Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]

By Gosabi24

2.3K 230 56

El reino de Seido ha sido sometido por Inashiro. La depravación y la miseria son lo único que conocen los ha... More

Prefacio
I. Planetary (GO)
II. The Fallen
III. Vampire Money
IV. Bad Blood
V. Bulletproof Heart
VI. Summertime

VII. Magnolia

198 23 9
By Gosabi24

Hola, gente bonita :3 

Más tarde de lo que esperaba, les traigo la actualización. Quería hacerla más larga, pero entre más extensa, más me tardo en publicar xD Espero sea de su agrado. Ya saben, pueden encontrar uno que otro dedazo, falta ortográfica y un poco de OoC. Sin embargo, el capítulo está he hecho con todo mi amor. Mil gracias a los que aún leen y votan. Tienen un lugar en mi corazón.

Ahora si, sin más vandalizaciones molestas, los dejo con la lectura :D   

Chris se estaba saltando la hora de la cena, otra vez. Últimamente sus fantasmas estaban más aterradores y violentos que de costumbre. Y todo era por la presencia de Miyuki. Sin embargo, hasta el momento, tanto Kazuya como él habían estado evitandose. Sobretodo para salvaguardar su salud mental y, para no sacudir de más, las aterradoras sombras del pasado. Hace años ellos eran amigos. Hace diez años, Chris intentó consolarlo el día que asesinaron a su madre. Hace cinco, él se unió al ejército de Inashiro pensando que podía hacer una diferencia. De niño, él creció pensando que los seidianos sólo eran un grupo de ladrones que destrozaban las villas para su disfrute personal. Que robaban, violaban y asesinaban porque en su naturaleza sólo existía la vileza. Eso es lo que los Narumiya siempre les hicieron creer, pero cuando realizó su primera misión, Chris se dio cuenta de su error.


Por ese entonces la resistencia estaba en formación y no era tan sólida como lo era ahora. No obstante, eso no impidió que los rumores se hicieran presentes. En los pueblos, por todos lados se escuchaban los cuchicheos alabando la valentía de esos hombres. Su aparición a muchos les dio valor para enfrentar a los soldados y comenzar a rebelarse. Por ello, al empezar a tambalearse el poder de la corona (al apenas estar tomando posesión el joven Mei), Masatoshi urdió un plan para tantear el terreno de manera discreta. Entrenarían a un grupo de diez soldados y serían repartidos en los pueblos donde mayor eco tenía la presencia del grupo seidiano. Su misión era simple: infiltrarse en las filas de los seudo guerreros y convertirse en los ojos y oídos del rey. Reunir la información suficiente y regresar o, si se les presentaba la oportunidad, asesinar a los hombres que fueran los soldados más representativos de ese burdo ideal.


Para no levantar sospechas entre los mismos aldeanos que ondeaban banderas azules, los marcaron igual que a ellos. Expuesta, a carne viva, vio el nombre de la vieja nación: Seido. El (en ese entonces) insulto fue atenuado con una segunda marca. Ahora, con tinta y aguja, tatuaron en su piel la silueta de un ave, haciendo una sutil referencia al símbolo de la familia real. Cuando ambas heridas cicatrizaron, fue puesto en marcha el plan. Por azares del destino, Chris fue llevado a una villa cerca de la que ahora era la fortaleza principal y, por esos días, entre el ajetreo de emocionados jóvenes que ansiaban sumarse a la causa, no le fue difícil enlistarse en las filas enemigas. El único requisito era la marca de nacimiento, la huella con las que los marcaban como esclavos.


Cuando fue aceptado creyó que tenía todo resuelto. Se equivocó. Nunca, ni en la predicción de sus escenarios más funestos, espero encontrarse sintiendo simpatía por ellos y su causa. En esencia eran iguales, ellos también eran buenos. Sobretodo Yuki Tetsuya quien, por derecho y directo lazo sanguíneo con la extinta realeza seidiana, debía ser rey. Y mientras más se relacionaba con ellos y más escalaba en su jerarquía, comenzó a ser lentamente consumido por un abrumador sentimiento de culpa. Los estaba engañando. Chris llegó como un espía. Era un traidor. Porque, aunque no era culpa suya ni su estirpe ni su lugar de nacimiento, si era un pecador por omisión. Muchas veces se le presentó la oportunidad de confesar, pero... él sabía que, de hablar, tendría que irse. Y Chris no quería porque, con el paso del tiempo, también llegó a amar a Seido, a su gente, sus costumbres y, más que nada, sus ideales y ese inquebrantable anhelo de libertad. Por ello, como un chico bobo, creyó que hasta el final de sus días podía ocultar la verdad. Pero, un fatídico día, aprendió que, difícilmente, puedes escapar indefinidamente de tu pasado.


