de Winston.
7. M-I-O.
8. Y si explota, ¿y si yo exploto?
9. La catatonia es una zona segura.
10. Pienso contar hasta que ya no respires.
11. La diferencia entre la vida y la muerte.
12. El sonido del dolor.
13. Nos vemos bajo el agua.
Fragmento de una llamada al 911.
14. El riesgo de mirar hacia atrás.
15. Nadie sufre con tanta belleza.
16. Deudas que pagar.
Extracto del diario de Winston.
17. Verdades y mentiras, bien y mal.
18. De cara al abismo.
19. V de venganza.
20. La verdadera locura.
21. Si el fuego nos consume, bailemos.
22. Fuimos etéreos/ojala no vieras lo que hice.
23. La puerta al perdón que nunca se abrió para mí.
24. El peso de la verdad me rompió la espalda.
25. Se acabó, ¿verdad?
Epilogo

1. La mala suerte es consanguínea.

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Autorstwa marasehm

Igor.

Recuerdo que aquella mañana hacia tanto frío como uno podría esperarse. Chesterfield es un pueblo pequeño y la mayoría del tiempo, tranquilo. Había vivido toda mi vida bajo esta geografía, bajo este clima.

No fue el frío lo que me despertó esa mañana. Fue un presentimiento, el indudable sondeo que me gritaba desde adentro que algo estaba terriblemente mal. Al principio pensé que alguien se había metido a la casa, después de todo, era posible que el pueblo entero fuese consciente de que me encontraba solo, que Winston ya no estaba.

Pero esa era precisamente la diferencia de la sensación. Lo que me removía el pecho no era la presencia de alguien externo, era la ausencia.

La ausencia generaba más frío que cualquier ventana abierta, e incluso daba más miedo que un intruso en la casa. Recuerdo que me sostuve a las sabanas un momento antes de levantarme, seguía durmiendo con una luz de noche para no tener que quedarme completamente a oscuras. Winston siempre me había comprado pilas nuevas para la luz. Ahora esa pequeña luz parecía pálida. Me sentí estúpido y desubicado de repente, no era la primera noche, el primer sol o la primera luna, mi hermano se había ido casi dos meses atrás.

Pero había algo diferente en la posición del sol esa mañana, en el aire, algo tan fuerte que lo sentía con claridad al respirar un poco. Era una mala sensación, una sensación que solo se me presentaba cuando algo trágico pasaba.

Las señales para cuando algo malo estaba a punto de pasar eran distintas, y las había sentido días atrás, en la noche.

La mañana era diferente, porque en la mañana solo quedan los estragos, la luz se abre paso para revelar todos los horrores que se han ocultado durante las horas pasadas. La mañana es diferente porque solo trae resultados, certezas, es el único testigo de la consumación de los actos de cualquier índole. Por eso era peligrosa la mañana, el amanecer.

Por eso no había dudado un solo momento.

Me levanté, busqué a tientas cualquier ropa que entrará rápido y pudiera abrigarme en el camino. La mañana me gritaba desde el ventanal que no tenía tiempo que perder. Encima de la cómoda, habría jurado que la foto de mis padres me devolvía un asentimiento.

Mamá resaltaba con mucha energía, y papá sostenía delicadamente sus dedos sobre los de ella. Ambos le gritaban al mundo desde esa foto que a pesar de que ya no estaban, se habían amado desde el primer hasta el ultimo momento.

Me permití sonreír. Si tan solo el ultimo momento no hubiese llegado tan rápido para ellos.

Pero este no era un tiempo adecuado para reclamar nada. Todo lo que pasaba por mi mente tendría que esperar hasta que pudiese cerciorarme de que Winston estaba bien, de que mis indicios y señales no eran más que supersticiones tontas y equivocas. Dentro de mí deseaba saber que mi hermano estaba tranquilo, sentado en algún escritorio recetando una medicación, buscando el registro de algún paciente, llenando una cubeta con pastillas que calmará la ansiedad de cualquier demente.

Quizá aceptar ese empleo había sido el primer error de todos. Pero hasta ese momento, ninguno de los dos podría haberlo previsto.