Su silencio lo condenó. Ahora llevaba un lastre a todos lados, porque el peso de esa muerte nada ni nadie podría quitárselo. Tenía las manos manchadas de sangre y no sabía cómo confesárselo Yoichi. Porque sabía, igual que lo supo en aquel entonces, que en el momento en el que su crimen se materializara en palabras, perdería todo el derecho de quedarse a su lado. Ese pequeño chico de cabello rosado no lo indultaría, ¿cómo podría?, yo aún no puedo hacerlo. Y cada día despertaba con la resolución de confesar su pecado, pero, al verlo, al ser iluminado por esa tímida sonrisa, se convertía en un ser mezquino que no encontraba la fuerza para dejarlo ir. Y, mientras lo tomaba de la mano, repetía incansablemente su letanía: sólo es un día. Sólo tendré este día. Mañana le confesaré la verdad. ¿Hasta cuándo se iba a engañar? ¿Hasta cuándo postergaría lo inevitable?


Tan sumido estaba en su autocompasión que no notó el momento en el que llegó a los límites de la villa. Estaba a punto de regresar a su cabaña cuando lo escuchó. En el bosque, cerca de donde se encontraba, se rompió una rama. Tardó un segundo en comprender la situación. Un intruso estaba en territorio seidiano. Corrió en dirección al lugar donde percibió al extraño. Cuando el forastero se vio descubierto, emprendió la huida. Chris, por más que lo intento, no logró darle alcance. Al perder de vista la silueta del posible espía, regreso a la fortaleza. Sin perder el tiempo tomó rumbo a casa de Kataoka. Tocó a la puerta. El hombre tardó menos de un minuto en aparecer frente a él.


—¿Qué es lo que sucede?


—Alguien estaba rondando en los límites de la fortaleza. Creo que estaba solo por lo que estoy casi seguro de que se trata de un espía. Es probable que por estos días tengamos que estar preparados para un posible ataque.


—Reúne al grupo élite y suelten a los perros de caza. Debemos atraparlo antes de que suelte el fuego sobre la pólvora.

Para Sawamura era difícil recordar un día tan cansado y abrumador como ese pues, nunca, ni en sus peores pesadillas, imaginó pelear con sus compañeros. No de esa manera y, desde luego, no por un estúpido perro blanco. Suspiró frustrado, sintiéndose pequeñito. Odiaba sentirse culpable y, en ese momento, más que otra cosa, detestaba no tener respuesta a los porqués de sus compañeros. Es que, aunque lo parezca, no soy tan idiota. Por supuesto que lo entendía, era ridículo poner las manos al fuego por alguien que, abiertamente, muchos años mostró su desprecio por el ideal que defendían, pero, por mucho que su (inexistente) lado racional le diera una y mil razones por las cuales desconfiar, él simplemente no podía. No, cuando ya lo he visto romperse. Porque no se necesitaba ser un genio para intuir que Miyuki preferiría morir a que alguien lo viera perder el control, asustado por sus demonios y miedos. Porque lo dejaba vulnerable, a merced de lo que quisieran hacerle.


Ese gesto le dejó en claro una cosa: confiaba en él, incluso más de lo que el mismo Kazuya quisiera. Así que sí, sin pensarlo, saltó frente a él para defenderlo ante la primera acusación. "El perro blanco ha delatado nuestra posición" había gritado Zono al lanzarse sobre él. Soltó el primer puñetazo, Miyuki lo esquivó y, él como tonto, respondió. Su mano impactó en el rostro de Maezono haciéndolo trastabillar. Sorprendiendolo lo suficiente para que dejara de pelear.


—¿Qué diablos te pasa, Bakamura? —Gritó. Su desconcierto era compartido por todos los demás porque nunca, bajo ninguna circunstancia, Eijun levantó la mano contra sus compañeros.


¿Qué demonios estoy haciendo? Estuvo a punto de disculparse, pero, antes de hablar, lo vio. Y entonces lo supo, Eijun quería protegerlo. Porque, aunque era increíblemente ridículo tratar de resguardar a un hombre adulto, hecho y derecho, él intuía que Miyuki no tenía a nadie. En eso eran iguales. Por eso lo entendía, comprendía lo difícil que era tratar de seguir con ese sentimiento de soledad a cuestas, teniendo que cuidar tu espalda de todo y de todos, sintiendo que peleas solo contra el mundo. ¡Dios, debo estar loco!


—Yo creo en él. Sé que es inocente. —Enfadado, Zono se dio la vuelta.


—Espero, Sawamura, que el fuego que tanto proteges, no te vaya a quemar. —Murmuró Kuramochi. También espero que él no nos vaya a traicionar.


—No es tiempo de repartir culpas —acotó Chris que recién iba llegando —lo que necesitamos es buscar al intruso. Acortar las distancias y evitar que revele nuestra ubicación. Vayan a las caballerizas, los caballos están listos. Cazaremos a un perro blanco.


A Eijun le dio un vuelco el estómago. Él estaba obligado a participar en la misión y, por obvias razones, Miyuki no podía hacerlo. ¿Qué pasaría con él?


—Nadie te custodiará, estúpido perro blanco, si piensas escapar, es la única oportunidad que tendrás de hacerlo. —Le dijo Kuramochi, antes de tomarlo de la mano y arrastrarlo hacia las caballerizas. Eijun no le dio una última mirada a Miyuki, tenía miedo de que, de hacerlo, firmará el adiós definitivo.


Toda la noche habían estado buscando al intruso. No encontraron nada. Parecía que se lo había tragado la tierra. Por ello, se sentía decepcionado y muy cansado. Iban llegando a la fortaleza. Llevó al caballo a su corral. Saludo con una media sonrisa al nuevo mozo. Fue hacia su cabaña arrastrando los pies. Tenía miedo de abrir la puerta y ver que Kazuya se había ido. Sin embargo, tampoco tenía la energía para ser un cobarde y huir a las múltiples tareas que lo esperaban. Resignado, con el corazón trastabillando en el pecho, entró a su morada. No hay nadie. No esperaba eso, la ausencia le dolió. Y, luego de un rato, el dolor se convirtió en furia.


Mientras se desnudaba, comenzó a maldecirlo. —¡Estúpido general inútil, ¿para qué demonios me tomé la molestia de defenderte?! Imbécil. Zoquete. Mequetrefe. Subnormal. Memo. Idiota. Cretino...


—¿Acaso le estas rezando a tu dios para que me traiga de regreso?


Eijun gritó, asustado. —¡Estúpido mapache! No aparezcas de la nada. —Murmuró, bajito. Mitad aliviado, mitad preocupado. Se quedó.


—¿Encontraron algo? —Preguntó al ofrecerle un vaso de agua. Negó. Bebió. Hasta ese momento no notó lo sediento que estaba. Ahora, que una de sus principales preocupaciones se desvanecía, sentía que iba a desmayarse por el cansancio. Necesito dormir.


Le entregó el vaso. Se dio la vuelta. Sin cuidado quitó las cobijas. Hizo un refugio improvisado. Cerró los ojos. Justo cuando estaba por caer en los brazos de Morfeo, sintió que la cama se sumía y le quitaban las cobijas. Enfadado se dio la vuelta, pero, la protesta murió tan pronto como nació, al darse cuenta de que Miyuki se estaba metiendo en su cama.


—¿Qué crees que haces? —Cuestionó con el rostro arrebolado, sintiéndose nervioso, como nunca antes lo estuvo.


—¿Intentar dormir? —Preguntó, cínico.


—T-t-tú tienes tu cama. —Quiso darse un golpe, por ser tan insoportablemente evidente.


—¿Te pongo nervioso? —Ignoró su acotación. En cambio, se acercó. Demasiado. Dejando la cara a centímetros de la suya.


—No. —Mintió. Y fue patético. Ante su reacción, Miyuki sonrió. —Haz lo que se te dé la gana. —Como un cobarde, huyó. Se dio la vuelta y se alejó lo más que la cama se lo permitió.