El agua me golpeo frío en las costillas, pero despertó todos mis instintos aún más. El sueño ya no se paseaba por mi cuerpo, en ese momento las preocupaciones se juntaron con el helaje, y escrito en el agua seguía leyendo el mismo mensaje: que algo malo le había sucedido a mi hermano.

Winston trabajaba como enfermero para una institución de salud mental en otro pueblo del condado, en Derby. La falta de dinero y el hambre lo habían hecho aceptar aquel empleo, un turno completo, con un salario solamente un poco más arriba del mínimo. Serviría para comer y para que yo pudiera continuar yendo a la universidad, eso era lo que había dicho Winston mientras releía la hoja del contrato.

Ashton Hall es una institución grande y aparentemente privada. Ubicada a las afueras de Derby, servía desde años atrás para tratar la salud mental de las personas, sin embargo, exigían un tratamiento excesivamente delicado de sus datos. Evitaban visitas de prensa, no permitían el ingreso de fundaciones, y cerraban sus puertas a cualquiera dispuesto a socavar un poco sobre sus cimientos. Su lema, según me había contado Winston, era la privacidad. La salud mental es un asunto que solo compete a un paciente y a sus doctores, la presencia mediática alteraba a los mismos. Lo cual, en un sentido estricto de la palabra, era cierto. No hay nada que te haga sentir más loco que estar encerrado en un sanatorio, a menos que aparezca alguien a ponerte delante del lente de una cámara para filmar toda tu locura.

Sin embargo, el lugar y su increíble privacidad siempre me habían hecho dudar. No les pasaban llamadas a los empleados, les restringían el acceso a internet, y cuando trataba de comunicarme con Winston desde el móvil en horas de trabajo la señal siempre aparecía caída, lo cual era sospechosamente conveniente.

Supongo que, para mí, ninguno de esos detalles había sido alarmante, quizá si yo mismo hubiese tenido la valentía de cuestionar desde el principio, nada hubiese ocurrido de la misma manera.

Pero la historia era diferente.

Me vestí con impaciencia, apenas y me puse unas zapatillas y salí de casa con la cara un poco roja y el cabello escurriendo agua, tal vez estaba siendo hora de hacerme un corte, tenía el pelo negro a la altura de la barbilla, en mechones lacios y largos. Llevaba una mochila pequeña, en donde guardé solamente mi teléfono, el cargador y unos auriculares, además de una billetera con documentos y un poco de dinero. Nada más.

Ojalá hubiese llevado una pistola.

Caminé por las calles hasta la estación de tren, no me detuve a saludar ni a comprar nada, solamente la señora Margo, una vecina, se acercó para dedicarme una sonrisa y preguntarme hacia donde me dirigía, no tomé mucho tiempo en detalles, solo le conté que visitaría a Winston en su trabajo en Derby, y luego continué mi trayecto.

Llegué a la estación del tren cuando daban aproximadamente las doce del mediodía, pero para mí desgracia el único tren del día hacia Derby no partiría hasta las siete de la noche. Abatido y preocupado como me encontraba, solo pude caminar de vuelta para intentar comer algo en casa. Compré un billete de inmediato y me devolví con pasos más lentos. La casa me recibió con menos entusiasmo que siempre, y en toda la tarde no pude hacer más que tratar de respirar. ¿A qué se debía esa angustia tan pronunciada? ¿Por qué sentía esa imperiosa necesidad de salir corriendo a buscar a Winston?

Quizá se debía a que no respondía llamadas desde hace dos semanas. No enviaba mensajes desde siete días atrás, y al llamar, su teléfono aparecía siempre apagado. Sus últimos textos se habían reducido a simples "Estoy bien, no te preocupes". Veintitrés dígitos vacíos y sin ninguna emoción, y eso no era típico, no de alguien que se esmeraba por escribir cartas a mano, que hablaba sin parar por horas seguidas.

Parecían mensajes escritos por alguien que no era mi hermano.

A las seis y media salí de nueva cuenta a la estación, abordé el tren con destino a Derby y me senté en la ventana para poder observar todo el trayecto. Llegaría de noche.