De nada sirvió. Miyuki lo abrazó por la espalda y depositó un beso sobre su nuca. Inevitablemente se le erizaron todos los vellos del cuerpo. ¡Dios! Cerró los ojos e intentó ignorar el incontrolable latido de su corazón. Kazuya enterró la nariz en su cabello. Esa acción lo avergonzó. Debí bañarme primero.


—Dulces sueños, Eijun.


Su nombre nunca escuchó tan bien, pero cuando él lo pronunció fue como ser acariciado por un pedacito de cielo. Y ahí lo supo, estaba perdido.


—Duerme bien, Kazuya.

Los rayos del sol iluminaron tenuemente la habitación. Parpadeó un par de veces antes de enfocar el lugar. Sintió la boca seca, tenía mucha sed. Estiró el brazo. Al lado de la espaciosa cama había una cómoda con una jarra y un vaso. Vertió el líquido en él. Bebió. Cerró los ojos. Suspiró. Nunca imaginé que consideraría esto un privilegio. Sin abrir los ojos, dejó el vaso en su lugar. Volvió a recostarse. Ni bien su cuerpo terminó de caer sobre la cama, cuando Mei la atrajo a su costado. Estoy muy cansada para intentar alejarlo, se repitió, como un mantra mientras intentaba ignorar la calidez en su pecho. Wakana lo sabía, era enfermo sentir afecto por el hombre que llevaba años sometiendo a su pueblo. Y no sólo eso, ya que también era su verdugo.


Porque, al principio se divertía a costa de su dolor. Sin embargo, algo cambió entre los dos. En un punto de inflexión él dejó de buscar hacerle daño y ella de odiarlo tanto. Porque, sí quitaban los intereses políticos, las venganzas, los rencores y esa avaricia propia de los Narumiya, Mei era absurdamente encantador. Un niño caprichoso, sí pero indudablemente inteligente pues, había sobrevivido a las intrigas dentro de la corte. Pues, cuando los efectos de la droga fueron menguando, descubrió que dentro del reino tenía una infinidad de enemigos.


Por los pasillos, en susurros, perpetuamente se escuchaba una pregunta ¿el rey lo está haciendo bien? Y Wakana no entendía la razón, es decir, con independencia de Seido que aún se revelaba, su gran imperio estaba bajo control e, incluso, era próspero. ¿Los inarishianos como podían odiar a su gobernante? Cuando se lo preguntó (porque sí, ahora no solo tenían sexo, también conversaban, compartían memorias, se contaban secretos y hacían recuerdos) su respuesta la sorprendió: <<Soy un bastardo, hijo ilegítimo del rey con una esclava seidiana que, casi por suerte, ha venido a ocupar la corona. La pugna por el trono siempre ha existido. Los Narumiya no son los únicos que quieren el poder. Así que mataron al viejo pensando que no había engendrado un heredero en un intento de proclamarse los nuevos monarcas, pero cuando se enteraron de mi existencia no les quedó más remedio que aceptarme. No pueden hacer nada ante la línea de sangre. La ley decreta que, por derecho, yo debo ser el rey>>.


Así que ante sus palabras ella entendió: Mei estaba solo. Y, tal vez, por ello defendía con tanto ímpetu la corona; porque era lo único que tenía, lo único que lo protegía. Porque si había algo que los inarishianos puritanos odiaban más que a los seidianos era a los bastardos, a los niños que estaban en tierra de nadie, sin ser blancos o azules. Y, aunque él no lo merecía (por la manera tan ruin y despiadada con la que amenazaba a su pueblo) Wakana sintió pena por él. Porque no terminaba de imaginar cuánto tuvo que sufrir para preferir, mil veces, ser odiado y mancharse las manos de sangre antes que renunciar a la corona.


Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar el toque de la entrada. Mei, cual niño pequeño, prefirió hacerse un ovillo y cubrirse con las cobijas antes que abrir la puerta. Y ella, sin deberla ni temerla, también fue arrastrada a su improvisado escondite. Sonrió (como tonta) cuando Narumiya se puso sobre ella. No debería, pero aún se sorprendía al ver la lujuria que esos ojos reflejaban tan temprano en la mañana. Porque, más que humano, Mei parecía un animal en celo.


—Me temo, rey haragán, que debe ocuparse de su corrupto reino antes de intentar satisfacer sus instintos animales. —Acotó burlándose de tu pobre autocontrol.


—Te recuerdo, boba seidiana, que no estás aquí precisamente para abrir la boca. —Murmuró mientras intentaba abrir sus piernas con la rodilla.


Ella las apretó con fuerza, provocándolo. No porque no quisiera (a esas alturas ya no podía engañarse, pensando que si follaban es porque él la obligaba pues, en el fondo, a ella también le gustaba) sino para llevarlo al límite, hasta que perdiera el control. Le encantaba verlo rabiar, estando completamente a su merced.


—Abre las piernas.


—¿Y si no quiero?


—Te haré rogar por ello.


Se sonrieron como tontos. Wakana encogió los dedos presa de la anticipación, sin embargo, antes de que pudieran seguir con su jueguito, la puerta se abrió. Masatoshi entró con el ceño fruncido. Mei, fastidiado, chasqueó la lengua y salió de la cama.


—Carlos ha regresado. —Ante la noticia, Mei se tensó. Significa algo. Sin decir nada, buscó sus ropas y se vistió.


Camino a la salida, pero, antes de abandonar la habitación, se giró hacia Masatoshi. —Que le traigan de desayunar.


El consejero la vio mal. Él también lo estaba notando, el cambio de actitud con el que Mei ahora la trataba. Ya no era el simio azul, ni siquiera la esclava, ahora era... la chica que le gustaba. Se miraron en silencio. El ambiente era tenso y en el aire flotaba una única pregunta: ¿hasta cuándo crees que durara esto? Wakana no lo sabía, no quería pensar en ello.


Masatoshi salió, dejándola sola. Se dejó caer en la cama. Impasible miró el techo. Pasó media hora en esa posición hasta que la puerta nuevamente se abrió. Nuevamente Masatoshi hacía acto de presencia en la habitación. Ella se sentó. Sintió un mareo. Wakana lo atribuyó a la brusquedad de su movimiento. Vio que en las manos llevaba una charola con comida. Ante su vista y el olor, la boca se le llenó de bilis. No pudo controlar las arcadas. Corrió a la letrina. Vertió sobre ella todo el contenido de su estómago. Cuando no hubo nada más que expulsar se puso en pie. Nuevamente su mirada chocó con la del consejero. La sorpresa y el horror que se reflejaron en su mirada la asustaron.


Insegura, con voz trémula sólo atinó a preguntar: —¿Cuánto tiempo llevó prisionera?


—Cuatro meses. —Contestó, impasible.


Imposible.

Esto no puede estar pasando.


Hiperventiló. Ya no podía quedarse ahí. La existencia de ese nuevo ser marcaba el final de su tregua. Necesito escapar.


—No le digas nada a Narumiya.


No hubo respuesta. Masatoshi dejó la comida sobre la mesa, se dio la vuelta y se fue. Wakana, al encontrarse sola, se dejó caer en el suelo. Sintiéndose perdida comenzó a llorar. Porque en el fondo, ella no quería que eso terminara, no quería dejar de ver a Mei, no quería dejar de ver su estúpida sonrisa cada día al despertar o de seguir sus absurdos jueguecitos pues, lo más significativo estaba en lo que no se decían.


Te quiero...

                           ... te quiero con tu luz, con tu oscuridad, con tus demonios, con tus malos ratos, con tus sonrisas a medias, con tus manos manchas de sangre, con los muertos que cargas a cuestas, con las pesadillas que no te dejan descansar, con el miedo de quedar desprotegido al hambre de los demás, porque eres un imbécil, porque soy una tonta, porque ambos olvidamos que estamos en una guerra y que no nos podíamos enamorar...


Y eso, ese absurdosentimiento, iba a terminar por ser su perdición.

Continue Reading

You'll Also Like

369K 37.1K 94
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...
255K 20.4K 47
Historias del guapo piloto monegasco, Charles Leclerc.
410K 57K 58
El amor puede llegar de manera impredecible... Para aquel Omega que por mucho tiempo creyó que lo había encontrado, vendrá en su demandante e impone...
172K 29.7K 29
Siete chicas pobres. Siete chicas millonarias. Un encuentro inesperado. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Nota: no permito adaptaciones.