A las siete en punto se puso en marcha el motor del tren, pero con ese sonido, también se había puesto en marcha toda mi vida. Recuerdo perfectamente la sincronización de los engranajes, la maquinaria en función. Ese sonido colocó todo mi futuro a andar en ruedas, en círculos giratorios que moverían mi alma de un lugar impensable a otro.

En el bolso llevaba un pasaje de vuelta a Chesterfield que jamás se había usado.

El trayecto tomo más de lo esperado, y mi mente no dejaba de volcar las cosas entre pensamientos negativos y memorias pasadas. Me forzaba a creer que Winston estaría bien sin duda alguna, que simplemente había perdido su teléfono, que el trabajo le consumía, que estaba agotado y por eso no llamaba.

Las luces de Derby inundaron mi visión desde mucho antes de acercarme completamente a la ciudad, era un lugar pequeño, pero encontrar a una sola persona dentro de una población de doscientos mil y tantos parecía un trabajo un poco más difícil incluso para un espacio reducido.

Cuando me bajé del tren sentía las palmas de las manos resentidas de tanto apretar los puños. La gente pasaba a mi lado sin ningún inconveniente, tranquila y efímera, y en mis sueños más profundos veía a mi hermano al final de la plataforma, esperándome con una sonrisa tranquila y un teléfono sin batería en la mano.

—¿De verdad estabas preocupado? —diría, mientras se reía de mí por ser tan infantil y asustadizo.

Al final de la plataforma no había nadie que me calmará los nervios, solamente unas cuantas personas caminando y, afuera por fin, una fila de taxis esperaba nuevos pasajeros. Me acerqué a uno de ellos, le indiqué que me dirigía a Ashton Hall y este asintió sin decir nada más, pero, hubiera jurado que, por su mirada, el taxista no parecía conforme con mi elección de viaje.

El sanatorio me recibió con una majestuosidad abrumadora, como si me llamará, como si me pidiera que mirará más de cerca. Aquel lugar tenía un poder de atracción difícil de ignorar. Los muros altos, la estructura antigua pero versátil, era imposible abarcar todo el edificio con una sola mirada, pero incluso antes de bajarme del taxi sabía que jamás olvidaría la vista de ese lugar. Bajo la luz de la luna era asombroso y a la vez, aterrador. Como el castillo abandonado de un príncipe, o más bien como una fortaleza. Un lugar en donde se libra una guerra, el sitio indicado para comenzar una revolución.

Mi estómago se retorció un poco. El taxista me observaba desde el retrovisor con curiosidad mientras esperaba que le pagara para poder irse. Saqué de la billetera el dinero suficiente y finalmente salí a enfrentarme cara a cara con aquel lugar en donde yo sentía que se habían consumido a mi hermano.

Fuera del auto, el aire parecía ondular diferente. Más frío, casi malévolo.

El taxista no se detuvo de nueva cuenta a preguntarme nada, se marchó de allí tan rápido como había llegado. Eran pasadas las ocho de la noche. Con esperanza, Winston podría recibirme, o por lo menos alguien me daría algún tipo de información con la que pudiera estar tranquilo.

Un portón grande de metal separaba al mundo de Ashton Hall, era grande y puntiagudo, pero estaba bastante alejado de la entrada principal del edificio, parecía mantenerse ahí solo para ahuyentar a los demás como si aquella fuese la entrada a un lugar prohibido. A un infierno.

Una pequeña caseta parecía albergar a un vigilante. El hombre se mostró extrañado de verme por allí, me observó de arriba abajo un momento antes de hablar. Era grande, bastante gordo y calvo, una placa colgaba de su uniforme que leía simplemente "Collins".

—Ya se han terminado las horas de visita, muchacho —dijo, antes de que pudiera siquiera abrir la boca.

Maldita sea.

Puse mi cara más convincente e intenté hablar con suavidad, sonriendo de manera amable.
—Me imagino —respondí, mientras me acercaba un poco al vigilante y ponía una expresión de preocupación en el rostro. —Pero es que es un poco urgente —expresé.

Collins no pareció inmutarse.

—No hay manera, lo lamento.

Tragué saliva, de ningún modo me iría de allí sin ver a Winston.

—Es que no vengo a ver a un paciente, ni nada de eso. Mi hermano trabaja aquí, ha venido para el turno de la noche, pero ha dejado su comida —comencé a decir, moviendo las manos en un gesto de preocupación, fingiendo con facilidad, adaptándome al entorno, buscando una sola cornisa por la cual pudiera caminar a mi objetivo. Aquello de sobrevivir siempre se me había dado muy bien.

El vigilante me observó con duda, eso era. Solo necesitaba presionar un poco más, soltar el hilo, alargar la mentira para que el hombre corriera tras ella como un ratón.

—Es importante, él come muy mal, —dije, mientras volteaba la mirada fingiendo dolor —solo será un momento, de verdad. —terminé, y para cuando miré nuevamente a Collins, tenía los ojos un poco aguados. Eso pareció funcionar.

El guardia hizo un gesto con los brazos, rendido.

—Muy bien, tienes diez minutos, pregunta en la recepción por tú hermano y te dirán como encontrarle, nada de buscar lo que no se te ha perdido por ahí ¿Queda claro? —finalizó, seriamente.

Asentí con efusividad, mientras expresaba todo mi agradecimiento.

El portón se abrió finalmente, y di un paso certero y doliente dentro de otra dimensión, así se sentía, estando allí dentro comprendí el sentido de aquel metal gigante que separaba al mundo de este lugar. ¿Cuánta entereza debió necesitar Winston para entrar de lleno aquí?

El jardín de la entrada era grande y estaba terriblemente oscuro. Al voltear a mirar en una esquina, habría jurado ver la silueta de alguien corriendo, pero se perdió rápido en la oscuridad, como si esta misma se la tragará.

Respiré profundo y finalmente alcancé las escaleras de la entrada, el edificio debía constar de al menos cuatro plantas de altura, y se extendía con una grandeza firme y abrumadora.

La puerta se cerró a mi espalda, con un sonido que ninguna otra puerta había hecho jamás en toda mi vida, como si me lanzaran ahí dentro, como si las bisagras y los seguros se burlarán de mí y de mi suerte. La recepción estaba casi vacía, en un pequeño escritorio se encontraba sentado un hombre de mediana edad, no parecía haber advertido mi presencia en absoluto.

Tecleaba en una computadora y mantenía la vista lejos.

Con cautela, me acerque a él.

—¿Disculpe...? —dije, de manera suave. El hombre alzó la mirada hacia mí, sorprendido y extrañado, incluso podría haber jurado que se había llevado un pequeño susto.

El secretario se sentó rígido en su lugar.

—¿Quién es usted? —preguntó —no sé si le han explicado que el horario de visitas ya se ha terminado, a esta hora no atendemos a nadie. —dijo él, repentinamente molesto, pero en su voz se leía algo parecido al miedo. Lo primero que me pregunté fue de qué estaría asustado.

—Lo sé, y lo lamento. Estoy aquí para ver a mi hermano —respondí.

El hombre rodó los ojos, molesto.

—Ya le he dicho que las visitas solo... —comenzó a decir, pero yo no tenía tiempo para sus excusas, la sensación de desesperanza seguía creciendo en mi pecho como una hierba venenosa y mortal.

—Mi hermano trabaja aquí, no es un paciente.

El secretario apretó la mandíbula.

—¿Y por qué ha venido a verle? Este tipo de visitas tampoco son permitidas.

—Es urgente —respondí.

—¿Cómo se llama su hermano?

—Winston Ellison.

El hombre palideció de repente, alarmado, pero intentó ocultar el nerviosismo de sus movimientos al teclear ansiosamente en su computadora. Allí fue cuando confirmé que había algo mal.

—Su hermano... —comenzó a decirme, pero se quedó callado mientras tragaba saliva —Él ha dimitido a su trabajo.

—Eso es imposible. —respondí. Porque lo era, porque en ningún plano de este universo Winston habría dejado su trabajo sin decirme nada, sin llamarme durante tres horas para quejarse y llorar bajo la premisa de que buscaría algo mejor para ambos.

—Le digo la verdad.

—¿Dónde está mi hermano? —dije. Pero yo sabía que aquel hombre no me daría una sola respuesta, quizá era tan ignorante como yo. O, por el contrario, tenía toda la verdad en las manos y se negaba a soltarla.

El secretario se mordió el labio. De repente parecía más nervioso que antes y tecleaba en su computadora con más rapidez aún. El sonido de los dedos al presionar resonaba en mis oídos. Y en mi mente, el hombre no dejaba de teclear la palabra muerte. Una y otra vez, hasta que se volvía real para mí.

—Ya le he dicho que... —decía, pero luego una voz grave lo callo, un hombre habló detrás de mí y yo sentí que las notas rítmicas de su voz me rozaban el cuerpo con un filo impresionante. Si hablaba un poco más cerca, me cortaría en pedazos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con suavidad.

Voltee a verlo, el hombre vestía una bata de doctor y llevaba una hoja de notas en la mano, unos lentes grandes ocultaban un poco sus ojos, pero el sonido de su voz daba suficiente desconfianza, nadie podría estar tan tranquilo en un lugar como este.

—El joven dice que es el hermano de Winston Ellison, ha venido a buscarle —respondió el secretario.

—Ya veo —expresó el doctor, luego me dirigió una mirada curiosa, y yo sentí que sus ojos dejaban algo maligno por donde miraba, supe que sus palabras iban acompañadas de una cadente sonrisa que pretendía tranquilizar el ambiente, pero aquello era imposible, el miedo y la desconfianza me brotaban del pecho con facilidad, y estaba seguro de que todos mis sentimientos se leerían en cualquier expresión que logrará formular.

—Hemos tenido una situación con Winston, algo un poco lamentable —dijo el médico.

Pero con solo la métrica de su voz, yo supe que estaba inventado toda una historia y eso se notaba de inmediato.

—¿Qué ha pasado con él? ¿Dónde está? —pregunté, nervioso.

—Me llamo Maurice Branch —dijo, extendiendo una mano que yo no acepté, el hombre retiro su gesto después de un momento, sonriendo con una extraña emoción. —Me temo que no puedo ayudarte, Winston ya no es un empleado del Ashton. —terminó de decir.

Mentira, en sus ojos se podía ver que no decía la verdad. Era obvio que sabía algo más, mi hermano no podría simplemente haber desaparecido de su trabajo también, no. Me negaba a creerlo.

Y llegaría hasta las ultimas consecuencias para demostrar que algo malo estaba sucediendo. Fuese lo que fuese, existía solo una opción para mí.

—Mi hermano está desaparecido, él vino a trabajar aquí. Voy a volver con la policía, lo que sea que sepáis de él vas a tener que decírselo a las autoridades. —lancé, alejándome un poco de aquellos individuos, asustado, mientras intentaba recoger toda mi valentía para formular una amenaza.

Maurice sonrío, pero observaba algo por encima de él, con una fingida tranquilidad.

—Yo no te recomendaría hacer eso, aquí nadie sabe nada de tú hermano.

—Miente —respondí.

El medico sonrió por ultima vez, como si ganará algo, como si tuviera toda la verdad de su lado y nada por lo que preocuparse. Yo sabía que era el momento de salir corriendo, erróneamente, di la espalda e intenté llegar a la salida. La puerta estaba cerrada, estancada, como si alguien la hubiese trancado desde afuera.

No tuve tiempo de voltear a preguntar. Algo punzo en mi espalda, atravesándome la piel, la carne. Una aguja, un cuchillo, quién sabe. Sin duda alguna algo filoso, algo que dolía.

Intenté sostenerme a la puerta con firmeza para no caer, y volteé la cabeza hacia atrás solamente para ver al doctor sonreír, esta vez con una mano en mi brazo para sostenerme, y la otra en mi espalda.

Aquel pinchazo fue el empujón necesario para lanzarme de lleno al abismo.

Para dejarme estancado en el infierno. 

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